Guatemala
Nuevamente hay crisis 
política en Guatemala. Nuevamente hay gente en la plaza, y una vez más 
vuelven a sonar las vuvuzelas. Pero esto es distinto a lo que aconteció 
en el 2015. 
 En aquel entonces, un factor de poder determinante 
en la escena política del país: la Embajada de Estados Unidos, quería 
esa gente en la calle, pero solo con vuvuzelas y entonando el himno 
nacional. Eso era necesario para poder implementar ese “golpe suave” en 
que consistió la maniobra que posibilitó sacar de la casa de gobierno al
 entonces binomio presidencial: Pérez Molina y Baldetti. Hoy día el 
escenario es otro. 
 La actual crisis política puede entenderse 
como un enfrentamiento entre cúpulas político-económicas. Una crisis 
palaciega donde, una vez más, la población de a pie queda al margen. O, 
en todo caso, juega un papel de caja de resonancia de agendas que no le 
pertenecen. 
 ¿Por qué se da la crisis? Obviamente no es solo una
 cuestión visceral de un presidente que se siente acorralado por 
posibles juicios que se le avecinan; eso puede contar, pero en todo caso
 es un elemento más que evidencia las preocupaciones que sienten ciertos
 sectores, a los que representa el primer mandatario, que son su base de
 apoyo. Jimmy Morales, cuya figura fuera usada dos años atrás para salir
 de la crisis política que se había creado jugando el papel de “no 
corrupto”, tiene como grupo de apoyo (en su partido FCN-Nación) sectores
 de ultra-derecha ligados a la represión durante la guerra, quienes 
presentan nexos con negocios no muy santos. De ahí que ahora salen a 
relucir financiamientos turbios durante su campaña presidencial, donde 
la narcoactividad es protagonista. 
 La misión de la CICIG  *  * 
 , financiada y direccionada por Washington, es la persecución de hechos
 de corrupción. Pero ahí hay agenda oculta: se persiguen funcionarios de
 gobierno corruptos (la Línea 1), pero nunca se tocan –ni pareciera que 
se vayan a tocar en el futuro– a los verdaderos beneficiados de la 
corrupción: la “Línea 2” (empresariado que se sigue manejando en la más 
completa impunidad, no tributando impuestos, pagando salarios por debajo
 de lo fijado por ley (los cuales ya son de miseria), desviando ríos y 
contaminando irresponsablemente el medio ambiente, entre otras 
preciosidades). La CICIG, como parte del proyecto de hipercontrol que 
desarrolla el gobierno de Estados Unidos con los países de 
Centroamérica, choca así con ciertos grupos de poder que se han venido 
formando en décadas a la sombra del Estado contrainsurgente, y que 
siguen actuando aún con mucha impunidad. 
 La crisis actual habla
 de ese enfrentamiento. Esa confrontación llevó al presidente a pedir la
 salida del comisionado Iván Velásquez. La dinámica se dio de tal manera
 que todo pareció reducirse a la dicotomía si Velásquez se va o se 
queda. O: si Jimmy se va o se queda. La cuestión es más compleja. 
 Ante esa dinámica, y reeditando lo sucedido en el 2015, alguna 
población volvió a salir a la calle (mucho menos que dos años atrás) 
pidiendo la renuncia del mandatario. Pero ahora el plan estadounidense 
no parece ser sacar de en medio al presidente (como lo fue con Pérez 
Molina). A partir de cierta gimnasia participativa que comenzó a darse 
desde aquellas manifestaciones, más de alguno sintió que nuevamente la 
gente en la calle podía decidir los destinos del país. 
 Eso es 
así: la gente en la calle, la población movilizada, cambia el curso de 
la historia. ¡Eso son las revoluciones! Pero ni en el 2015, ni mucho 
menos ahora, hay espacio para cambios reales. Es probable que la actual 
crisis termine negociándose la permanencia de ambos: Morales y 
Velásquez, con acuerdos por debajo de la mesa. La “lucha contra la 
corrupción” llevada adelante por la CICIG seguirá, pero siempre de la 
misma manera: podrá haber nuevas “Líneas 1”, pero nunca “Líneas 2”. Y a 
la población (urbana y clasemediera) no se le permitirá pasar de sonar 
vuvuzelas. La población (rural, campesina, trabajadora, indígena), 
cuando protesta, seguirá siendo criminalizada. 
 ¿Se puede ir más
 allá de las vuvuzelas? ¡Es imprescindible para cambiar algo de verdad!,
 pero la situación muestra que hoy no hay mayor espacio para eso: no hay
 izquierda organizada, el campo popular está fragmentado y los medios de
 comunicación comerciales (y las iglesias neoevangélicas) tienen la 
iniciativa. 
 ¡Pero no está todo perdido! Las movilizaciones del 
2015 (con más vuvuzelas que otra cosa) permitieron, por ejemplo, el 
renacer del movimiento estudiantil en la USAC, y hoy tenemos una AEU *  *  *  depurada. Conclusión: ¡¡por supuesto que se puede ir más allá de las vuvuzelas!! ¡Es imprescindible!
 
*  Material aparecido originalmente en Plaza Pública el 4/9/17. 
 *  * Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, de la ONU. 
 *** 
 Asociación de Estudiantes Universitarios de la Universidad de San 
Carlos, recientemente recuperada en elecciones democráticas por una 
lista de jóvenes estudiantes progresistas, contrarios a las mafias que 
la habían secuestrado por décadas. 
 

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