El nuevo 
imperialismo, a través de su hegemon estadounidense, como parte de su 
proyecto de dominación de espectro completo, ha implementado un tipo 
particular de ciencias sociales, que son funcionales a sus intereses. En
 esa perspectiva, los países en guerra, o asolados por conflictos 
armados, han servido como centro de experimentación de este tipo de 
ciencias sociales, de estirpe claramente imperialistas, como es el caso 
de Colombia. 
 En ese contexto, aparece la Agencia de Proyectos 
de Investigación Avanzados para la Defensa (DARPA), que agrupa empresas 
aeronáuticas, militares, laboratorios de investigación y universidades, 
las cuales se encargan de desarrollar tecnología con fines militares, 
que le sirva a las grandes empresas multinacionales. La DARPA adelanta 
investigaciones sobre diversidad lingüística y cultural con el objetivo 
de incorporar esos conocimientos en un sistema computarizado, capaz de 
interactuar, asimilar o reproducir ciertas estructuras de pensamiento en
 el terreno militar y geoestratégico.
 La Oficina de Servicios 
Militares en el Extranjero (FSMO) de los Estados Unidos es la encargada 
de programas analíticos sobre las “amenazas” asimétricas 
(guerrillas/terroristas) y emergentes (movimientos sociales y 
comunidades), desarrollos militares a nivel regional y ambientes 
operacionales en todo el mundo. La FSMO patrocina el proyecto México 
Indígena, cuya base de operaciones se encuentra en Oaxaca, uno de los 
estados donde existe mayor población indígena y protesta social. Ese 
proyecto busca construir un Sistema de Información Geográfica que 
permita mostrar las dinámicas de las comunidades de Oaxaca, o el llamado
 panorama cultural, como parte de las estrategias de monitoreo militar. 
 Este sistema se basa en las investigaciones militares hechas en 
Colombia, como parte de las operaciones de Estados Unidos. El análisis 
de datos geográficos de carácter civil permite crear estrategias de 
contrainsurgencia y monitorear los diferentes espacios geográficos de 
posibles conflictos. Esto último se proyecta con el estudio de la 
evolución de los conflictos sociales generados en el país, a lo que se 
suman los componentes de organización de las comunidades y movimientos 
sociales, para proyectar estrategias del conflicto. Este tipo de 
análisis se sustenta en la noción de ecología de la insurgencia, 
en el que se integra la información civil de carácter sociológico y 
antropológico, con datos lingüísticos, geográficos y ambientales, con la
 pretensión de elaborar un sistema de análisis contextual que sirva a 
las estrategias contrainsurgentes. 
 Este tipo de actividades 
contrainsurgentes son sistematizadas teóricamente por Geoffrey Demarest,
 que las sustenta en gran medida en sus análisis sobre la evolución del 
conflicto en nuestro país y la necesidad de intervenir el territorio 
colombiano, con el fin de construir sistemas de control apropiados para 
la valorización e inversión de capital extranjero y el fortalecimiento 
de la “democracia” fantoche. Este plan de acción ha sido retomado en los
 gobiernos de Uribe y Santos, durante los cuales se han generado 
condiciones para privatizar el territorio de las comunidades, desde la 
perspectiva militar, legislativa y política, para que sea repartido como
 una tarta de cumpleaños entre las grandes transnacionales. Es bueno 
precisar que Geoffrey B. Demarest es un militar contrainsurgente activo,
 egresado de la Escuela de las Américas. Fue agregado militar de la 
Embajada de Estados Unidos en Guatemala entre 1988 y 1991, una época de 
grandes masacres contra la población indígena. Pretende teorizar para 
proporcionar herramientas a las prácticas contrainsurgentes, a partir de
 un desprecio explícito de las comunidades populares, a las que 
considera como fuente de delito y criminalidad. Por eso, propone la 
privatización del suelo y la propiedad y la disolución de los vínculos 
comunitarios, mediante programas encaminados a generar una lógica 
individual y competitiva.
 Pero sus estudios no se reducen a la 
contrainsurgencia en el mundo rural, sino que también aparece la 
contrainsurgencia urbana. Al respecto cabe mencionar el estudio de 
Demarest de 1995, titulado "La Geopolítica y conflicto armado urbano en 
América Latina", en donde sostiene que “los anarquistas, los criminales,
 los desposeídos, los entrometidos extranjeros, los oportunistas 
cínicos, lunáticos, revolucionarios, líderes sindicales, ciudadanos 
étnicas, especuladores de bienes raíces y otros pueden formar alianzas 
de conveniencia”. Asimismo, indica que esos sectores “pueden cometer 
actos de violencia y manejar ideas que provoquen a otras personas. Estas
 ideas pueden ser tan específicas como la resistencia a un aumento en 
las tarifas de autobús, tan inmediatas como los saqueos después de una 
celebración masiva, o tan amplias como la identidad étnica”.
 
Demarest propone la privatización de los terrenos de las comunidades 
pobres que habitan en los barrios de las ciudades y la gentrificación 
(desplazamiento de los pobres de las zonas céntricas y su reemplazo por 
población de clase media o millonarios), como forma de expulsar a la 
población incomoda, la que es presentada como la base de la 
criminalización y el cuestionamiento de la propiedad privada y la 
seguridad en las urbes. Demarest tuvo la oportunidad de revisar sus 
análisis sobre contrainsurgencia urbana a la luz de un caso de Colombia,
 más exactamente de la ciudad de Medellín, específicamente la Operación 
Orión de octubre de 2002. El mencionado G. Demarest ha efectuado 
estudios sobre dicha operación, a la que considera como un ejemplo 
exitoso de la contrainsurgencia urbana, cuyas enseñanzas deben tener en 
cuenta en futuras operaciones de este tipo. En uno de esos estudios 
concluye: “El gobierno de Medellín ya está trabajando en la concepción 
de la administración de la ciudad en torno a los principios de 
ordenamiento territorial y el uso de tecnologías GIS sofisticadas. El 
éxito de las fuerzas de seguridad colombianas en Medellín puede 
atribuirse, en parte, a su aceptación y adopción del lenguaje y del 
método de planificación urbana”. 
 Para este personaje, 
teniente-coronel e investigador del ejército de los Estados Unidos, la 
paz es un resultado de resguardar la propiedad privada, de donde se 
desprende la necesidad de mapear los territorios como forma de 
garantizar su incorporación al régimen capitalista. Se trata de ocupar y
 despojar los territorios de las comunidades y someterlos a un férreo 
control militar y contrainsurgente, lo cual se facilita por la 
utilización de sofisticados sistemas de mapeo e información geográfica. 
 Este tipo de estudios en el ámbito social son impulsados por la oficina
 de Estudios Militares Extranjeros de los Estados Unidos con dos 
objetivos principales: “1) Se pone a prueba la posibilidad de utilizar 
científicos sociales para obtener información de inteligencia abierta, 
que el Ejército no puede recolectar de otra forma; 2) construir un 
catastro mundial que permita monitorear la transferencia de la 
propiedad, especialmente en áreas indígenas, centros del ‘crimen 
organizado’, y los grandes cinturones de miseria urbanos, donde la 
Oficina de Estudios Militares Extranjeros considera que se originarán 
las amenazas militares en el futuro”.
 En conclusión, unas 
ciencias sociales al servicio del despojo imperialista, que utiliza 
académicos de la guerra en una clara perspectiva contrainsurgente y en 
beneficio del capital. Y Medellín ha sido un laboratorio para este tipo 
de estudios y por eso se le presenta como un caso exitoso, que incluso 
se ofrece y vende como una nueva mercancía, la de la contrainsurgencia 
urbana camuflada con nombres pomposos y atractivos (“innovadora”, 
“moderna”, “pujante”), como señuelo para atraer turistas e inversores. 
Con estos se quieren borrar las huellas del terrorismo estatal y 
paraestatal y de sus fosas comunes en el basurero de La Escombrera, a 
donde fueron lanzados los restos de las personas asesinadas. Sobre sus 
huesos reposa la imagen simulada y mentirosa de la modernización 
emprendedora de Medellín y de la “pujanza paisa”.
 
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