Carlos Martínez García
Un espíritu recorre 
 América Latina, el del conservadurismo evangélico. No es el único 
espíritu que peregrina por el continente, pero sí uno que tiene 
atractivo creciente para considerables porcentajes de la población 
latinoamericana.
 Con distintos ritmos y logros a lo largo de América Latina, en unos 
países con mayores éxitos que en otros, pero el discurso 
político-electoral de líderes evangélicos está cautivando las mentes y 
corazones de los votantes. Y lo está haciendo más allá de sus propios 
terrenos y población que se identifica como protestante/evangélica, lo 
que posibilita al evangelicalismo conservador acceder a esferas del 
poder que hace pocos años eran inimaginables.
Con distintos ritmos y logros a lo largo de América Latina, en unos 
países con mayores éxitos que en otros, pero el discurso 
político-electoral de líderes evangélicos está cautivando las mentes y 
corazones de los votantes. Y lo está haciendo más allá de sus propios 
terrenos y población que se identifica como protestante/evangélica, lo 
que posibilita al evangelicalismo conservador acceder a esferas del 
poder que hace pocos años eran inimaginables.
Entre la comunidad interesada en comprender por qué crecía el 
protestantismo en poblaciones que antes no habían mostrado interés por 
dicha propuesta religiosa, despertó controversia una obra publicada en 
1990, la de David Stoll, Is Latin America Turning Protestant?: The Politics of Evangelical Growth (University
 of California Press). Intensificó la discusión el análisis de David 
Martin, especialista en cambio religioso y sus efectos sociales, con su 
libro Tongues of Fire. The Explosion of Protestantism in Latin America (Basil
 Blackwell Limited, Oxford, United Kingdom, 1990). Los autores 
concordaban en el rápido crecimiento del protestantismo de corte 
evangélico, pero cada uno hizo su propia evaluación del fenómeno, con 
puntos coincidentes y divergentes. Autores latinoamericanos o residentes
 en algún país del continente hicieron aportes para, desde distintas 
perspectivas, responder a la pregunta de por qué se estaba extendiendo 
el protestantismo en América Latina.
Se levantaron varias interrogantes, entre ellas: ¿al cambio religioso
 le acompaña un cambio cultural y social modernizador?, ¿el 
protestantismo que se reproduce vertiginosamente consolida valores 
democráticos?, ¿acaso fortalece la creación de ciudadanía, entendida 
ésta como defensora de sus derechos en una sociedad diversa y que al 
mismo tiempo respeta otras identidades y convicciones éticas?, ¿y qué de
 la laicidad del Estado, lo vigoriza o actuará en su detrimento?
En términos generales, el protestantismo que se asentó en tierras 
latinoamericanas a partir de la segunda mitad del siglo XIX fue el de 
tipo iglesias de creyentes. Se trataba de construir comunidades de 
asociación voluntaria, contrastantes con la religiosidad dominante 
católica romana. En el proceso de enraizamiento las primeras 
generaciones de protestantes latinoamericanos hicieron causa común con 
el liberalismo y su objetivo de romper el control católico del Estado, 
para que las instituciones públicas y las leyes del país dejaran de 
favorecer a la confesión que durante siglos había sido la oficial y 
excluyente de otras. En el caso de México, las disposiciones legales 
liberales de Benito Juárez reconocieron y visibilizaron núcleos 
protestantes ya existentes y les dieron condiciones favorables para su 
fortalecimiento.
En las décadas recientes el evangelicalismo mexicano 
mayoritario ha olvidado, más bien desconoce, los tiempos en los cuales 
sus antecesores debieron dar la lid, junto con otros sectores, por el 
reconocimiento de sus derechos. Aquellas generaciones tuvieron claro que
 la garantía para su existencia y crecimiento era el Estado laico, nunca
 se propusieron 
confesionalizaral Estado para desde el aparato gubernamental hacer extensivas las propias convicciones espirituales y éticas al conjunto de la sociedad.
Paulatinamente en los liderazgos evangélicos que más han crecido 
durante las décadas recientes, particularmente el neopentecostalismo, se
 fue anidando la 
tentación constantiniana, consistente en acceder a espacios de poder político para desde el mismo
cristianizara la sociedad. Por toda Latinoamérica la creación de partidos políticos evangélicos, o de inspiración evangélica, como en México es el Partido Encuentro Social, es la instrumentalización del
constantinismo(que deriva su nombre del emperador Constantino el Grande, en el siglo IV) que anhela transformar las sociedades con base en una agenda conservadora y contraria a la diversificación de la sociedad.
¿Es el éxito político-electoral del evangelicalismo conservador, como
 el reciente caso en Costa Rica, una potente señal de su alcance no nada
 más entre correligionarios sino, sobre todo, también entre la población
 no evangélica? ¿O, más bien, el evangelicalismo conservador le hace eco
 y coincide con posiciones conservadoras ya existentes en la mayor parte
 de la población, y en consecuencia esta población canaliza su simpatía y
 apoyo hacia una corriente que expresa claramente valores con los que se
 identifica?
Lo cierto es que el discurso teológico-político del consevadurismo 
neoevangélico, muy rudimentario y simplificador en su lectura de la 
Biblia, convence a importantes sectores de la población hartos del establishment partidista,
 de una y otra corriente política, que ha fracasado en construir 
sociedades más justas y esperanzadoras. Es justamente lo que ofrecen los
 candidatos evangélicos: esperanza en un contexto desesperanzador, y en 
esto han acertado en su oferta. Pero puede suceder que, como dice la 
narración bíblica en la cual Esaú vendió su primogenitura por un plato 
de lentejas, los desesperanzados estén vendiendo su esperanza por un 
magro plato de soluciones mágicas.
 
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