La Jornada 
Ayer, alrededor de 500 personas,  entre
 ellas varios menores de edad, realizaron un intento desesperado por 
ingresar a Estados Unidos en el tramo fronterizo que separa a Tijuana de
 San Diego, con saldo de al menos una mujer lesionada y decenas de 
personas alcanzadas por los gases lacrimógenos que lanzó la guardia 
fronteriza estadunidense. El grupo, que ahora enfrenta la determinación 
de las autoridades mexicanas para deportar de inmediato a quienes 
intentaron el fallido cruce, era parte de los más de 5 mil 
centroamericanos que se encuentran en el albergue del deportivo Benito 
Juárez de la ciudad fronteriza con la esperanza de que se atiendan sus 
peticiones de asilo.
La desesperación plasmada en esta tentativa, condenada de antemano al
 fracaso, es un recordatorio de la intolerable situación padecida por 
las miles de personas, procedentes en su mayoría de Honduras, El 
Salvador y Guatemala, que desde hace seis semanas han ingresado a 
territorio mexicano en su camino hacia el norte. Cabe recordar que 
quienes integran las denominadas caravanas migrantes han enfrentado las 
dificultades que supone la marcha a lo largo de miles de kilómetros, a 
pie y bajo condiciones climáticas adversas, así como las penalidades 
existentes en el albergue fronterizo, a todas luces rebasado por la 
cantidad de personas que aloja: estas instalaciones ofrecen apenas 24 
letrinas portátiles para 5 mil 221 personas, entre las que se cuentan 
453 niños y 470 niñas.
A todas estas causas de exasperación entre quienes huyeron de sus 
regiones de origen, ya sea para poner sus vidas a salvo o para buscar 
las oportunidades laborales que les han sido vedadas en sus naciones, 
debe sumarse, por supuesto, la implacable hostilidad del mandatario 
estadunidense, Donald Trump, cuya administración, no satisfecha con 
incumplir sus deberes humanitarios, ha emprendido una campaña de 
estigmatización de los migrantes. Las diatribas del magnate no son en 
modo alguno inocuas, pues además de exaltar el chovinismo racista en su 
propio país, han sido inspiración para los ataques xenófobos perpetrados
 por contingentes, hasta ahora reducidos pero especialmente agresivos, 
de la sociedad tijuanense.
Ante la inminente llegada de una nueva caravana con 2 mil 500 
personas a la ciudad de Tijuana, queda claro que resulta impostergable 
tomar medidas que lleven a una solución humanitaria y realista de la 
crisis migratoria en curso. Dicha salida requiere de diálogo y 
negociación entre los gobernantes de todos los países involucrados, 
quienes deben tener tanto el buen sentido como la voluntad política para
 llegar a un arreglo que evite la multiplicación de las víctimas y 
responda a los derechos imprescriptibles de las personas. De no 
avanzarse en esta dirección, se estará gestando una auténtica tragedia 
humanitaria.
 
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