El Movimiento Sin Techo de Bahía (MSTB)
Fundación Rosa Luxemburgo
| La lucha por la vivienda digna atraviesa toda América Latina. El Movimiento Sin Techo de Bahía es una experiencia de ocupaciones territoriales que, mediante la acción directa, hace efectivo el derecho que el Estado niega | 
Son más de 200 personas
 en asamblea. Hombres, mujeres y niños, de todas las edades. Están bajo 
los árboles en un predio de seis hectáreas. Es evidente la mezcla de 
tristeza y enojo. La policía vigila el lugar mientras una cuadrilla de 
trabajadores municipales desarma las precarias viviendas y decomisa 
tirantes, plásticos, chapas. “Sólo queremos que nuestros hijos tengan un
 techo y acá se ve como el Gobierno no roba nuestras cosas. Y la policía
 amenaza”, grita una mujer y llama a resistir. El Movimiento Sin Techo 
de Bahía (MSTB) agrupa a 5000 familias y su lema es “organizar, ocupar, 
resistir”.
Crónica desde el Salvador de Bahía que no aparece en las guías de turismo.
Recorrida
América
 Latina experimenta un proceso de despoblamiento rural desde hace más de
 medio siglo, políticas de estado que no distinguen signos políticos ni 
posicionamientos políticos. Amplios territorios rurales a merced del 
avance extractivo, crecimiento de megaciudades, grandes capitales de 
especulación inmobiliaria, amplios sectores de la población sin acceso a
 la vivienda digna. Un círculo vicioso, parte de lo que se denomina 
“extractivismo urbano”.
Según el Banco Interamericano de 
Desarrollo (BID), una de cada tres familias de América Latina y el 
Caribe (un total de 59 millones de personas) habita en una vivienda 
inadecuada o construida con materiales precarios o carente de servicios 
básicos.
La turística Salvador de Bahía no escapa al problema. 
Posee un déficit de 452.000BRAS unidades, equivalente al nueve por ciento de
 domicilios de la ciudad, según precisó la Fundación João Pinheiro.
El
 Movimiento Sin Techo de Bahía (MSTB) nació en 2003 “fruto de la 
necesidad de organización para conquistar vivienda y demás derechos 
sociales necesarios para una vida digna”.
En el marco del Foro 
Social Mundial, el MSTB invitó a una comitiva de periodistas y 
activistas extranjeros a una recorrida por cuatro ocupaciones en las 
afueras de Bahía.
El colectivo parte a las 7.40 de la Universidad Federal de Bahía, zona de clase media, en cercanías de la Playa Ondina.
Quince
 minutos de andar, avenidas saturadas de hora pico, queda atrás el 
moderno estadio mundialista Arena Fonte Nova y comienza a verse el 
cambio de paisaje. Barrio de casas bajas a medio construir, zona 
trabajadora, casas de ladrillos huecos sin revocar que suben al morro, 
pasillos que se pierden en el horizonte. Las famosas favelas.
Wagner
 Moreira es parte del Movimiento Sin Techo y oficia de guía de la 
comitiva, quince personas, en su mayoría extranjeras. “Realizamos 
ocupaciones populares, estratégicas, que muestran la fuerza urbana por 
la demanda de vida digna”, explica de pie, en e pasillo entre los 
asientos del micro.
Hace un repaso de las cuatro ocupaciones que 
propone recorrer. Remarca que son espacios disputados con empresas y con
 el Estado. Siempre la lista de reclamos pasa, además de vivienda, por 
educación, salud y transporte, todos derechos vigentes en la 
Constitución Nacional, pero irreales en los territorios empobrecidos.
Menos
 de 40 años, rastas, remera blanca con la consigna “resistencia urbana”,
 Moreira resume que el objetivo de fondo del movimiento es cambiar la 
calidad de vida de los sectores populares, mostrar que hay alternativas.
 Y nunca dejar de apuntar a los victimarios de los pesares: “Los grandes
 poderes (políticos, económicos) tienen grandes responsabilidades sobre 
la situación del pueblo”.
Van 40 minutos de andar en el micro, la
 avenida es ancha, ya no hay árboles y es un barrio popular. Se observa,
 desde lo alto, la ciudad y el mar. Contrastan las viviendas humildes en
 primer plano y desde lejos, a kilómetros, se observan edificios de 
lujo.
Momento de la primera parada. Moreira avisa: “Llama la atención que personas de afuera y blancas vengan”.
Resistir
Cruzar
 la avenida y recién en la vereda se observa, en pendiente hacia abajo, 
las casillas y pasillos que conviven con vegetación crecida que recuerda
 que se trataba de descampado hasta no hace mucho. Dos meses atrás 
comenzó la ocupación del predio, bautizado “Quilombo de Escada”, con 40 
familias.
Media docena de adultos, casi todas mujeres, esperan bajo 
un techo improvisado, rodeada de casillas muy humildes. Los niños juegan
 con un triciclo, gallinas y perros. Ana Claudia no tiene más de 30 
años. Comienza con lo urgente. La semana pasada sufrieron un intento de 
desalojo por parte de la policía. “Resistimos”, explica Ana Claudia. La 
misma palabra la repetirá otras cinco veces en la media hora de charla. 
Toda ocupación es un proceso con diversas etapas. Evitar el desalojo es 
primordial. Poner el cuerpo es fundamental siempre.
En la 
comitiva de visita hay muchas personas con cámaras. Sacan fotos desde 
que pisaron la ocupación. La contradicción se hace presente. La 
necesidad de imágenes para difundir lo que sucede. En el otro extremo, 
el “turismo” de ir a conocer durante unas horas los pesares de otros, 
fotografiar la necesidad, y alejarse de esa realidad.
José 
Antonio tiene remera roja con la cara del Che Guevara. “Queremos que nos
 respeten. Y vamos a resistir”, advierte en sus primera palabras.
Todos, lugareños y visita, aplauden.
Invita
 a una recorrida por el lugar. No más de dos hectáreas. La ocupación 
está por debajo del nivel de la avenida, como en un pozo. Las casas de 
madera se hacen lugar entre la vegetación que se resiste en lo que fue 
un baldío abandonado. Pequeñas zanjas con aguas servidas.
Recuerda
 que en ese predio se debió construir, en manos de la compañía de 
energía local, un pequeño barrio de viviendas sociales. Pero nunca se 
realizó.
Poco más de una hora de charla. Ana Claudia despide: “Todo esto es por nuestros hijos. Soñamos un mundo mejor”.
Violencia
Veinte
 minutos más de viaje. El micro pasa frente a torres de departamentos de
 tres pisos, de color blanco, impecables. Wagner Moreira cuenta que 
desde el MSTB trabajaron en la construcción.
Zona de mercados, 
venta callejera, avenidas y transito, siempre lejos del centro de 
Salvador de Bahía. Podría ser cualquier barrio trabajador de las afueras
 de Buenos Aires, Medellín, Lima o cualquier otra ciudad de Sudamérica. 
Curva y contracurva. El colectivo asciende en la calle y aparece una 
zona más fabril, de antaño, abandonada. Predios grandes con árboles. El 
colectivo pasa por delante de una fábrica abandonada, construcciones de 
cemento gigante, propia de la etapa de industrialización de la región, 
mediados del Siglo XX. La vegetación ganó metros, incluso yuyos verdes 
arriba de los techos y estacionamientos derruidos.
El micro frena
 en la avenida. Casi no hay viviendas ni personas. Bajar, caminar unos 
metros y, en pendiente hacia abajo, aparece un predio extenso, unas 
cinco hectáreas, de tierra seca (casi sin pasto) y árboles añejos. Es un
 descampado en forma de olla. Dos patrulleros en la ingreso, media 
docena de policías, y, a lo lejos, una asamblea con más de 200 personas.
Hombres,
 mujeres y niños de todas las edades. Están con una mezcla de enojo, 
tristeza y fuerza para seguir adelante. Luego de dos meses de ocupación,
 ayer los desalojaron, la prefectura ejecutó la acción. Mientras se 
desarrolla la asamblea, cuadrillas municipales desarman las últimas 
casillas y se llevan tirantes, chapas, todo. La policía custodia la 
acción.
Una mujer pide la palabra en la asamblea. “Es vergonzante 
como nos roban nuestras pertenencias, con escolta policial. El 
Gobernador nos trata como personas sin derechos, periféricos, somos un 
pueblo marginalizado”, grita con rabia.
Los desalojados son parte de 
la población negra. Los empleados municipales son negros. Los policías 
también. De haber violencia, no correrá sangre de blancos.
“Estamos
 aquí mostrando organización y lucha social. A ellos, poderosos, les 
intimida que el pueblo se organice. Esta ocupación… ¡será victoriosa!”, 
afirma un joven con discurso que contagia optimismo. Aplauso de 
aprobación, gritos de lucha.
Hace 48 horas asesinaron en Río de 
Janeiro a Marielle Franco, activista negra de las favelas, feminista, 
concejal por el partido de izquierda PSOL, férrea opositora a la 
militarización de la ciudad (ordenada por el presidente Michel Temer).
En
 la asamblea, que lleva horas, alguien propone bautizar el asentamiento 
con el nombre de la militante. Total aprobación, algunos puños en alto. Y
 un grito unánime: “¡Marielle Franco, presente! ¡Marielle Franco, 
presente! ¡Marielle Franco, presente!”.
Un policía con cámara en 
mano pasa por delante de la asamblea y , a centímetros, filma las caras 
de los manifestantes y de los ocasionales visitantes. Los efectivos 
provocan. Buscan una reacción para una posterior represión. Total 
impunidad.
Los integrantes del MSTB reconocen que hoy perdieron, 
los desalojaron, pero no se darán por vencido. Planean cómo volver al 
predio. El final de la asamblea, en tono de digna rabia, lo resume: 
“¡Resistir! ¡Resistir! ¡Resistir!”.
Cementerio
A veinte 
minutos por una autopista muy transitada. Un barrio gigante, de una 
veintena de torres. Al estilo Brasil, todo grande. Moreira explica que 
son 1200 departamentos. Un mundo. El colectivo pasa por el frente, gira a
 la izquierda y rodea el complejo de viviendas. Cambio drástico de 
paisaje. Una ocupación que hace recordar alguna imagen de la película 
Ciudad de Dios.
Se llama ocupación “Guerreira María Felipa”, se 
realizó hace dos meses y el predio pertenecía a una empresa de 
perforaciones petroleras. La estrategia en este caso fue “consolidar” la
 toma desde el primer momento, por lo cual se dividió en 60 lotes y, 
según estipula la ley de urbanización, con un mínimo de 12 metros de 
frente por 15 de largo. El caso se judicializó y obtuvo fallo favorable 
para los vecinos.
La visita es muy rápida. El sol de la siesta 
castiga, los árboles escasean y hay pocos vecinos a la vista. En una 
humilde casilla se improvisó un almacén/kiosco. Ofrecen agua y y 
gaseosas.
Moreira señala que las asambleas varían, algunas veces 
con pocas familias, otras con cientos de personas. Cuando las familias 
se enteran de la posibilidad de una parcela para vivir, el interés se 
nota en la movilización y presencia en asambleas.
El Movimiento 
Sin Techo tiene reglas claras para sumarse a las ocupaciones. Un proceso
 de asambleas, charlas, consensos y, claro, poner el cuerpo en 
recuperación del predio y el sostenimiento. “Los moradores tienen que 
cumplir con lo pactado”, resume Moreira. Las familias presentes 
asienten. Ejemplifica. Para obtener agua y luz en el predio tuvieron que
 hacer una inversión que solventó inicialmente el Movimiento. Los 
vecinos aportaron lo mínimo. 54 reales para el agua y 34 por la luz (un 
total equivalente a 570 pesos), por única vez. Ese dinero, una vez 
devuelto, se invierte en otra otra de otra ocupación.
Trece 
familias no pagaron, no explicaron por qué y en asamblea se decidió 
remplazarlos por otras trece familias que estaban en lista de espera.
Más que cuatro paredes
El
 micro con la comitiva pasa por un hospital nuevo, impecable, muchos 
autos en el estacionamiento, pocas personas afuera. El recorrido sigue 
por una calle lateral y asciende por una suerte de pequeña sierra, 
elevación, morro o cómo le llamen. Es un predio de varias hectáreas, 
aplanado símil cancha de fútbol. Todo es verde y desde arriba se observa
 el hospital y la avenida de entrada (de un lado). Del otro extremo, un 
bosque tupido, decenas de hectáreas, pulmón verde. No hay ocupación a la
 vista.
Moreira explica que se trata de una reserva natural. 
Intocable por ley. Pero en 2009 el Gobierno decidió la construcción 
unilateral de un hospital público-privado. Más privado que público (no 
atiende a los vecinos del barrio).
Los lugareños sin techo 
vincularon sentido común, con otro tanto de necesidad y algo de acción. 
¿Por qué se puede afectar la reserva para una obra pública-privada y no 
para viviendas populares? Pocas semanas después, el Movimiento Sin Techo
 ocupo un lateral del predio y la bautizaron “ocupación paraíso”.
Desde
 la cima verde de la lomada el guía invita a caminar unos metros hacia 
un lateral. Una senda sólo para transitar a pie (nada de autos ni motos)
 y recién ahí se visibiliza la ocupación. Decenas de viviendas, de 
ladrillos (algunas de dos pisos) y otras de madera. Un centenar de 
familias. No hay calles, sólo palmeras y casas que fueron construidas 
según la necesidad y posibilidad.
Recibe Rita de Cassia Ferreira 
Dos Santos. Para todos conocida sólo como Rita. Bajo unas palmeras, 
todos parados en ronda. “Soñamos construir nuestra casa, queremos crear 
comunidad, que nuestros hijos sean hijos de la comunidad y no sean 
discriminados”, explica Rita y, por si quedaran dudas, resume la lucha 
en tres palabras: “Queremos ser libres”.
Luego de un largo proceso de
 diálogo y negociación con el Gobierno, firmaron un acuerdo para 
construcción de 1264 viviendas sociales. Llevará 19 meses y las familias
 participarán de la construcción. Rita explica que el acuerdo final con 
el gobierno llevó nueve asambleas. Y advierte que está retrasada la 
ejecución. Darán el ultimátum para el arranque. Si no comienza la obra, 
construirán sus casas definitivas y echarán al gobierno que intenta 
regular la ocupación.
Denuncia que el hospital nuevo no atiende a los
 vecinos de la zona, repasa la historia de la ocupación (tiene pendiente
 escribir un libro con los hechos, para que sirva para otras tomas de 
tierras), habla firme y aclara con orgullo quiénes son y qué quieren: 
“Somos 120 familias formadas políticamente, que sabemos lo que queremos y
 por qué luchamos. No peleamos sólo por cuatro paredes. Construimos 
comunidad para el Buen Vivir”. Señala el derecho a la salud, educación, 
transporte.
Rita pregunta de dónde proviene la comitiva. Recibe 
respuestas variadas: Alemania, Estados Unidos, Sudáfrica, Argentina y 
diversas ciudades de Brasil. Rita agradece la visita y despide con una 
aclaración: “La verdadera realidad de Bahía está acá. Allá, en el 
centro, los burgueses. Acá vive el pueblo”.
 

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