Desde hace ya largo 
tiempo, en el ámbito sociológico de Nuestra América diversas voces han 
contribuido a la gestación de una racionalidad no-eurocéntrica, 
especialmente centrada en lo que ha sido la realidad dependiente y 
colonizada de nuestros países (sin dejar de extender sus miradas al 
conjunto general que conformamos como territorio frente al mundo). No 
escasean quienes, antes y luego de la lucha inicial por la 
independencia, plantearon la necesidad de alcanzar plenamente la 
independencia intelectual de las naciones de nuestra América. Pensadores
 de índole diversa, como Simón Rodríguez, José Martí o José Carlos 
Mariátegui, cada uno en su momento y desde perspectivas particulares, 
juzgaron harto necesaria esta otra independencia, especialmente cuando 
en el horizonte comenzó a perfilarse un nuevo tipo de dominación 
imperial, distinto en métodos y doctrina, pero igual en intereses al de 
España.
 Este ha sido un proceso no carente de ciertas dificultades, 
sobre todo si se considera la fuerte influencia ejercida por el 
eurocentrismo sobre el mundo académico y las relaciones de poder 
derivadas del modelo de Estado burgués liberal vigente. 
 Al 
respecto, vale aclarar, de acuerdo a lo escrito en «Colonialidad del 
Poder y Clasificación Social» por Aníbal Quijano, que el eurocentrismo 
«no es la perspectiva cognitiva de los europeos exclusivamente, o sólo 
de los dominantes del capitalismo mundial, sino del conjunto de los 
educados bajo su hegemonía. Y aunque implica un componente etnocéntrico,
 éste no lo explica, ni es su fuente principal de sentido. Se trata de 
la perspectiva cognitiva producida en el largo tiempo del conjunto del 
mundo eurocentrado del capitalismo colonial/moderno, y que naturaliza la
 experiencia de las gentes en este patrón de poder. Esto es, la hace 
percibir como natural, en consecuencia, como dada, no susceptible de ser
 cuestionada. Desde el siglo XVIII, sobre todo con el Iluminismo, en el 
eurocentrismo se fue afirmando la mitológica idea de que Europa era 
preexistente a ese patrón de poder; que ya era antes un centro mundial 
del capitalismo que colonizó al resto del mundo y elaboró por su cuenta y
 desde dentro la modernidad y la racionalidad. En este orden de ideas, 
Europa y los europeos eran el momento y el nivel más avanzados en el 
camino lineal, unidireccional y continuo de la especie. Se consolidó 
así, junto con esa idea, otro de los núcleos principales de la 
colonialidad/modernidad eurocéntrica: una concepción de humanidad, según
 la cual la población del mundo se diferencia en inferiores y 
superiores, irracionales y racionales, primitivos y civilizados, 
tradicionales y modernos». 
 Gracias a la influencia 
ideológica-cultural de la Ilustración, en nuestra América se dio por 
sentado que la historia y el progreso humanos seguían un curso 
ineludible, una línea recta, que desembocaría en el establecimiento de 
un modelo de sociedad universal que estaría, por supuesto, bajo la sacra
 tutela civilizatoria de Europa, al que era preciso incorporar (de ser 
preciso, a la fuerza) al resto de los continentes que se hallaban, según
 la óptica eurocentrista, en estado salvaje. Así, América vino a ser 
descubierta y «sumada» a la historia, a pesar de los miles de años 
transcurridos del poblamiento de su ancho territorio. No se hizo lo 
mismo con África y Asia, dados los antecedentes de contactos -en uno u 
otro sentido- con sus habitantes, especialmente de índole comercial. 
 Abya Yala (nuestra América) vendría a conjugar la fantasía y el afán de
 riquezas de los aventureros europeos, a tal grado que su búsqueda 
incesante de la ciudad de El Dorado marcaría el objetivo de sus 
incursiones en el territorio desconocido que reclamaron como propio, en 
nombre de su monarca. Desde entonces, el suelo de nuestra América se 
convirtió en escenario propicio para hacer realidad las fantasías del 
Paraíso en la Tierra. Tomás Moro habría de hablar respecto a Utopía, un 
lugar sin ubicación precisa donde sus moradores vivían según el ideal 
cristiano, aún sin tener conocimiento alguno de la doctrina religiosa 
que tiene como su base las enseñanzas de un humilde carpintero de 
Galilea. 
 Esta marca de nacimiento del colonialismo y la 
colonialidad de Nuestra América (lo cual podría aplicarse igualmente al 
conjunto de África y Asia, sin mucha complicación) explica en gran parte
 -si no todo- la serie de conflictos suscitados en relación con los 
derechos democráticos y humanos reclamados por los sectores populares y 
la renuencia y represión mostradas, al mismo tiempo, por los sectores 
oligárquicos dominantes; en una lucha que muchas veces no se puede 
circunscribir meramente a una lucha de clases sino que la trasciende y 
abarca un mayor nivel. 
 Se podría responder que «no es 
simplemente un conocimiento nuevo lo que necesitamos; necesitamos un 
nuevo modo de producción de conocimiento. No necesitamos alternativas, 
necesitamos un pensamiento alternativo», tal como lo expone Boaventura 
de Sousa Santos en su libro «Renovar la teoría crítica y reinventar la 
emancipación social (encuentros en Buenos Aires)», hablando de la 
necesidad revolucionaria que tienen los pueblos de los países 
periféricos del sistema capitalista global de emprender nuevos caminos 
hacia su emancipación integral, prescindiendo en la medida de lo posible
 del cúmulo filosófico heredado del eurocentrismo, habida cuenta de lo 
que éste ha representado en la historia de represiones, explotación y 
fascismo social que los mismos tienen en común a manos del Estado 
burgués liberal. Esto nos lleva a citar del mismo autor lo que él 
denomina monocultura del tiempo lineal, esto es, «la idea de que la 
historia tiene un sentido, una dirección, y de que los países 
desarrollados van adelante. Y como van adelante, todo lo que existe en 
los países desarrollados es, por definición, más progresista que lo que 
existe en los países subdesarrollados: sus instituciones, sus formas de 
sociabilidad, sus maneras de estar en el mundo. Este concepto de 
monocultura del tiempo lineal incluye el concepto de progreso, 
modernización, desarrollo, y, ahora, globalización. Son términos que dan
 idea de un tiempo lineal, donde los más avanzados siempre van adelante,
 y todos los países que son asimétricos con la realidad de los países 
más desarrollados son considerados retrasados o residuales». 
Hará 
falta entonces emprender una sostenida ruptura teórica, política, 
cultural y académica contra toda forma de poder que tenga por base la 
colonialidad. Esto implica la reelaboración de experiencias compartidas y
 protagonizadas desde abajo por los sectores populares, lo cual se 
convierte en un elemento clave para lograr una emancipación realmente 
integral de pueblos y personas; al mismo tiempo que se confronta la 
coyuntura política generada por los intereses de las grandes 
corporaciones transnacionales, a nivel de nuestra América y el resto del
 mundo. 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario