El neoliberalismo es la
 expresión actual de la transición del capitalismo a una nueva fase de 
la internacionalización del capital, caracterizada por la supremacía de 
las corporaciones trasnacionales y el predominio, a una nueva escala, 
del capital financiero internacional sobre el capital productivo. En 
esta nueva fase del capitalismo no crece -como se afirma- la 
interdependencia, sino que se agudiza y profundiza la dependencia de los
 países subdesarrollados.
 Es cierto que hay una nueva interrelación 
dinámica entre lo internacional, regional y lo nacional, pero el 
elemento nacional no desaparece y prueba de ello son las agudas pugnas o
 guerras comerciales entre Estados Unidos, los países de la Unión 
Europea, China y Japón, así como las contradicciones al interior de la 
propia Unión Europea, que es en principio el esquema de integración que (pareciera que) más ha avanzado en el mundo. 
 En todo caso, donde sí está desapareciendo la cultura de lo nacional es
 en los países del llamado Tercer Mundo, en virtud del incremento de su 
dependencia de las grandes potencias industrializadas, lo que se 
manifiesta a través de la extranjerización de sus economías, la pérdida 
de sus recursos naturales, la erosión de su soberanía y el incremento de
 la injerencia y la intervención foránea. 
 En estos últimos años,
 la avalancha ideológica neoliberal ha sido de tal magnitud, que incluso
 ejerce una influencia determinante en la producción teórica y en la 
práctica política de diversos sectores de la izquierda. Con diferentes 
matices, se afianzó la idea de que la revolución social es irrealizable,
 por lo que es necesario adaptarse a las reglas del capitalismo y tomar 
distancia del lenguaje y los programas radicales, de cambios 
estructurales. 
 El comandante  Ernesto Che Guevara,
 decía que "el capitalismo recurre a la fuerza, pero, además educa a la 
gente en el sistema. La propaganda directa se realiza por los encargados
 de explicar la ineluctabilidad de un régimen de clase, ya sea de origen
 divino o por imposición de la naturaleza como ente mecánico. Esto 
aplaca a las masas que se ven oprimidas por un mal contra el que no es 
posible luchar" ("El socialismo y el hombre en Cuba", 1965). 
 Algunos renunciaron hace ya mucho tiempo al socialismo, mientras que 
otros diluyen su esencia y lo convierten en una especie de capitalismo 
idílico, dentro del cual será posible satisfacer los intereses del 
conjunto de la nación. Argumentan que a lo que más se puede aspirar es a
 moderar los excesos de las políticas antipopulares y que los oprimidos 
deben seguir cediendo paulatinamente, porque corren el riesgo de 
perderlo todo. 
 En realidad la izquierda ha sido incapaz de 
responder de manera efectiva a los diferentes ciclos de crisis 
financiera, y al rol del Estado, por un lado contrario a las iniciativas
 “genuinamente” públicas, y por otro a la puesta en marcha de políticas a
 favor del mercado. Los ejemplos más elocuentes son las asociaciones 
públicas privadas (PPP, modelo del Banco Mundial). 
 Esta 
actitud de la izquierda progresista genera descontento y desconfianza en
 los sectores populares, y estimula de alguna medida la agresividad de 
la derecha, para la cual, quien provenga de la izquierda, jamás 
terminará de expiar sus culpas. En cualquier caso la derecha no engaña a
 nadie, se comporta y gobierna de acuerdo a su ideología, asume el 
desprecio por las clases trabajadoras y a las ventajas concedidas al 
capital. 
 En realidad la derecha es derecha de acuerdo a una 
serie de valores, a unas acciones y unos intereses de clase que 
desarrolla, defiende e impulsa, mientras que la izquierda representa la 
negación de esos valores, acciones e intereses. 
 Pero si se 
observan las políticas que en la actualidad se ejecutan, a lo largo y 
ancho del planeta podemos afirmar que la diferencias entre derecha e 
izquierda parece puramente semántica, y que solo las controversias 
surgen y se hacen más visibles en periodos electorales, cuando se 
intensifica la competencia en un mercadeo en pos de los votos de los 
ciudadanos. 
 En la actualidad, frente a los síntomas de 
incremento de la crisis económica, política, social, y moral se pretende
 nuevamente tomar la iniciativa para mediatizar otros reclamos 
populares. Ahora nos hablan de un Estado redistribuidor y de la 
necesidad de políticas sociales que promuevan el desarrollo humano, al 
tiempo que condenan la desigualdad y la pobreza. 
 ¿Acaso no nos 
explicaban hasta hace poco que la economía imponía un límite? ¿No nos 
decían que ese límite hacía inevitable que una parte creciente de 
nuestras sociedades quedase condenada a un eterno estatus infrahumano? 
¿Cómo explicar que nuestro subcontinente es el que registra el mayor 
índice mundial de crecimiento simultáneo de la riqueza y la pobreza? 
 Si hay más riqueza: ¿por qué tiene que haber mayor pobreza? ¿Será 
cierto que la economía impone tal límite al desarrollo humano o es que 
el límite lo impone el deseo de elevar las tasas de ganancia a cualquier
 costo? ¿Es éste el entorno "moderno" que le permitirá a la izquierda 
construir la democracia, con justicia social y desarrollo sostenible? 
 Con el denominado desarrollo sostenible, nos sucede algo similar a lo 
que ocurre con las limitaciones del sistema capitalista, ya que se ha 
convertido en un concepto polivalente que se recita como una especie de mantra
 por parte de todo tipo de agentes económicos, sociales, políticos, 
culturales y ambientales, incluso por aquellos que más contribuyen con 
sus acciones al deterioro ambiental. 
 Dichas nociones se han 
magnificado de forma interesada al mismo tiempo que se integran en la 
engrasada maquinaria de la mercadotecnia y la publicidad. Se convierte 
en algo de buen tono, propio de ciudadanos comprometidos y progresistas,
 hablar de ecología, desarrollo sostenible, crecimiento sustentable, 
recursos ambientales, en cuanto surge la mínima ocasión. 
 Claro, 
sin cuestionar que estos conceptos encierran en sí mismo una 
contradicción insalvable con la esencia inmanente del modo de producción
 capitalista, pues éste genera antagonismos que lo hacen insostenible 
hasta el punto de tener suficiente poder ideológico, cultural, técnico 
económico-político como para destruir el planeta. 
 Hace ya algunos años que en los foros de izquierda
 se insiste en la necesidad de encontrar proyectos alternativos al 
neoliberalismo, pero la búsqueda es tan retórica como infructuosa. Y 
seguirá siendo infructuosa y eterna mientras se mantenga como premisa la
 aceptación de que el status quo impuesto por la globalización 
neoliberal es inmutable. 
 Es verdad que el mundo experimenta 
transformaciones irreversibles, en virtud del desarrollo de la 
Revolución científico-técnica, pero la globalización neoliberalimpone un
 orden económico, político y social aún más esclavista y explotador, no 
es el camino al futuro, sino un callejón sin salida para toda la 
humanidad. 
 Por este motivo, esos sectores de la izquierda que 
supuestamente tienen un enfoque moderno de las nuevas realidades, 
deberían estudiar cómo el neoliberalismo altera el sistema político 
dentro de sus respectivos países, para evaluar adecuadamente el valor 
real de la simple cosecha electoral, cuando se carece de un proyecto de 
poder. De lo contrario, seguirán siendo ellos los que tienen una lectura
 equivocada de la realidad y continuarán midiendo los resultados de su 
gestión política por parámetros obsoletos. 
 Ese camino conduce a 
administrar o coadministrar la crisis del capital en beneficio de los 
capitalistas y a cargar con los costos que a ellos les corresponden. El 
capitalismo, en su fase neoliberal, demostró ser un sistema basado en el
 incremento sin límites de la desigualdad y la marginación, que 
beneficia exclusivamente a las trasnacionales y las élites locales a 
ellas asociadas. 
 Puede que la transformación profunda de la 
institucionalidad sólo sea posible a mediano o largo plazo, pero el 
combate frontal contra el neoliberalismo es una tarea impostergable, 
porque mientras más avance más desintegradas quedarán nuestras naciones.
 
 ¿Qué países tendremos los latinoamericanos cuando no queden 
escuelas, sino sólo colegios privados; cuando no queden hospitales, sino
 sólo clínicas privadas; cuando no queden parques, ni carreteras, ni 
recursos naturales propiedad del pueblo, todo ello combinado con una 
reducción indetenible del poder adquisitivo de la ciudadanía en general?
 
 El capitalismo neoliberal ya no sólo descarta y cierra las 
puertas a los humildes, sino también, entre muchos otros, a los pequeños
 medianos -e incluso grandes- empresarios que no pueden competir dentro 
de sus propios países, en virtud de la apertura unilateral y 
discriminatoria de mercados. 
 El capitalismo carece de respuestas
 y soluciones para las necesidades y aspiraciones de los pueblos. 
Podemos afirmarlo abierta y francamente, aunque en esta etapa de la 
lucha no todos estén de acuerdo con el socialismo. Podemos afirmarlo 
porque dentro del capitalismo no hay alternativa. Ya está demostrado 
que, incluso donde hubo -y donde hay- crecimiento económico, sigue y 
seguirá aumentando la pobreza y la marginación. 
Eduardo Camín.
 Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de 
prensa de la ONU en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de 
Análisis Estratégico (CLAE,  www.estrategia.la) 
 

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