Como en los filmes cómicos, los patos disparan a las escopetas en Guatemala. Sí, aunque Ud. no lo crea.
En
 los recientes capítulos que transcurren en el teatro neoliberal de la 
“lucha contra la corrupción”, nada menos que el cómico Presidente de la 
República (sustituto de su destituido/encarcelado predecesor por 
corrupto), Jimmy Morales, al saberse investigado por la Comisión 
Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), decidió 
descabezar (de la manera más escandalosa) dicho organismo internacional 
(declarando persona non grato, y ordenando la expulsión inmediata del 
país del Jefe de ese organismo internacional), para así intentar evitar 
que el proceso jurídico prospere en su contra. 
En el 
procedimiento penal, existe un axioma que dice: “A confesión de parte, 
relevo de pruebas”. Es decir, ante la confesión del acusado, las pruebas
 son innecesarias. Es más, un hijo y el hermano del aún Presidente 
también, al momento, son enjuiciados por delitos cometidos en contra del
 patrimonio del Estado. Así mismo, más del 30% de los diputados de la 
bancada oficialistas se encuentran con antejuicio. El fundador del 
partido político del Presidente, actualmente, se encuentra prófugo de la
 justicia por delitos de lesa humanidad. “El Fantasma”, un 
narcotraficante guatemalteco extraditado a los EEUU. en meses pasados, 
confesó que financió la campaña electoral del actual Presidente. 
Pero,
 incluso con éstas y más evidencias delictivas, el Presidente cómico 
disparó a la CICIG, y al esfuerzo de la “lucha contra la corrupción”. Y,
 como si esto no fuese suficientemente cómico, los alcaldes municipales,
 grupos evangélicos, empresarios y medios corporativos respaldan al 
delincuente confeso. Incluso cuando la ciudadanía movilizada declaró 
persona non grato al Presidente Morales, y expresa su respaldo a la 
CICIG. 
¿Por qué llegó Guatemala a esta situación? 
No
 es crisis de gobernabilidad, ni mucho menos una crisis política, lo que
 ocurre en Guatemala. Es nada menos que la evidencia del colapso interno
 y externo del Estado. Cuando el crimen organizado, y los criminales 
enquistados en función de gobierno, disparan, a quema ropa, y sin 
escrúpulos, en contra de los esfuerzos “por fortalecer las instituciones
 carcomidos por la corrupción sistémica”, estamos presenciando un 
colapso estatal, seguido de una violenta desintegración social (de lo 
poco que había logrado cuajar en estos dos siglos de Estado nación). 
Este
 colapso estatal se aceleró, aún más, como consecuencia del 
“achicamiento estatal”, impuesto por los diferentes planes de ajuste 
estructural por los grupos financieros que implantaron y afianzan el 
sistema neoliberal (desde la década de los 80 del pasado siglo). 
Si
 Guatemala, como Estado nación, no había logrado constituirse realmente 
como tal en todo el territorio y en el imaginario colectivos de las 
grandes mayorías (en estos casi doscientos años de existencia), con los 
planes de ajuste estructural el Estado aparente colapsó, y el idílico 
proyecto de país o nación fue diluido por la corrupción. 
Es iluso creer que la lucha contra la corrupción sea la solución total 
Está
 demostrado que destituir gobiernos neoliberales corruptos (como Otto 
Pérez Molina), para suplantar con “nuevos rostros” como el de Jimmy 
Morales es igual peor. De Otto Pérez se sospechaba, pero de Jimmy 
Morales se tienen pruebas. El problema no son l@s gobernantes, es el sistema hegemónico la incubadora de corruptos. 
¿De
 qué vale destituir/sustituir a un gobernante delincuente por otro igual
 o peor? ¿De qué vale el teatro de la lucha contra la corrupción sino se
 promueve cambiar el sistema que engendra a l@s corruptos? 
¿De 
qué vale protestar apoyando a la CICIG (ente financiado en buena medida 
por el gobierno norteamericano) si no se apuesta por un proceso 
constituyente plurinacional inédito para consensuar nuevas reglas de 
gobierno y de convivencia para controlar/sancionar a los gobernantes 
corruptos? 
En esta situación dramática del teatro cómico de la 
“lucha contra la corrupción”, propuestas de cambios estructurales para 
el país, mediante un contrato social ampliado, están ausentes por 
completo. En especial en el área urbano del país. 
Los partidos 
políticos de la izquierda neoliberal, al igual que los de la derecha, se
 niegan a proponer e impulsar cambios urgentes profundos en el país. Se 
sienten más cómodos como carroñeros en un Estado putrefacto que como 
potenciales políticos auténticos. 
Algunos revolucionari@s 
(chapines indignados) apoyan y defienden procesos de asambleas 
constituyentes de otros países (caso Venezuela), pero para la Guatemala 
fallida, nada. 
Más sin embargo, como propugnan algunos movimientos 
campesinos e indígenas del país, la situación de Estado fracasado y de 
desintegración social en el que se encuentra Guatemala, son condiciones 
materiales adecuadas para acelerar el camino constituyente para la 
creación del Estado Plurinacional que nunca existió. El reto está que 
las y los indignados por la corrupción lacerante superen el desgano 
mental y cultural amplíen sus horizontes políticos.
 

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