Abraham Nuncio
No tengo el correo de la 
señora Hillary Clinton, política estadunidense que participó como 
candidata del Partido Demócrata en las elecciones de las que resultó 
ganador Donald Trump, candidato del Partido Republicano de Estados 
Unidos. He pensado enviarle un mensaje. Aquí quiero compartir ese texto 
con los lectores de La Jornada.
Distinguida Sra. Hillary Clinton:
Con todo respeto, creo que usted debiera autodeclarse presidenta 
interina de Estados Unidos. Después de todo, usted participó como 
candidata del Partido Demócrata en las últimas elecciones 
presidenciales. Sin duda ya está enterada de que Donald Trump, actual 
presidente de su país, ha reconocido presidente interino al líder de la 
oposición en Venezuela. Un hombre que ni siquiera ha participado como 
candidato en las elecciones constitucionales para ese cargo.
Usted también sabe que Trump se mantiene mintiendo a todos como 
política de su mandato. De este modo ha minado el estado de derecho y 
las garantías de los estadunidenses. Sabe también que es un político que
 ha hecho añicos todo principio moral; que desprecia la integridad 
institucional de su país; que cualquier ciudadano estadunidense con una 
gota de decencia siente vergüenza de tener en el poder a un individuo 
como él. ¿Por qué, entonces, tolerar a un garabato político en la 
Oficina Oval?
Trump promueve la idea de que el presidente constitucional de 
Venezuela, Nicolás Maduro, es un dictador. Un dictador con más de 20 por
 ciento de los votos sobre su competidor más cercano en las elecciones 
de 2018, con el consenso de los partidos que participaron en esa 
elección y la presencia de un grupo de observadores internacionales que 
avaló sus resultados.
Con mucha menos ventaja sobre usted en las elecciones de 2016 (su 
equipo seguramente ha descubierto ya las trampas de Trump para hacerse 
del poder y no precisamente con el voto popular), ahora quiere ser el 
dictador del mundo. Y confunde hablar de democracia con abrir la caja de
 Pandora.
Cualquier opinión contra su voluntad de convertirse en presidente 
interino de Estados Unidos se verá anulada por el estruendoso aplauso 
que recibirá una vez que lea el primer párrafo de su anuncio en la 
conferencia de prensa correspondiente. Fácil le sería a usted echar 
abajo cualquier argumento en contra de su decisión de evitar la miseria 
en la que Trump ha sumido a sus compatriotas –incluido el personal de su
 sastrería– y a millones de personas en el mundo. Será suficiente con 
que lea al revés lo que publican Fox News y medios similares. En esos 
medios no se da mayor difusión a las voces sensatas, por ejemplo la de 
Bernie Sanders, que advierte como indebida cualquier intervención del 
gobierno de Washington en las naciones latinoamericanas.
Algo que también pudiera hacer sobre el tema es constatar si la 
Iglesia presbiteriana, a la que pertenece Trump, ha revisado ya su 
conducta infrahumana. Una mezcla de Hitler y Herodes.
Trump, como cualquiera lo puede comprobar, es el campeón indiscutible
 del darwinismo social: la supervivencia del más apto (el más fuerte). 
Para nuestros países esto significa Estados Unidos Über Alles. O bien, la vuelta a la doctrina Monroe; en los hechos, el Unitedfrutism.
 Aunque parece que esta doctrina no significa lo mismo que en los 
tiempos del presidente James Monroe (segunda década del siglo XIX). Los 
antiguos países coloniales de Europa quieren su cuota en cualquier 
movimiento que signifique botín: petróleo, oro, plata, cobre, agua, 
electricidad, todo, excepto las personas. Nada de inmigrantes. Como 
Trump, hablan de democracia. Pero usted pregúntese: ¿cuándo Estados 
Unidos o cualquier país europeo ha establecido la democracia en aquellos
 países a los que ha castigado o invadido?
En cualquier crisis, como la inducida por Washington en Venezuela, 
aparecen ciertas verdades. Cuando el presidente Hugo Chávez señaló 
públicamente al rey Juan Carlos en torno al intento de golpe de Estado 
tras el cual estaba su gobierno presidido por José María Aznar, él se 
puso histérico. 
¿Por qué no te callas?, espetó al presidente Chávez. Por su boca hablaba el papel que jugó en ese episodio el monarca español. Él era el titular de las relaciones exteriores de España. Como ahora lo es el rey Felipe VI, quien está detrás del presidente Pedro Sánchez Pérez-Castejón advirtiendo al presidente Maduro que convoque a elecciones en un máximo de ocho días. Otro intento de golpe de Estado. Como otras veces en el pasado, España hace de madrastra gruñona y amenaza con castigar a una de sus antiguas colonias. La vuelta del Estado absoluto gobernado por Fernando VII, nada menos.
Si no importa quién pueda autodeclararse presidente de un país (ya 
sea interino o no), usted, con los créditos que tiene en su currículum, 
podría convocar a elecciones extraordinarias en Estados Unidos. Nada más
 justo desde el punto de vista de Washington. ¿O esto sólo vale para los
 países que conforman su backyard?
 
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