El Asombrario  
 Foto: Pixabay. 
Hoy se nos echa  de nuevo encima el penúltimo invento de esta sociedad hiperconsumista: el  Black Friday. 
 En ‘El Asombrario’ nos sumamos a iniciativas como las de Greenpeace y 
‘Desafío Green Friday’ para introducir las 3C en nuestro carrito de la 
compra:  Consumo Con Conciencia.  Razonado, sostenible, 
equilibrado, sano, de temporada, de proximidad. Y nos sumamos con este 
artículo de Miriam Leirós, profesora de Primaria en un colegio público 
de Galicia que ha puesto en marcha con sus estudiantes proyectos 
pioneros que unen  Cultura y Ecología  como Plasticoff y  Cooltureco.
 Abre así una serie mensual sobre cómo educar para alcanzar otro tipo de
 sociedad, claves para que las nuevas generaciones no imiten lo peor de 
este sistema e  intenten cambiarlo. 
 En muchas películas 
policíacas se revisan los cubos de basura de los investigados para 
conocer sus hábitos mediante sus desperdicios. Si nuestros hábitos de 
consumo se hubiesen modificado lo suficiente, o lo correspondiente a una
 actitud sostenible, esos policías poco podrían saber de nosotros, pero 
me temo que al igual que en los años 80 seguimos llenando cubos de 
basura y generando residuos más allá de lo que necesitamos. 
 Nos acogimos enseguida a una cultura de  usar y tirar 
 con el único criterio de la comodidad, y nos mantuvimos en ella 
argumentando la falta de tiempo, el progreso y, reconozcámoslo, por 
modernidad. Caímos en la trampa mercantilista del consumo sin reparo. 
Tiro y vuelvo a comprar. Resultaba  cool.  Pero no nos percatamos
 de que cada vez que tirábamos generábamos residuos, basura. ¿Basura? 
Hay empresas que se encargan de eso, ¿no? Lo cierto es que sí, hay 
empresas que tienen que enviar sus camiones emisores de CO2 a
 recoger nuestra basura, separarla en una planta de tratamiento y 
gestionarla; si se puede, se recicla; si no, se incinera, generando CO2
 y metano. A mayores, nuestro país se encuentra entre los países de la 
Unión Europea que no alcanzará el objetivo de 50% de reciclado de los 
residuos sólido urbanos para 2020, por lo que en septiembre se han 
publicado nuevos planes de actuación para que otros Estados miembros en 
la misma situación que España puedan cumplir la   legislación europea   sobre residuos en la fecha marcada. 
 Además de esta cultura de usar y tirar, vivimos en una sociedad 
consumista en la que fiestas como la Navidad se transforman en fechas de
 consumo, incluso se crean fiestas o actos con la única finalidad de 
consumir, ahí tenemos el  Black Friday  que nos llega este 
viernes, una jornada cuyo único objetivo es comprar; a este 
acontecimiento adoptado de EE UU se ha incorporado el  Ciber Monday,  una jornada de descuentos exclusivos para compras por Internet. Lo último, el  Singles Day,  procedente de China, donde el orgullo de estar soltero se celebra consumiendo. 
 Frente a esta inercia comercial y consumista surgen movimientos 
alternativos de diferentes asociaciones y organizaciones; llamativos son
 el   Desafío Green Friday 
  que impulsa el comercio sostenible y la propuesta alternativa de 
Greenpeace para este Black Friday. La organización hace diferentes 
propuestas desde   su web 
  y ha organizado eventos en 5 ciudades españolas y 22 de todo el mundo.
 Porque, como dicen en su página, “el tiempo de inercia y de mirar hacia
 otro lado ha terminado”. 
 La necesidad de educar a las nuevas 
generaciones en consumo responsable es crucial, ya que la primera de las
 tres R en ecología es la reducción. Vivimos en un sistema consumista, y
 es hora de aprender a cambiar el  más  por el  mejor.  
Enseñar a nuestros hijos e hijas que es preferible invertir en algo de 
mejor calidad y no en lo efímero es una responsabilidad con la que 
deberíamos cumplir no sólo como padres, sino como sociedad. Nuestros 
hijos e hijas son también víctimas de esta inercia comercial. Se ven 
sometidos a impactos publicitarios constantes que repiten clichés y que 
imponen unas modas que se ven obligados a seguir para no quedarse fuera 
del sistema. La moda cambia temporada tras temporada y lo adquirido por 
moda se convierte rápidamente en residuo que hay que gestionar. Según 
Igor González, presidente de la asociación Ecotextil, “Cada año, más de 900.000 toneladas de residuos textiles acaban en los vertederos en España”. 
 La educación para el consumo pasa por explicar las consecuencias que 
supone que las fábricas estén trabajando en proceso continuo, pasa por 
explicar también que una camiseta de bajo coste implica una baja calidad
 de la materia prima, una explotación laboral y una explotación de los 
recursos. Una camiseta de bajo coste tiene poca durabilidad, una moda 
que pasa también, así que hay que poner en marcha de nuevo el ciclo: 
volver a producir, a transportar, a vender, etc. Mantenemos este ciclo 
de forma incansable mientras los residuos que generan la ropa que ya no 
queremos y los objetos que ya no nos gustan se acumulan, se transportan 
de nuevo y se incineran, y en todo este proceso seguimos emitiendo CO2 que, quizá por ser gas, no pesa en nuestra conciencia. 
 El consumo responsable lo abarca todo, también la forma en que 
consumimos alimentos. Comprar menos, tirar menos. Consumir lo necesario y
 no sólo en cantidad, también en calidad. Queremos que nuestros hijos e 
hijas estén sanos, nos preocupamos por su educación, por su nivel de 
inglés, por sus actividades extraescolares, pero el fin de semana los 
premiamos con hamburguesas en alguna cadena de comida rápida tirando por
 la borda todo nuestro argumento de salubridad que durante la semana 
habremos usado mientras sosteníamos el brócoli en el tenedor. Los niños y
 niñas que toman comida rápida serán adolescentes y seguirán siendo 
clientes de ese tipo de establecimientos, serán cómplices de ese sistema
 consumista de “paga poco, consume mucho” (y que perjudica nuestra salud
 y la del planeta). 
 Por otro lado, la globalización ha 
favorecido este consumismo. Nos permitimos comprar mangos importados que
 nos traen en avión, porque queremos el punto de dulzura dado por el 
sol, y de nuevo no reparamos en la huella de carbono que ese mango tiene
 tras de sí. Nos permitimos comer fresas en enero, porque tampoco hemos 
pensado en el coste ecológico que supone la calefacción en los 
invernaderos para que esas fresas lleguen a nuestro plato en pleno 
invierno. Compramos en grandes plataformas  online  para que todo
 llegue a la puerta de casa aunque provenga de miles de kilómetros. Nos 
permitimos esto y mucho más, muchas veces por desconocimiento o porque 
no nos paramos a pensar. Si lo hiciésemos tan solo un momento, nos 
percataríamos de la gran huella ecológica que tiene cada uno de estos 
actos. Esta huella ecológica, esta factura la pagarán nuestros hijos e 
hijas, pues es a ellos a quienes les restamos oxígeno, recursos y 
calidad de vida. 
 Por todo esto tenemos la obligación de educar 
en un consumo responsable, y por supuesto de ejercerlo, así como la 
responsabilidad de frenar el consumismo de hiperproducción y pasar a un 
consumo consciente y sostenible. Como subrayó José Luis Sampedro, “este 
desarrollo básicamente cuantitativo y economicista, consistente en 
producir cada vez más bienes y servicios y no en mejorar cada vez más a 
los seres humanos, tuvo su utilidad y su valor. Nos ha deparado muchos 
beneficios, pero su época está llegando a su fin”. 
 Desde la 
familia podemos trabajar para favorecer este consumo responsable. ¿Cómo?
 Varios ejemplos. Ante el deseo manifiesto de los hijos o hijas debe 
haber un tiempo prudente hasta la realización, intentando que “se lo 
ganen” para que lo valoren. Los más pequeños tienen dificultades para 
entender el valor del dinero, pero se les puede ayudar mostrándoles 
equivalencias materiales concretas: “este juguete cuesta lo mismo que la
 compra de comida de toda la semana”. A los adolescentes debemos 
ayudarles a entender ciertas estrategias de marketing, enseñarles que la
 publicidad es muchas veces engañosa, que en ocasiones existen 
contradicciones en el eslogan, o cómo se juega con su necesidad de 
imagen o pertenencia a grupo social. A la hora de viajar, elige opciones
 de viaje que generen beneficios para la población local, evita comprar 
en las grandes cadenas de franquicias, busca lo auténtico del lugar 
apoyando el comercio local, respeta los recursos de la zona que visitas 
y, por supuesto, mantén limpio el lugar. 
 La educación para el 
consumo ha de ir unida siempre a la responsabilidad con el planeta, con 
el medioambiente y un modelo de desarrollo sostenible; por lo tanto, 
debemos enseñar que va ligado a un estilo de vida saludable, que consume
 alimentos y bebidas sanas en envases sin residuo. Envía la merienda de 
tus hijos en  tupper  y sustituye la botella de plástico por cantimplora. 
 Para quienes quieran profundizar más sobre este tema, pueden consultar   Educación para el consumo, de Dolceta Online Consumer Education, o leer   Consumir sin consumirse, de Ediciones Pirámide.  Carro de combate  también te ayudará, aparte de en las 3 R, en las 3 C: consumir con conciencia. 
 
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