Honduras
Revista SABC
A veces comparamos 
la vida con un viaje en el que lo importante no es tanto el destino como
 el propio camino. Pero ¿para cuánta gente el viaje es simplemente una 
huida?
La otra noche hablamos con Wendy Cruz y Rafael Alegría, 
dos líderes del campesinado hondureño. Estaban en el descanso de una 
reunión de urgencia de las organizaciones de La Vía Campesina de 
Centroamérica para tratar sobre la caravana migrante que vemos estos 
días en medios de comunicación y redes sociales, de la que saldría esta declaración.
 Para miles de compatriotas suyos, salir del país es la única 
oportunidad, pues este «no ofrece ninguna, ninguna, esperanza para vivir
 en él». Siete mil personas caminando hacia el norte hasta conseguir su 
objetivo, entrar a EE. UU. «Entre ellas», explica Wendy, «hay casi 1000 
niñas y niños, y muchos marchan sin haber aprendido aún a andar».
La
 fecha de partida ha sido este mes de octubre, pero debemos remontarnos 
al 2009, porque fue entonces cuando el viaje empezó a fraguarse. Ese año
 las oligarquías locales, con el apoyo de EE. UU., destituyeron con un 
golpe de estado al presidente Zelaya, que se había alejado de los 
mandatos de Washington y prometía un proceso constituyente. «Han sido 9 
años de una crisis social, económica y política que se mantiene y 
agranda en un escenario de violencia permanente en el que cada día hay 
asesinatos. Solo en este año llevamos más de 60 masacres; nuestro país 
se ha convertido en el más peligroso de toda América», cuenta Rafael.
Honduras
 es un país inmensamente rico en bienes naturales; paradójicamente, una 
maldición. «El Gobierno actual, producto de un fraude electoral, está 
permitiendo todo tipo de proyectos: minería, represas, monocultivos… 
Estas intervenciones expulsan a la población agraria y rural. Para 
hacerse una idea de la dimensión de esto, solo para represas y minería 
se han aprobado más de 400 proyectos a favor de grandes multinacionales 
desde 2013», explica Wendy. Como decían los movimientos campesinos en 
México hace unos años, en Honduras el campo está en venta, pero no para 
producir alimentos: «la mayoría de tierras las controlan grandes 
empresarios que gestionan monocultivos de palma africana para la 
exportación de su aceite». Tal y como ha compartido recientemente la organización Entrepobles,
 las fincas de palma ocupan más de 300.000 ha y consumen la misma 
cantidad de agua que 18 millones de personas (en un país de 8 millones 
de habitantes).
El Gobierno hondureño ha ido anulando políticas 
de desarrollo rural y de reforma agraria y privatizando instituciones 
relacionadas con la tierra. «Finalmente, el presupuesto de la República 
dedicado a todas las necesidades rurales es del 1,4 % del total, cuando 
la mitad de habitantes del país vivimos en el campo y hubo un tiempo en 
el que teníamos nuestras necesidades cubiertas», señala Rafael, que 
añade que ahora, de cada 100 mujeres viviendo en áreas rurales, 86 no 
tienen acceso a la tierra; en el caso de los hombres, 69 de cada 100. La
 distribución de la tierra en Honduras es una de las más desiguales de 
todo el mundo.
Wendy y Rafael cuentan el caso de la empresa campesina La Montañuela.
 Después de 36 años de inversiones en una finca de titularidad propia 
para generar mano de obra y producción de consumo interno y exportación,
 la empresa ha sido expulsada en favor de un terrateniente de la zona a 
partir de un fallo de la Corte Suprema. «Habían creado un proyecto 
agrícola y ganadero que les permitía una vida de suficiencia y con 
calidad, pero ahora lo han perdido todo».
Según el Instituto 
Nacional de Estadística de Honduras, la mitad de la población activa no 
tiene trabajo y un 68 % del total de la población vive en condiciones de
 pobreza. Pero el gobierno no solo no asume sus responsabilidades, sino 
que pretende crear un relato donde son los dirigentes sociales quienes 
instigan una marcha provocada para desestabilizar el país. «Existe una 
verdadera cacería contra quienes defendemos la tierra, como el mundo 
pudo ver con el caso de la compañera Berta Cáceres. Ya son más de 5000 
campesinos y 1700 campesinas las que han sido procesadas por la defensa 
de sus derechos y por la protección del territorio».
La fecha 
final del viaje la desconocemos. En cualquier caso, no será cuando 
lleguen a EE. UU. La Caravana de Honduras, como los miles de personas 
que atraviesan el Mediterráneo, refleja una crisis global: el colapso 
del sistema neoliberal, programado ciegamente para acumular riqueza. 
¿Podemos acompañar esos días de camino, de cruzar fronteras, de hambres,
 violencias y fríos? Wendy y Rafael señalan la importancia de la 
solidaridad de los pueblos y la denuncia conjunta a un sistema opresor. 
La interpretación de esta llamada, que pasa por revisar nuestros 
privilegios, puede convertirse en un gran viaje colectivo hacia los 
cambios globales que nuestra civilización necesita urgentemente. Ese 
debe ser el final del viaje.
 
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