Después de insultos, 
burlas y acusaciones, la Nueva Mayoría y sus partidos satélites, como el
 PRO y −cuesta decirlo, pero también− el PC, difunden el llamado a la 
unidad de las fuerzas progresistas y democráticas para hacer frente a la
 oleada derechista y autoritaria. La consigna está especialmente 
dirigida al Frente Amplio (aunque no a las otras fuerzas de izquierda ni
 a los movimientos sociales, lo que expresa un enorme interés electoral)
 y la vemos brotar en todos los ámbitos, desde el Parlamento y las 
dirigencias partidistas, pasando por los programas de debate televisivo,
 hasta llegar al despliegue de las bases –cuando existen, como en el 
caso del PC– en los distintos territorios.
 “Unidad de las fuerzas 
progresistas”, “Construimos juntos o nos hundimos separados”, son 
algunas de las proclamas que, antes de proponer una agenda o programa, 
parecieran estar más preocupados de la calculadora electoral y de cómo 
la derecha podría obtener un triunfo en las próximas elecciones 
municipales de 2020. 
 El peligro es real, y no sólo a nivel 
nacional, sino global: desde Trump, Bolsonaro, Macri y Piñera en 
América, hasta su actual expansión por Europa, desde los gobiernos, la 
oposición o en movimientos sociales de corte fascista. Hay que ponerles 
un dique y contraponer una alternativa. Para esto no basta con la 
denuncia o los testimonios morales, sino que requerimos, por un lado, de
 acciones concretas y de un proyecto común, y por otro, de un discurso 
transversal que haga sentido a las mayorías sociales, que son a quienes 
les hablan la derecha y los autoritarismos (políticos, empresariales o 
religiosos), y que la izquierda, a lo largo de todo su espectro y 
fragmentación, ha olvidado. 
 En una coyuntura tensionada por el 
asesinato del joven mapuche Camilo Catrillanca por las fuerzas 
especiales de la policía, el llamado “Comando Jungla”, quienes 
desplegaron un grosero montaje y una sarta de mentiras que el Gobierno 
trató de contener, pero que finalmente salieron a la luz; una coyuntura 
de represión, militarización y judicialización como agenda del 
oficialismo, envalentonado por el retroceso del progresismo 
latinoamericano y la derechización continental; una coyuntura de mayor 
inversión privada en la explotación de los bienes naturales y 
catástrofes socioambientales como las de Quintero-Puchuncaví, donde 
también resultó muerto el joven dirigente Alejandro Castro; donde el 
Gobierno (una vez más con el apoyo de la DC) consigue imponer la “Ley 
Aula Segura”, que no es sino, precisamente, una expresión de esta línea 
de represión y militarización de los conflictos, un proyecto que se 
pensó a partir del 1% de colegios del país, coincidiendo con una serie 
de “hechos” y (no cabe descartar) “montajes” policiales… En esta 
coyuntura, ¿es posible la unidad de las fuerzas progresistas? 
 
Una primera respuesta consiste en la idea de que si no es posible, al 
menos es innegablemente necesaria. Pero si apretamos los labios, 
reflexionamos y no nos dejamos arrastrar por el inmediatismo 
desmemoriado, una respuesta afirmativa se vuelve efímera… ¿Acaso la 
militarización de la Araucanía no ha sido también una política de los 
gobiernos de la Concertación/Nueva Mayoría, resultando desde 2001 a la 
fecha al menos quince mapuches asesinados y a quienes no se ha hecho 
justicia? ¿Acaso la explotación y privatización de los bienes comunes no
 ha sido también la forma de producir crecimiento y desigualdad 
económica y territorial de igual manera en los gobiernos de Frei, Lagos,
 Bachelet y Piñera? ¿No ha sido la corrupción, el tráfico de influencias
 y la elitización de la política responsabilidad de todos los gobiernos y
 partidos políticos por igual? ¿No es el modelo neoliberal y su 
gobernanza el proyecto surgido de las entrañas de la dictadura 
cívico-militar pero hecho propio y profundizado por los gobiernos y 
partidos de la Concertación/Nueva Mayoría, incluido el segundo mandato 
de Bachelet, cuyo objetivo no era otro sino sanear los 
resquebrajamientos del sistema y donde el PC se prestó para jugar un rol
 de contención de los movimientos sociales? 
 Los llamados a la 
unidad pasan de este modo de lo políticamente correcto a la 
inconsistencia más exuberante. Porque, agregando un cuestionamiento más a
 la perorata progresista, ¿no ha sido precisamente consecuencia de la 
imposición del modelo neoliberal −es decir, de un mercado desregulado, 
de una cultura del individualismo, el consumismo y el endeudamiento, de 
una enorme desigualdad económica, de derechos sociales mercantilizados y
 una democracia restrictivamente procedimental−, que hoy la derecha y el
 autoritarismo emergen y toman la iniciativa? 
 Ante tanta 
desigualdad, frustración y malestar, la sociedad, la gente, vuelve a 
reclamar protección y seguridad. Y dada la ausencia de una alternativa 
democratizadora y un proyecto claramente antineoliberal, la derecha y el
 autoritarismo se van desplegando. 
 ¿Quién podría negar que el 
modelo y la gobernanza neoliberal haya sido un proyecto consolidado 
tanto por la derecha como por la supuesta centro-izquierda, que han 
tenido al mercado desregulado o autorregulado como el ideal económico 
supremo? ¿Quién podría negar que los derechos sociales hayan sido 
desmontados sistemáticamente, en educación, salud, previsión social y 
vivienda, así como los derechos y capacidad de negociación de las y los 
trabajadores y −hoy más que nunca hay que decirlo− de los pueblos 
indígenas-originarios? ¿Han estado acaso dispuestas las autoproclamadas 
fuerzas progresistas, especialmente los partidos democratacristianos, 
socialistas, radical y PPD, a crear una Nueva Constitución y un nuevo 
modelo económico-social? ¿Han querido acaso los partidos elitizados 
transformar la democracia procedimental creada por Jaime Guzmán para 
legitimar el neoliberalismo y fundar, en contraposición, una democracia 
social, que distribuya la riqueza, expanda los derechos y empodere a las
 clases populares? 
 Ante esta realidad innegable de los últimos 
veintiocho años en la historia de Chile, ¿puede sorprender que la actual
 democracia sea hoy instrumentalizada por la derecha y el autoritarismo?
 
 Remediar la ausencia de una alternativa y proyecto 
antineoliberal es hoy de primerísima prioridad, para que nos volvamos 
capaces de orientar la democracia derechizada y autoritaria que hoy se 
impone a lo largo de la república en decadencia, por una democracia 
social y popular, desmantelando la corrupción, la elitización y la 
mimetización entre política y negocios. Es asimismo indispensable dar 
respuesta a los reglamos de protección y seguridad, de identidad y de 
comunidad, especialmente en los estratos sociales medios, que hoy son 
seducidos por discursos racistas y xenófobos, homofóbicos y 
autoritarios. Ciertamente esto se hace a partir de más democracia, más 
derechos sociales, hacer cumplir los derechos humanos −especialmente de 
las niñas, niños, jóvenes, mujeres y pueblos indígenas-originarios−, 
proteger el medioambiente, empoderar a las comunidades; pero también 
siendo más eficiente en la gestión de los recursos públicos que hoy se 
dilapidan en el tráfico de influencia, la corrupción y en las empresas 
privadas que se adjudican las concesiones de hospitales, cárceles, 
carreteras, transporte, medios de comunicación, colegios y 
universidades. 
 ¿Unidad de las fuerzas progresistas y 
democráticas? Siempre y cuando se tenga como primacía a los derechos 
sociales, los derechos humanos, las comunidades y el medioambiente. Esto
 significa sustituir el modelo neoliberal, de mercado autorregulado y de
 profunda desigualdad, por uno modelo solidario, soberano tanto nacional
 como comunitariamente, que distribuya la riqueza y el poder. 
 
Hoy por hoy, el declive o pérdida de hegemonía del modelo neoliberal 
basado en la economía financiera, la explotación de los bienes naturales
 y la acumulación por desposesión de las grandes mayorías sociales, 
requiere de un viraje autoritario que se está llevando en curso de 
manera global. Pero no podemos combatir y detener ese proceso sin 
comprender y modificar sus causas. ¿O realmente se pretende crear una 
alternativa al neoliberalismo y su actual fase autoritaria por medio de 
operadores políticos y arreglos electorales, tráficos de influencia, 
corrupción y elites? ¿De verdad esperan quienes han administrado y 
profundizado el neoliberalismo, asesinado mapuches y dirigentes 
socioambientales como Camilo Catrillanca y Alejandro Castro, deteriorado
 los derechos sociales y los bienes naturales, profundizado la 
desigualdad económica y abatiendo la calidad de vida de la gente, que 
nos adhiramos a un llamado de unidad, sin que tengan que aislar antes a 
sus dirigentes corruptos y enriquecidos, desmontar sus ideales de 
privatización y consumismo y comenzar a legislar desde ya contra el 
Estado neoliberal realmente existente? 
 El mismo Frente Amplio no
 puede sino esforzarse y monitorear a cada momento su gestión, 
orientándose a la democracia de base, a la transparencia y a la 
probidad, a la consecuencia con un programa antineoliberal, a la 
coordinación y complementariedad con los distintos movimientos sociales y
 a la distribución de la riqueza y del poder en los sectores populares. 
 Si el Frente Amplio termina por claudicar a los cantos de sirena de las
 supuestas fuerzas progresistas, terminará por deslegitimarse, romper 
sus vínculos con los movimientos sociales y propiciar la imposición de 
los proyectos de derechización y autoritarismo, en vez de constituirse 
como una alternativa de gobierno municipal, provincial y nacional, con 
una nueva forma de hacer política de cara a la gente. 
 Si 
queremos defender la democracia, hay que profundizarla, distribuyendo el
 poder y la riqueza, ampliar los derechos sociales y proteger a las 
comunidades y al medioambiente. Esto significa asumir que neoliberalismo
 y democracia son hoy radicalmente incompatibles. Y que la “democracia 
en la medida de lo posible” y la “política de los consensos” ya han sido
 superadas por la historia y por iniciativa de la propia derecha, que no
 retrocederá en imponer una agenda política y económica cada vez más 
autoritaria. 
 
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