Este pasado abril, la 
situación de Nicaragua dio un giro brusco hacia un punto que pocos 
imaginábamos con facilidad meses, e inclusos años atrás.
Es una 
realidad que la situación sociopolítica del país venía mostrando señales
 de deterioro, dado que diversos conflictos internos venían acumulándose
 y mostrándose por medio del descontento social y por la provocación de 
los mismos por grupos adversos y ajenos al gobierno. Han habido 
manifestaciones y protestas por diversos motivos que van, desde los 
afectados por el proyecto de construcción del canal interoceánico 
(legitimas e infundadas), la gestión del incendio de la reserva Indio 
Maíz (espontáneas y manipuladas), hasta el ajuste del sistema de 
seguridad social (ordenadas por el FMI1, sin mucho consenso social, y con la firme oposición del COSEP2)
 que afectaba a toda la estructura económica (aunque más a los grandes 
empresarios); sin obviar que también han habido errores por parte del 
gobierno a la hora de tomar en cuenta de manera suficiente, a los 
diferentes sectores de la población que van más allá de las estructuras 
de poder tradicional y formal, es decir, a las verdaderas bases en las 
cuales debería sostenerse el ejercicio del poder. La falta de pedagogía 
política para hacer llegar las explicaciones y debidas consultas a todas
 las estructuras sociales, gremiales, empresariales, y demás colectivos,
 conllevó a que una parte interesada de la oposición, capitalizara estas
 debilidades para ir orquestando un sinnúmero de campañas (financiadas 
muchas con fondos directos del gobierno de Estados Unidos) en contra de 
la gestión y de las decisiones (acertadas o no) del gobierno. 
A 
esto vale agregar, que el acto de gobernar cualquier país durante once 
años, conlleva también un cierto deterioro en la percepción de la 
gestión por parte de la población, además de una cierta desesperación 
por parte de ciertos opositores políticos, dada la imposibilidad de 
ganar en las elecciones (todas siempre “cuestionadas” por diferentes 
sectores de la sociedad, incluyendo las dos últimas aún siendo avaladas 
internacionalmente por la OEA3 https://bit.ly/2OjPyVn). 
También
 han faltado acciones que desmontaran la campaña que cuestionaban los 
procesos electorales, dado que sin dichas acciones, los mensajes se 
convirtieron en verdades aceptadas por muchos sectores. La insuficiente 
disposición del gobierno para desmentir de forma fehaciente dichos 
mensajes, puso en bandeja la efectividad de los mismos; por lo que en 
este sentido este aspecto debe servirle de autocrítica y reflexión para 
los tiempos actuales y los venideros. En cierta forma, algunos aspectos 
de estas reflexiones, ya habían sido tomadas en cuenta cuando se empezó a
 crear un grupo de trabajo entre el gobierno y la OEA para determinar 
los lineamientos y parámetros de un proceso electoral transparente con 
garantías. 
El tema de Nicaragua es complejo porque lo envuelve 
una enorme nube de propaganda multidireccional, ademas que dicha 
problemática abarca factores que van desde lo económico, el 
sociopolítico, el histórico, y el geopolítico. Estos elementos caben 
desarrollarlos por separados por su extensión e implicaciones.
Como consecuencia del shock sufrido por todo el país, están la pérdida de varios puntos porcentuales del PIB5, la perdida de varios cienes de miles de puestos de trabajo, el cierre por quiebra de muchas empresas, principalmente MIPYMES6,
 la fuga de capitales en forma de dólares que limita la liquidez del 
país y pone en suspenso al sistema financiero, el impacto en la 
capacidad productiva de todos los sectores, el notorio deterioro de uno 
de los motores de la economía como es el turismo (hasta antes del mes de
 abril, Nicaragua era uno de los destinos más cotizados del mundo, 
debido a su relativa estabilidad y su riqueza natural y cultural), la 
innegable emigración hacia Costa Rica, Estados Unidos y España (hasta 
antes del mes de abril, la tasa de emigración era prácticamente 
irrelevante en relación al resto de Centroamérica), la inversiones 
internacionales directas se paralizaron o se dejaron en estado de 
hibernación, pero sobre todo hay consecuencias que casi no se dicen ni 
se pueden calcular fácilmente; y entre las cuales está la factura de 
convivencia social que existía antes de la crisis de abril. La factura 
psicosocial que se ha tenido que pagar por parte del pueblo es inmensa y
 desproporcionada, pues antes de esta crisis, por muchas diferencias que
 hubieran entre la población, existía un clima de relativo respeto a las
 diferencias; una tolerancia a lo opuesto y lo distinto, que permitía, 
que a pesar de las dificultades y defectos del gobierno y oposición, el 
país caminara relativamente en tranquilidad. Existían y siguen 
existiendo (ahora con mayor asiduidad) desigualdades e injusticias 
sociales que requerían y requieren de profundos cambios estructurales, 
pero la tendencia (gracias a una variedad de programas sociales) iba en 
camino hacia la disminución de las mismas; quizás a un ritmo lento y 
lejos de lo deseado, pero si marcando una tendencia. Hoy en día vemos a 
familiares, amigos, compañeros de trabajo, compañeros de credo, y el 
país en general, divididos, no principalmente por ideología o formas de 
gobernar abierta, clara y públicamente contrapuestas, sino por el rencor
 y el odio que han sido usados e insuflados como armas de guerra 
psicológica, en la dinámica de dividir para vencer, en este caso para 
deponer a un régimen político por “otro” de forma ilegal. Esta forma de 
dividir a nuestro pueblo ya ha sido utilizado desde la época de la 
invasión y saqueo español hasta nuestros días. 
El símil que 
usaría es en el que el pueblo está en su casa bien iluminada, todos 
vemos nuestras diferencias y debilidades, donde no estamos de acuerdo en
 todo, y quizás ni nos aceptemos siempre; sin embargo un actor externo 
nos apaga la luz, mete a elementos ajenos a nosotros, y usa otros de los
 nuestros para empezar una pelea. Al estar la luz apagada, no sabemos 
quien pega a uno, ni quien pega al otro. Nuestra casa es una casa móvil,
 y mientras nos echan pelear, los mismos que incitaron a esta situación,
 empujan de manera imperceptible la casa hacia un precipicio. ¿Quién 
gana? ¿Quién ha pierde? La reflexión está servida.
Estas últimas 
reflexiones no eximen de responsabilidades al gobierno en la actual 
crisis. Es oportuno analizar el papel que éste ha jugado y hasta dónde 
sus acciones y decisiones, han contribuido a que se desencadenara esta 
crisis. A esto me refiero a los elementos propios y nacionales, los 
cuales, hasta cierto margen, están en la capacidad de maniobra y 
negociación del gobierno. Las autoridades también deben abrir un debate 
interno (y público en la medida que las circunstancias lo permitan) 
sobre qué se ha podido hacer mal para haber llegado a este punto; pues 
esta situación no se estalla de forma automática el 18 de abril, sino 
que viene siendo preparada y fomentada por actores externos en 
coordinación con actores internos del país, pero también por la poca 
previsión y prevención de las autoridades para evitar, en la medida de 
sus posibilidades, que esto llegara hasta este punto. Ahora solo el 
diálogo sincero, por muy difícil que parezca y antes de que caigamos al 
despeñadero, puede ser única salida. Como mínimo hay que hacer que la 
luz vuelva a nuestra casa.
 Giovanni Zavala. Activista nicaragüense de Izquierda Unida y miembro del Colectivo Izquierda Nicaragua
 
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