entrevista a Pepe Mujica, expresidente de Uruguay
Página/12
| “¿Por qué hay tanta enfermedad del balero?”, pregunta el presidente de Uruguay entre 2010 y 2015 y actual senador. Pepe Mujica está muy preocupado por lo que ocurre en Brasil con su amigo Lula y por su impacto en la región. En diálogo con Página/12 no se privó de ninguna definición sobre ningún otro tema, como el aborto, la izquierda, la corrupción y el ser humano. | 
Desde Montevideo
Cerca
 de cumplir 83 años el mes que viene y con 14 años de su vida como preso
 político, el senador José Pepe Mujica ya fue otra vez senador, y 
también ministro de Agricultura y Presidente en los gobiernos del Frente
 Amplio que gobierna Uruguay desde 2005. Sigue siendo un protagonista de
 la política, en el mundo y sobre todo desde su chacra de siempre, en 
las afueras de Montevideo, donde recibió a Página/12. 
–En
 la Argentina se está debatiendo actualmente la posibilidad de que se 
apruebe un proyecto de despenalización del aborto. Uruguay lo discutió 
en 2012, cuando usted era presidente. 
–Desde que el 
mundo es mundo, hay abortos. Cuanto más oculto y menos reconocido lo 
tenemos, más perjudicamos a las mujeres pobres, castigamos doblemente a 
las mujeres pobres. El paso a la legalización parte de este primer 
escalón, primero tenderle una mano social a la mujer si quiere 
retroceder en la decisión que tome. Si lo dejamos como un fenómeno 
clandestino, eso es imposible. Es decir, una atención social y 
psicológica de ayudarla si quiere retroceder. Creo que se terminan 
salvando más vidas con un procedimiento así de cara, de frente, 
reconociéndolo, que en el otro, al decir no, el aborto no. Pero sigue 
existiendo, porque somos hipócritas si no nos enteramos de que existe y 
que termina en una sociedad de mercado, siendo un estupendo negocio para
 algunos, y caro. Más claro: las mujeres que tienen la necesidad de 
abortar y que tienen poder económico van a resolver al problema 
clínicamente, bien atendidas. Las mujeres que están en el fondo de la 
sociedad, que tienen problemas sociales, se van a jugar la vida. Por 
esto nosotros decidimos. Porque no es que me gusta o no me gusta. El 
problema es que existe. En Uruguay, es una vieja manera de pensar.
–¿Es realismo?
–No
 se puede tapar lo que existe. Eso nos llevó a que en 1912 hubo un 
gobierno que le dio el divorcio a la mujer por su sola voluntad, que 
reconoció la prostitución con carnet de salud y aportes sociales. ¿Por 
qué, porque me gusta la prostitución? No, no, pero existe, es tan vieja 
como el mundo. Porque a un gobierno se le ocurra que no existe no va a 
dejar de existir. El alcohol lo mismo. Allá por 1915 hubo un gobierno 
acá que no pensó en la Ley Seca como en los Estados Unidos. No: 
nacionalizó la producción de alcohol de boca para garantizar que fuera 
un alcohol bueno. De ahí sacaba recursos para atender la salud pública, 
entre ellos las consecuencias del alcoholismo. Esa filosofía ha estado 
muy metida en Uruguay: no negar la evidencia de la realidad y tratar de 
organizarla lo mejor posible. Me considero un humilde heredero de esa 
tradición. La marihuana, ¿qué, la marihuana es una maravilla? No, es una
 joda, yo no creo que ninguna adicción sea buena. Si la intentamos 
legalizar, por lo menos tenemos un elemento de control y le damos un 
golpe al narcotráfico por el lado de romper el mercado. Hay una cierta 
armazón en todo: no negar la evidencia de la realidad y aceptándola, 
tratar de organizarla lo mejor que se pueda para que tenga un costo 
menor.
–Brasil está viviendo uno de los terremotos 
políticos de la región más importantes de los últimos años. ¿Qué impacto
 cree que puede tener en la democracia brasileña y en la región el 
escenario posible de que le prohíban postularse a un candidato como 
Lula, que podría ser electo con más de 60 por ciento?
–No
 lo puedo medir, pero no es la primera vez que Brasil hace dibujos de 
terror. Hay que recordar el suicidio de Getúlio Vargas. Curiosamente 
debe ser el pueblo más alegre de América Latina, un pueblo de samba, 
hermoso, mestizo. Si en la Argentina pasaba lo de Lula era un incendio. 
Daban vuelta Buenos Aires. Eso por las tradiciones que tiene el pueblo 
argentino. Brasil no es así, es distinto, no tiene esa tradición de 
luchas colectivas, de masas, de múltiples organizaciones sociales que se
 mueven. ¿En qué desemboca? No sé. Porque si han hecho tanta barbaridad 
(hay que recordar lo de Dilma y eso), no parece que tengan espíritu de 
detenerse así como así. De todas maneras no la van a tener fácil. Parte 
de la opinión a favor de Lula es la consecuencia sociológica de las 
reformas conservadoras que están metiendo. Lo meten a Lula en cana, pero
 los efectos de las reformas conservadoras los siente la gente. Y la 
gente se expresa políticamente. El PT, a la caída de Lula estaba hecho 
pelota. Y el PT sin Lula es muy poco, pero con Lula es mucho porque es 
un símbolo que está nucleando todo eso.
–¿Cuál es su enfoque sobre el tema de la corrupción? 
–El
 fenómeno de la corrupción ha golpeado por toda América latina, pero 
existe en el mundo entero. Pero es una cosa curiosa, porque en América 
Latina nos destripamos. Entre otras cosas rompemos todas las empresas. 
La Volkswagen, la empresa de fabricación de autos más grande del mundo, 
se mandó una joda de carácter sideral, no hay nadie en cana, y sigue 
facturando autos. Paga multas. A la banca Morgan la vacunaron con 3 mil,
 4 mil millones dólares de multa. Pagan y a otra cosa. Y así 
sucesivamente. Nosotros destrozamos todo y una empresa (lo digo yo que, 
tengo una visión socializante) es también una construcción social. Si 
las pocas que tenemos las dejamos destrozadas, ¿a quién favorecemos? A 
las multinacionales de afuera. Yo preferiría no matar a la empresa 
porque la empresa es un esfuerzo colectivo, y una acumulación de 
conocimiento, de experiencia, de funcionamiento, romper eso es un 
disparate.
–Este fenómeno de la corrupción es 
interesante porque atraviesa a izquierda y a derecha por igual y hoy 
parece ser una preocupación de toda la sociedad. A riesgo de parecer 
ingenuo, ¿cómo se combate la corrupción? 
–Si se está 
sembrando la imagen de que triunfar en la vida es tener plata y eso es 
lo que estamos vendiendo como un modelo, y triunfador es el que gana 
mucha plata, ¿qué nos vamos a asustar de la corrupción? ¡Es una 
consecuencia del modelo que estamos planteando y se lo planteamos a 
todas las clases sociales! Y el gurí que nace en la pobreza y sale de 
caño, está enfermo de lo mismo. Y el burócrata que tiene un puesto 
importante en el Estado está enfermo también de lo mismo. Es una 
consecuencia de esta cultura, no hay que asustarse. Entonces, recogemos 
lo que sembramos. Ahora bien, no sembramos una sociedad de santos, no 
nos preocupamos por una sociedad solidaria. Tácitamente nos preocupamos 
por una sociedad de “Hacé la tuya, y mirá que con eso vas a hacer más 
feliz”. Acá hay un problema de filosofía de la vida. 
–¿Cuál sería?
–El
 capitalismo necesita que estemos ambicionando, queriendo, comprando 
cosas nuevas y deseando. Generar deseos. Paralelamente a esto tenés que 
hacerte esta pregunta: ¿por qué hay tantos psiquiatras? ¿Por qué tanta 
enfermedad del balero? Parece que entramos en el siglo de las 
enfermedades neuronales, lo que está demostrando que algo anda mal. 
“Pobre es el que necesita mucho” es la vieja definición de Séneca. O la 
definición de los aymara: “Pobre es el que no tiene comunidad, el que 
está condenado a estar rodeado de soledad.” Este ideal de vida que 
significa comprar más que está planteado, y que el éxito depende de la 
riqueza, no tiene fin y quedan por el camino los afectos, porque para 
cultivar los afectos se necesita tiempo. 
–¿Por qué usted habla cada vez más del tiempo?
–Las
 relaciones personales necesitan tiempo. Los afectos (porque el ser 
humano es muy emotivo: primero sentimos, después pensamos) necesitan 
tiempo. Pero si el tiempo de nuestra vida se gasta en la lucha por tener
 dinero para pagar las deudas que tenemos, ¿qué tiempo tenemos para 
nuestros afectos? “Yo no quiero que a mi hijo le falte nada”, ¡pero le 
faltás vos, que no tenés tiempo jamás de salir con tu hijo! ¿Qué querés,
 sustituir los afectos con juguetes? Las cosas no van por ahí. Porque 
las cosas inertes no emocionan. Las emociones son consecuencia de las 
cosas vivas. Esto es tan elemental que tácitamente todo el sistema nos 
lleva por un camino que es muy contrario a nuestro sentir. En realidad 
cuando comprás, no comprás con plata. Comprás con el tiempo de tu vida 
que tuviste que gastar para tener esa plata. Ojo, yo no hago apología 
del atorrantismo. Toda cosa viva tiene necesidades materiales y si 
tienes necesidades materiales, hay que trabajar para enfrentarlas, y el 
que no trabaja está viviendo a costilla de alguno que trabaja. Pero la 
vida no es solo trabajar. Acá hay un concepto de límite que nos hace 
perder esta civilización. Hay un tiempo para trabajar. Pero la vida no 
se hizo solo para trabajar. La vida tiene sentido para vivirla porque es
 lo único que se nos va. Gasto tiempo para tener plata para comprar. 
Pero no puedo ir al supermercado a comprar tiempo de vida. Por eso el 
concepto de límite, el viejo concepto griego, “nada en demasía” es parte
 de defender la libertad. Porque, ¿cuándo sos libre? Cuando estás 
sometido a la ley de la necesidad no sos libre. Sos libre cuando tenés 
tiempo que lo usás en lo que a ti te gusta y a ti te motiva. 
–Quiere decir que la cultura del consumismo fue más arrolladora que la comunicación de una cultura?
–¡Por
 supuesto! La otra es de la academia. Es la que podemos decir en el 
devenir. Pero la cultura consumista golpea todos los días en el seno de 
los hogares, de la mañana a la noche y prácticamente estamos inmersos. Y
 eso es funcional al sistema. El sistema necesita que estemos debiendo, 
que tengamos cuotas que pagar. Y necesita que andemos desesperados 
porque no nos alcanza y cada vez tenemos que comprar más, porque somos 
agentes de mercado. Y los economistas se agarran la cabeza si no marcha 
ese mercado interno. Pero esto tiene una onda, tampoco la derecha la va a
 satisfacer, la va a explotar. Ya vendrá el reflujo, es inevitable. Yo 
creo que es pendular, y si tuviera que esquematizarlo hay tiempos que 
parece que son más bien de acumulación, y tiempos donde la prioridad la 
tiene el reparto: ninguno son definitivos ni eternos. El gran problema 
que tenemos los latinoamericanos es que por llegar tarde a la fiesta del
 capitalismo, tenemos las venas abiertas. Es decir, buena parte de 
nuestros períodos de eventual prosperidad, se nos va para afuera porque 
necesitamos recurrir a la inversión directa extranjera, después tenemos 
que pagar la amortización y la ganancia, aparte de los desequilibrios 
que se nos pueden dar en el comercio. Tenemos poca capacidad de generar 
ahorro con el esfuerzo propio porque estamos prisioneros de nuestra 
propia cultura y esa cultura nos hace también como países, eternamente 
demandantes. Sin darnos cuenta queremos vivir como el primer mundo, 
estamos como admirando el consumo del primer mundo, pero no somos. 
Porque ellos acumularon mucho, saqueando África, saqueando a la India. 
Hay una historia, 200 años atrás nosotros estuvimos ahí en el pelotón de
 los saqueados.
–¿Hay una crisis de sucesión de los líderes fuertes?
–Los
 hombres trascendentes son muy importantes pero a la larga no pueden 
sustituir a las formaciones políticas. Si uno tiene la humildad 
estratégica de reconocer que vamos pasando, que la lucha es eterna y 
permanente, y que es en el fondo por mejorar la civilización humana, no 
solo por una cuota de poder, se da cuenta que tiene que contribuir a 
crear la rueda de la historia y esos son colectivos que quedan luego de 
nosotros. El mejor dirigente no es el que hace más, o el que ladra más, o
 el que tiene el letrero más grande, o marquesina, o aplausos, o 
reconocimiento. No: el mejor dirigente es el que deja una barra que lo 
suplante con ventaja, porque la vida se nos va y las causas quedan, y el
 camino queda. Porque la lucha no es ni siquiera coyuntural, la lucha es
 el camino eterno de la vida. 
–¿Produzca un triunfo o produzca un fracaso?
–Nunca
 hay un triunfo total, porque tampoco nunca hay una derrota total. Y 
porque además antropológicamente somos gregarios. Solos somos 
insignificantes, por poderosos que nos parezca que somos. Hay que 
detenerse un poco en las consecuencias de ser gregario. La construcción 
de la civilización humana es la herencia más grande que recibimos cuando
 nacemos. Desde aquellos que descubrieron el fuego y la rueda, hasta los
 que han descubierto la biología molecular. Cuando nacemos recibimos sin
 darnos cuenta la herencia de ese formidable esfuerzo intergeneracional.
 Quiere decir que lo que se ha acumulado es la destilación de 
generaciones que nos llega a nosotros y eso es construcción colectiva. 
¿Eso va en contra del individuo? No, es lo que ampara al individuo. Lo 
colectivo es lo único que permite que el individuo no esté en soledad y 
enfrente a la vida con otras posibilidades. En el derecho antiguo, en 
las tradiciones antiguas, después de la pena de muerte, la pena más 
rigurosa era que te expulsaran de la comunidad porque tenías que salir a
 vivir en un mundo feroz, sin respaldo colectivo. Esta etapa de la 
civilización trata de atomizarnos. Vivimos en la megalópolis, a veces en
 un bloque de apartamentos donde ni nos saludamos con los vecinos. Es el
 imperio de la soledad en el medio de la multitud. Porque cuanto más 
solos estemos, más manejables somos. Uno tiende a creer que somos 
nosotros, que “he logrado esto por mi esfuerzo personal”... No quiere 
decir que el esfuerzo personal no tenga importancia, claro que la tiene,
 la tiene siempre que esté el cosmos colectivo que nos rodea. Yo tengo 
compañeros en pila, pero si me da un ataque cardíaco, preciso un 
cardiólogo, y eso me lo da la sociedad. Si salgo con la Fusca y se me 
rompe, tendré amigos pero necesito un mecánico que lo entienda. Todo eso
 es la sociedad. No podríamos vivir sin eso. Pero sin embargo esto lo 
olvidamos. Esto es tan elemental que rompe los ojos. Por eso hay que 
construir cuestiones colectivas. Pero también hay otra cosa: cambiar el 
mundo no es changa eh, tiene algunos inconvenientes, y a veces nos han 
costado caro. Pero es como una avenida que pasan autos, y autos van y 
vienen y es un loquero. No podemos evitar que pasen autos, pero tenemos 
que aprender a cruzar la avenida sin que los autos nos pisen. La avenida
 es la vida. El cruce es el grado de independencia que tenemos acá. Si 
tenemos conciencia, la lucha es por que esta sociedad demandante no nos 
lleve del hocico. Porque creo, y este es un problema que tiene que 
incorporar la izquierda (o eso que llamamos izquierda, que llamamos 
progresismo, llamémosle como quieran): no alcanza con el desarrollo 
económico. Hay que entrarse a preocupar por la felicidad humana, porque 
esta vida se nos va. 
–En 2016 usted señaló que “si a la
 izquierda le toca perder terreno, que lo pierda y aprenda”. En este 
marco, ¿cuáles cree que son las “lecciones” que la izquierda tiene que 
aprender en el proceso político que viene?
–El duelo 
derecha-izquierda compone la historia humana, es un devenir constante. 
La forma que toma es contemporánea, pero es la cara eterna de la 
humanidad ese duelo. Triunfar en la vida no es llegar a un objetivo. 
Triunfar en la vida es levantarse y es volver a empezar cada vez que uno
 cae. Entonces, si la lucha es continua, tiene que ser colectiva porque 
solo lo colectivo se hereda. Pero además, los errores y la falta de 
humildad de ser tan soberbios como para creer que tenemos la verdad 
absoluta revelada y que somos absolutamente imprescindibles, y perdemos 
capacidad de negociación entre nosotros mismos y nos atomizamos. La 
gente de izquierda tiende a dividirse por ideas y la gente de derecha 
tiende a juntarse por intereses. La gente de izquierda es demasiado 
poética, la otra es demasiado realista. Para enfrentar eso hay que 
juntarse, colectivos grandes. Para lograr colectivos grandes, hay que 
aprender a transar con las diferencias y lograr puntos medios. Pero 
somos frecuentemente, tan soberbiamente intelectuales que dejamos por el
 camino a todos los que dijeron y queremos cosas cuadraditas, perfectas 
que solo están en el esquema de nuestra cabeza. La vida no es así. Y 
reventamos las fuerzas que pueden servir para enfrentar los desafíos que
 nos pone la grosa unidad de la derecha (que tiene sus contradicciones y
 a patadas también), pero tiene un instinto superior porque tiene 
intereses que custodiar. Creo que ha sido una constante. 
–Hay
 un concepto que usted repite. Se lo cito: “Inventamos la república con 
la idea de que los hombres somos iguales, por lo menos ante la ley”.
–Todos
 sabemos que hay algunos que son mucho más iguales que otros. El que 
tiene mucha guita tiene abogados mucho mejores. Pero igual es una 
afirmación de principios que hay que defenderla. Debiera ser un camino 
ideal por el cual luchar. Los defectos que tiene no quieren decir que 
tengamos que volver al absolutismo. No merece ser despreciado, hay que 
defenderlo. Pero me parece que los que rengueamos por la parte izquierda
 o los que tenemos sentimientos solidarios no debiéramos desligar nunca 
nuestra forma de vivir y vivir como viven la mayoría de nuestro pueblo y
 no como viven las minorías privilegiadas.
–¿Cómo sería en la práctica?
–La
 izquierda tiene que cultivar una conducta. A la mesa ubérrima a la que 
nos invitan los señores por urbanismo a veces tenemos que concurrir y 
sentarnos, pero no es nuestra mesa. Nuestra mesa es la mesa común y 
corriente del pueblo común y corriente. Hay que vivir como se piensa, 
porque de lo contrario terminamos pensando como vivimos. La izquierda 
del futuro debe defender eso y debe preocuparse de esto. Yo no puedo 
cambiar la realidad de muchísima gente que está muy jodida, y si no lo 
puedo hacer, tengo que vivir a tono como vive la mayoría de la gente de 
mi sociedad. Porque eso es la República, eso es el republicanismo. 
Entonces yo he dicho, a los que les guste mucho la plata hay que 
correrlos de la política. En la política hay que buscar gente que viva 
con sencillez, con sobriedad. No quiero usar nunca más la palabra 
austeridad porque dejan a la gente sin laburo y a eso le llaman 
austeridad. Muy frecuentemente se pierde esa frontera. Y cuando sos 
referente no podés cometer esos errores porque el hombre de la calle ve 
esas cosas. Y si perdemos la confianza de la gente que defendemos, somos
 unos impostores. No creo que haya que ser monjes cartujos, no, pero hay
 que vivir como el pelotón de la sociedad, como la inmensa mayoría. Y 
ser coherente con un discurso que apunte a la igualdad, a la 
distribución, a la equidad, y que no puede solucionar todos los 
problemas, pero que los tiene que expresar. Yo creo que frecuentemente 
la izquierda en América Latina se equivocó en ese camino. Te tienden la 
alfombra roja, te ponen la corneta, te ponen toda una serie de 
instituciones que vienen del feudalismo, te las meten en los gobiernos, y
 creo que eso es una trampa. Soy desconfiado viejo, allá por la época de
 Nikita Jrushchov fui a la Unión Soviética y me llevaron a un hotel. 
Había unas alfombras que me hacían cosquillas en los tobillos y yo me 
hago la pregunta:“¿Para qué hicieron un hotel con este lujo en una 
revolución proletaria?” Ya no me gustó. Y empecé a mirar y me di cuenta 
que empezaba a haber una clase acomodada. Guarda: la forma de vivir 
también tiene que ver con lo que terminás pensando. Pero además esto se 
toca con la libertad: si no andás en la vida liviano de equipaje, tenés 
que preocuparte después de una cantidad de cosas materiales. Todo es 
complicado y difícil. Muchos sirvientes, que te afanan esto o lo otro...
 Dejá, si se puede vivir con enorme sencillez tranquilo. La sobriedad y 
la sencillez en el fondo son una terrible comodidad.
 
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