 Política de la vida vs. política de la muerte. La
 campaña del exalcalde de Bogotá pugna por instalar como eje de la 
elección el sentimiento anti-establishment de los ciudadanos comunes 
contra las élites. En su relato, el Estado colombiano está cooptado 
desde siempre por una élite corrupta que bloquea el desarrollo, 
privilegiando los intereses económicos de una minoría que mantiene al 
país sumido en la exclusión.
Política de la vida vs. política de la muerte. La
 campaña del exalcalde de Bogotá pugna por instalar como eje de la 
elección el sentimiento anti-establishment de los ciudadanos comunes 
contra las élites. En su relato, el Estado colombiano está cooptado 
desde siempre por una élite corrupta que bloquea el desarrollo, 
privilegiando los intereses económicos de una minoría que mantiene al 
país sumido en la exclusión.
Petro es un candidato atípico en términos de los “manuales de moda” del marketing
 político. Lejos de discursos y performances prefabricados, Petro asume 
el rol de candidato-profesor, explica la historia del país y se 
posiciona como un referente intelectual al estilo Melenchon o Sanders. 
Su campaña de infundir esperanza como antídoto al miedo está siendo 
profundamente efectiva en interpelar a los jóvenes. Es el contrapunto 
perfecto de Iván Duque, siempre impostado y sujeto al guion de su 
padrino político.
En sus discursos, Petro asocia violencia a 
desigualdad social, y reemplaza el eje izquierda-derecha, que no le 
resulta favorable, por el de política de la muerte versus la política de
 la vida. Así confronta la política de la élite tradicional con la que 
propone una “Colombia Humana” -tal el nombre de su movimiento- donde 
introduce fuertemente la agenda medioambiental para un modelo de 
desarrollo sostenible. Para contrarrestar su asociación en el imaginario
 al fantasma “Venezuela/castrochavismo”, se desmarca buscando igualar 
los resultados del modelo extractivista venezolano con la propuesta 
económica de las élites colombianas.
En el actual contexto de 
deslegitimación de las instituciones, Petro representa y canaliza el 
sentimiento de hartazgo generalizado con la política tradicional 
colombiana. Tras sufrir un atentado durante un acto en la fronteriza 
ciudad de Cúcuta, su gira nacional no se aminoró, sino que parece tomar 
cada día más impulso en las plazas públicas de todo el país. En cada 
acto de fondo se escucha el cántico de las multitudes desafiando a las 
maquinarias: “a mí no me pagaron, yo vine porque quise”. Acto tras acto,
 Petro alimenta la retórica épica de lucha ciudadana contra el poder 
político de las élites.
En el contexto de Colombia, el sólo hecho 
de que un candidato como Gustavo Petro pase a segunda vuelta 
constituiría una hazaña electoral y política. Para crecer, su principal 
desafío de aquí en adelante será lograr movilizar el voto joven para 
sacarlo del abstencionismo y atraer al segmento de potenciales votantes 
que comparte con el exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo. Se trata 
del segmento de electores con una opinión positiva de Petro y que 
podrían llegar a votarlo, pero que a la hora de elegir se inclinan por 
el antioqueño. A ese objetivo se orienta la elección de Ángela María 
Robledo, actual diputada del Partido Verde y de perfil progresista, como
 fórmula presidencial de Gustavo Petro.
En definitiva, el 
crecimiento de Petro en las próximas semanas en parte depende de que 
Fajardo deje de aparecer como una opción viable, una tendencia que se 
viene observando en los últimos sondeos y que podría seguir 
profundizándose. Ello no es descartable, porque si bien Fajardo es el 
candidato a priori, mejor posicionado en términos de imagen y 
transversalidad del voto, su propia condición de indefinición ante temas
 clave y las tensiones internas en su coalición lo desdibujan y hacen 
esos apoyos más endebles.
En este contexto abierto, con el 
trasfondo de la transición hacia la paz, el crecimiento de la 
candidatura de Petro y el entusiasmo que genera entre los más jóvenes 
son un buen augurio para el progresismo colombiano y pueden abrir la 
posibilidad de despertar a la política a esa mayoría silenciosa que 
hasta ahora parece resignada. La campaña electoral termina en junio, 
pero la verdadera disputa política por superar el marco del miedo y la 
violencia apenas está comenzando.
 
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