Le Devoir
| Traducción del francés: Susana Merino | 
Haití es uno
 de los países más vulnerables del mundo al cambio climático y los 
riesgos medioambientales que se derivan de la explotación minera son 
extremadamente importantes, señala el autor.
Foto: Hector Retamal Agence France-Presse 
Según la definición propuesta por Albert Memmi, “el racismo es la valoración generalizada y definitiva de las diferencias reales o imaginaria a beneficio del acusador y en detrimento de su víctima con el objeto de legitimar una agresión”. La agresión puede adoptar diferentes formas: en el ámbito de un país generalmente remite a la explotación económica. 
 La República de Haití acaba de ser recientemente objeto de un odioso 
ataque por parte del presidente de los EEUU. No tardaron en aparecer 
reacciones desde todas partes y continúan en el momento en que se 
escriben estas líneas, pero ha llegado el momento de plantearse qué 
forma adquiere o podría adquirir la agresión que anuncian o reflejan 
estos insultos, proferidos por alguien conocido por ser un gran 
estratega de la distracción. 
 Haití es un país exangüe, casi 
bajo tutela, devastado por catástrofes naturales, incapaz de producir lo
 necesario para alimentar a su población y que generalmente se encuentra
 entre los últimos lugares de todos los indicadores económicos. Se 
podría plantear la hipótesis de que lo que se anuncia es la explotación 
de sus recursos mineros, un sector relativamente intacto hasta ahora. 
Puede que no resulte ocioso recordar que El Salvador, otro país 
mencionado por el presidente de los EEUU en su escatológico exabrupto, 
prohibió el año pasado la explotación de la minería metálica en su 
territorio. 
 El presidente estadounidense también mencionó de 
manera generalizada a los países africanos. Hay muchas obrasque 
denuncian el pillaje de los recursos mineros africanos, especialmente al
 sur del Sáhara.Particularmente trágico es el caso del Congo-Kinshasa, 
para quien las riquezas mineras parecen ser una verdadera calamidad. Sin
 embargo, algunos creen que ciertos países deberían sentirse reconocidos
 por ser explotados y no deberían rechazarloymenos aún negociar sea lo 
que fuere. 
 Proyecto de ley 
 En julio de 2017, 
unos meses después de que llegara al poder el actual presidente de 
Haití, se presentó al senado de la República un proyecto de explotación 
minera. Dicho proyecto debería ser analizado el el curso de la sesión 
legislativa iniciada el 8 de enero de 2018. Es tal la opacidad de la 
información referente a los recursos mineros del país y al texto de este
 proyecto que el Congreso de los EEUU envió una carta al presidente del 
senado haitiano el 20 de noviembre del 2017 incitándole a alentar la 
realización de un debate público sobre el tema “teniendo en cuenta los riesgosimportares que supone la explotación minera para los derechos humanos y ambientales”. 
 Desde mediados de la década de 1970 varios estudios se han referido al 
interesante potencial del subsuelo haitiano: petróleo y gas, oro, 
iridio, etc. Sin embargo, la explotación de dicho potencial plantea 
importantes cuestiones: 
 Haití es uno de los países más 
vulnerables del mundo al cambio climático. Se halla atravesado por dos 
importantes fallas sísmicas y situado en plena ruta de los huracanes 
caribeños. Además, es un país densamente poblado, montañoso y muy 
erosionado. Los riesgos que provocaría la explotación minera son 
extremadamente importantes. Por ejemplo, las principales reservas de oro
 se hallan situadas en cuencas densamente pobladas por agricultores, a 
lo largo de la falla septentrional. 
 El Estado haitiano es un 
Estado débil (y debilitado). Tiene el apoyo del Banco Mundial para 
redactar el proyecto de ley sobre la minería, pero el análisis de una 
versión preliminar de 2014 reveló grandes debilidades en el documento, 
que sería inferiora los estándares internacionales, especialmente en lo 
referido a la transparencia, a la evaluación y a la protección 
ambiental, a la gestión del agua, al nivel de los impuestos y a la 
recuperación de los sitios. 
 Es sabido que la corrupción y la 
falta de transparencia son dos desafíos fundamentales a los que debe 
hacer frente el Estado haitiano. Es también posible preguntarse si este 
Estado dispone actualmente de suficientes medios como para defender 
eficientemente los intereses de su población. Además, la casi exclusión 
de las instituciones estatales en el caso humanitario de la 
reconstrucción de Haití luego del seísmo del 2010 dio la señal de salida
 para una verdadera carrera de las grandes empresas hacia el tesoro, 
muchas veces con la complicidad de ciertos organismos llamados de ayuda.
 ¿Qué sucederá (o qué sucede) en un caso puramente económico, dominado 
solamente por la lógica del lucro? 
 La torpeza de las 
declaraciones del presidente estadounidense seguramente oculta un reto 
importante. Tal hipótesis permite igualmente arrojar mayor luz sobre la 
política haitiana de los últimos años, especialmente en lo referente a 
la construcción de un consenso en el seno de la clase política y a los 
esfuerzos realizados para silenciar a la prensa. Algo es cierto, sin 
embargo: el tratamiento de este caso definirá la imagen de Haití al 
menos para este siglo XXI. 
 
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