Leopoldo Santos Ramírez*
Como sucede con muchas de las
ideas equivocadas en materia de migración, la percepción de la gente en
relación con los hondureños y los demás centroamericanos es que están
migrando solamente mediante las caravanas.
La realidad es que el flujo de centroamericanos cruzando hacia
Estados Unidos o regresando a sus países se está desarrollando
continuamente desde hace décadas, al grado de que han logrado conformar
una población cercana a 5 millones de residentes dentro de Estados
Unidos (EU) a lo largo de los años. Es decir, la caravana es solamente
otro método para internarse a territorios mexicano y estadunidense, y
por su espectacularidad alcanza una gran difusión. Pero todos los días, a
cualquier hora, hondureños y los demás istmeños e incluso mexicanos
indocumentados se internan en EU o retornan a sus países, al tiempo que
la caravana avanza.
Realmente los hondureños están migrando o transmigrando masivamente
desde hace décadas, (el Centro Pew, trabajando con estadísticas del
Censo estadunidense contabilizaba 853 mil hondureños residiendo en EU en
2015).
Lo singular de esta caravana consiste en su volumen y en los efectos
que está produciendo: a) por primera vez los centroamericanos organizan
autónomamente una movilidad de ese tamaño, resultando un método más
seguro y efectivo; b) por esta razón, la tardía respuesta del Estado
mexicano de otorgarles la calidad de refugiados fue inoperante para sus
objetivos de llegar a la frontera; c) la forman con una mayoría de
familias, lo cual les proporciona mayor fuerza para resistir juntos los
embates negativos; d) la primera caravana y las que le siguen influyen
en la formación de un sentido de identidad y solidaridad de los
migrantes como sujetos de cambio, susceptibles de autorganizarse. El
otro paso más difícil y por ahora lento consiste en cómo las caravanas
podrían atraer al escenario a sus pares, es decir, a los inmigrantes
dentro de EU todavía sin organizaciones fuertes, obligados a luchar por
sus derechos humanos viviendo clandestinamente, pero no hay duda de que a
mediano plazo la inercia de su movilidad los conducirá hacia allá
buscando apoyo; e) a medida que avanza, la caravana va tensando algunos
puntos neurálgicos de la zona fronteriza a uno y otro lado de la línea, y
con ello presiona las relaciones internacionales de México con Estados
Unidos. Uno de esos puntos es el comercio.
El control policiaco-militar de la frontera hace que la circulación
de mercancías y personas se haga más lenta en las garitas aduanales por
la exhaustiva revisión. Han comenzado las protestas de las cámaras de
comercio de ambos lados por la militarización que disminuye la capacidad
del comercio de mantener empleados que son despedidos. No se trata sólo
del efecto de la movilización militar, sino que desde hace poco más de
un lustro, negocios medianos y pequeños del lado estadunidense de la
línea han estado cerrando sus operaciones, algo parecido a lo que
acontecía antes de la gran recesión de 2008.
El otro punto un poco más difícil es el comercio del narcotráfico.
Los mexicanos de la frontera están preocupados porque, como ha ocurrido
en otras ocasiones, al reforzar la vigilancia policiaca y militar el
flujo de droga no puede pasar y se queda en las ciudades fronterizas,
buscando clientela entre las poblaciones mexicanas. Ciudades sonorenses
como Nogales, Agua Prieta y San Luis Río Colorado tienen hoy un fuerte
problema de drogas, el cual puede agravarse, pero son apenas un ejemplo
de lo que ocurre en la extensa frontera.
A eso se agrega que al existir una sobreoferta de enervantes aumenta la lucha de cárteles, incluso
por zonas de ganancias mínimas. Por eso este punto requiere de la
máxima atención del lado mexicano. En la medida que la caravana se
disperse, sus integrantes se vuelven vulnerables al ataque de polleros y narcos, de bandas menores que buscarían utilizarlos como mulas o burreros.
Sin embargo, la situación más difícil de sortear se encuentra al otro
lado de la línea por la capacidad de fuego distribuida entre los
agentes de migración, las policías estatales, las de los condados, la de
los rancheros estadunidenses y la Guardia Nacional. A pesar de que
Trump ha declarado que no se usarán las armas, las cosas podrían
salírsele de control, como suele ocurrirle en materia internacional.
Incluso observadores veteranos de la frontera se preguntan si EU está
preparando una especie de guerra.
En este resumen de condiciones, el presidente Enrique Peña Nieto está
obligado a utilizar el aparato de la política exterior del Estado
mexicano con la finalidad de entablar negociaciones de inmediato con
Washington, impulsando soluciones pacíficas a los asuntos migratorios,
con la misma vehemencia que lo hizo al negociar el TLCAN, hoy en
entredicho por el arribo de la mayoría demócrata a la Cámara de
Representantes. No es una obligación de Estado que Peña Nieto pueda
abandonar, ni siquiera porque está a semanas de dejar el cargo.
Absolutamente, no porque el riesgo de una tragedia durante el viaje o ya
en la frontera sigue presente para la caravana. De suceder sería una
marca de culpabilidad que la historia no le perdonaría.
* Profesor e investigador de El Colegio de Sonora
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