La elección  parcial
 del domingo 13 de agosto (las PASO) en Argentina indica el humor del 
electorado, pero serán las elecciones de octubre próximo las que fijen 
la relación de fuerzas entre el gobierno y las oposiciones. Los 
resultados indicativos sirven, de todos modos, para estimular la 
reconsideración eventual del sufragio expresado y, teóricamente, para 
imponer algún cambio de última hora en la línea o la propaganda de los 
diferentes partidos. Por eso mismo conviene hacer un balance de los 
resultados de las PASO.
En primer lugar, ninguno de los contendientes atribuye importancia al
 número récord de abstenciones que, con los votos nulos o en blanco, 
llegan a más de 35 por ciento, una cantidad similar a los sufragios 
conseguidos por el gobierno o por Cristina Fernández de Kirchner. Por 
tanto, en octubre no habrá una polarización entre dos fuerzas (macrismo y
 kirchnerismo) sino entre cuatro (las dos citadas, la abstención, los 
votos nulos y los en blanco y, por último, la otras oposiciones 
peronistas de derecha o de los partidos de centro derecha no macristas).
Es lógico que los partidos escondan este hecho porque quien decide ir
 a votar pero para anular su voto o votar en blanco no es una persona 
despolitizada sino alguien que rechaza a todos los partidos de cualquier
 tendencia ellos sean. En cuanto las abstenciones, es obvio que incluyen
 a los demasiado viejos para votar, los enfermos, los ausentes o quienes
 están a más de 500 kilómetros de su lugar de votación, pero todos estos
 grupos juntos no son sino una pequeña minoría de los millones de 
abstenidos que ningún partido pudo convencer.
Este repudio masivo es el resultado de un proceso electoral en el que
 todos los partidos –incluidos los de izquierda y el Frente de Izquierda
 y de los Trabajadores (FIT)– ofrecieron sus candidatos y sus listas 
como quien vende jabones o productos de alto consumo y pusieron sus 
intereses como aparatos por sobre los intereses y las necesidades del 
conjunto de los trabajadores sin ser capaces de desarrollar propuestas 
ni ideas alternativas a más largo plazo. Por consiguiente, la primera 
pregunta que deberían hacerse los militantes de una izquierda amplia que
 en su conjunto no llega a 10 por ciento es por qué no pudieron 
conseguir que esos sectores tan amplios los votasen.
Otro resultado de las urnas es que casi 90 por ciento de los votos se
 volcó hacia partidos burgueses con políticas neoliberales similares, 
como el macrismo y sus aliados-adversarios de la Unión Cívica Radical o 
las diversas tendencias que se dicen peronistas. La mayoría de los 
electores, que en los años 90 votó y volvió a votar al neoliberal 
nefasto Carlos Menem, peronista de derecha, votó ahora mayoritariamente 
por los macristascontinuadores de Menem, igualmente proimperialistas, 
igualmente privatizadores, igualmente antiobreros.
Se cierra así el ciclo de un peronismo vagamente nacionalista y 
estatista, con base plebeya y apoyo obrero y sindical, que intentaba 
defender al capitalismo pero desarrollando, mediante el apoyo estatal, 
una débil burguesía nacional que se defendía de las trasnacionales. 
Estamos sufriendo los resultados de la despolitización realizada por 
Perón y sus seguidores y de la inexistencia de una batalla de ideas y 
una formación política socialista, pues la izquierda tradicional en 
parte fue absorbida por el kirchnerismo (como un sector de los 
socialistas y todo el partido comunista) y la izquierda anticapitalista 
se limitó a llevar adelante una lucha fundamentalmente obrerista y por 
un sindicalismo de clase sin enlazarla con la indispensable educación 
anticapitalista y, además, agitando posiciones internacionales que 
causan rechazo.
El peronismo no se explica sólo por Perón; éste, más bien, 
habría sido impensable sin la lucha obrera independiente, de tradiciones
 anarquistas y socialistas, y sin el precedente del yrigoyenismo con su 
política antimperialista. Fueron los obreros los que ocuparon las 
fábricas y los grandes comercios e impusieron al gobierno militar y al 
entonces desconocido coronel Perón las conquistas que después 
aparecieron como concesiones de éste y que lo hicieron popular; fueron 
ellos los que el 17de octubre de 1945 salvaron a Perón que pedía a los 
generales golpistas la gracia de exiliarse; fueron los obreros los que, 
con su lucha desde 1955 hasta los primeros años 70, impusieron a las 
dictaduras militares la necesidad de llevar de regreso a Argentina a 
Perón para frenar las luchas de los trabajadores.
Perón era un militar simpatizante del fascismo italiano que dio asilo en Argentina a decenas de nazis alemanes y fascistas y que tenía como guardaespaldas a los ustachas,
 criminales de guerra del croata Ante Pavelich. Eso le ganó el apoyo de 
la jerarquía católica, franquista y fascista y de los diversos grupos de
 extrema derecha nacionalista. Los obreros que le apoyaron, en cambio, 
simpatizaban con el socialismo y se oponían al nazifascismo, pero creían
 que Perón les daba conquistas que, en realidad, ellos habían obtenido 
con su acción y ese apoyo obrero atrajo también a sectores progresistas 
de clase media.
Al peronismo de dirección burguesa reaccionaria y de base obrera 
antioligárquica, antimperialista y socializante, Perón le puso su sello 
despolitizador (
de casa al trabajo, del trabajo a casa, la eliminación de las huelgas en su Constitución de 1949, las declaraciones de Evita en Madrid exhortando a los españoles
a obedecer a Franco como los argentinos obedecen a Perón) pero las bases varias veces desacataron sus órdenes, como cuando llamó a votar por Frondizi. Cuando volvió a Argentina fue para matar izquierdistas, como en Ezeizaen 1974, y para respaldar a los asesinos de la Alianza Anticomunista Argentina (tres A) desde el ministerio dirigido por su brazo derecho, López
 Rega. Hoy esa contradicción entre la dirección peronista y los deseos 
de sus bases entra en crisis. El peronismo está en su ocaso pero no se 
ve quién pueda recoger su influencia masiva.
 

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