América XXI
Hay un significado 
estratégico determinante en el resultado de la cumbre de las Américas 
llevada a cabo en Lima el 13 y 14 de abril. Dicho en pocas palabras: la 
balanza hemisférica se volcó, otra vez, en contra de Washington y sus 
súbditos.
 Adelantábamos en América XXI con fecha 19 de febrero 
último: “Tal vez al vetar la presencia de Venezuela los gobiernos de 
Argentina, Colombia y México completen la saludable tarea de demolición 
definitiva de ese esperpento anacrónico denominado ‘Cumbre de las 
Américas’”. 
 Ocurrió. El esperpento no volverá a levantarse. Si 
acaso, será un cadáver insepulto, como la OEA. Su caída es el símbolo de
 lo que estuvo en juego y del resultado. Ante la derrota, la prensa 
comercial del continente carece incluso del sentido del deber y la 
valentía necesaria para admitirla. Al día siguiente de clausurada la 
cumbre de las Américas en Lima, los comentarios políticos de los tres 
diarios principales en Argentina omiten el tema. Ni una palabra. 
 Comprenden el significado demoledor del hecho a la vista: los 
presidentes fueron arrastrados por una fuerza para ellos desconocida 
hacia la asunción de su insignificancia en el gran juego que siquiera 
entienden. Y el jefe, que tampoco entiende, no estaba presente. Dudoso 
Estado Mayor para ganar una guerra. 
 Sus panegiristas no pueden 
admitir que a ese encuentro presidencial fueron 14 de ellos. Que del 
total de votos posibles apenas una tercera parte apoyó lo exigido por la
 Casa Blanca. 
 No pueden admitirlo porque el saldo muestra como 
ganador al gobierno de Venezuela. Ganador en la coyuntura interna. 
También ante la historia. Pero en primer lugar en la feroz lucha 
continental por la correlación de fuerzas entre revolución y 
contrarrevolución. 
 En nombre de la tolerancia y la democracia, 
los organizadores prohibieron la participación del presidente Nicolás 
Maduro. Decíamos con fecha 26 de marzo: “Hay un plan internacional en 
marcha para deslegitimar la elección presidencial del 20 de mayo en 
Venezuela”. Las múltiples artimañas desplegadas para lograr ese objetivo
 convergieron en el encuentro de Lima. Allí fracasaron todas. La inmoral
 campaña contra Venezuela en primer lugar. 
 Trump fugó del 
oprobio inexorable y encargó la misión imposible a Mauricio Macri. 
Michel Temer (5% de aprobación en Brasil), Juan Santos (en vías de 
salida, despreciado por las fuerzas políticas que podrían sucederlo y 
por el conjunto de la población) y Enrique Peña Nieto (perdedor en 
cualquier hipótesis en las cercanas presidenciales de México), 
acompañaron al presidente de Argentina. Antes Macri recibió la asesoría 
del talentoso y exitoso presidente español Mariano Rajoy, quien viajó 
especialmente a Buenos Aires y completó el empujón que llevó a la 
hoguera al presidente argentino. 
 Con exacto sentido de la 
dimensión estratégica de la coyuntura, el presidente Evo Morales llevó a
 Caracas su balance del encuentro: “Hay una enorme contradicción en 
algunos presidentes de Suramérica”, dijo tras la reunión con Maduro. “El
 pueblo boliviano está con la Revolución Bolivariana de Venezuela (…) 
Estamos convencidos de que vamos a continuar con nuestras revoluciones 
democráticas en América Latina (…) Los presidentes revolucionarios no 
necesitamos reconocimiento de gobiernos sumisos al imperio”. 
 
Maduro concluyó: “si la Cumbre de las Américas en Mar de Plata 
representó el entierro del Alca, la Cumbre de Lima representa el final 
de las Cumbres de las Américas”. 
 Con Canadá como vicario y 
Macri como mano ejecutora del imperio en retirada, la cumbre debía 
denunciar con credibilidad y peso práctico a la Revolución Bolivariana 
de Venezuela, aislar a Nicolás Maduro y deslegitimar las elecciones del 
próximo 20 de mayo. 
 He defendido la idea de que la estrategia 
imperial, desde los tiempos de Obama, ante la evidencia de la debacle en
 Brasil y sus imprevisibles consecuencias, consistía en fortalecer un 
eje Washington-Buenos Aires. Ese plan tambalea ahora. Macri no se 
atrevió a condenar el ataque estadounidense a Siria. Pero pidió que no 
siguiera la escalada. Insuficiente para alinearse con el extendido 
rechazo de la población argentina al crimen de Washington. Suficiente 
para ser repudiado por Trump: su vicepresidente le negó la reunión 
bilateral en el último minuto. El trémulo discurso del presidente 
argentino no alcanzó para obtener apoyo de la cumbre contra Maduro. 
 En enero de 2004, al término de la cumbre extraordinaria en Monterrey, 
México, tras una contundente participación de Hugo Chávez, quienes lo 
acompañábamos supimos que el avión de regreso no enfilaría a Caracas. 
Iba a La Habana. Cuba no podía participar de esas reuniones. Fidel fue 
al aeropuerto a recibir a Chávez. Allí, en una tensa madrugada, se hizo 
un rápido balance que continuaría después hasta el día siguiente. 
 La curva de los acontecimientos tuvo un largo trayecto antes de llegar a
 esta repetición simbólica. Como resultado de otra derrota estratégica 
del imperio, Cuba podía estar presente en Lima. Raúl Castro devolvió la 
moneda a Washington y declinó su asistencia. 
 Evo hizo allí un 
discurso demoledor. En un encuentro titulado “Gobernabilidad democrática
 frente a la corrupción”, dijo el presidente boliviano: “El verdadero 
desafío está en desmontar el sistema mismo en el que prospera la 
corrupción: el sistema capitalista”. Y agregó: “El capitalismo es el 
peor enemigo de la humanidad y del planeta, sus crisis no son 
coyunturales, son propias de este modelo de producción y consumo”. 
Faltaba algo y Evo no retrocedió: “Hay que decirlo con toda claridad: la
 principal amenaza contra la libertad, la democracia, contra la madre 
tierra y contra el multilateralismo es el gobierno de Estados Unidos. No
 tengo miedo de decirlo, de frente y abiertamente”. 
 Después 
enfiló hacia Caracas. Los intelectuales orgánicos del capital todavía no
 han reaccionado, para medir hasta qué punto este golpe pone en peligro 
los planes de Macri en Argentina. No se atreven: Maduro ganará las 
elecciones; Temer, Santos y Enrique Peña Nieto saldrán del escenario por
 la puerta trasera. Ahora el saldo regional puede volvérsele contra 
Macri fronteras adentro. Sólo le queda confiar en que no hay alternativa
 revolucionaria. Razón insuficiente para ser la contraparte continental 
de Venezuela y el Alba. 
 Giros y contragiros de la historia. No 
es preciso leer a Homero para saber lo inconsistente que es detenerse en
 medio de una batalla y darse por vencido. 
@BilbaoL   
 

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