El diario/The Guardian
- Mientras nos 
horrorizamos con las groseras excentricidades de Trump, es importante 
comprender los grandes cambios que las refuerzan
- La responsabilidad recae en los progresistas de Europa y Estados Unidos, que deben imponer un New Deal internacionalista
Donald Trump en la cumbre del G7 celebrada la semana pasada en Canadá. FLICKR / CASA BLANCA 
La salida anticipada de Donald Trump y su posterior  rechazo a respaldar el comunicado final del G7 ha dejado a la prensa internacional perpleja, dejando en evidencia el grado de incomprensión de la realidad global.
En
 un intento por mezclar dureza con humor, Emmanuel Macron tuvo la 
ocurrencia de decir que el G7 podría convertirse en el… G6. Eso es 
absurdo, sobre todo porque sin Estados Unidos, el capitalismo como lo 
conocemos (ni hablar de las penosas reuniones del G7) desaparecería de 
la faz de la Tierra.
Desde luego, no cabe duda de que mientras 
esté Trump en la Casa Blanca, tenemos muchas razones para angustiarnos. 
Sin embargo, la reacción del establishment a las jugarretas del
 presidente tanto en Estados Unidos como en Europa, llenas de peligrosas
 ilusiones y errores de cálculo, constituye probablemente una 
preocupación mayor para el establishment.
Algunos tienes 
esperanzas con la investigación de Mueller, pensando que Mike Pence 
sería mejor presidente. Otros prefieren aguantar la respiración hasta 
2020, negándose siquiera a considerar la posibilidad de un segundo 
mandato. Lo que ninguno comprende son los grandes cambios que respaldan 
las groseras excentricidades de Trump.
El Gobierno de Trump está 
desarrollando un significativo impulso económico a nivel interno. En 
primer lugar, aprobó recortes en los impuestos de la renta y de 
sociedades fiscales que el establishment republicano no hubiera
 podido soñar hace unos años. Pero esto no fue todo. En privado, Trump 
dejó pasmada a Nancy Pelosi, la líder demócrata en la Cámara de 
Representantes, al aprobar cada programa social que ella le pidió. Como 
resultado, el Gobierno nacional tiene el mayor déficit de la historia 
del país, con una tasa de desempleo de menos del 4%.
Al margen de 
lo que uno opine del presidente, no sólo está dando dinero a los ricos, 
que por supuesto son los que más se benefician, sino también a muchos 
pobres. Con una fuerte tasa de empleo, especialmente entre los 
trabajadores afroamericanos, la inflación bajo control y un optimista 
mercado de valores, Donald Trump tiene el frente interno cubierto 
mientras viaja a tierras extranjeras a enfrentarse con amigos y 
enemigos.
El establishment anti-Trump estadounidense reza
 para que los mercados lo castiguen por su derroche. Esto es 
precisamente lo que habría sucedido si Estados Unidos fuera cualquier 
otro país. Mientras se estima que este año el déficit fiscal alcanzará los 804.000 millones de dólares
 y en 2019 llegará a los 981.000 millones, y mientras que se espera que 
el Gobierno se endeude en 2,34 billones de dólares más en los próximos 
18 meses, el valor de la moneda se desplomaría y los intereses se 
dispararían. Pero Estados Unidos no es un país cualquiera.
Mientras
 el banco central del país, la Fed, reduce su programa de compra de 
activos vendiendo su stock de activos acumulados al sector privado, los 
inversores necesitan dólares para comprarlos. Esto hace que el número de
 dólares disponible para inversores se reduzca en 50.000 millones de 
dólares cada mes. A eso hay que sumar los dólares que los capitalistas 
alemanes y chinos necesitan para comprar bonos del Gobierno 
estadounidense (en un intento de obtener beneficios de forma segura) y 
entonces se puede comenzar a ver por qué Trump cree que no será 
castigado con un pánico bancario que afecte a los dólares o a los bonos.
Armado
 con el exorbitante privilegio que le da ser dueño de las máquinas que 
fabrican dólares, Trump mira los flujos comerciales con el resto de los 
países del G7 y llega a una conclusión inevitable: es imposible que 
pierda una guerra comercial contra países que tienen un gran superávit 
comercial con Estados Unidos (por ejemplo, Alemania, Italia y China) ni 
con los que cogen una neumonía cada vez que Estados Unidos coge un 
resfriado (por ejemplo Canadá).
Nada de esto es nuevo. Richard Nixon también se enfrentó al establishment europeo
 en 1971, mientras que Ronald Reagan exprimió brutalmente a los 
japoneses en 1985. Incluso si el lenguaje no era menos incivilizado 
–recordemos el resumen de la actitud del Gobierno de Nixon en las 
inimitables palabras de John Connally: “Mi filosofía es que todos los 
extranjeros nos quieren joder y es nuestro trabajo joderlos nosotros 
antes”, la agresividad actual de Estados Unidos hacia sus aliados se 
diferencia de aquellos episodios en dos aspectos.
Primero, desde 
el colapso de Wall Street de 2008, y a pesar del subsiguiente reflote 
del sector financiero, Wall Street y la economía interna estadounidense 
ya no pueden hacer lo que hacían antes de 2008, es decir, absorber las 
exportaciones de las fábricas europeas y asiáticas a través de un 
superávit comercial financiado por un influjo equivalente de beneficios 
generados en el extranjero. Este fracaso es la causa subyacente de la 
actual inestabilidad económica y política mundial.
Segundo, a 
diferencia de lo que ocurrió en los años 70, la última década de mala 
gestión de la crisis del euro en Europa ha hecho que el establishment
 franco-alemán esté ahora desunido y en retirada, dejando a los 
nacionalistas xenófobos y euroescépticos asumir el poder de diferentes 
gobiernos.
Trump observa toda esta situación y concluye que, si 
Estados Unidos ya no puede estabilizar el sistema capitalista global, 
igual puede cargarse todos los convenios multilaterales actuales y 
comenzar de cero con un nuevo orden que se asemeje a una rueda, con 
Estados Unidos en el centro y todas las otras potencias en el radio, una
 disposición de acuerdos bilaterales que le asegure a Estados Unidos ser
 siempre el socio más fuerte y así poder beneficiarse de la táctica de 
“divide y vencerás”.
¿Puede la UE crear una alianza antiTrump al estilo Europe First,
 quizá involucrando a China? Después de la salida de Trump del acuerdo 
nuclear con Irán, la respuesta ya se ha dado. Minutos después de la 
declaración de la canciller Angela Merkel de que las empresas europeas 
se quedarían en Irán, todas las empresas alemanas anunciaron su 
retirada, priorizando los recortes fiscales que Trump les ofrecía dentro
 de Estados Unidos.
En conclusión, tenemos razón al escandalizarnos con Trump: está ganando al establishment europeo,
 que se obsesiona con su ignorancia de las fuerzas que lo socavan y 
sientan las bases de acontecimientos espantosos. La responsabilidad 
recae en los progresistas de Europa continental, de Reino Unido, de 
Estados Unidos, que deben imponer un New Deal internacionalista en la agenda y ganar elecciones haciendo campaña por ello.
En
 mis pocos momentos de optimismo, imagino una alianza entre Bernie 
Sanders, Jeremy Corbyn y nuestro Movimiento por la Democracia en Europa,
 el DiEM25, ofreciendo una fuerte competencia a la Internacional 
Nacionalista liderada por Trump. Hace algunos años, un triunfo de Trump 
en Estados Unidos, en Europa o en otros sitios sonaba aún más 
descabellado que esto. Vale la pena intentarlo.
@yanisvaroufakis
Traducido por Lucía Balducci
 
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