Los dos volúmenes de Memorias Farianas
 (Editorial La Imprenta, Bogotá 2018) presentan las entrevistas 
realizadas por Jesús Santrich a militantes que han dado loables ejemplos
 de dignidad. Como siempre, la mejor manera de desarrollar su potencial 
es leyéndolos a la luz del presente y de las perspectivas de futuro. 
Descubriremos entonces que sigue siendo actual la antigua y clásica 
advertencia de que la historia puede enseñar a evitar desastres de 
difícil solución. Por ejemplo, casi al final del segundo volumen se 
detalla la larga lista de fallidos intentos de «paz», incluso 
poniéndoles nombres: «paz masacrada», «paz para derrotados», 
«posibilidades de paz» abortadas desde el interior del Estado, «paz 
frustrada», «diálogo y paz como perfidia de un régimen perverso»…(Vol. 
2, pp. 175-204) Y la pregunta que nos corroe es: Teniendo en cuentas 
tantas «paces» farisaicas y tramposas: ¿cómo debemos denominar a la que 
ha vuelto a fracasar ahora?
 Pero empecemos por el principio: «Si 
analizamos el contexto económico de 1923 a 1928 en el que se da un 
incremento de las fuerzas productivas como consecuencia, entre otras 
cosas, de la expansión cafetera, del enorme incremento de divisas como 
producto del flujo de dólares por concepto del robo de Panamá […] 
conllevó un final de década con una Colombia con características de un 
país de estructura social capitalista, ya con una clase obrera 
diferenciada» (Vol. 2, p, 13). A consecuencia de ello, se agudiza el 
conflicto entre la burguesía en ascenso y los latifundistas 
tradicionales. Las luchas del proletariado, si bien en aumento, siguen 
centradas en la reducción de precios básicos y en la subida salarial. El
 choque entre burguesía y terratenientes, más la aparición de un 
proletariado cada vez más combativo hace que «lo que sobreviene es una 
explosión de conflictos sociales y la evidenciación de la incapacidad de
 la hegemonía conservadora para solucionarlos» (Vol. 2, p. 14) 
 No debe sorprender por tanto que en junio de 1929 se produjeran fuertes
 protestas contra la corrupción del régimen, y que fueran aplastadas por
 la represión brutal: «Esto indica que, claro, el movimiento de masas es
 una condición indispensable para los cambios sociales, y ello no lo 
pierde de vista el movimiento revolucionario, sólo que lo que también 
demuestra la historia es que si no hay un respaldo armado a esta 
resistencia de las masas, no hay garantía de freno a los abusos del 
régimen que representa los mezquinos intereses de la oligarquía» (Vol. 
2, p. 17) Empiezan, así, a sentarse las bases de lo que sucederá más 
tarde, cuando las protestas populares, obreras, campesinas, indígenas… 
muestren una y otra vez sus límites organizativos al no saber ni poder 
dar el salto a la interrelación de todas las formas de conquista de la 
libertad. 
 La situación límite a partir de la cual sectores 
sociales inician la lucha armada es el asesinato de Jorge Eliécer 
Gaitán, dirigente del ala progresista del liberalismo. En febrero de 
1948 Gaitán organizó la gigantesca Marcha del Silencio con decenas de 
miles de asistentes portando banderas negras, de luto, en honor de los 
asesinados por la derecha (Vol. 2, p. 209) Tal demostración de fuerza 
popular le legitimó para avanzar en medidas democráticas y sociales que 
beneficiaban al pueblo y limitaban los privilegios de la clase dominante
 y del imperialismo yanqui, que deciden asesinarlo «contando con la 
siniestra mano de Washington» en abril de ese año. (Vol. 2, p. 25) 
 Fueron varios los partidos que crearon guerrillas, siendo las dos 
corrientes políticas más importantes la liberal y la comunista, de la 
que saldrían las FARC-EP «El pueblo sabe que nuestra lucha nació para 
enfrentar las injusticias, para que el campesino, el indígena, la gente 
más pobre y desamparada sean respetados, que no se atente contra sus 
vidas, que se les reconozca el derecho a la vivienda, a la salud, a la 
educación y a la tierra, sí, a la tierra, la tierra para trabajarla y 
hacerla producir en beneficio de todos […] Yo soy fariano, soy un 
revolucionario, durante toda mi vida he combatido por una Colombia 
mejor, donde impere la justicia social. Soy un convencido de que eso es 
posible lograrlo» (Vol. 1, pp. 180-181) 
 En un principio, ambas 
corrientes establecieron una alianza para derribar la dictadura e 
instaurar una democracia burguesa avanzada. Los comunistas buscaban 
crear y expandir el Frente Democrático para aunar fuerzas contra las 
injusticias en aumento. La alianza con las guerrillas liberales era 
tensa porque estas sabían de la superioridad de los comunistas en 
organización, disciplina y autosuficiencia (Vol. 2, pp. 20-21), porque 
para los revolucionarios: «El orden y la disciplina eran el arma 
primordial, en contraste con el bandolerismo que iba caracterizando a 
los guerrilleros liberales de los Loaiza. Mientras que en éstos reinaba 
el individualismo, todo era bien de todos, incluso lo recuperado en 
combate por uno u otro guerrillero. Estas diferencias hicieron que cada 
vez las acciones conjuntas tuvieran más complicaciones y se diera el 
distanciamiento progresivo» (Vol. 1, p. 64) 
 La fuerza armada 
liberal «Era una guerrilla con un comportamiento muy diferente del 
nuestro, se conducían muy a la libre […] no tenían solidez en su 
dirección, entonces era un poco complicado ponerse de acuerdo con todos,
 y lo que nosotros más deseábamos era ver cómo se definía un acuerdo de 
unidad (Vol. 1, p. 118) Esta diferencia entre individualismo burgués 
solidaridad comunista fue una de las razones por las que, en el momento 
de la traición liberal, muchos de sus guerrilleros asumiesen los valores
 comunistas integrándose en sus unidades (Vol. 1, p. 42) 
 Pero 
no caigamos en interpretaciones idílicas de la vida en la guerrilla, 
porque «otra cosa tiene que ver con el trato que los guerrilleros se dan
 entre sí. Me imaginaba que no había ningún tipo de discordia entre 
ellos, y eso me lo imaginé al ver el trato tan especial que siempre 
tienen los combatientes con la población. Resulta que, si bien hay 
fraternidad, en medio de ella hay discusiones, críticas fuertes, etc. 
Otras cosas coincidían con la idea que traía de la vida civil, pero la 
realidad siempre desborda lo que uno imagina, como por ejemplo lo dura 
que es la vida guerrillera y los sacrificios que hay que hacer» (Vol. 2,
 p. 74) Por esto mismo, para mantener la armonía, era decisiva la 
pedagogía de la práctica: «Marulanda daba ejemplo de sacrificio como el 
primero y desde el comienzo enseñó y practicó principios de igualdad y 
de justicia, ahí lo que se conseguía llegaba al campamento, o donde 
estuviéramos, y era de todos» (Vol. 1, p. 168) 
 La burguesía 
presiona a los liberales para que ataquen a los comunistas. El 
imperialismo yanqui necesita explotar Colombia y detener el aumento de 
las fuerzas revolucionarias en Nuestra América. Una vez más, se confirma
 que no existe burguesía consecuentemente democrática. En verano de 1952
 la guerrilla liberal aduce que la guerrilla comunista está a las 
órdenes de la URSS, rompe súbitamente las relaciones y la ataca por 
sorpresa «mientras que los comunistas buscaban el diálogo y lo motivaban
 internamente» (Vol.1, p. 68). La campaña de desprestigio contra los 
comunistas iniciada por los liberales consistía, entre otras cosas, 
también en denominarles como «sucios o comunes» mientras que ellos se 
presentaban como «los limpios» (Vol. 1, p. 71) La utilización 
sistemática de estos conceptos en la guerra cultural y psicológica tenía
 como objetivo dirigir en beneficio del Estado el hecho de que «La 
población comentaba, en medio de supersticiones, que los guerrilleros 
estaban “rezados”, trabajaban con el diablo, o sabían cosas raras para 
que no les entrara el plomo» aunque el heroísmo y el trato de la 
guerrilla levantaba mucha simpatía en el pueblo (Vol. 2, p. 58) 
 La propaganda no surte efecto. Pese a lo duro de la situación, los 
comunistas se salvan del desastre. La prensa y la propaganda oficial 
llamaban «chusma» a la insurgencia: «Pero la gente a la que llamaban 
chusma en realidad lo que hacía era defenderse, organizarse para 
sobrevivir y defender su tierra. Esa necesidad de defender la vida y la 
tierra le daba legitimidad a la lucha de resistencia y fue su 
cualificación lo que definió el surgimiento de las guerrillas como 
ejércitos populares que defienden los intereses de los más 
desfavorecidos» (Vol. 1, p. 155) El Estado constata el fracaso de esa 
propaganda y da nuevas órdenes a la guerrilla traidora: «De hecho, “los 
limpios” digamos que cesaron su confrontación contra los conservadores, 
pero se pusieron al servicio del Estado para hacerle la guerra a los 
comunistas» (Vol. 1, p. 206), de modo que éstos se quedan «combatiendo 
casi en solitario, ahora no solamente haciendo resistencia al ejército, 
sino defendiéndose de sus antiguos aliados que se ponen a disposición 
del enemigo» (Vol. 1, p. 78) 
 De entre las fuerzas represivas 
destacaba por su inhumanidad un jefe apodado el Gringo: «Este tipo 
parecía conocer al dedillo las formas de la operatividad guerrillera, y 
efectivamente, se supo que tiempo atrás había sido seguidor del 
guerrillero liberal Peligro […] el Gringo había dado la voltereta a sus 
antiguos compañeros de la guerrilla liberal, como bandolero, hasta que 
finalmente estando en la región de la Herrera se vinculó directamente a 
trabajar con la contraguerrilla» (Vol. 1, p. 129) El Estado aplicaba el 
refrán que dice que no hay mejor cuña que la de la misma madera: se 
trata de una táctica ya empleada por los invasores españoles desde su 
llegada, que la habían aprendido de la larguísima experiencia acumulada 
desde mucho antes, desde Roma y Grecia. Pero, como también habían 
aprendido de Roma: hay que desconfiar siempre de los traidores. El 
Estado prometió el indulto a la guerrilla liberal, y esta acepto 
poniéndose a sus órdenes, pero luego asesinó a muchos de los 
arrepentidos (Vol. 1, pp. 202-206) 
 La contraofensiva del 
Ejército fue sistemática. Como en otros muchos pueblos alzados en 
autodefensa contra la opresión, las columnas guerrilleras tenían que 
salirse o romper los cercos militares que les hubieran exterminado: 
«para las familias, para la población civil, eso es algo traumático. 
Imaginémonos nada más a las mujeres embarazadas ahí en la marcha, con 
frio, con hambre, con cansancio, perseguidos y de pronto el dolor 
adelantado del parto, ahí mismo el dolor de la barriga de parturienta 
sin ser el tiempo; les tocaba acurrucarse ahí mismo, casi en el camino, 
al lado de un árbol y de una vez malparir. De esos hubo varios casos, 
como hubo unos tres de mujeres que parieron en la marcha sin perder las 
crías; y era pariendo o mal pariendo y siga caminando porque no había 
otra alternativa» (Vol. 1, p. 113) 
 Sometidas a estas tremendas 
presiones, los y las guerrilleras mantenían la praxis de la unidad 
solidaria: «Cada quien tiene sus maneras de pensar, de actuar y de 
sobrevivir en medio de la confrontación; nosotros lo hacemos pensando 
como colectivo y en el colectivo. Tratamos que no haga cama el 
individualismo […] otros grupos armados cayeron inmersos en múltiples 
yerros; el primero y más grave fue equipararse al enemigo, imitarlo en 
cuanto a su crueldad se refiere. El empleo de la tortura nunca será bien
 recibido por la sociedad […] grupos armados liberales […] se 
convirtieron en bandoleros porque procedían muy mal con la población 
misma que los había apoyado […] procedían de manera terrible haciéndoles
 lo que llamaban “el corte de franela y corte de corbata”, es decir, 
degollando a la gente» (Vol. 1, p. 177) 
 Aun así y poco a poco, 
las iniciales columnas pequeñas, mal comunicadas entre ellas, separadas 
por distancias grandes y por grandes obstáculos geográficos y militares,
 fueron confluyendo hasta crear las FARC-EP. Entre los objetivos que se 
deciden en el Programa Agrario de 1964, destaca el de «“la confiscación 
de la propiedad latifundista en beneficio de todo el pueblo trabajador”,
 y su entrega gratuita “a los campesinos que la trabajan o quieran 
trabajarla”». También plantea «respetar “la propiedad de los campesinos 
ricos” que trabajen personalmente sus tierras» (Vol. 2, pp. 34-35) El 
Plan Estratégico de las FARC-EP se elabora en la VII Conferencia 
declarando que «el protagonista fundamental del proceso revolucionario 
es el pueblo colombiano […] existe la necesidad de combinar todas las 
formas de lucha […] La perspectiva de ese plan es la construcción del 
socialismo» (Vol. 2, p. 37) 
 Ha sido la praxis revolucionaria la
 que ha generado que «El proyecto político, económico y social de las 
FARC-EP ha sido elaborado al lado del desarrollo de nuestra organización
 como estructura armada y a la luz de los cambios que se suscitan en la 
histórica y convulsionada realidad de nuestro país, y, naturalmente, a 
la luz de las transformaciones que se suceden en el mundo. En ello se 
han combinado la dialéctica de las palabras que interpreta la realidad 
circundante y los tiros del accionar militar guerrillero. Y recuerda que
 lo de los tiros no es por capricho, porque nos guste la guerra. No. La 
guerra no le gusta a nadie que tenga una concepción humanista como es el
 caso de los marxistas-leninistas, el caso de los farianos; sin embargo,
 las clases dominantes en Colombia, para sólo hablar de nuestro país, 
nos han impuesto este camino» (Vol. 2, p. 134) 
 Dado que el 
proyecto orientado al socialismo nacía de la praxis concreta en la 
realidad objetiva y concreta de Colombia, por eso mismo no era un 
socialismo dogmático, copiado del eurocentrismo, del «rusocentrismo» de 
la Internacional Comunista desde finales de la década de 1920. Al 
contrario. Uno de los grandes méritos de las FARC-EP y del grueso del 
comunismo dialéctico de Nuestra América ha sido demostrar el profundo 
error de parcialidad e ignorancia eurocéntrica de Marx y Engels sobre 
Bolívar y los pueblos de Nuestra América: 
 «El 
marxismo-leninismo y el bolivarismo congregan principios y propósitos de
 lucha que se han convertido en patrimonio de la humanidad dentro de la 
perspectiva de esa necesidad y ese deber que existe de luchar por la 
utopía del mundo diferente sin explotadores ni explotados […] Todavía 
hoy el influjo eurocentrista se ausculta en nuestro pensar buscando 
influencias europeas y no más; o, peor aún, las dirigencias oligárquicas
 con sus aparatos ideológicos de Estado apuntan a plegarnos bajo los 
signos de la cultura y la incultura del imperialismo yanqui. […] El 
marxismo-leninismo y el bolivarismo, nos dan herramientas para hacer la 
búsqueda de nuestra identidad derrotando perjuicios, valorando las 
cosmogonías que sobreviven al amparo de las tradiciones milenarias, en 
el viento de los bosques andinos, en el seno de la montaña que habitan 
nuestro aborígenes, en las entrañas de los palenques, de los escenarios 
bucólicos donde resisten nuestros campesinos y empobrecidos compatriotas
 urbanos […] La violencia de esas oligarquías y del imperialismo con su 
devastadora maquinaria de guerra, que incluye armas de destrucción y 
desinformación masiva, nos obligan a asumir formas de organización y 
lucha coordinadas y beligerantes entre todos los revolucionarios del 
mundo. La solidaridad y el internacionalismo son un deber, son esencia 
que cualquier proyecto humanista y revolucionario» (Vol. 2, pp. 40-44) 
 Profundizaciones teóricas y políticas de esta trascendencia se 
realizaban al calor de la interrelación de todos los métodos de 
autodefensa contra la opresión: guerrilla rural y urbana, pacífica, no 
violenta, de sabotaje técnico, de recuperación de las culturas y lenguas
 de los pueblos, de concienciación liberadora, de impulso a las 
autoorganizaciones de los colectivos oprimidos, y siempre bajo el 
peligro de la represión, de la tortura, del asesinatos con las técnicas 
más científicamente inhumanas: 
 «El país no podía seguir siendo 
saqueado por los capitalistas del mundo, sino que las riquezas naturales
 debían ser explotadas para resolver los problemas de salud de las 
mayorías, la atención para los enfermos y los viejitos, la vivienda, el 
transporte, y el estudio gratuito para todos; debíamos luchar porque se 
acabara la violencia y porque hubiera una verdadera reforma agraria 
rural y urbana, que posibilitara que todos trabajáramos con igualdad de 
oportunidades y garantías laborales, ojalá con el control del Estado, 
pero de un Estado decente en el que pudiera confiar toda la ciudadanía y
 participar como la parte más importante de la democracia. Entonces se 
quería seguir la lucha por reivindicaciones justas, pero en unas 
condiciones de paz, sin más violencia, en un escenario en el que a todo 
el mundo se le respetara la vida» (Vol. 1, p. 224) 
 Y así, por 
estos senderos de heroísmo silencioso y pública solidaridad emergió la 
experiencia de la Unión Patriótica desde 1985 hasta comienzos de los 
’90. Fue un amplio movimiento de masas, un «fenómeno político nacional 
que significó el despertar de una amplia franja popular marginada» (Vol.
 2, p. 151) aniquilada en poco tiempo mediante una arrasadora guerra 
sucia implementada con todos los medios, con un mínimo de 3.500 
asesinados según valoraciones oficiales, pudiendo llegar a más de 5.000.
 Al igual que la Marcha del Silencio de 1948 mostró la raigambre del 
movimiento popular, y de ahí su masacre, también la Unión Patriótica 
mostraba la fuerza creciente del pueblo autoorganizado, y por eso el 
terrorismo estatal «se centró en la cabeza de dicho movimiento» (Vol. 2,
 p. 132) 
 Pese a tal salvajismo silenciado por la «democrática» 
prensa transnacional, hay que dejar muy claros que «no ha habido época 
en la que los comunistas no hayan bregado porque se busquen salidas 
pacíficas, de diálogo a la guerra, y yo le puedo contar incluso cuantas 
veces se ha parado el conflicto de parte de la guerrilla atendiendo a 
esa idea de diálogo, de reconciliación, pero también cómo nos han 
traicionado los oligarcas […] si algo ha hecho el Partido Comunista es 
ayudar a que la gente que ha tenido que reaccionar con violencia a la 
violencia del régimen, lo haga dentro de ciertos principios, sin 
degradarse, actuando con ideales nobles y sin oportunismo» (Vol. 1, p. 
34) Tal coherencia ética, que también es política, legitima a las 
FARC-EP para buscar negociaciones mediante las que se solucionasen en lo
 posible injusticias aberrantes, sabiendo desde siempre que: 
 
«En los períodos de negociación se han ratificado los objetivos sociales
 de la lucha guerrillera en tanto los planteamientos de quienes nos 
hemos alzado en armas siempre han apuntado, no a buscar soluciones o 
prebendas para los combatientes, sino a encontrar salidas al conflicto 
político-social y armado con la participación decidida de la población. 
En fin, entendemos que la solución política del conflicto social y 
armado debe ser propósito de todos los colombianos en todos los tiempos,
 pero deberemos tener claro que este no es asunto que se pueda manejar 
solo con nuestras buenas intenciones y nuestros mejores deseos, puesto 
que los gobiernos, en sentido contrario a nuestros anhelos, como ha 
quedado demostrado en la práctica, incluso han utilizado los diálogos 
como estratagema para ganar tiempo, para hacer la reingeniería del 
ejército que les permita continuar su siniestro juego de aventuras 
militares, en la búsqueda del aplastamiento bélico de la inconformidad, y
 no de soluciones sensatas a los problemas sociales que han engendrado 
el conflicto» (Vol. 2, p. 173) 
 Las últimas frases de este 
parágrafo citado explican el presente en Colombia, el que Santrich este 
prisionero con la intención de que muera en vida en las cárceles 
yanquis; el que centenas de personas hayan sido asesinadas y otras 
muchas más hayan tenido que esconderse; el que el Estado haya incumplido
 con frialdad y premeditación todos los acuerdos refrendados bajo 
garantías oficiales e internacionales que ahora callan o que endurecen 
aún más sus ataques a una ex guerrilla desarmada, indefensa, dividida y 
en proceso de vaciamiento; el que la burguesía esté recuperando con la 
ayuda del envalentonado narcoparamilitarismo las tierras antaño 
liberadas con sangre popular y hoy otra vez en manos del capital; el que
 EEUU ocupe militarmente Colombia y prepare la invasión de Venezuela 
desde esa colonia… 
 Sin embargo, los dos volúmenes que hemos 
resumido tan rápidamente también aportan otra lección que es el 
contrario dialéctico de la rosa socialdemócrata del nuevo emblema de las
 Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común: en el corazón del pueblo 
trabajador se reorganiza la revolución. La razón es fácil de explicar: 
la disolución oficial de las FARC-EP en su misma identidad histórica no 
ha supuesto la total disolución práctica de su militancia, de su 
proyecto, pese a la demolición de sus valores referenciales realizada 
desde dentro. Sobre todo, la existencia de otras vanguardias, en 
especial el ELN, puede facilitar el debate autocrítico y estratégico. 
 
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