La Jornada 
La negativa de los gobiernos  de
 México y Uruguay a respaldar el golpe de Estado intentado el miércoles 
en Venezuela por el diputado opositor Juan Guaidó, quien con respaldo de
 Washington se proclamó 
presidente encargadoen ese país sudamericano, podría ser la clave para abrir un margen al diálogo y la negociación orientada a encontrar una solución pacífica a la crisis política venezolana.
A diferencia de Cuba y Bolivia, que manifestaron su respaldo a la 
presidencia de Nicolás Maduro, con el cual tienen una clara afinidad 
ideológica; de Rusia, nación con la que el gobierno chavista mantiene 
intereses estratégicos comunes, y de la mayoría de los países del 
continente, que se alinearon con la Casa Blanca en el desfiguro del 
reconocimientoal golpista, las diplomacias mexicana y uruguaya mantuvieron una posición ecuánime y de principios, se atuvieron a las normas de no intervención y autodeterminación y generaron, de esa forma, el espacio para un arreglo con acompañamiento, pero sin injerencia.
Ayer Maduro hizo saber su disposición a un nuevo proceso de diálogo 
con la oposición y bajo los auspicios de Uruguay y México, una decisión 
que en lo inmediato le quita combustible a la confrontación y frustra 
los planes de polarización de la potencia del norte.
Es claro que Estados Unidos intentó aprovechar la escena 
protagonizada por Guaidó para impulsar una polarización extrema de la 
sociedad venezolana y para amenazar a Caracas con una agresión militar, 
con la finalidad de generar el escenario de una intervención en toda 
regla; así lo confirmó un día después la convocatoria estadunidense al 
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para abordar el caso de 
Venezuela, como si esa nación representara una amenaza a la paz 
internacional.
Sin embargo, el gobierno de Donald Trump no logró configurar los 
alineamientos mundiales y regionales que habría requerido para ahondar 
el conflicto interno venezolano hasta el punto de una insurrección 
antigubernamental que le permitiera a Washington instaurar una cabeza de
 playa definida, si no militar al menos política, en el país 
sudamericano. Ello no sólo se debió a la postura mexicano-uruguaya sino 
también a la que asumió la Unión Europea, que si bien pidió la 
realización de nuevas elecciones, no llegó hasta el punto de reconocer 
al diputado opositor autodesignado 
presidentede Venezuela.
En suma, los acontecimientos posteriores a la intentona golpista 
confirman que el gobierno mexicano actuó en forma correcta y de la 
manera más constructiva, al abstenerse de intervenir en la crisis 
política del país sudamericano, pues por un lado indujo a Maduro a 
ofrecer negociación y diálogo y, por otro, colocó a sus opositores ante 
la disyuntiva entre aceptar tal invitación y asumir el costo político de
 una ruptura total. Cabe felicitarse por ello y por el hecho de que 
nuestro país recupere lo mejor de su doctrina y de su praxis 
diplomática, las cuales lo colocaron en el pasado reciente como un 
referente de pertinencia, sensatez y dignidad en el ámbito 
internacional.
 
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