La crisis de las 
economías dependientes latinoamericanas, vinculada a la del sistema 
mundial capitalista, agrava los conflictos de clase precipitando a 
nuestros pueblos al mayor deterioro de la soberanía y socavamiento de la
 democracia. Los impactos de la crisis en nuestros países, conducen a la
 guerra del capital contra el trabajo, lo que implica que las clases 
dominantes (locales y trasnacionales) no cedan ni un átomo de valor 
económico y político en el complejo sistema de dominación. Los 
imperativos de la etapa actual del capital tienden a arrastrar las 
propias necesidades y derechos sociales fundamentales. El signo de 
nuestro tiempo está marcado por una radical ofensiva de la 
contrarrevolución en América Latina unida a la agresiva y militarizada 
reformulación geopolítica del imperialismo a nivel global.
 Los 
gobiernos estadounidenses de Obama y Trump, han reaccionado, con 
extraordinaria fuerza, a las victorias de los gobiernos progresistas 
sobre las “democracias gobernables” impuestas a nivel continental (de 
ahí las “cláusulas democráticas” de la OEA) por los mismos gobiernos de 
Estados Unidos. Más aún, éstos han venido reaccionando en clave 
geopolítica ante la profundización de las relaciones económicas de estos
 gobiernos con las potencias de China y Rusia [1]. Así, la región 
experimenta el salto cuántico de las condiciones formales de las democracias “controladas” a los Estados de excepción que adquieren cada vez mayor profundidad. 
 La ofensiva para-fascista de la derecha oligárquica local y las fuerzas
 del imperialismo sobre la región, ha venido disponiendo de un amplio 
abanico de cartas utilizadas, una a una en función de la inestable 
correlación de fuerzas en cada uno de nuestros países. Hasta ahora, se 
han puesto de relieve los golpes de Estado “de nuevo tipo”, constituidos
 mediante la salvaguardia del “Estado de Derecho”, las magnas 
operaciones contra la corrupción y la instrumentalización política de 
los poderes de Justicia (Lawfare [2]), además de los procesos de 
criminalización de la protesta social, y la acentuación de ésta con la 
militarización de las sociedades, procesos que elevan a rango 
“constitucional” al Estado de excepción permanente. Estos 
recursos han predominado de un modo heterogéneo en Honduras (2009/2018),
 Paraguay (2012), Brasil (2016/2018), Ecuador (2018), Argentina 
(2017-2018), México (2017-Ley de Seguridad Interior). Por otro lado, 
Venezuela experimenta, además de los fracasos golpistas mediante estos 
procesos señalados y otros más, una enorme ofensiva de desestabilización
 y “guerra no convencional”, entre las que sobresalen, el furioso 
despliegue de la guerra económica y la amenaza de una 
intervención militar de corte mediática “humanitaria”, amparada por las 
condiciones infra-soberanas del Grupo de Lima en una nueva e ignominiosa
 especie de MINUSTAH, al tiempo que el pueblo venezolano ha propinado 
una nueva, contundente e inédita victoria con el 68% de los votos contra
 la reacción en este histórico 20M. 
 La degradación de la Justicia como instrumento político, tiene sus raíces -en la era neoliberal- en la destrucción del pacto social
 basado en el intercambio de concesiones y protección social (de ningún 
modo universal) entre el Estado y clases dominadas, el cual dotaba de 
legitimidad al régimen político que precedió al neoliberalismo. La 
ruptura del pacto por el viraje neoliberal precipitó la crisis de 
legitimidad del régimen agravada con la acentuación de la 
superexplotación del trabajo y la crisis de la democracia representativa
 centralizada en las manos de las oligarquías. Estallaron entonces las 
crisis políticas en toda la región latinoamericana a finales de siglo. A
 partir de aquí se configura la sustitución de esta forma de 
consentimiento por una nueva modalidad de legitimidad (para nada 
exitosa) del sistema de dominación. Las grandes campañas contra la 
“corrupción” y la afirmación prevaleciente del “Estado de Derecho”, 
constituyeron el factor central de una forma abstracta de 
legitimidad vinculada a los nuevos regímenes democráticos hegemonizados 
por el discurso abstracto de la “igualdad política”, el “pluralismo”, y 
la “ciudadanización política”, preservados éstos por el “Estado de 
Derecho”. El neoliberalismo es también “una superestructura ideológica y
 política”, señalaría en su momento Göran Therborn. 
 Con la nueva
 relación de fuerzas en la región y las limitantes de los gobiernos 
progresistas para modificar las bases institucionales del aparato de Estado (no es el caso de Venezuela y Bolivia con sus extraordinarios poderes constituyentes sustentados en el poder popular),
 asistimos al re-despliegue de enormes cruzadas contra la corrupción y 
el aseguramiento “pleno” del “Estado de Derecho”, en tanto formas 
encontradas por las clases dominantes locales y el imperialismo, para 
frustrar a los gobiernos ajenos a sus intereses. No obstante, dentro del
 multidimensional abanico estratégico del capital, señalamos al menos 
otras dos cartas que demandan su rigurosa discusión. La primera versa 
sobre la metamorfosis del Estado de Derecho en Estado de derecho de excepción que pretende efectivizar y legitimar el derecho a la fuerza del Estado con la militarización
 de la vida social, precisamente en un periodo histórico caracterizado 
por la lucha por los derechos laborales y colectivos vaporizados con la 
espiral de la crisis estructural del capital. Colombia, México, Brasil, Perú, Honduras, Argentina, destacan dentro de esta morfología estatal. 
 La segunda carta, quizá la vía maestra del capital, alcanza las capas 
tectónicas de las estructuras sociales de nuestros países. Se refiere, grosso modo,
 a un proceso de deconstrucción neoliberal de la política y de la 
democracia, que pone en juego, mediante una conculcación de derechos 
políticos (el inhabilitamiento del Demos), un proceso dedespolitización de la democracia (despojo de la política). Se trata de una neoliberalización de la política y de la democracia que las constriñe a un carácter cada vez más abstracto ypuro,
 esto es, aislándolas en una dimensión que el capital presenta como 
exclusivamente “política”. Dentro de esta perspectiva, el capitalismo 
manipulatorio de nuestra época se interesa en circunscribir a “la 
política” dentro del ámbito restringido de las instituciones, 
competencias electorales, participación “ciudadana”, “gestión de 
gobierno”, etc., una serie de “comportamientos estrictamente políticos” 
con enorme repulsión a cualquier vínculo con lo económico y sus 
fundamentos estructurales. De igual modo, orienta y reconstituye a la 
“democracia” sobre la base de una independencia respecto a la producción y reproducción material de la vida social, desprendiéndola de sus determinaciones económicas y sentidossociales, es decir, inhabilitándola
 de cualquier capacidad (incluso de dirimir) para incidir sobre 
modificaciones de carácter económico-estructural. 
 Sobre una 
portentosa “ficción real”, se ha venido estableciendo una “ruptura entre
 la economía y la política en el mundo del capital” [3], la cual lleva a
 constituir a la “democracia” degradándola a una dimensión “política” 
abstraída de todo contenido sustantivo, alienándola dentro de una forma 
superior. Si el poder del Demos incidiese en lo económico, 
aplasta “las libertades” y junto con ello, erosiona el orden “natural” 
de “lo económico”. Es esta la narrativa del capital en la decadente era 
neoliberal. Las clases dominantes pretenden someternos a esta forma democrática del Estado oligárquico latinoamericano, forma sutil de exclusión y despolitización 
 La capacidad de invulnerabilidad de lo económico establecida mediante 
este proceso de neoliberalización de la democracia, termina por radicar 
en el “Estado de Derecho”, así como en la “confianza en la fortaleza 
institucional” que éste resguarda. 
 Por ejemplo, en su momento, 
el exjefe del Banco de México, Agustín Carstens, señaló que “el mejor 
antídoto contra el populismo es que existan instituciones robustas como 
es el caso del banco central” [4], institución que se vanagloria por 
operar de un modo “independiente a los ciclos políticos”. Así también, 
el influyente empresario Miguel Alemán Velasco, en el foro “México 
Cumbre de Negocios”, nos obsequia una auténtica pieza del despotismo del
 capital de nuestros días, cuando advierte ante el depositario del poder
 Ejecutivo en México: “es preciso consolidar la fortaleza institucional 
del Estado mexicano para obtener un modelo de gobernabilidad 
constitucional y una reforma para consolidar un estado de derecho que 
asegure que nuestro modelo de desarrollo no sea sujeto a visiones 
personales” [5]. En este sentido, hay que entender la proliferación 
actual de los “decálogos” dictados por distintas fracciones del capital 
[6], en el marco de la campaña electoral en México, así como otra serie 
de intervenciones de estas fuerzas en la región [7]. 
 En suma, el lugar que ocupa la política, el Estado de Derecho y la democracia en
 el mundo del capital, es el de otorgar previsibilidad sobre la 
invulnerabilidad de las bases económicas, esto es, inmunizar los 
intereses y poderes económicos, o lo que es lo mismo, perpetuar las 
bases prevalecientes del patrón de reproducción del capital. La 
existencia y aseguramiento de “un régimen legal e institucional que 
brinde certidumbre” [8], los organismos empresariales que exigen 
“confianza y certeza jurídica” [9], en suma, los llamados “blindajes” y 
“candados” jurídicos (nacionales e internacionales) para impedir cambios
 en el “modelo de desarrollo”, se encuentran en el corazón de este 
proceso de despolitización de la democracia cuyo principal impacto reside en el despojo de la política a las clases populares. Quien osara modificar el orden institucional amparado en una sustantiva capacidad delDemos (al
 que el capital pretende alienar), no haría sino “patear la mesa” en una
 “afrenta” al “Estado de Derecho”, lo cual se atendría a la intervención
 del Poder Judicial (asesorado en Washington) para asegurar el statu quo.
 En México se agudiza esta carta del capital, la cual en Venezuela ha 
logrado quebrantarse. De ahí parte del brutal recurso a “todas las 
opciones políticas” (Marco Rubio, El País, 21/05/2018) con el golpe de Estado permanente a la revolución bolivariana. Con el histórico 20M y la nueva etapa de combate a la guerra económica, el poder popular en Venezuela camina en las antípodas de la democracia neoliberal en la época del capitalismo manipulatorio. 
Notas:
[1] Véase nuestro trabajo “13 tesis sobre el trumpismo imperialista de Rex Tillerson y su expedición por América Latina”, www.lahaine.org, 10/02/2018, https://www.
[2] Silvina Romano, et all., “Lawfare: la vía ´justa´ al neoliberalismo”, www.celag.org
[3] Jaime Osorio, “La ruptura entre economía y política en el mundo del capital”, Revista Herramienta.com.ar, 09/10/2013. Consúltese en: http://www.herramienta.
[4] El Economista,  23/03/2017, https:
[5] “Empresarios: necesaria, reforma que dé continuidad al modelo de desarrollo”, La Jornada, 24/10/2017, http://www.
[6] Ver el “decálogo” de la Asociación de Bancos de México, El Economista, 4/04/2018, https://www.
[8]
 El presidente de México señala ante Ángela Merkel y “ante 
representantes de la poderosa industria alemana en una abierta 
invitación para llevar sus capitales al país”: “México ha removido 
obstáculos y creado condiciones para el despegue de su economía en los 
próximos años y tiene además ´un régimen legal e institucional que 
brinda certidumbre a los inversionistas y emprendedores, conscientes de 
que ésta es la única base firme para el bienestar y la prosperidad’. La Jornada, 23/04/2018, http://www.
[9] “En su desplegado, el Consejo Mexicano de Negocios (CMN) condenó 
las expresiones de López Obrador y sostuvo que las condiciones de 
confianza y certeza jurídica son fundamentales…” La Jornada, 4/05/2018, http://www.
 

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