 
       
El mundo se mueve 
geoeconómicamente y aún no lo dimensionamos lo suficiente. Seguimos 
mirando hacia los mismos polos creyendo que son los únicos. Nadie duda 
de que Estados Unidos, la Unión Europea y Japón aún conforman un 
triángulo clave en materia económica, pero no es el único espacio 
existente. Gracias al creciente protagonismo de los países emergentes, 
de los BRICS, se abrió algo más el ángulo de la cámara. Sin embargo, a 
pesar de ello, todavía hay mucho más detrás de ese muro construido por 
los centros convencionales del poder económico.
Es cierto que la economía global no pasa
 por su mejor momento. La tasa de crecimiento del PIB mundial prevista, 
por ejemplo, por la OCDE para los dos años próximos, es del 3,5%. La 
productividad está a la baja y el comercio también. La economía real no 
despega, y todo ello dificulta el escenario a enfrentar por las 
economías latinoamericanas. Pero si la región se empecina en intentarlo 
únicamente con los bloques económicos de siempre, el objetivo se tornará
 aún más complejo. No es momento para dejar de relacionarse con el otro 
gran campo de posibilidades existente más allá del orden económico y 
financiero dominante.
No percatarse de la importancia 
económica de Indonesia, Malasia, Vietnam, Corea del Sur, Turquía, Irán, 
Nigeria, Egipto o Camboya, y de tantos otros países más, sería un error 
estratégico garrafal en clave geoeconómica. China ya se dio cuenta de 
este fenómeno hace más de una década y actuó en consecuencia, 
diversificando sus relaciones económicas y dándole mayor prioridad a 
este nuevo mundo prominente. Latinoamérica debe hacerlo cuanto antes 
para construir una alternativa a la única que le ofrecen los países 
centrales tradicionales, que tiene como base el creciente endeudamiento 
externo sin reactivación productiva. Si no se esquiva a tiempo el 
derrame de deuda externa provocado por el gran boom de impresión en esta
 última década (10 billones emitidos entre Estados Unidos, Unión 
Europea, Inglaterra y Japón), la región quedará atada de pies y manos, 
con la condena de tener un modelo de desarrollo fuertemente 
financiarizado, vacío de economía real, sin demanda interna y altamente 
dependiente.
El otro grupo de países mencionados 
están en fase de expansión y esto ha de ser aprovechado como oportunidad
 para la nueva inserción estratégica y eficiente a la que deben aspirar 
los países latinoamericanos. Entre todos, Indonesia es el país más 
importante, como lo manifiesta el último informe de la OCDE. El año 
pasado Indonesia se situó como la decimosexta economía en el mundo por 
el tamaño de su PIB; y como la séptima a nivel global si se ajusta su 
PIB por paridad de poder adquisitivo, según datos del Banco Mundial. 
Para las las proyecciones de la OCDE, Indonesia será la cuarta economía 
global para 2060. Y, a pesar de esta importancia, la relación comercial 
entre América Latina y el Caribe y este país es ínfima (del total de 
importaciones de la región en 2017, apenas el 0,3% provino de 
Indonesia).
Pero esta no es la única economía a 
considerar en el nuevo mapa geoeconómico con el que relacionarse. Por 
ejemplo, Malasia hoy está a las puertas de convertirse en un país de 
altos ingresos (lugar 27 en el ranking de las economías globales, con 
crecimiento previsto del 5,5% para este año 2018); Vietnam logró una 
tasa de crecimiento promedio del 6,4% en el periodo 1985-2015; Corea del
 Sur ocupa el puesto 12 en importancia económica en el mundo y el sexto 
en exportaciones; Turquía aparece en el lugar 18 en el mundo por su PIB 
(en 2017 su PIB creció un 7,4%); Nigeria ha promediado un 7% de 
crecimiento económico en la última década; Egipto está creciendo a una 
tasa del 5%; Camboya ha crecido con un constante 7% en los últimos tres 
años.
Estos son algunos datos que confirman 
que hay otro mundo más allá de Occidente, y que no estamos mirando hacia
 él. Los mencionados países están en fase de expansión y crecimiento, y 
presentan una ventaja fundamental: son economías aún por desarrollar y, 
por tanto, es más fácil encontrar una relación de complementariedad más 
simétrica en materia productiva, comercial y financiera con ellas. 
Representan potenciales aliados económicos con mayores similitudes en 
tamaño y desarrollo, lo que permite diseñar hojas de ruta específicas 
para que ambas partes puedan salir ganando, o sea, sobre una base de 
intercambio menos desigual, sin tanta dominancia ni supremacía de uno 
sobre otro.
El nuevo paradigma ganar-ganar en las 
relaciones económicas internacionales para Latinoamérica reside en este 
otro universo naciente por explorar, sin que ello signifique que se 
abandone el relacionamiento con los BRICS ni con las economías 
centrales.
 
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