Katu Arkonada*
Dos noticias políticas reordenan  el tablero político en Bolivia de cara a las elecciones presidenciales que tendrán lugar exactamente en un año, en octubre 2019.
Por un lado, la aprobación de la Asamblea Legislativa Plurinacional 
de la Ley de Organizaciones Políticas, norma trabajada en años recientes
 por el Órgano Electoral, y que tiene tres componentes fundamentales: un
 financiamiento mixto a los partidos políticos a partir de aportes 
privados y financiamiento estatal, democracia paritaria a partir de 50 
por ciento de participación de las mujeres tanto en las decisiones del 
partido como en las candidaturas y, sobre todo, la obligación a los 
partidos de realizar primarias para escoger a sus candidatos, en este 
caso al binomio presidencial.
La aprobación de esta ley, impulsada de manera inteligente por el 
oficialismo, obliga a la oposición a reconfigurar su estrategia, que, 
ante el desgaste de los partidos tradicionales, había optado por 
impulsar plataformas 
ciudadanasen contra del gobierno y el proceso de cambio.
El segundo hecho político es el anuncio por parte de Carlos Mesa de 
su candidatura presidencial. Mesa, siguiendo la dinámica instalada por 
la derecha en el continente a la hora de hacer frente a los gobiernos 
progresistas, se presenta como lo 
nuevofrente a al pasado que representarían el MAS y Evo Morales.
Mesa plantea un nuevo liderazgo para un nuevo tiempo, apelando a la 
ciudadanía, esperando que esta olvide que fue ya candidato, 
Vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada, y Presidente en 2003 cuando
 Goni, tras la masacre de octubre negro en El Alto, huye a Estados 
Unidos.
La realidad es que la aprobación de la Ley de Organizaciones 
Políticas, y la formalización de la candidatura de Carlos Mesa, 
reconfigura el campo de batalla político-electoral de una Bolivia que se
 sumirá en campaña en cuanto el 27 de enero los militantes de los 
distintos partidos escojan a sus binomios, con Evo Morales por el MAS y 
Carlos Mesa por el FRI como principales candidatos y aspirantes a la 
Presidencia del Estado Plurinacional.
En cualquier caso, los dos hechos políticos mencionados cierran de 
manera parcial el ciclo de confrontación mediante plataformas (algunas 
de ellas tan de extrema derecha que tienen vínculos y apoyan 
públicamente a Bolsonaro en Brasil) que intentaron imponer la idea de 
que en Bolivia se vive una dictadura, y se abre una confrontación 
clásica entre el proyecto del MAS de ampliación democrática y 
redistribución con inclusión, frente al proyecto político y económico 
que tendrá que presentar Carlos Mesa a la ciudadanía. Probablemente 
pasemos a una confrontación multidimensional, con un Evo Morales cercado
 por una oposición política liderada por Carlos Mesa, una oposición 
mediática con los principales medios privados en contra del gobierno, y 
un cierto empate catastrófico en las calles entre el oficialismo y la 
oposición.
El escenario para octubre no se vislumbra sencillo. Para ganar en 
primera vuelta es necesario obtener al menos el 40 por ciento de los 
votos y 10 puntos de ventaja sobre el segundo más votado, algo que ahora
 mismo no parece puedan garantizar ni Evo ni Mesa. Eso sí, el MAS cuenta
 con la ventaja de partir de un núcleo duro del 30 por ciento, pero Mesa
 sabe que una segunda vuelta entre Evo y él sería un 21 de febrero 
recargado que probablemente le daría la victoria a la oposición en una 
especie de todos contra Evo. De ganar el MAS, lo hará, a diferencia de 
2005, 2009 y 2014, sin mayoría parlamentaria.
Hay una realidad, y es el desgaste y perdida de mística del proceso 
de cambio que encabeza Evo Morales. El distanciamiento entre un Evo 
percibido como lejano por la clase media urbana se debe en parte a 
errores propios de la gestión de gobierno, pero no es el único motivo. 
Cuando el gobierno boliviano se enorgullecía de haber sacado (según 
Naciones Unidas) a 3 millones de personas (sobre un total de 11) de la 
pobreza, no calculaba que estaba cambiando pueblo por ciudadanía, 
militantes en defensa de la soberanía y los recursos naturales, por 
consumidores.
Para ello, es necesario hacer autocrítica de los errores, pero 
también de lo que por un motivo u otro no se pudo lograr en estos 13 
años de proceso de cambio. Un golpe de timón que corrija lo necesario 
(salud y justicia son las grandes demandas pendientes) y tenga en cuenta
 que las redes son importantes, pero la batalla real es en las calles, 
disputando el sentido común de la nueva Bolivia, donde 50 por ciento del
 censo electoral en 2019 tendrá entre 18 y 36 años.
Frente a los valores del masismo, ampliación de la democracia, 
redistribución con inclusión, integración territorial mediante 
infraestructura, industrialización y diversificación productiva, el 
mesismo no existe como proyecto político, salvo como contraposición al 
masismo. Su principal objetivo, desalojar a Evo sin utilizar la palabra 
prohibida (neoliberalismo).
Si gana el masismo, será tiempo para construir liderazgos colectivos 
que sostengan, y profundicen, el proceso de cambio. Si gana el mesismo, 
Bolivia volverá a vivir tiempos de confrontación entre un Presidente sin
 estructura política ni mayoría parlamentaria, y una oposición que 
seguirá defendiendo los intereses populares, y sin ninguna duda, será 
liderada por Evo Morales.
 *Politólogo especialista en América Latina
 
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