El salto
| Acusamos con frecuencia al capitalismo de vivir a base de sus propias crisis. Decimos que las necesita para autorregenerarse y sobrevivir. Y debe de ser cierto, no lo sé, nunca fui marxista, ni economista, ni capitalista. Así que sólo hablo como trabajador, como anarcosindicalista y como lector y conservador de documentos | 
Y mientras escribía este borrador, los Angry Workers publicaban en su blog un artículo que muestra su satisfacción por haber encontrado unos textos
 de 1969 de Solidarity, otras personas que, desde el descontento, 
pretendían organizarse pero no institucionalizarse. Actuaban porque 
estaban descontentos con sus sueldos y condiciones de trabajo, con el 
producto final de su esfuerzo, con el sistema capitalista por tanto, 
pero descontentos también con las burocracias sindicales que ya no les 
representaban. Y, además, las gentes de Solidarity se autodefinían con 
un convencimiento: “Ninguno de nosotros tiene control sobre las 
circunstancias en las que nos vemos obligados a trabajar, ni ninguna 
opción real sobre cómo nuestros trabajos o nuestras vidas pueden ser 
mejor gestionadas”. Y volví a pensar contra mí mismo: las sensaciones de
 los explotados se repiten, son cíclicas, suelen estar siempre dentro de
 la lucha por la supervivencia y, de vez en cuando, experimentan un 
brote de libertad. 
Los ricos y las ricas (son menos, pero 
también las hay y actúan igual), que son quienes tienen capacidad para 
ir definiendo el futuro de millones de personas a través de influir 
sobre quienes escriben en los parlamentos leyes y normas que los 
empresarios y jueces se aplican a hacer funcionar dentro del orden 
establecido, los ricos, digo, tienen el tiempo y los medios para 
encontrarse con sus iguales y hacer planificaciones de futuro y, sin 
duda, en esas planificaciones entra que la historia no sea una cosa 
lineal sino una rueda que gira con sobresaltos controlados. Como una 
especie de noria gigante que unos mueven, a la que otros miran y de la 
que estos recogen los frutos. Una noria de la que quienes la hacen girar
 con su esfuerzo o quienes están dentro de la misma empujando, caerán 
tarde o temprano, sea con el desgaste por el propio esfuerzo o sea por 
uno de esos movimientos de sobresalto planificado y serán sustituidos 
por otros iguales. En la que quienes miran siempre apreciarán la belleza
 de su rueda por encima del dolor de sus remeros. Y una noria gracias a 
la cual las mismas familias de siempre, sin moverla ni mirarla, reciben 
el fruto que surge del movimiento.
Y empezamos ya en esas 
fábricas a dejar de ser artesanos, creadores de nuestros productos, para
 ser productores de cosas repetidas, para uso masivo. Y después 
iniciamos a ser bancarios que no banqueros, a mover papeles que no son 
producto útil en sí mismo, sino moneda de cambio de unas cosas por otras
 o de esfuerzo por comida. O a ser repartidores, o distribuidores o 
partes de una cadena. Y llegó un día en que alguien nos habló “de la 
sociedad del espectáculo”, una sociedad en la cual las relaciones entre 
mercancías han suplantado relaciones entre la gente y que la historia de
 la vida social se puede entender como “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”Y entramos en mayo del 68 y luego salimos de él y... así tantas y tantas veces creamos, producimos, monetarizamos, soñamos…
En
 los momentos en que estamos, desde el punto de vista de alguien que 
vende su capacidad de trabajo a un tercero para poder comer y procrear, 
podemos situarnos exactamente como siempre: empujando la noria y/o, 
temporalmente –paro, vacaciones...– mirando su belleza desde fuera. Y si
 tenemos conciencia de nuestro rol en esta sociedad, agrupándonos con 
otros y otras para minimizar nuestra explotación.
Mientras 
tanto, quienes tienen la posibilidad de planificar, generan dinámicas 
para que la noria no pare, los esclavos no se subleven o, si lo hacen, 
sean contenidos. Y así, nos mandan a los policías, obreros de nuestra 
misma clase que creen defender a sus familias. O a los empleados de 
recursos humanos, obreras como nosotras que creen que sin ellos la 
empresa no produciría y nadie podría comer. O nos montan una crisis para
 que buscar pan sea más necesario que trabajar bien.
Una de 
esas crisis planificadas fue hace unos años la tercerización, las 
subcontratas. Otra las ETT. Ahora la economía colaborativa. Y ninguna 
presenta apariencia de crisis, sino de proceso ineludible, necesario y 
hasta liberador. Entre medio sí, saltan otras que hacen ruido, las del 
petróleo del 73 o del 79, la del 90 con la Guerra del Golfo, etc. Con 
ella todos acabamos pidiendo seguridad, paz y circo y dejamos que nos 
cambien grandes cosas que, en lo inmediato, no lo parecen.
Pero veamos si puedo llegar al corazón de este artículo: la “uberización”, la “amazonización”, los “disruptores”…
Abogo
 porque las organizaciones sindicales sean horizontales, ideologizadas, 
combativas y poco burocráticas. Pero, al tiempo, no podemos obviar que 
si son organizaciones no son movimientos, ni plataformas, ni 
agrupaciones, ni corrientes, ni grupos. Cada una de esas entidades 
comporta su diferente proporción de cada cosa. Y los sindicatos tenemos,
 desde siempre, una parte grande de burocracia, directamente 
proporcional al número de afiliadas y afiliados que tengamos. Y nuestra 
ideologización irá muy relacionada con los niveles y formas de 
explotación visibles, al igual que la combatividad que también se 
relaciona con los niveles represivos.
Que los sindicatos sepan
 dar un salto en su estructura y funcionamiento interno y se vayan 
transformando de representantes de los trabajadores asalariados con 
empleo estable en quienes representan a todo el que vive o malvive de su
 trabajo o de su protección social determinará muy buena parte de su 
supervivencia como institución. Adaptar sus métodos de decisión y lucha 
basados en una estructura sindical para adecuarlos a los nuevos sectores
 productivos y las nuevas relaciones laborales, marcará la línea entre 
sobrevivir y recuperar centralidad en las relaciones sociales. Antes la 
RENFE era una sola, como la Telefónica o RTVE. Hoy casi nada de eso 
existe. Antes IBM era una, ahora las tecnológicas emplean a cientos de 
miles de los que una mínima minoría labora en sus propios centros de 
trabajo.
Antes de ayer los supermercados se comieron al pequeño 
comercio, hoy buscan la manera de que las distribuidoras mundiales no 
les coman a ellos. Y las grandes empresas se hicieron multi o 
transnacionales y sus lobbies dominaron el mundo y lo llenaron de 
transgénicos, de productos uniformes, de aspirinas, de deforestación y 
extinción de biodiversidad y tribus originarias. Y aún siguen ahí, pero 
han fagocitado tanto a las pequeñas empresas que han tenido que crear 
externalización, filiales, marcas blancas..., para competir contra sí 
mismas y, al tiempo que siguen creciendo en beneficios, bajan en 
plantilla propia.
Ayer los taxistas eran un gremio regulado, 
hoy, en Europa, pelean en la calle contra los conductores fantasma o, en
 USA, se suicidan por desesperación.
Los capitalistas, que son
 personas que deciden, y no el capitalismo, que es una idea insana pero 
inexistente, planifican esas crisis controladas y poco ruidosas para 
seguir recibiendo los frutos de la explotación ajena. Y los 
sindicalistas hemos de saber que cada vez son menos las empresas en las 
que una huelga de 24 horas hace daño. O que cada vez es más impensable 
conocer a nuestro patrón o amo, al cual vilipendiar. Que cada día que 
pasa es más difícil, como decían aquellos ingleses de Solidarity en el 
69 tener “opción real sobre cómo nuestros trabajos se gestionan”.
Pero
 también hemos de aprender que esa profundiza individualización de las 
condiciones laborales, descentralización de los puestos de trabajo, el 
trabajo a domicilio, la prestación individual de servicios directos a un
 proveedor de servicios y no a una empresa, etc., no puede llevarnos a 
que las respuestas sean igualmente individuales, desreguladas y 
virtualizadas. Esa es la estrategia del capital, no puede ser la 
nuestra.
Es fantástica la respuesta de manteros, Kellys, 
“angry” o “deliverers” constituyendo organizaciones a las que denominan 
sindicatos o las consideran como tales. Me parece muy sensato y loable 
que se coordinen y organicen en la defensa de sus intereses. Y les 
felicito por haber logrado hacer visible la opresión que padecen y 
poner, en más de una ocasión, a las instituciones oficiales y a las 
empresas contra las cuerdas. Otro gallo cantara si todas las personas en
 su situación actuaran como ellos.
Sin embargo, son demasiados
 los años que llevo en una Confederación y vivo convencido de que es el 
mejor camino. Igual que sigo creyendo en la utopía de la federación de 
municipios libres, creo en el pacto federal que une a los sindicatos de 
una confederación. Y ello a pesar de sus muchas deficiencias, de las 
cuales soy bien consciente y de los peligros que, proporcionalmente a su
 tamaño, genera siempre cualquier estructura organizativa.
Las
 islas son preciosas, frecuentemente vírgenes y salvajes. Pero permiten 
más vida cuando son archipiélagos. Fundar la acción reivindicativa en un
 sector o empresa de la que todo el mundo aspira a salir dificulta, con 
tanta rotación, establecer criterios claros de acción a futuro. Es, sin 
embargo, muy útil en la lucha y mejora a corto plazo puesto que lo que 
se puede perder es apenas nada. Ese tipo de acción sindical tiene todo 
el sentido y merece todo el respeto, pero sería excelente que se 
produjera algún tipo de simbiosis con las organizaciones confederales 
para consolidar a futuro los logros obtenidos. Nuevamente, los 
elefantes, los viejos sindicatos provenientes del siglo XIX deberían 
revisar cómo acercar a esos explotados y explotadas a su organización.
Y
 en buena medida así lo pueden hacer quienes trabajan en Amazon o en la 
logística. Son precarias dentro de empresas gigantes, son mayormente 
jóvenes, con mentalidad internacional, con ganas de relacionarse y pocos
 miedos a la hora de actuar. Y son empresas que no sólo han destrozado 
las relaciones laborales preexistentes, sino que están introduciendo 
cambios de fondo en los hábitos de compra, las relaciones 
interpersonales y hasta la forma de concebir la difusión de lo que 
fabricamos.
Hay gente dentro que nos está llamando, escuchémosles, por ejemplo en https://www.transnational-strike.info 
Las
 TIC introdujeron también cambios profundos como esos, lenta y 
calladamente. Ahora somos plenamente conscientes de hasta dónde llega 
esa influencia. La venta por catálogo hace años que se inventó, pero 
ahora llegó el momento de confluencia entre una gran cadena que lo 
almacena todo, medios aéreos y por ferrocarril para las distancias 
insalvables y un enorme número de camiones y camioneros con el mismo 
toldo de una empresa de logística pero sin relación laboral alguna entre
 ellos. Todo se mueve con un simple click desde nuestras casas y, zas, 
milagrosamente, el libro, la pizza, la máquina de coser, el par de 
zapatos o un ordenador llama a tu puerta. Ese hábito, ya cotidiano en 
esta parte del mundo en la que estamos viviendo va a tardar poco tiempo 
en ser copiado en la forma de nuestras relaciones personales.
Y
 frente a ello, los viejos animales sindicales deben evolucionar. Lo 
dijo Darwin, pero seguro que si vivieran lo dirían nuestros antepasados 
barbudos y, si los leyéramos, lo escriben ya muchos y muchas que claman 
en el desierto.
Forzosamente tenemos que abrir ya los puentes de diálogo entre todo ello, entre todos ellos, ellas, nosotros/as…
La hidra capitalista, nos lo han escrito los zapatistas, tiene mil cabezas y habrá que atacarlas a todas a la vez.
 
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