Evangélicos, pentecostales y neopentecostales
CELAG
El protagonismo 
político de las iglesias neopentecostales (carismáticas) en los procesos
 electorales latinoamericanos, obliga ampliar el conocimiento que existe
 sobre éstas para explicar las razones de su inusitada fuerza electoral.
 En ese propósito, se formulan tres ejes de análisis: “la ideología de 
la prosperidad” como rasgo distintivo neopentecostal en el vasto 
espectro de las iglesias evangélicas; el uso profesional del marketing 
(de la fe y la política) centrado en la idea de consumo religioso 
cercano al consumo show -al estilo Factor X-; y la utilización de la 
“idea del mal” como una lucha terrenal en contra de demonios: 
feminismos, derechos sexuales y reproductivos, entre muchos otros temas 
de discusión no religiosa -como la lucha contra el demonio político del 
“castrochavismo”- que avivaron la disputa por derechos civiles, 
contrarios a los preceptos neopentecostales. 
Más allá del bautismo, la importancia del nombre 
Frecuentemente,
 las diversas ramas derivadas de la religión Yoruba son unificadas bajo 
el término “santería”. De la misma forma, se suele unificar bajo el 
término “evangélicos” a diversas ramas derivadas del protestantismo. 
Aunque el debate sobre la exactitud de los términos a utilizar cuando 
nos referimos a las ramas de corrientes religiosas populares o masivas 
del mundo podría, en primera instancia, considerarse una suerte de 
quisquilleo metodológico, la importancia de diferenciar tendencias tiene
 dos bases fundamentales: por un lado, conocer las diferencias de 
cultos, que parte por reconocer variaciones que constituyen y delimitan 
la construcción de la identidad religiosa y, por otro lado, desde una 
perspectiva que abona a nuestro análisis, entender las razones del 
“éxito político de estos cultos”, esto es, interpretar como operan en la
 estructuración del control social del poder en las dimensiones micro 
cotidianas y las del Estado, que responderá a intereses determinados e 
influirá de forma particular en el cuerpo social que agrupa bajo su 
credo. 
En vista de la remontada que ha tenido el discurso 
neopentecostal en las campañas electorales de América Latina y la 
capacidad de movilizar a grupos sociales cada vez más amplios, 
consideramos pertinente presentar un breve desglose del cuerpo religioso
 que solemos bautizar como “evangélicos” o “evangelistas”. Vale la pena 
acotar que quienes integran este cuerpo religioso suelen 
autoidetificarse bajo esas nomenclaturas generalizantes, aun 
perteneciendo a iglesias que predican credos diferentes. Este no es un 
detalle menor. La fe no analiza estructuras, se entrega a las creencias 
que las sostienen. Pero estas estructuras obviadas por la fe, son las 
que edifican y sostienen sistemas económicos y sociales, por lo que es 
necesario categorizarlas analíticamente. 
Bajo el paraguas de la
 denominación genérica “evangélico” coexisten varias corrientes, entre 
ellas las clásicas iglesias luteranas y calvinistas que datan de la 
época de la Reforma Protestante, ligadas al clima de época que impulsó 
el capitalismo desde el siglo XVI, que se extendieron por Europa y 
Estados Unidos. También existen iglesias surgidas a finales del siglo 
XIX en los Estados Unidos, llamadas pentecostales, cuyas bases 
doctrinarias se pueden encontrar en la Iglesia de la Ciencia de Cristo y
 la Iglesia Mormona (Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos 
Días), ambas surgidas en los Estados Unidos en el siglo XIX, y 
extendidas en Latinoamérica a partir de la segunda mitad del siglo 
pasado. Éstas, al igual que las clásicas iglesias luteranas, tienen como
 principio la lectura de los evangelios (por ello el mote de 
evangélicos) pero, a diferencia de las luteranas (que creen en las 
enseñanzas de Jesús escritas en la biblia), los neopentecostales centran
 su hito fundacional en la “aparición y revelación del Espíritu Santo” a
 sus fundadores: Mary Baker Eddy (Ciencia de Cristo) y Joseph Smith 
(Mormones), quienes desde ese momento quedaron ungidos para profesar en 
su nombre y redactaron sendas interpretaciones (adaptaciones) de la 
biblia, al contexto de un capitalismo ya desarrollado y a éste lado del 
Atlántico. 
Las iglesias pentecostales tuvieron su auge a 
principios del siglo XX, como la Iglesia Ciencia de Cristo, que llegó a 
ser de las cuarenta empresas más importantes de los Estados Unidos, con 
una riqueza billonaria -aunque tras la muerte de su “profetiza” 
empezaron su decadencia-1. Luego se empezaron a sentar las bases de las 
iglesias neopentecostales, tal y como las conocemos hoy. En los años 60 
surgieron iglesias carismáticas donde se cantaba y se hacían rituales de
 sanación, que al parecer no fueron muy atractivos para la población. 
Ese estancamiento empezó a ser superado en los años 80 (en un proceso 
ligado al auge del neoliberalismo), por una ola de renovadores de esa 
doctrina, quienes escribieron unas nuevas orientaciones del método para 
atraer feligreses, entre ellos un libro llamado “Fundamentos de la 
Teoría Pentecostal” escrito por Guy P. Duffield y Nathaniel M. Van 
Cleave (que es un manual que guía paso a paso cómo debe pensar y actuar 
cualquier persona que quiera iniciar su emprendimiento casrismático)2. 
Con ese libro como guía (que algunos consideran el primero de muchos 
textos de autoayuda) se dan a la tarea de fundar nuevas iglesias o de 
revalorizar las ya existentes, como la Iglesia Mormona (que también 
reedita el Libro de Joseph Smith: el Mormon, una versión de la biblia 
adaptada a las costumbres y mitos del continente americano). Esas nuevas
 o renovadas iglesias son las conocidas como neopentecostales, que están
 basadas en el mismo hito fundacional del pentecostal: la unción de sus 
pastores por el espíritu santo, y dotadas de una orientación medieval de
 lucha contra el “demonio”; estridentes, con una estética show, un 
discurso de la prosperidad, el emprendedurismo (neoliberal), y una 
manera de atracción con un profesional marketing. 
La ideología de la prosperidad 
Estos
 “desarrollos” han venido marcados por la incorporación progresiva de 
beneficios para los miembros del culto -especialmente para los pastores-
 hasta el punto de sostener la teología de la prosperidad, que afirma la
 existencia de una relación entre la comunión con dios y los beneficios 
materiales obtenidos en la labor religiosa, que justifica la prosperidad
 material de los pastores que, en ese relato, son “elegidos por el 
Espíritu Santo”. Todo ello en una práctica característica de lo 
neopentecostal: la independencia o individualización de las iglesias, ya
 que ninguna responde a una suerte de ente centralizador, nadie limita 
la apertura de centros religiosos o espacios en los que se difunde el 
credo y de definición de estrategias de crecimiento. Este último punto 
es fundamental para entender el proceso de penetración que el 
neopentecostalismo ha tenido en la región. 
Todas las iglesias 
neopentecostales, como la Misión Carismática Internacional, La Iglesia 
de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, El Avivamiento, Alcance
 Victoria, Ríos de Vida, y sus más de 19 mil versiones en todo el 
continente, profesan esa fe del emprendedurismo en forma de actividades 
emocionales o de autoayuda, con la idea de que es posible prosperar si 
la gente se lo propone, pues rezan que la pobreza es producto de la 
desidia individual, de la pereza o de cualquier otro defecto de carácter
 individual. Esto es muy congruente con la cultura del neoliberalismo, 
aquélla que se basa en un “pensamiento global que tiene que ver con la 
fe en que una sociedad puede fundarse en la desigualdad. Hay un odio a 
la igualdad, un desprecio, como si la igualdad fuese algo infame”3, 
utilizando las palabras del filósofo francés Jacques Rancière para 
definir las características de las fuerzas conservadoras que están hoy 
operando en la globalización4. 
Esa idea de la prosperidad 
utilizada para capturar fieles se transmite con facilidad al discurso 
hegemónico del poder en Latinoamérica que, sin ser neopentecostal (aún),
 está de acuerdo con el principio de esas iglesias, convirtiéndolas en 
aliadas de la estructuración de una cultura individual que no pretende 
exigir al Estado la distribución de la riqueza, la justicia social o la 
democratización. Esa dialéctica de la conveniencia, que otrora ocupaba 
la iglesia católica, puede estar siendo corta para los intereses y 
aspiraciones de estas iglesias, que tienen un pensamiento integrista: en
 la medida que tienen algo de poder, ven con mayor posibilidad construir
 en Latinoamérica Estados confesionales, es decir destituyentes de los 
avances democráticos conseguidos en las últimas décadas. 
La 
ideología de la prosperidad es entonces una marca que distingue a los 
neopentecostales y que a su vez los ubica como aliados del 
neoliberalismo. Sus feligreses son los más pobres de las sociedades 
latinoamericanas, los trabajadores precarizados, los más golpeados por 
la economía, a quienes el relato de una vida prospera les convence, 
aunque sólo lo logren los que llegan a ser pastores, o a fundar sus 
propios emprendimientos religiosos. 
Fe y política en la era del marketing 
El
 auge del neopentecostalismo en la década de los ´70 se da, nada más y 
nada menos, que en EE.UU. Como mencionábamos anteriormente, una de las 
características de este movimiento es la incorporación de nuevas 
estrategias de crecimiento. Hasta ese momento, los pentecostales se 
concentraban en las iglesias o sedes en las que se realizaba el culto y a
 esos espacios a los que se aproximaban los futuros creyentes. Los 
carismáticos incorporan una suerte de células familiares5 que ya 
empiezan a incorporar ámbitos laborales y otros espacios de 
sociabilización de los creyentes para la cooptación de nuevos miembros. 
Los neopentecostales van más allá. Congresos, marchas, programas 
radiales y hasta televisivos, para alcanzar el punto actual del 
neopentecostalismo 2.0: canales youtube, redes sociales y livestream. 
Ahora bien, luego de este paso a paso ¿A través de qué trochas pasaron 
las iglesias evangélicas para recorrer América Latina? 
Pasaron 
por las trochas abandonadas por el propio modelo neoliberal y por las 
expectativas de una vida mejor. En las épocas de crisis económicas y en 
las crisis de representación política (como muchos catalogan el problema
 que viven hoy los partidos políticos tradicionales) la desesperanza es 
el humor social por excelencia. En un estudio de Alejandro Fierro y 
Oscar Navarro6, sobre las elecciones en Colombia, relatan cómo, en los 
focus group realizados como metodología, la mayoría de los entrevistados
 describía la situación personal respecto del país como de desesperanza.
 En ese mismo tono se expresaron este año los salvadoreños en las 
elecciones parlamentarias (4 de marzo), los chilenos en noviembre del 
2017 en las elecciones presidenciales, y, en general, en toda la región.
 El humor social producto de la situación nacional de los países 
latinoamericanos es de desesperanza. 
Esas trochas pasaron a 
través de sus canales de televisión -que se emiten en 158 países del 
mundo7-, de las redes de emisoras radiales nacionales y transnacionales,
 a través de la industria editorial con libros de autoayuda 
neopentecostales- como: “Jesús Nunca Fue Pobre” o “Dios Quiere Que seas 
Rico”-, charlas de motivación, iglesias en cada barrio y una puesta en 
escena en todos esos escenarios dignos de comparar a los shows como 
Voice o Factor X. Luces, cantantes de música juvenil, colores y 
decoraciones con un despliegue que atrae a multitudes. Un marketing 
profesional que se relaciona con los gustos, las creencias y las 
expectativas de los sujetos abandonados por el Estado neoliberal y por 
las poco creíbles promesas de los partidos políticos. Una estrategia que
 les resultó favorable para dar el salto a la vida política, pues el 
camino de análisis de segmentos poblacionales ya los tenían hechos, con 
nichos de seguidores y un despliegue de conexión con el sentido común 
basado en la desigualdad y los valores medievales de la fe, atornillados
 con un despliegue de consumo cultural de entretenimiento religioso. 
La lucha contra la “idea del mal” 
Como
 se ha ido explicando en el texto, las iglesias neopentecostales, que 
reúnen variadas características (algunas ya explicadas en artículos 
anteriores)8, han personificado la idea del mal (tan conveniente y 
utilizada por todas las religiones) en forma de enfermedades que padecen
 las personas: en el desempleo, el alcohol, las drogas y, por supuesto, 
en sus enemigos políticos.  
Enemigos políticos serían todos 
aquellos que reclaman por los derechos civiles plenos: en las enseñanzas
 dadas por el “Espíritu Santo” a sus pastores, el feminismo, y la salud 
sexual y reproductiva, son pecados demoníacos. Entran en el grupo 
indeseable, también, todos los que quieren hacer Estados fuertes en la 
economía y distribuir de la riqueza, ampliar la educación, generar 
bienestar y cambiar el paradigma de la desigualdad individual 
neoliberal. 
La personificación del “demonio”, en ese caso 
,sería para ellos los gobiernos progresistas, cualquier tendencia de 
izquierda. En el ambiente político actual, se han subido al macartismo 
de lucha contra el “castrochavismo”, neologismo de connotación negativa 
que pretende describir lo que ocurre en los países gobernados por 
partidos y liderazgos no neoliberales. A ese “demonio” no lo pueden 
tolerar, pues disputa con ellos las bases populares que les hacen 
fuertes, y les puede quitar parte del argumentario de la ideología de la
 prosperidad, además de ser fuente de maldad por la perspectiva de 
derechos que les ha caracterizado. 
Es una característica muy 
útil para hacer política, pues ponen en el mismo rasero problemas de la 
sociedad, como el alcoholismo, con discusiones de orden político, como 
la orientación del Estado. En las actividades de culto que realizan, 
mezclan muy bien ambas dimensiones (bien distintas), a través de la 
personificación de ascenso social logrado por los pastores. Ellos y 
ellas hablan de sí mismos como fuente de prosperidad, sin que haya 
mediado el Estado o con el “esfuerzo de erradicar los demonios de sus 
vidas”9, como recientemente afirmaron en la Cumbre Interreligiosa que le
 entregó el mandato al secretario de la OEA, Almagro, para salvar de la 
corrupción a Latinoamérica10. 
El giro neopentecostal de candidatos y campañas 
Con
 esa performance religioso-política las iglesias neopentecostales vienen
 conquistando espacios de poder en Latinoamérica. Los primeros grandes 
logros de los neopentecostales fueron el triunfo en Guatemala del 
presidente-pastor-actor, Jimmy Morales11, la vicepresidenta de Nicaragua
 Rosario Murillo y el paso a segunda vuelta en Costa Rica del pastor 
Fabricio Alvarado. Fueron fundamentales en la derrota del Acuerdo de Paz
 en Colombia, en el 2016, en el golpe parlamentario contra Dilma 
Rousseff en Brasil, y hoy están jugando con toda su fuerza en las 
campañas electorales que se avecinan: Venezuela (20 de mayo) y Colombia 
(27 de mayo). 
Los pastores y las pastoras, con permiso para 
enriquecerse (no olvidemos la teología de la prosperidad) comienzan a 
proyectarse como un modelo a seguir o a alcanzar, como un suerte de 
empresarios exitosos que cuentan con el “vale” de la integridad 
espiritual. Contando con recursos “propios”, años de entrenamiento en la
 prédica, redes internacionales y grupos de seguidores, todo parece 
listo para dar el salto hacia la vida política. Los neopentecostales 
venían de no posicionar candidatos propios en las elecciones de 
comienzos de este siglo, pero ello viene cambiando. Cuando las 
condiciones se los permiten, deciden presentarse como una garantía que 
se apoya en lo espiritual, como el caso de Morales en Guatemala, de 
Fabricio Alvarado (Costa Rica), de Viviane Morales en Colombia (que 
aunque renunció a la candidatura se plegó al uribismo), o Javier 
Bertucci en Venezuela. 
Estas fuerzas políticas religiosas 
neopentecostales, están tratando de imponer un regreso a las discusiones
 decimonónicas sobre la separación de la religión y el Estado, 
influenciando la agenda política, y permeando facciones de derechas que 
añoran el caudal electoral de esas iglesias. Desde nuestra perspectiva, 
esas formaciones políticas religiosas no pueden denominarse “nuevas 
derechas” (si es que estas existen en Latinoamérica), sino factores de 
poder retrógrados, que están colgados de una ola conservadora en la 
región favorable a sus propósitos y refractarios a cualquier desarrollo 
de cambio cultural en Latinoamérica. 
Son un actor en la 
política que está jugando con todas las fuerzas y que merece seguir 
siendo estudiado, entre otros, por todos aquellos que se ubican en la 
idea del cambio, pues la disputa de los votos en muchos países pasa por 
la disputa con subjetividades relacionadas con la fe de esas iglesias. 
Una disputa parecida a la vivida en los años ’70, cuando al poder 
conservador de la iglesia católica se le opuso la teología de la 
liberación -que en algunos países abrió compuertas de transformación-. 
Todo ello, porque de la fe a la política parece que sólo hay un paso. 
Notas:
5 Martínez, Ramiro. El neopentecostalismo como objeto de investigación y categoría analítica. 
Javier Calderón Castillo (@javiercc21) y Taroa Zúñiga (@taroazuniga) son investigadores del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) 
 

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