Holocausto es un término de origen hebreo que significa sacrificio, matanza masiva de personas por motivos raciales, políticos o religiosos. Después de la Segunda Guerra Mundial se popularizó este término para denunciar la desaparición forzosa de “seis millones” de judíos en campos de concentración nazi alemán.
En 1492, cuando los “misioneros” del Rey
de España, bajo la conducción de Cristóbal Colon, fueron recibidos
amigablemente por los habitantes de las islas caribeñas de Abya Yala, en
este continente convivían, según cálculos generales, cerca de 80
millones habitantes. De esta cantidad, para mediados del siglo XVII,
sólo quedaban apenas un promedio de 5 millones de habitantes, según
crónicas de ese entonces.
En las minas de plata de Potosí,
Bolivia, fueron aniquilados cerca de 10 millones de indígenas, incluso
provenientes de Centroamérica. Sucesos como la matanza de decenas de
miles de indígenas en Tóxcatl, México, el 20 de mayo de 1520 (como
venganza española por una derrota militar), grafican a brocha gorda el
invisibilizado holocausto en Abya Yala. O la matanza de miles de
indígenas, junto al Inca Athahuallpa, en Cajamarca, Perú, en mayo de
1533.
Masacres por venganzas, trabajos forzados, virus europeo,
guerras, entre otras, fueron las razones del innombrado holocausto
indígena en Abya Yala.
¿Cómo estamos los indígenas después de cinco siglos del inicio de aquel holocausto?
El
holocausto implicó, no sólo la aniquilación física de decenas de
millones de indígenas, sino también el despojo de la condición humana
del ser indígena. Es decir, la constitución “ontológica” del indígena
como “agente de obligaciones”, mas nunca como sujeto de derechos, es la
mayor evidencia del holocausto continuado.
Esta negación de la
condición antropológica del indígena se constituyó en la Colonia
europea, y se afianzó durante los dos siglos de colonialismo interno
republicano. Al grado de configurarnos psicológicamente a los indígenas
como seres “cuasi humanos”, “cuasi piezas de museo”. Psicológica y
políticamente casi imposibilitados para ejercer y exigir el cumplimiento
de nuestros derechos, establecidos en el derecho internacional. En
especial los derechos políticos.
El holocausto
psicológico/cultural que sobrevino al holocausto físico hizo que de los
cerca de 50 millones de indígenas que cohabitamos en Abaya Yala
actualmente, casi la totalidad estemos en situación de empobrecimiento y
de desnutrición. Arrinconados y, ahora, asediados por agentes
empresariales. Sin mayor posibilidad de defendernos porque legalmente
(al no habérsenos restituido aún nuestros territorios) subsistimos en
estas repúblicas ajenas como extranjeros en nuestros propios
territorios.
Los históricos esfuerzos por ampliar las
oportunidades para ejercer y disfrutar de nuestros derechos colectivos,
emprendidos en Bolivia, Nicaragua (más del 30% del territorio nacional
ha sido restituido a los pueblos indígenas), ahora, son flagrantemente
saboteadas por las oligarquías nacionales e internacional que
históricamente jamás quisieron admitir nuestra condición de seres
humanos. Sujetos colectivos con historia.
Por nuestra tendencia
de apertura hacia la “trascendencia” (espiritualidad) acogimos las
creencias cristianas. Obedientes a dichas creencias subsistimos por 526
años. Pero, los mercenarios de la fe cristiana, ahora, Biblia en mano
emprenden procesos de resubordinación de resistencias indígenas. Allí
tenemos Honduras, Guatemala, Brasil, cuyos predicadores gobernantes, con
Dios en los labios, continúan imponiéndonos el sistema neoliberal anti
indígena, como lo hacían Pizarro y el cura Valverde allá, cuando en
Cajamarca era mayo de 1533.
Pero, las creativas resistencias
individuales, comunitarias y territoriales indígenas ante este
holocausto también fueron, son y serán permanentes hasta conseguir
nuestras autodeterminaciones como pueblos, y hacer florecer el buen
convivir entre todas y todos, como hijos e hijas de nuestra Madre
Tierra.
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