No se debe descartar — 
puesto que se ha utilizado sistemáticamente— que el último recurso con 
que cuenta el régimen partidocrático autoritario mexicano encabezado por
 el PRI-gobierno y el PAN es el fraude electoral recurrente. 
Prácticamente en todas las anteriores elecciones presidenciales ha 
ocurrido esto sin obviar, por supuesto, la última que se verificó en el 
Estado de México (4 de junio de 2017) y que le otorgó la gubernatura al 
primo tercero de Peña Nieto, Alfredo del Mazo Maza, con el 33.56% del 
total de los votos, sin que la ganadora puntera del partido MORENA, 
Delfina Gómez Álvarez (con 30.78%) hiciera siquiera un gesto para 
denunciar y movilizar a su electorado que fue el que verdaderamente 
experimentó sus nefastos efectos. De aquí que el PRI esté acostumbrado a
 practicar esta ominosa conducta porque sabe que no va a ocurrir 
absolutamente nada dado el control del poder político que ejerce el 
Estado en sus diversos niveles: federal, estatal y municipal, sobre todo
 de los poderes judiciales del país.
 Lo anterior, como lo sabe 
cualquier ciudadano de cualquier clase social (burgués, proletario, 
campesino, estudiante, profesor o indígena) porque el fraude es casi una
 ley implantada, incluso en la conciencia social, no escrita, de 
imposición e impunidad en México que goza de todas las garantías, entre 
ellas, la impunidad utilizada sistemáticamente por la burocracia 
política que representa los intereses del capitalismo dependiente y 
subdesarrollado mexicano para socavar la voluntad popular y garantizar 
su dominación de clase. Al respecto, es sintomático y significativo que 
el mismo candidato del régimen neoliberal a la presidencia de la 
República, el tecnócrata Antonio Meade, ex-secretario de Hacienda en los
 regímenes del PRIAN y ex-secretario de SEDESOL entre otros cargos 
burocráticos, además de ser el artífice de los gasolinazos que 
dispararon la inflación en el país, y de ubicarse en el tercer lugar en 
el promedio de todas las encuestas levantadas en los últimos seis meses 
(hasta por 30 puntos respecto al puntero) esté tan seguro de que va a 
obtener la presidencia para darle continuidad al actual "modelo" de 
explotación y expoliación social del régimen político mexicano 
neoliberal. 
 De este modo no es casual que el actual presidente 
nacional del PRI, René Juárez Cisneros —nombrado a dedazo por el 
Presidente de la República y por su candidato a la presidencia— 
ex-gobernador del Estado de Guerrero y auténtico dinosaurio de ese 
partido que no hizo nada para combatir al crimen organizado durante su 
administración en su entidad, declaró sin ambages que seguirán el 
"modelo" electoral del Estado de México y de Coahuila para afianzar el 
"triunfo" de su candidato "pepe Meade" como él lo llama. 
 
Nosotros hemos indicado (en: "Las elecciones presidenciales en el México
 neoliberal: tres (posibles) escenarios", 
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=242261), que no es remoto que en 
México se aplique el "modelo" de las pasadas elecciones de Honduras (26 
de noviembre de 2017) donde operó un golpe de Estado institucional 
mediado por el estado de sitio y la represión para imponer al impopular y
 repudiado candidato oficial que era el mismo presidente de la 
República, Juan Orlando Hernández. Y hacia allá apunta, por ejemplo, la 
recién aprobada Ley de Seguridad Nacional que faculta al ejecutivo en 
turno a usar a las fuerzas armadas en caso de que "sea necesario" bajo 
la justificación de la lucha contra el crimen organizado, de tal manera 
que los "militares y marinos podrán intervenir en estados y municipios 
'rebasados' por el crimen organizado". Aquí puede muy bien leerse y 
sustituir "crimen organizado" por "pueblo organizado" que no es 
infrecuente en nuestro país. 
 No existe, por ende, ningún 
argumento sólido para afirmar que esto no pudiera ocurrir eventualmente 
en México en un escenario hipotético de triunfo de un candidato y fuerza
 distintos a las coaliciones que conforman el actual bloque neoliberal 
encabezado por el PRI, el PAN y el PRD, el llamado PRIANPRD. Y esto 
sencillamente porque el actual bloque de poder burgués, como lo llama 
Gramsci, está altamente comprometido con el gran capital trasnacional y 
con las enormes y gigantescas empresas trasnacionales, principalmente 
norteamericanas, a quienes prácticamente les ha entregado los recursos 
naturales del país bajo el comando de sus intereses estratégicos y 
geopolíticos enclavados hegemónicamente en los del imperialismo 
norteamericano que es amo y señor del gobierno mexicano y de las 
diversas fracciones de clase del llamado "empresariado" mexicano que es 
más bien, en rigor, una auténtica lumpenburguesía (Gunder Frank) 
completamente alineada y subordinada a dichos intereses y que a ellos 
obedece tanto su reproducción como clase, como su permanencia dentro del
 sistema de dominación propio del capitalismo dependiente mexicano. 
 De este modo el subterfugio del fraude electoral es, pues, el recurso 
dorado celosamente guardado por el régimen para impedir su 
desplazamiento de la presidencia de la república y de la (remota) 
posibilidad de que su "modelo" neoliberal" pueda ser modificado en 
función de intereses que no sea los propios de la lumpenburguesía y de 
la burocracia hasta ahora gobernante. En este sentido las llamadas 
"reformas estructurales" de naturaleza neoliberal del régimen 
peñanietista impulsadas por el PRIAN y el PRD son santuarios de oro que 
deben celosamente preservar a cualquier precio. 
 Es importante 
aclarar que ninguna de las fuerzas coaligadas y sus candidatos en 
contienda por el botín de la presidencia representa los intereses del 
pueblo y de las clases proletarias mayoritarias de la población de 
México. 
 El discurso oficial, el de los medios corporativos de 
comunicación, de los intelectuales orgánicos del sistema y de los 
partidos políticos registrados solamente utiliza un lenguaje mediático y
 descriptivo para "analizar" el actual proceso electoral destacando, por
 ejemplo, que compiten "tres proyectos": el oficial, el de PAN y el de 
MORENA que hacen "propuestas" distintas en materia de empleo, salarial, 
de seguridad pública o en materia de inversiones y corrupción, etcétera,
 borrando sin embargo, el carácter y naturaleza de clase que esas 
fuerzas representan en el México neoliberal. 
 Una primera 
aproximación que hacemos nosotros en aras de aclarar lo anterior es que 
en el plano formal, es decir, estatal-institucional, compiten dos 
fuerzas esencialmente de derecha: el PRI y el PAN al que se agrega el 
PRD, y a su "izquierda" tercia la coalición de MORENA-PT-PAS encabezada 
por su candidato Andrés Manuel López Obrador. 
 En términos 
sociopolíticos la primera representa los intereses de la "burguesía" 
dependiente monopolista a la que hasta ahora ha servido desde la época 
en que se instauró y consolidó el neoliberalismo en México (desde 1982…)
 y la segunda, a algunas fracciones de esta misma, además de a otros 
intereses propios de las clases explotadas y dominadas como las 
empobrecidas clases medias, la pequeña burguesía del campo y la ciudad, 
pequeños, medianos y microempresarios descontentos agobiados por los 
altos impuestos que tributan al Estado, masas de trabajadores 
precarizados y superexplotadas por el capital, jubilados y pensionados 
con salarios miserables cercanos a la pobreza y sectores populares como 
pequeños comerciantes y ambulantes informales que la apoyan, ya sea 
voluntariamente o corporativamente mediante prebendas o dádivas que les 
permiten sobrevivir en condiciones miserables e insalubres. Por ello 
estas mayorías sociales han encontrado en el candidato opositor al 
régimen del PRIAN y de la "mafia del poder" (una especie de contubernio 
entre empresarios y políticos corruptos) un canal idóneo para manifestar
 su descontento y hartazgo frente a la corrupción, la impunidad y la 
miseria en que los ha sumido el régimen de gobierno del PRIAN durante 
los últimos 18 años, situación ante la cual brillan por su ausencia 
propuestas siquiera mínimas para intentar solucionarla, si no es 
mediante más y más recetas neoliberales de naturaleza fondomonetarista 
de ajuste estructural, reformas infames, alza de impuestos, crecimiento 
del endeudamiento externo, privatizaciones, desempleo y férrea 
contención de los salarios de los trabajadores. 
 No es tanto que
 esta última opción electoral sea elegida específicamente por tal o cual
 agrupación política con la que se identifique ideológicamente porque 
generalmente esas ideologías son difusas y eclécticas; sino por la 
situación desesperada de no encontrar tregua ante la crisis económica 
del país, el vendaval de impuestos y alza constante de los precios de 
primera necesidad que consume la enorme mayoría de la población, en 
particular la fuerza de trabajo; el crecimiento de la violencia y la 
inseguridad prácticamente en todo el país y, aún, en la Ciudad de México
 donde últimamente ha visto incrementarse el número y la actividad de 
los grupos delictivos, incluso, en instituciones educativas como la UNAM
 por los cárteles de la droga, conocidos como "narcomenudistas" que, 
según diversas fuentes, mantienen lazos con los grandes cárteles que 
operan a nivel nacional y regional; los constantes y multiplicados 
feminicidios, los secuestros, robos a casas habitación, crímenes del 
orden común y ante la total complacencia de las autoridades federales, 
estatales y municipales, muchas de las cuáles están comprometidas con 
dichos grupos de la delincuencia organizada e interactúan con ellos como
 muestra fehacientemente el caso de los 43 estudiantes desaparecidos 
hasta la fecha en Iguala, Guerrero. 
 Por otro lado, ante el 
probable triunfo de López Obrador — por supuesto sí y sólo sí esta vez 
el régimen respeta los resultados de las votaciones del 1º de julio— los
 neoliberales orgánicos del sistema están proponiendo en los medios 
corporativos el “voto diferenciado”: te dicen cínicamente que si votas 
por AMLO como presidente vota por otros candidatos a diputados y 
senadores de “otros partidos” es decir los del PRIAN, para evitar que el
 triunfador tenga mayoría en el Congreso de la Unión con el fin de 
frenar el “presidencialismo autoritario”. Bonita manera de inducir el 
voto y respetar la democracia burguesa representativa que supuestamente 
garantiza la voluntad popular. Así lo ha hecho en medios de comunicación
 y en las redes sociales un escritor conservador de derecha, Enrique 
Krauze (véase Proceso 2171, 14 de junio de 2018) al 
"convocar-inducir" a la ciudadanía a votar diferenciadamente, "voto 
dividido" le llama, con el fin, dice, de "limitar el poder absoluto del 
presidente" como ocurrió, agrega, en el siglo XX donde las cámaras de 
senadores y de diputados constituían un "órgano servil del presidente". 
En vez de atribuir dicho poder al carácter de clase del Estado según los
 clásicos como Marx, Lenin y Gramsci que develan la verdadera naturaleza
 de esta maquinaria estatal-corporativa-burocrática que sirve 
esencialmente a la clase dominante, el escritor de marras atribuye 
"excesos" como "…la matanza de Tlatelolco por Díaz Ordaz, la represión 
al periódico Excélsior por Luis Echeverría Álvarez, la quiebra del país 
por José López Portillo y la corrupción impune por Carlos Salinas de 
Gortari", a un solo hombre. Así, con subterfugios propios del discurso 
que es incapaz de indagar la esencia de los fenómenos sociales y 
humanos, evade que los sucesivos gobiernos del PRIAN (PRI-PAN) hasta la 
actualidad (2018) no sólo son represivos y autoritarios sino que han 
constituido, en los hechos, y estratégicamente, en el capitalismo 
neoliberal, una fuerte amalgama típica del "poder absoluto del 
presidente" como lo prueba la elaboración y posterior aplicación por el 
dócil Congreso de la Unión de las llamadas "reformas estructurales" que 
sumieron al país en la crisis y en el callejón sin salida en que 
actualmente se encuentra. Al respecto, el mecanismo instrumentado por el
 presidente y por la partidocracia (incluyendo al PRD) fue el llamado Pacto por México
 creado el 2 de diciembre de 2012 a iniciativa del ejecutivo federal 
donde se cocinaron y procesaron dichas reformas privatizadoras de corte 
fondomonetarista. 
 Y esto no es nuevo. La política populista de 
los "pactos corporativos", colaboracionista y cupular ha sido una 
práctica constante en la historia de México, desde el período del 
llamado nacionalismo revolucionario hasta la actual época neoliberal. 
Fue ampliamente utilizada por los gobiernos priistas desde por lo menos 
la década de los setenta del siglo pasado, y también por los dos 
gobiernos panistas de la década de dos mil (2000-2012) y, finalmente, 
por el actual de naturaleza priista. Su objetivo general siempre ha sido
 el de imponer, utilizando todos los medios a su alcance, los intereses 
del partido en el poder en la sociedad, en la política y en la dinámica 
de los procesos de acumulación y reproducción del capital afines al 
incremento de la tasa de ganancia y de los intereses estratégicos de las
 clases dominantes del país y del capital extranjero. 
 Por 
supuesto el intelectual orgánico del régimen neoliberal partidocrático, 
Enrique Krauze, ignora todo esto y de ello no dice absolutamente nada 
(si se quiere profundizar en este tema véase mi libro: México (re)cargado. Dependencia, neoliberalismo y crisis, Editorial ITACA-FCPyS-UNAM, México, 2014). 
 Este dócil y acomodaticio intelectual a modo del sistema capitalista 
neoliberal esconde que en México nunca hubo transición a la famosa 
democracia desde que obtuvo el PAN por vez primera la presidencia en el 
año 2000 durante el período conocido como "la docena trágica" 
(2000-2012). Por eso insistimos en que, en México, nunca hubo lo que se 
ha denominado "transición a la democracia", que supuestamente ocurrió 
cuando la derecha del Partido Acción Nacional (PAN), ganó la elección 
presidencial, por vez primera después de 71 años de dominación priista, 
en el año 2000, sencillamente porque no se desmanteló el tradicional 
sistema político mexicano fundado en el autoritarismo, el 
presidencialismo y en el corporativismo que domina burocráticamente a 
las principales organizaciones obreras, campesinas y populares que 
siguen manteniendo a dicho sistema. Lo que sí ocurrió fue lo que 
llamamos una transición pactada y negociada entre los miembros y 
partidos de la partidocracia mexicana, a tal grado de que en la 
coyuntura electoral del año 2000, fue precisamente el presidente 
saliente, Ernesto Zedillo, connotado miembro del PRI, quien anunció sin 
cortapisas el triunfo del candidato presidencial de la derecha, Vicente 
Fox. A partir de aquí no ocurrió nada más que continuar con las 
políticas neoliberales inauguradas sistemáticamente, dieciocho años 
antes, por el presidente, también del PRI, Miguel de la Madrid en 1982. 
Esta continuidad evidentemente ha sido garantizada por el régimen 
peñanietista que deja al país con una exorbitante deuda externa, pública
 y privada, superior al 40% del PIB y que, por supuesto, tendrá que 
afrontar el próximo gobierno que emerja de la elección presidencial. 
 Ante el rotundo fracaso de las reformas estructurales instrumentadas 
por el régimen peñanietista donde difícilmente en su sexenio (2012-2018)
 el crecimiento económico superará 2% de acuerdo con diversas 
proyecciones (este tema se puede ver en mi libro:  México (des)cargado: del mexico's moment al mexico's disaster 
 , ITACA- Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas ( FISYP ) de
 Argentina -Posgrado en Estudios Latinoamericanos-UNAM, México, 2016), 
los representantes de las cúpulas empresariales como la COPARMEX y el 
Consejo Coordinador Empresarial, entre otros, exigen mantener el actual 
modelo económico dependiente neoliberal que salvaguarda y reproduce sus 
intereses de clase y empresariales. No cuestionan en sí las reformas 
estructurales, sino que plantean que son "perfectibles" debido a que, 
según ellos, han sido enormemente "benéficas" para México (¿?), sin 
considerar, por supuesto, el incremento en el país del desempleo 
abierto, de la pobreza y de la pobreza extrema, la existencia de 
bajísimos salarios que perciben más de la mitad de la población 
trabajadora, así como la naturaleza precaria de los empleos que se 
enorgullecen de haber creado y que evidentemente para el trabajador 
común de ninguna manera satisfacen sus prerrogativas laborales y sus 
necesidades básicas. 
 Sin perder de vista que ninguna de las 
coaliciones en contienda se plantea modificar la estructura del 
capitalismo en México — como hemos argumentado en otra ocasión ("Las 
elecciones presidenciales en el México neoliberal: tres (posibles) 
escenarios", en La Haine, 30 de mayo de 2018: https://www.lahaine.org/las-elecciones-presidenciales-en-el)
 – y en esto las tres coaliciones tienen un denominador común – sin 
embargo, en el plano en materia de política económica y social, si se 
advierten diferencias que vale la pena brevemente señalar. 
 En 
primer lugar, es posible distinguir en la actual coyuntura 
político-electoral dos proyectos o dos propuestas entre las coaliciones:
 una es la neoliberal, que es más de lo mismo, representada por el PRI y
 el PAN con los partidos menores que los apoyan. Implica continuidad de 
las reformas estructurales, los programas de dádivas a los trabajadores,
 por ejemplo, aumentar 20 pesos a los salarios mínimos, "crear empleos" 
sin mencionar cuantos ni la naturaleza de su calidad; repartir tabletas a
 los niños de las escuelas primarias, etcétera, pero obviamente sin 
modificar la esencia de las políticas privatizadoras, de austeridad 
social y de fuerte dependencia económica del país al capital 
internacional, ni mucho menos el sistema capitalista al que se deben. 
 El proyecto que podemos denominar neo-desarrollista enfatiza una 
política nacional de desarrollo centrada en el combate radical a la 
corrupción que, según el candidato de la Coalición Juntos Haremos 
Historia, implica el robo de alrededor de 500.000 millones de pesos por 
año. Esta cantidad, se destinaría al desarrollo de la salud, la 
educación, los programas de vivienda y otros satisfactores básicos para 
la vida de las grandes mayorías. 
 Es decir, se trata de un 
proyecto que replantea el retorno de la rectoría del Estado como 
elemento impulsor de proyectos de desarrollo económico-social tales como
 impulsar el mercado interno a partir de políticas públicas que 
incrementen los salarios de los trabajadores; desarrollar las refinerías
 — desmanteladas por el neoliberalismo en beneficio de las importaciones
 y la privatización de los energéticos — en el país con el objeto de 
reducir la dependencia de la importación de gasolina (actualmente se 
importa del exterior alrededor del 70% del consumo nacional). 
 
En un país petrolero como México, paradójicamente cada vez más 
dependiente de las importaciones energéticas y alimentarias, 
evidentemente esa coalición plantea revisar los contratos que hasta 
ahora se han signado con empresarios nacionales y extranjeros, aunque no
 se plantea anular la reforma privatizadora energética realizada por el 
actual gobierno neoliberal. 
 Lo mismo ocurre con la mal llamada 
"reforma educativa" cuya anulación han demandado los trabajadores de la 
educación y que impuso a sangre y fuego el régimen peñanietista contra 
los trabajadores mexicanos de la educación al tratarse, más que de una 
reforma educativa en stricto sensu encaminada a resolver los 
grandes y graves problemas nacionales de nuestro país, de una reforma 
laboral regresiva y punitiva que se ajusta a los cánones neoliberales 
del mercado, la competitividad capitalista y a los imperativos de la 
rentabilidad general del capital. 
 Y así podemos encontrar una 
serie de propuestas que obviamente, en el eventual caso de que el 
candidato puntero logre convertirse en presidente electo, no se sabe si 
realmente se van a cumplir, pero en todo caso ello dependerá ya no tanto
 del gobierno, sino de la movilización popular y de la lucha social que 
emprendan los trabajadores y demás clases explotadas y oprimidas de la 
sociedad mexicana. Nada se va a dar de manera gratuita como muchos 
esperan de sus "representantes", sobre todo en el entendido, que ya 
hemos enfatizado en otras ocasiones, de que de ninguna manera dicha 
coalición (MORENA) ha planteado siquiera transitar o instaurar el 
socialismo en México — a veces se tilda de traidor a un gobierno o líder
 que nunca ha hecho semejante planteamiento —; sino apenas impulsar una 
"cuarta transformación de México" que ocurriría después de la primera 
que correspondió a la época de la Independencia, de la segunda, 
correspondiente a la etapa histórica de la Reforma y, por último, a la 
Revolución, y que en todo caso implicaría recuperar un poco de la 
soberanía nacional cedida incondicionalmente por los liberales de toda 
estirpe al imperialismo, pero en el contexto de un capitalismo 
dependiente neodesarrollista que, como en la época de la 
industrialización sustitutiva de importaciones, combinó Estado y mercado
 capitalista que tanto irritó a los neoliberales de entonces. 
 
Alternativas socialistas y anticapitalistas se darán en México desde 
abajo por la izquierda y el pueblo y la clase obrera organizada fuera de
 los cánones corporativos del Estado y el capital. Pero por lo pronto 
dicha izquierda existe desarticulada entre sí y extremadamente 
fragmentada por todo el territorio nacional, sin condiciones de 
construir un proyecto estratégico alternativo capaz de rebasar las 
políticas neoliberales y/o desarrollistas que están vigentes en América 
Latina, con excepción de Cuba, para construir una nueva formación social
 con un modo de producción, de vida y de trabajo verdaderamente 
socialista y humano.
 
Adrián Sotelo Valencia, Profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
 

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