En el momento en que
 el escritor nicaragüense Sergio Ramírez recibía en Madrid el premio 
Cervantes, en su país se llevaban a cabo los primeros recuentos de 
muertos a manos del ejército y de la policía. El que fue vicepresidente 
de la República durante la épica década de los 80, dedicó el galardón a 
su pueblo, a los asesinados, a los heridos, a los detenidos, a los 
desaparecidos, que después de diez años de opresión se han levantado 
contra un poder absoluto que desconoce la división de poderes.
Cuando
 escribo este artículo, las cifras dadas por la Comisión Permanente de 
Derechos Humanos de Nicaragua son de 63 muertos y 15 desaparecidos, 
siendo centenares los heridos. Las cifras oficiales, de momento, no 
reconocen ni la mitad. Semejante matanza ha sido la respuesta del 
presidente Daniel Ortega y de su esposa la vicepresidenta Rosario 
Murillo, a las protestas contra la disminución de las pensiones en un 
5%, cifra que pasará a ser una contribución al Instituto Nacional de 
Seguridad Social y contra el aumento de las cotizaciones de los 
trabajadores y empresarios al INSS. Medidas que debieron ser debatidas 
en la Asamblea Nacional, de acuerdo con la Constitución, y nunca por 
decreto presidencial. 
Todo el país, durante cinco días, ha 
estado jalonado por barricadas, hogueras y enfrentamientos desiguales de
 jóvenes estudiantes con fuerzas represivas gubernamentales y también 
con las famosas “turbas divinas” que forman un cinturón de hierro en 
defensa del régimen. Hasta que el lunes 23 un río humano de más de cien 
mil personas, la mayoría de menores de 30 años y la mitad por lo menos 
de mujeres, recorrió Managua, e hizo ver a Ortega y Murillo que no les 
quedaba otra que negociar. Decenas de muertos después, la negociación es
 posible, lo que explica al mismo tiempo el fracaso de un régimen algo 
más que autoritario y el poder, en este caso heroico, de la calle. 
Pero
 ¿qué pasa en Nicaragua? ¿por qué tanta gente se ha sublevado? Daniel 
Ortega accedió al poder en 2007, casi dos décadas después que lo 
perdieran los sandinistas ante la Unión Nacional Opositora que ganó las 
primeras elecciones tras la década revolucionaria, con Violeta Chamorro 
de candidata. Ganó por fin la presidencia y en su caso además el poder, 
tras perder tres elecciones presidenciales desde 1990, esta vez con el 
apoyo del cardenal Obando y Bravo que logró, a cambio, que los diputados
 del Frente Sandinista derogaran la ley de aborto terapéutico, haciendo 
de Nicaragua uno de los seis países del mundo que lo prohíben. 
Inmediatamente
 de ser investido presidente, pa ra llegar a controlar las instituciones
 del Estado, incluida la policía y el ejército, tuvo que deshacerse de 
muchos dirigentes del Frente Sandinista, otrora en el poder. De los 
nueve comandantes que formaron la Dirección Nacional del FSLN durante el
 gobierno revolucionario, tomaron distancia de sus políticas y 
liderazgo, su hermano Humberto Ortega, y los comandantes Víctor Tirado, 
Henry Ruiz, Jaime Wheelock y Luis Carrión. Quedaron con Ortega, Bayardo 
Arce y Tomás Borge, ambos muy implicados en negocios algunos de ellos 
turbios. Imposible saber en qué lugar estaría hoy Carlos Núñez, 
fallecido en 1990. Por su parte, los hermanos Fernando y Ernesto 
Cardenal, las comandantes Dora María Téllez y Mónica Baltodano, el ex 
jefe de la policía René Vivas, la gran poetisa Gioconda Belli y el 
citado Sergio Ramírez, encabezan un ingente número de hombres y mujeres 
que reivindicando el sandinismo se han apartado de un FSLN propiedad de 
la poderosa pareja Ortega-Murillo que rápidamente s e rodeó de un grupo 
de incondicionales, con cuya complicidad ejercen el poder de forma 
despótica y al modo de una monarquía absolutista.
 La pareja 
gobernante parece querer instaurar una dictadura familiar en la que sus 
propios hijos ocupan de manera irregular responsabilidades de estado por
 el mandato autocrático de su padre, el presidente, ustituyendo en 
viajes oficiales a ministros e incluso al canciller. Lo cierto es que 
todo el poder está concentrado en la familia Ortega-Murillo y en un 
pequeño grupo de incondicionales que alimentan la existencia de un 
caudillaje que les proporciona seguridad para ejercer de cargos públicos
 con derecho a enriquecerse. Como afirma el histórico guerrillero Henry 
Ruiz, «ya no hay ideología, no hay mística, no hay normas, no hay 
debate, no hay nada». Pero este vacío no impide que con el lenguaje del 
antiimperialismo Ortega siga manteniendo un ascendente significativo 
sobre una amplia parte de la sociedad, algo que es posible gracias al 
clientelismo que se alimenta de un asistencialismo perverso, de pequeños
 lotes agrarios, de láminas de zinc, de bicicletas, y otras donaciones 
cubiertas hasta ahora con dinero procedente de la generosidad petrolera 
venezolana. Además, favores personales, premios y castigos, que se 
completan con una vigilancia diaria a través del cinturón de hierro 
tejido por su cómplice Rosario Murillo, que ha sabido crear una milicia 
que lo controla todo en los municipios, en los barrios, en los centros 
de trabajo y estudio, bajo el disfraz de participación ciudadana. 
 Hay que remontarse a las derrotas electorales de Ortega frente a 
Violeta Barrios de Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, para 
comprender cómo se ha llegado al momento presente. Para hacer creíble su
 acercamiento al cardenal Obando y a la Iglesia Católica, Ortega comenzó
 a asistir a los oficios de la catedral desde donde pidió perdón al 
pueblo de Nicaragua, llevándose consigo a las misas televisadas al que 
fue el poderoso jefe de los servicios secretos Lenin Cerna. Comenzó a 
fabricarse una imagen de hombre devoto, bien guiado por Rosario Murillo 
que a su vez expresó públicamente su rechazo al aborto en cualquier 
circunstancia. De esta conversión surgió su gran lema político que sigue
 vigente «Nicaragua cristiana y socialista». Un socialismo confesional 
que no deja de ser una originalidad oportunista. Y en todo caso pura 
propaganda. 
 La conversión no fue sólo religiosa. El mítico 
comandante Henry Ruiz, el más veterano de la guerrilla en la montaña, lo
 denuncia: «Al principio nos pareció que su programa apuntaba a una 
economía de desarrollo nacional. Fue un espejismo. Se fue rapidito al 
INCAE para asegurar a los grandes empresarios nacionales que respetaría 
sus negocios e impulsaría privatizaciones. Ustedes hagan la economía y 
yo haré la política, les dijo». Pero lo cierto es que el país sigue 
prisionero de un problema estructural que mantiene al 80% de la 
población económicamente activa en la economía informal. Nada está 
cambiando, si no es a peor, en una economía que funciona bajo la 
obediencia al Fondo Monetario Internacional, y por consiguiente aumenta 
las desigualdades sociales. La estrategia de Ortega es el 
asistencialismo que le viene asegurando su continuidad, bajo la amenaza 
de que su derrota sería el final del reparto de 
 Hoy, en el 
legislativo, Ortega tiene a 71 de sus 92 diputados, siendo que los 21 
legisladores restantes pertenecen a partidos colaboracionistas que dan 
fachada democrática al régimen. Escaños ocupados por corruptos que se 
apoderaron de apoyos millonarios para la reconstrucción después del 
huracán Mitch que en 1998 dejó más de 3.000 muertos. Con el control de 
la Asamblea Nacional Ortega tiene carta blanca para aprobar las leyes 
que quiera, incluidas nuevas reformas de la Constitución, todo con el 
fin de garantizar su permanencia en el poder. Decir que esta legislatura
 representa la continuidad de una amenaza a las libertades políticas y 
civiles no es una exageración. 
 ¿Tiene remedio Nicaragua? La 
comandante guerrillera Mónica Baltodano pone sus esperanzas en la 
sociedad civil y en particular en una nueva generación de jóvenes no 
contaminados por el poder. Ella critica a la oposición: «Desde que subió
 Ortega al Gobierno, todas las luchas que ha empujado la oposición han 
girado alrededor de las elecciones. Vamos a las elecciones para 
conseguir alcaldías, o para lograr diputados, y vamos a las 
presidenciales en condiciones de desventaja, pero aquí no existe un 
movimiento popular autónomo independiente. Yo creo que la única manera 
de construir otra correlación con la gente a la que no le parece cómo se
 hacen las cosas en este país, es con otras formas de organización que 
superen el electorarismo». 
 A la pregunta ¿Cómo se puede crear 
un movimiento social fuerte de oposición en la Nicaragua de 2017? 
responde de esta manera: «Hay que construir alianzas con la gente que 
está luchando por su territorio, porque no se construya el Canal 
interoceánico de 273 kilómetros, que Ortega quiere construir con capital
 chino. Una obra a la que se oponen los ambientalistas y campesinos por 
su dimensión faraónica que destruiría miles de kilómetros cuadrados de 
naturaleza y dañaría de manera amplia el medio ambiente de una gran 
parte de Nicaragua. 
 Lo cierto que la sublevación frente al 
gobierno Ortega-Murillo podía haber estallado por otros motivos. La 
reforma del INSS ha sido un detonante como podía haber sido el canal 
contra el que ya se han llevado a cabo más de cien marchas en los 
últimos años. La sublevación lo es por las libertades, contra el intento
 de una familia por instaurar una especie de monarquía absolutista. Una 
familia que ha pervertido el FSLN, aunque afortunadamente el sandinismo 
es mucho más, y siempre será para los que los somos una bandera 
libertaria.
 

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