Los pestilentes hedores
 que emanan del Ministerio de Colonias han adquirido proporciones aún 
más vomitivas después de las recientes expresiones de Luis Almagro en 
relación a Venezuela y Cuba. El obsecuente peón de la Casa Blanca dijo 
en la edición del 17 de febrero del diario Clarín de Buenos Aires
 -otro asiduo inquilino de las cloacas del submundo pseudoperiodístico- 
que “Los venezolanos deben recurrir a la desobediencia civil frente a la
 dictadura”. 
 Esta apelación lanzada por Almagro se tipifica, en 
el Derecho moderno, como apología de la violencia y la sedición, 
crímenes cuya sanción oscila entre cadena perpetua (caso de España) y 
pena capital como en Estados Unidos. Ninguna de estas dos penalidades 
las aplica la justicia venezolana contra sus sediciosos, comenzando por 
el “presidente encargado” Juan Guaidó y siguiendo por todos sus 
compinches, que incluyen a personajes tan detestables como Julio Borges,
 Antonio Ledezma o María Corina Machado, que suplican a Washington que 
no dilate más la liberadora y humanitaria invasión a su propio país.  
 En sus exabruptos publicados en la prensa de este domingo Almagro dijo 
entre otras cosas que “Los venezolanos deben de seguir principios 
gandhianos, deben de hacer desobediencia civil, romper con las 
prohibiciones de la dictadura. Desbordar a la dictadura de tal forma que
 las fuerzas militares no puedan resistirse a la movilización de la 
gente. Obviamente que cuidando a la gente.” La venalidad del Secretario 
de la OEA va de la mano de su asombrosa ignorancia. Hasta donde yo sepa 
Gandhi jamás ordenó a los suyos convertir en antorchas humanas a sus 
oponentes; o tender guayas de alambre de púas para degollar a cualquier 
motociclista distraído; o atacar jardines infantiles y postas médicas 
con bombas incendiarias. Nada de esto suena demasiado gandhiano. En 
cambio, el Gandhi uruguayo se parece mucho más a Al Capone o a Scarface 
que al hombre que puso fin a la dominación británica en la India. 
Pero
 el bueno de Almagro no es hombre de arredrarse ante las verdades 
históricas y prosigue impertérrito con el encargo que le hicieran en la 
Casa Blanca. Mentir, calumniar y difamar son obligaciones que están 
establecidas en su contrato. Por eso al hablar del gobierno legítimo de 
Venezuela -que como cualquier otro puede ser mejor o peor; más eficiente
 o menos eficiente en su gestión- su caracterización es insultante y 
biliosa: “Son delincuentes atrincherados” –dice mientras con un guiño 
del ojo busca la aprobación el emperador- y prosigue : “Violadores de 
derechos humanos y ejecutantes de crímenes de lesa humanidad 
atrincherados. Narcotraficantes atrincherados.” 
 Ante tamaño 
vituperio un lector desprevenido podría creer que ahora el bribón 
estaría hablando de Álvaro Uribe, su lugarteniente Iván Duque y la 
pandilla de paramilitares y narcotraficantes que durante décadas vienen 
asolando Colombia, sembrando de fosas comunes ese país y aniquilando a 
miles de “falsos positivos”, esos humildes campesinos disfrazados de 
guerrilleros, fusilados y luego presentados al incauto público como 
pruebas del éxito de la política criminal de “seguridad democrática” 
urdida por Uribe. O que Almagro estaría hablando de los “dirigentes 
democráticos” que en Colombia han asesinado 400 líderes sociales en poco
 más de un año luego de firmados los “Acuerdos de Paz” llevando 
destrucción y muerte a lo largo y a lo ancho del país sin que la OEA 
emitiera condena alguna. Pero no. El monigote basado en Washington se 
refiere al gobierno bolivariano, al que podrán formularse muchas 
críticas pero jamás las mismas que a justo título merece la dominación 
oligárquica en Colombia. Los crímenes perpetrados en este país no tienen
 paralelo alguno en la Venezuela bolivariana. Pese a lo cual para 
Almagro el problema es la “dictadura” de Maduro. 
 Tanta sucesión de mentiras y “fake news”
 salidos de la boca de ese esperpento no podría eximir de sus ataques a 
Cuba y su Revolución. Al definir la situación de Venezuela denuncia, con
 absoluta irresponsabilidad, la existencia en este país de un verdadero 
ejército de “22.000 cubanos por delante (¡de las propias tropas 
bolivarianas!) realizando tareas de inteligencia y represión, entre 
otras.” Mentira gigantesca pero que, sin embargo, la prensa hegemónica 
admite y difunde sin una elemental repregunta que hubiera obligado al 
bandido con chapa de diplomático a fundamentar su respuesta, cosa que, 
va de suyo, no hubiera podido hacer. En cambio, el periodista le pide 
que manifieste su opinión en relación al gobierno de Miguel Díaz-Canel. 
La respuesta del bribón fue un calco de la que tantas veces repitieran 
los esbirros de la Casa Blanca: los Pompeo, los Cruz, los Rubio, los 
Bolton, los Abrams y antes Hillary Clinton: “Miguel Díaz Canel es un 
eslabón más de un régimen dictatorial-hereditario. Es hoy la 
personificación de segunda línea de la dictadura jinetera seudo 
revolucionaria.” La descalificación no sólo es incorrecta de pé a pá, 
sino sobre todo humillante, inmoral, insultante. Hay que tener una mente
 carcomida por el odio, revuelta en la basura de los peores instintos 
tanáticos, y una furia incontenible, demencial y asesina como para 
caracterizar de ese modo a la Revolución Cubana. 
Es que para 
el gobierno de Estados Unidos y sus despreciables sirvientes Fidel y la 
epopeya de los moncadistas no merece olvido ni perdón, sólo 
resentimiento y un enfermizo afán de venganza que lo expresan los amos 
del norte y sus enfangados lacayos sureños que, al igual que las hienas,
 se solazan alimentándose de la carroña y los excrementos de la Casa 
Blanca. Cuando un personajillo que se ha prostituido integralmente como 
Almagro habla de una “dictadura jinetera seudo revolucionaria” 
ejemplifica el fenómeno de la “proyección” descubierto por Sigmund Freud
 como uno de los mecanismos de defensa mediante el cual un yo 
atribulado, culpable y neurotizado proyecta en otros la inmundicia de su
 propia condición. Su prostitución política, su acelerado tránsito de 
Canciller de Pepe Mujica a jinetero diplomático de la Casa Blanca debe 
ser intolerable y por eso nada mejor que poner afuera lo que es 
imposible mantener adentro. Y eso es lo que hace el capataz de Donald 
Trump. 
 Lo mismo cabe decir sobre su descalificación del gobierno
 de la Revolución Cubana como un “régimen dictatorial-hereditario”, lo 
que revela un profundo desconocimiento del funcionamiento de una 
democracia participativa, de base, que construye su autoridad de abajo 
hacia arriba mediante miles y miles de asambleas barriales y en centros 
de trabajo, todo lo cual otorga al actual presidente de Cuba una 
impresionante legitimidad popular que poquísimos jefes de estado pueden 
ostentar en cualquier lugar del mundo. Con sus palabras el mandamás de 
la OEA no sólo ofende al gobierno de Cuba sino a todo el pueblo cubano. 
Pero todo esto no le importa. Lo único que le interesa a Almagro es 
proseguir con sus mentiras, porque para eso le pagan. Ni una palabra de 
la tragedia infinita e interminable de Colombia; de la rebelión en 
marcha en Haití y su sangrienta represión; del holocausto hondureño; de 
la farsa anticonstitucional del gran estafador ecuatoriano, Lenín 
Moreno, que delega sus funciones presidenciales en cuatro ignotos 
personajes imponiendo de hecho un protectorado norteamericano en la 
noble tierra de Alfaro y Correa. Nada de esto altera la paz en las 
cloacas del imperio y en ese gigantesco estercolero llamado OEA. El 
problema hoy es Venezuela y, por extensión Cuba. Para eso lo han 
encumbrado a la secretaría general del ignominioso Ministerio de 
Colonias. Por eso descenderá a la historia, más pronto que tarde, para 
instalarse en la galería de los más nefastos personajes de la historia 
nuestroamericana. 
 

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