Arturo Balderas Rodríguez
Alo largo de las últimas  
 décadas las zonas rurales y las ciudades medianas y de menor tamaño de 
Estados Unidos perdieron relevancia económica con relación al 
crecimiento sostenido en las zonas urbanas y suburbanas. Según un 
estudio reciente del Instituto Brookings, en los últimos meses el 
crecimiento económico se ha recuperado en esas áreas, y el proceso se ha
 revertido (Brookings, septiembre 9). La idea de que ese 
fenómeno se debe única y exclusivamente al gobierno federal y la 
política que emana de Washington está muy arraigada entre millones de 
estadunidenses. Lo que desconocen es que el crecimiento económico 
depende de una combinación de factores, como el manejo de las tasas de 
interés por parte del Banco Central, el funcionamiento de la Bolsa de 
Valores, costo de los energéticos y mercancías en los mercados 
mundiales, la situación económica internacional y no sólo de las buenas o
 malas decisiones de un determinado gobierno.
Por ejemplo, la crisis que estalló en 2008, debido a la especulación 
en el sector privado con la complacencia del gobierno, se superó con las
 decisiones conjuntas del Congreso, el Banco Central y el tesoro de 
Estados Unidos. Pero a final de cuentas, fue la utilización de los 
impuestos de la mayoría de los estadunidenses, a través de un paquete de
 salvamento a la banca, lo que evitó la quiebra del sistema financiero 
en su totalidad. Semanas después, el gobierno de Obama apuntaló el 
salvamento mediante una serie de medidas que sentaron las bases para 
lograr el crecimiento actual. Al hacer caso omiso de esa historia y 
aprovechando la ignorancia de millones de electores, el señor Trump se 
adjudica dicho crecimiento. Sus más fervientes admiradores, por 
ignorancia o conveniencia, están convencidos que las medidas en materia 
de política económica del gobierno actual, aprobadas por los 
republicanos en el Congreso son en efecto, las que han propiciado el 
crecimiento. Esa errónea percepción pudiera ser un factor que influya en
 las próximas elecciones de noviembre.
El otro factor importante que definirá cómo se conformará el Congreso
 será la supresión del voto en algunos estados, como sucedió en las 
elecciones de 2016. El caso de Wisconsin es paradigmático: ese estado se
 distinguió por su alta participación electoral en las elecciones de 
2008 y 2012, pero en 2016 aproximadamente 40 mil personas, 
principalmente afroamericanos y gente de escasos recursos, no pudieron 
votar debido a una ley que exigía la presentación de una identificación 
oficial. El gobernador republicano, en concierto con la legislatura 
estatal, promovió dicha ley cuyo pretexto fue evitar un fraude 
imaginario, el cual nunca había ocurrido en la historia de esa entidad. A
 final de cuentas, la maniobra permitió a Trump ganar ese estado por 21 
mil votos. Una maniobra similar se prepara para 2018 en lugares como 
Ohio, Georgia, Arkansas y Alabama (Mother Jones noviembre-diciembre 20017).
A pesar de esos factores, la realidad es que el bajísimo nivel de 
popularidad del presidente (37 por ciento, según Gallup) pudiera 
arrastrar a los candidatos del partido que lo llevó al poder a perder en
 las elecciones de noviembre. Por eso crece la posibilidad de que, para 
evitarlo, el Partido Republicano empleará diversas estratagemas. 
Obstaculizar el derecho de minorías raciales y pobres, que en su mayoría
 votan por los candidatos del Partido Demócrata, ha sido y continuará 
como una de ellas. De esta situación están conscientes los votantes 
demócratas e independientes, quienes consideran que es urgente cambiar 
la relación de poder, por ahora en el Congreso y en 2020 en el 
Ejecutivo. Con ese fin, decenas de organizaciones han construido una 
impresionante maquinaria para promover el voto y evitar un desaguisado 
como el de 2016. En ocho semanas se sabrá si el Partido Demócrata nominó
 a los candidatos mejor preparados para representarlo y si la maquinaria
 funcionó.
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario