Entrevista a Beatriz Stolowicz, politóloga mexicana
Brecha
De visita en 
Montevideo, presentó los resultados de sus últimas investigaciones 
plasmadas en su último libro, “El misterio del posneoliberalismo”. El 
segundo tomo, “La estrategia para América Latina”, recientemente 
publicado en Colombia, narra el accionar del capital y de los sectores 
dominantes en esta región, haciendo una detallada descripción del 
despliegue y el funcionamiento de redes intelectuales y políticas que 
han apuntado a una reestructuración y un avance del capitalismo desde 
los setenta. Sobre estos puntos y cómo han influenciado a los gobiernos 
progresistas nos adentramos en un mano a mano con Beatriz Stolowicz. 
—¿Cuál es la estrategia para América Latina de los sectores dominantes?
 —Lo primero es que la reestructuración capitalista fue concebida desde 
el principio en fases. Con una fase de demolición, que es lo que en 
general la gente ve como neoliberalismo, y luego fases de estabilización
 como parte de la misma estrategia. Esto está diseñado desde antes del 
golpe de Estado en Chile. “El ladrillo” fue el programa económico-social
 de la dictadura de Pinochet que se venía trabajando desde los sesenta, 
en el que plantean una primera etapa que yo (no ellos) llamo de 
demolición de los derechos conquistados y, sobre todo, del modelo 
desarrollista viejo. Pero ya conciben ahí una fase posterior de 
estabilización, y ya la conciben para un gobierno de coalición. 
Entonces, cuando uno mira en la larga duración, la Concertación chilena 
sería justamente el resultado de eso. Es bastante significativo además 
que lo hagan público en 1992 y señalen que los objetivos se han cumplido
 en lo general. Uno ve que en Chile sí se cumplieron, porque fue un 
período muy largo de demolición, de reconfiguración de la sociedad en la
 dictadura y que, después, con la Concertación, legitimaron el modelo 
con espacios de representación política y legalización de algunas 
actividades. En los otros países, por ejemplo Brasil, México, Colombia, 
la reestructuración se hace en varios momentos, usando la crisis como 
oportunidad para la demolición de algunas cosas, presentándola como 
inevitable ante la crisis. Esto hace más complejo el análisis de América
 Latina porque conviven los discursos de demolición y estabilización. 
Uno de los exponentes más graves de esto es el brasileño Fernando 
Henrique Cardoso, a quien llaman “el neoliberal”, “el privatizador”, 
pero al mismo tiempo va construyendo críticas sociales, reconfiguración 
social, amplitud de espacios políticos, entonces es difícil 
identificarlo en uno u otro discurso. El otro caso es México: Carlos 
Salinas de Gortari, que también mientras estaba privatizando generaba 
una nueva base social organizada. Los de la estabilización son sectores 
más lúcidos de la derecha que no tienen pruritos para utilizar ciertos 
mecanismos y cierto lenguaje que eran propios de la izquierda. Entonces,
 en la primera mitad de los noventa la vía es la centralidad del nuevo 
régimen político, representativo, lo que da gobernabilidad para avanzar.
 En la segunda mitad de esa década, cuando ya hay desencanto con la 
democracia, la reconfiguración social es el eje, entonces es cuando se 
expanden las políticas sociales, unas más focalizadas, otras más 
universalistas, pero siempre con la lógica de que el Estado es el que 
financia y los privados proveen. Con lo cual también vamos transfiriendo
 riqueza social al capital. Venían muy entusiasmados ellos con la 
inversión extranjera, pero en 2001 vuelve la recesión. Es en el contexto
 de las crisis financieras –tanto en 1995, que empieza en México y 
afecta a Brasil y Argentina, como la asiática de 1997, que es quizás más
 determinante– cuando se plantean nuevas fases de la reconfiguración: 
proteger al sistema financiero de sí mismo, promover el rescate del 
capital dinerario excedente incorporándolo a los circuitos de 
acumulación, y esto lo presentan como un nuevo desarrollo productivista,
 distributivista. Este ya es un nuevo momento, pero todo esto se acelera
 con la crisis de 2007 y entonces los instrumentos cambian y cambia 
sobre todo el argumento, que es la inclusión social. Hoy día para mí las
 tres líneas fundamentales de la estrategia de los sectores dominantes 
son la inclusión financiera, los llamados negocios inclusivos (que en el
 mundo agrario se conocen también como “agricultura por contrato”, pero 
también abarcan a los sectores urbanos como recolectores, recicladores, 
que se conectan así con las grandes empresas), y las asociaciones 
público-privadas. 
 —Esta estrategia política del capital va 
siendo elaborada por redes de intelectuales y políticos 
latinoamericanos. ¿Cómo funcionan estas redes? 
 —En el año 82
 se crea el Diálogo Interamericano, que es el espacio donde se empiezan a
 discutir las transiciones políticas, con el paquete económico. Sus 
fundadores son el ex presidente de Estados Unidos James Carter, Fernando
 Henrique Cardoso, Julio María Sanguinetti, Enrique Iglesias, y por ahí 
aparece tempranamente Pedro Kuczynski. El Diálogo reúne a las grandes 
empresas de Estados Unidos, las trasnacionales, los grandes empresarios 
de América Latina, los operadores políticos de las transiciones, y una 
intelectualidad, digamos, liberal-democrática que se sentía muy atraída 
por el discurso sobre los derechos humanos de Carter, que es lo que 
legitima su acción sobre América Latina (además esa política de derechos
 humanos ha sido muy criticada, no ha sido tan completa y pura como se 
la presentaba). Antes de cada elección en Estados Unidos, el Diálogo 
Interamericano elabora un documento para quien salga elegido, y le hace 
recomendaciones de cómo el gobierno tendría que relacionarse con América
 Latina para que estos planes económicos operen sin dificultades. Esto 
continúa hasta la fecha, y un rasgo interesante es que siempre van 
incorporando a dirigentes, personajes de la izquierda latinoamericana, 
abriéndoles espacio para que se sientan como pares. Van integrando a 
líderes indígenas, sindicatos, organizaciones feministas; conforme la 
agenda se va instalando en América Latina, siempre jalan gente. Estas 
discusiones son presentadas como un ambiente cuasi académico de 
reflexión, pero vemos cómo se van ajustando los acuerdos, las líneas 
estratégicas, y por eso cuando se empieza a hablar de un Consenso de 
Washington yo insisto en que es un “consenso de América Latina”. Otro 
espacio de elaboración muy importante es la Cepal. Con su viraje 
neoestructuralista terminan por proponer que si no puedes derrotarlos 
únete a ellos, y lo que plantean es cómo insertarse en la globalización,
 en la circulación del capital, con un toque sobre el asunto social que 
tampoco es tan central en el planteo de la Cepal. El que asume la 
temática social con mucha fuerza es el Bid desde que es presidido por 
Enrique Iglesias, se crea incluso la división social del Bid en el 96, y
 otra de las líneas importantes de su acción es trabajar con los 
gobiernos locales. Desde el 89 y el 90 la izquierda tiene gobiernos 
locales, y con estos el Bid va tener un vínculo muy especial, y muy 
tardíamente el Banco Mundial lo va a recoger. Con lo cual se va creando 
un ámbito de intercambio aparentemente sin condicionamientos. El Bid 
ofrece créditos, y se centra (ellos lo plantean así) en dos líneas: la 
reforma del Estado y la reforma educativa. Otra instancia muy 
importante, a la que luego no se le da mucho realce, es, desde el 96, el
 Círculo Montevideo, creado con Sanguinetti como anfitrión en su segunda
 presidencia. Es sobre todo un ámbito de intercambio entre operadores 
políticos: ahí están el chileno Ricardo Lagos, el colombiano Belisario 
Bentancur, el argentino Natalio Botana. Y ellos son los que empiezan a 
hacer público el cambio de discurso sobre el agotamiento del 
neoliberalismo. El Círculo de Montevideo sigue funcionando, se fue 
ampliando e incluso creó la Fundación Círculo Montevideo, que por 2012 
estuvo presidida por el empresario mexicano Carlos Slim. La Comisión 
Trilateral, formada en 1973 (por David Rockefeller, para intensificar la
 cooperación entre Estados Unidos, Japón y Europa) para el manejo de la 
crisis, sigue trabajando hacia América Latina, y se le encarga a España 
el vínculo con América Latina. Entonces, hay una doble vía desde Estados
 Unidos con el Diálogo y desde la Comisión Trilateral sobre todo con los
 españoles, y después se creará, vía las cumbres iberoamericanas de 
presidentes y jefes de Estado, la Organización de Estados 
Iberoamericanos. Estos son algunos de los espacios, hay más. 
 
—Es interesante, porque cuando vas describiendo estos espacios aparecen 
figuras como Enrique Iglesias, Felipe González, Fernando Henrique 
Cardoso, que suelen ser considerados representantes del centro y no de 
la derecha. Incluso la Cepal, que hace muchas críticas al 
neoliberalismo. ¿Cómo es, entonces, la articulación, la relación o 
eventualmente el conflicto entre este ambiente centrista y el 
neoliberalismo propiamente dicho? 
 —Mira, yo también tuve 
esta imagen de que eran fracciones dominantes con proyectos distintos en
 contradicción, y que esto iba a generar conflictos intradominantes. 
Pues la gran sorpresa de la investigación es que esto no es así. Porque 
asumen que son fases, y por lo tanto no son proyectos contradictorios. 
Entonces aquí la discusión, para develar el misterio, es qué entendemos 
por neoliberalismo. Si nos quedamos sólo con los ajustes monetaristas 
para caracterizarlo, entonces nos perdemos, porque llegan otros que 
dicen: “Bueno, ahora vamos a ir hacia políticas no recesivas, de 
crecimiento”. Pero no están en contradicción. Es muy impresionante ver 
cómo van elaborando, se van poniendo de acuerdo, y van diciendo: “Bueno,
 a partir de ahora se procede así, y lo necesario es esto otro”. Porque 
finalmente la clave, cuando uno piensa en la reestructuración que se 
denominó neoliberal, es ir derribando todos los obstáculos para la 
restauración del poder ilimitado del capital, después de los llamados 30
 años dorados del capitalismo, del keynesianismo, y siempre lo 
concibieron con una gran flexibilidad táctica. Por ejemplo, desde el 
comienzo se concibió la función del Estado como un actor central, nunca 
un Estado mínimo: en una etapa el Estado tiene que hacer una cosa, y en 
otra etapa otra. Por lo tanto ellos no distinguen entre economía, 
política y sociedad, y articulan; cada uno de estos sectores tiene mayor
 influencia en un ámbito o en otro. Hay matices, sí. Pero los matices en
 general son tácticos, nunca discrepan en los objetivos. 
 —¿Y 
cómo es que los gobiernos de izquierda, los progresismos, son 
influenciados por esta estrategia? ¿Cómo se da esta relación entre la 
estrategia de los sectores dominantes y las izquierdas? 
 
—Esto se va elaborando en la segunda mitad de los noventa. Hacen 
reuniones con la izquierda latinoamericana para discutir lo que ellos 
llamaron “la alternativa progresista”. El énfasis está en un 
cuestionamiento a las formas neoliberales de manejo del mercado, porque 
lo consideran elitista y excluyente. Entonces introducen allí con mucha 
fuerza la idea de la inclusión (al mercado) como el eje de la 
alternativa progresista. Y entonces la lógica distributivista ya no es 
la clásica de la socialdemocracia, sino la que les da activos a los 
pobres para valerse por sí mismos y salir adelante en el mercado, y a 
esto se le llama una nueva economía de emprendedores, innovadores. 
Entonces comienzan las reuniones. Se hacen varias en México, luego está 
la más conocida, que es la de noviembre de 1997 en Buenos Aires, cuyo 
documento fue bautizado por la prensa como el “Consenso de Buenos 
Aires”. La idea entonces era la siguiente: que pese a que entre los 
operadores de los partidos tradicionales había gente que criticaba al 
neoliberalismo, reducido a especulación financiera, a supuesta 
desregulación, la gente veía a estos operadores políticos y los 
calificaba como neoliberales. No eran creíbles. Entonces se plantean 
crear un sujeto político posneoliberal creíble, y que su expresión 
política fuera el progresismo, y ahí se plantean entonces una segunda 
etapa de corrimiento de la izquierda al centro. La primera es cuando se 
incorporan a los regímenes de democracias gobernables, y se les ponen 
condiciones: si ustedes quieren ser pares, tienen que evitar la 
conflictividad social, el mercado es el que decide las políticas 
económicas, no el parlamento, y bajo ese chantaje sale la primera fase. 
La de la segunda mitad de los noventa es la segunda fase, con la oferta 
de que quienes apoyaran este programa recibirían apoyo de los organismos
 internacionales, los cuales no serían obstaculizados. Entonces, claro, 
en las primeras apuestas que ellos se planteaban tenía que parecer que 
no eran políticos tradicionales, como el caso de Vicente Fox en México, 
Ricardo Lagos es promovido en Chile, levantando la imagen de su 
pertenencia al Partido Socialista. Y otros más: Facundo Guardado en El 
Salvador, Chacho Álvarez en Argentina. Fox y Lagos ganan elecciones, y 
claro, como llevan adelante esas políticas, vuelven a ser vistos por la 
población como neoliberales. Entonces el desgaste del sujeto que ellos 
pretendían construir como el sujeto alternativo es ya visible en los dos
 mil, es muy rápido el agotamiento. Es ahí cuando ciertos sectores… A 
ver, no es que promuevan los triunfos de la izquierda, esto sería faltar
 a la historia y además una canallada, porque costó mucho ganar 
elecciones, pero no se oponen. Incluso apuestan a que estos nuevos 
gobiernos que vienen de los partidos históricos de la izquierda puedan 
devolverle el glamour a la política, que estaba de capa caída, muy 
desprestigiada con el “que se vayan todos” y todo eso. Entonces ahí uno 
ve un cierto repliegue de estos sectores del escenario político. Pero 
están actuando, ofreciendo todas las facilidades del mundo financiero 
para llevar a cabo este programa. Ellos (se ve en los documentos del 
Diálogo Interamericano) no le dieron mucha importancia al triunfo de 
Hugo Chávez, incluso pensaban que, como outsider del sistema de partidos
 tradicionales en Venezuela, podría rescatar ese sistema. Realmente 
empiezan a preocuparse a partir de 2002 cuando se derrota el golpe de 
Estado, porque es entonces que empieza la radicalización de las medidas,
 por ejemplo en relación con la expropiación de la tierra, y la 
nacionalización del petróleo se lleva del papel a la ejecución más 
plena. Su apuesta era levantar desde Brasil un modelo alternativo, 
distinto al que estaba surgiendo en Venezuela. Si en la década del 90 
toda la idea del posneoliberalismo y el progresismo estuvo radicada en 
Chile, desde 2003 está en Brasil. 
 —¿Y cómo analiza las 
experiencias que surgen de esta relación entre la izquierda y la 
estrategia de los sectores dominantes? ¿Qué reflexiones le provoca la 
actual decadencia del progresismo? 
 —Esta estrategia no 
influye de la misma manera ni con los mismos tiempos en todos los 
países. Y cuando más influye, más empuja esas experiencias a la lógica 
del programa progresista. Por ejemplo, en Venezuela todas estas 
políticas no se ejecutaron. Recién ahora empezamos a ver asociaciones 
público-privadas en el Arco del Orinoco, cosas que son fruto de la 
negociación con la derecha para tratar de salvar un poco la estabilidad 
del sistema político y sacarla de esta agresión física, criminal, que la
 derecha estaba ejecutando. En Bolivia se empezaron a aplicar algunas a 
partir de 2010. Yo diría que donde se están aplicando más es, desde 
luego, en Chile, con la Concertación y con la Nueva Mayoría, y en Brasil
 y en Uruguay. La lógica central de lo estrictamente progresista, del 
carácter distributivo de ese programa, hace énfasis en el acceso a 
activos, créditos, titularización de tierras y propiedades 
inmobiliarias, más la inclusión financiera, para que cada quien salga 
adelante por sí mismo. Pero al mismo tiempo en Brasil y Uruguay, por 
ejemplo, hubo una ampliación de derechos, entonces son experiencias 
híbridas. Así que la pregunta sería más bien ¿desde dónde caracterizaría
 estas transformaciones? Bueno, yo considero que son propiamente 
modernizaciones capitalistas, en las cuales se expresan dos 
concepciones. Por un lado, una vieja concepción latinoamericana que tuvo
 como exponente a Gino Germani, un sociólogo italiano que proponía la 
modernización capitalista con expansión de derechos colectivos. Él 
hablaba del derecho al trabajo y la obligación de trabajar, el derecho a
 la educación y la obligación de estudiar; concebía que esto llevaba la 
sociedad tradicional a la sociedad moderna. Correspondía, digamos, a la 
lógica de modernización de aquel capitalismo de los años dorados, más 
signado por la socialdemocracia clásica. Pero también había otra 
concepción de modernización, que es la del economista estadou-nidense 
Walt Whitman Rostow, en la que el punto de llegada de la modernización 
capitalista es el consumo de masas, que tiene la industrialización como 
precondición. Entonces lo que vemos en América Latina es un aumento del 
consumo, vía crédito, pero que invierte las etapas, porque la 
industrialización en vez de avanzar retrocede y el consumo es sobre la 
base de la importación y los créditos. De modo que tenemos cruces de 
estas dos concepciones de la modernización que las hace híbridas y que 
no permite simplificar. Aclarado esto, que no es secundario, hay que 
remitirlo a la capacidad de organización sindical, estudiantil, que si 
bien se inserta en la modernización, lo hace pensando en los derechos, 
en el presupuesto público. Yo creo que lo que hoy está apareciendo, en 
esta conflictividad que estamos viendo, en estas tensiones políticas, es
 una disputa de distintos sectores por el predominio de una forma de 
modernización, pero no hay un rechazo a la modernización capitalista. Y 
entonces ello ha hecho avanzar, me arriesgo a decirlo, una nueva 
hegemonía burguesa en América Latina. En algunos sectores sociales esto 
ha llevado a posturas más conservadoras, más individualistas, pero 
persiste la lucha colectiva por derechos. Lo que no veo son 
cuestionamientos de fondo a las líneas de modernización. En los países 
donde fue más tardía hay hasta cierto entusiasmo. Donde más se 
debilitaron las organizaciones colectivas (es el caso de Brasil, 
exceptuando el Movimiento de Trabajadores sin Tierra, Mst) hay una gran 
debilidad para enfrentar a la ofensiva de la derecha. ¿Dónde se han 
mantenido más firmes? En Uruguay o Bolivia, donde hay más posibilidades 
de encontrar caminos alternativos dentro de este proceso, y ahí yo no 
tengo un fatalismo absoluto de que la derecha pueda ocupar los espacios 
del aparato estatal. 
 —¿Cómo visualiza esa derecha? 
 —También en esta coyuntura hay una lógica de demolición-estabilización 
por parte de la derecha. Unos, los que aparecen representando lo que acá
 se decía “la motosierra”, serían los del discurso de la demolición. 
Otros son los que aparecen diciendo “vamos a conservar lo que se avanzó 
pero…”. Y estos segundos me parece que son los que hoy pretenden 
presentarse como el centro en el espectro político, en un juego bastante
 siniestro de policía malo y policía bueno. Y con el riesgo de que 
estos, que dicen: “Bueno, las cosas hay que hacerlas más gradualmente y 
no en política de shock, hay que conservar algunas cosas”, se presenten 
como los posibles aliados políticos para enfrentar a aquella derecha 
demoledora. Y si uno estudia a los actores políticos concretos de la 
segunda mitad de los noventa para acá, lo que observamos es que hoy los 
que aparecen como demoledores antes fueron estabilizadores, y a la 
inversa. 
 —¿Puede poner algún ejemplo? 
 —Brasil. El
 Partido del Movimiento Democrático Brasileño (Pmdb) aparece como una 
fuerza de centro que facilita la discusión de la Constitución del 88, 
que articula y abre paso para que incluso llegue gente del PT y 
participen algunos sectores sociales en la constituyente, y le den un 
toque garantista, social. No obstante, en otras partes de la 
Constitución del 88 el modelo de reestructuración capitalista estaba 
claro. Cuando viene Fernando Collor de Mello y cuando está Fernando 
Henrique Cardoso en el gobierno, el Pmdb aparece como el gradualista, el
 estabilizador, y eso facilita la alianza con el PT, que llega a ganar 
las elecciones en octubre de 2002 con una sólida alianza con el Pmdb. 
Ese papel se invirtió. En la elección de 2002 ¿quién era el neoliberal? 
Fernando Henrique Cardoso. Más adelante, el Partido de la Social 
Democracia Brasileña (Psdb) de Cardoso votó la destitución de Dilma 
Rousseff, pero luego cuando Temer empieza con el ajuste fiscal el Psdb 
dice: “No, no, pero no se puede hacer así, de shock, hay que hacerlo más
 gradualmente”. Y hoy en día ellos están intentando articular una 
candidatura de centro, presentan a Jair Bolsonaro como la extrema 
derecha, han presentado a Lula como el extremo izquierdo, y están 
tratando de articular una candidatura de centro: suena Marina Silva como
 una opción, o José Maria Alkmin. Bueno, ahí tienes un ejemplo. Si uno 
está solamente viendo el día a día de la última noticia de la política, 
se pierde, y pierde perspectiva. 
 —¿Qué tipo de pensamiento debería disputar este proyecto de reestructuración capitalista? 
 —Primero hay que reconocer que llevamos un fuerte atraso en la 
comprensión de todo esto. Hay que empezar a poner las cosas en negro 
sobre blanco, de manera muy didáctica, para que la gente entienda lo que
 hay detrás. Hablamos de transferencias de riqueza social, de quienes 
viven de su trabajo, y eso hay que ponerlo en números. Mientras eso no 
se logre, simplemente va a quedar como una crítica moral, y a la gente 
eso no le entra. El punto de partida de cualquier proyecto alternativo 
es plantearse reducir el poder del capital. Reducir su poder económico, 
su poder social, así tendrá menos peso político. Y desenmascarar sus 
estrategias reducirá también su poder ideológico y cultural. ¿Cómo? Yo 
no tengo fórmulas, cada pueblo tiene que ir encontrando los caminos para
 crear espacios alternativos de producción. Esta es una época en la que 
todo el mundo debería ser anticapitalista, casi por supervivencia, 
porque el capitalismo hoy se está llevando entre las patas a la 
humanidad, al planeta. 
 
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