Se cumplen cien años del nacimiento del arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980 por “escuadrones de la muerte”
El 24 de marzo de 1980 
le abatió un francotirador, de un disparo en el corazón, mientras 
oficiaba misa en la capilla del Hospital Divina Providencia de San 
Salvador. El asesinato de Óscar Arnulfo Romero perpetrado por 
“escuadrones de la muerte” no sólo representó uno de los grandes 
ejemplos de la barbarie ultraderechista, sino que abrió el camino a la 
guerra sostenida en El Salvador entre 1980 y 1992, con decenas de miles 
de muertos y desaparecidos. El pasado 15 de agosto se cumplió el 
centenario del nacimiento de Monseñor Romero.
Las
 palabras de su última homilía dominical, un día antes del asesinato, se
 han repetido en infinitos medios: “En nombre de Dios, en nombre de este
 sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más 
tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, que cese la represión”.
 Pero no ocurrió así. Una semana después del magnicidio, durante los 
funerales de Romero estalló una bomba frente a la catedral de San 
Salvador, donde se congregaban entre 50.000 y 100.000 personas según las
 fuentes. A la explosión siguieron disparos, atropellamientos, heridos y
 muertos. El Informe de la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas, 
publicado en 1993, refiere entre 27 y 40 víctimas mortales y más de 200 
heridos.
 Nacido en Ciudad Barrios (departamento de San Miguel) 
el 15 de agosto de 1917, ordenado sacerdote en Roma y arzobispo de San 
Salvador desde febrero de 1977, este cura vinculado a los pobres 
denunciaba en las homilías las violaciones de los derechos humanos. En 
la misa del 23 de marzo hizo mención a un reciente paro laboral en el 
área metropolitana de San Salvador, organizado por la Coordinadora 
Revolucionaria de Masas; fundada en enero de 1980, en la Coordinadora se
 integraban organizaciones como el Frente de Acción Popular Unificada, 
el Bloque Popular Revolucionario o el Movimiento de Liberación Popular. 
 El paro contó con notable seguimiento en la ciudad y en el campo, pero 
el Gobierno respondió -entre otras medidas- con los patrullajes urbanos y
 el tiroteo de la Universidad de El Salvador; Monseñor Romero explicó al
 auditorio de feligreses que al menos diez obreros resultaron muertos en
 las fábricas por la protesta y tres trabajadores de la Alcaldía 
aparecieron sin vida, tras resultar detenidos por la Policía de 
Hacienda. El mismo día, agregó Óscar Arnulfo Romero, se produjeron otras
 muertes, entre 60 y 140 según las fuentes. “El paro representó un 
avance en la lucha popular y fue una demostración de que la izquierda 
puede paralizar la actividad económica del país”. Ciertamente la 
Coordinadora cometía errores, explicó el arzobispo, pero ello se debe a 
que son “perseguidos, masacrados y dificultados en sus labores de 
organización”. 
 El 17 de febrero de 1980 Romero dio cuenta de 
una carta que le dirigió a James Carter, presidente demócrata de los 
Estados Unidos entre 1977 y 1981. En la misiva señalaba su preocupación 
por el hecho de que la presidencia estadounidense pudiera apoyar la 
“carrera armamentista” en El Salvador con asesores y equipos militares; 
según informaciones periodísticas, se trataría de entrenar a tres 
batallones en logística, comunicaciones e inteligencia. El religioso 
afirmaba que las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad salvadoreños “en
 general sólo han recurrido a la violencia represiva, produciendo un 
saldo de muertos y heridos mucho mayor que los regímenes militares 
recién pasados”. Pero aclaró que no estaba en contra de la institución 
de las Fuerzas Armadas. 
 El nueve de marzo, en otra de las 
homilías, el discurso de Romero fue todavía más directo. Las víctimas, 
que aumentaban a diario, mostraban el objetivo de “extinción violenta de
 todos aquellos que no estén de acuerdo, desde la izquierda, con las 
reformas propuestas por el Gobierno y propiciadas por Estados Unidos”. 
Entre otros ejemplos, el estudiante Rogelio Álvarez, quien murió tras 
las torturas y ser detenido “ilegalmente” por civiles. O el profesor 
José Trinidad Canales, acribillado a balazos; o los cuatro campesinos 
muertos, tras un ataque militar, en Cinquera (departamento de Cabañas). 
Además de la nómina de represaliados, también Óscar Arnulfo Romero 
reprodujo sus palabras ante el pontífice Woktyla: “En mi país es muy 
peligroso hablar de anti-comunismo porque el anticomunismo lo proclama 
la derecha, no por amor a los sentimientos cristianos sino por el 
egoísmo de cuidar sus intereses egoístas”. 
 En mayo de 1980 el 
militar Roberto D’Aubuisson fue apresado en una finca, junto a un grupo 
de militares y civiles por la presunta responsabilidad en el crimen. El 
informe de la Comisión de la Verdad señala a D’Aubuisson, exmayor y 
fundador en 1981 del partido derechista ARENA (Alianza Republicana 
Nacionalista), como sujeto que dio la orden de asesinar a Romero. 
Vinculado al paramilitarismo y a los “escuadrones de la muerte”, fue 
presidente de la Asamblea Constituyente de El Salvador en 1983 y 
diputado de la Asamblea Legislativa durante siete años. En el registro 
se hallaron armas y documentación que implicaban al grupo con la muerte 
de Óscar Romero y la financiación de los “escuadrones”. 
 Sin 
embargo, el informe resalta que ni D’Aubuisson ni sus cómplices fueron 
llevados ante el poder judicial. Que el intento de asesinato del juez 
Atilio Ramírez Amaya, asignado para la investigación judicial, tenía 
como fin que no se resolviera el caso. O que la Corte Suprema de El 
Salvador desempeñó un rol activo en impedir la extradición desde Estados
 Unidos del excapitán Saravia, otro de los militares implicados (en mayo
 de 2017 un tribunal de El Salvador reabrió el proceso contra Saravia, 
único acusado por el crimen del arzobispo; se anuló de este modo el 
sobreseimiento judicial ordenado en 1993). Tampoco los policías que en 
su día se personaron en la capilla, donde se produjo el magnicidio, 
mostraron diligencia alguna en la recopilación de pruebas. 
 El 
nueve de marzo de 1980 monseñor Romero dedicó el ritual a la evocación 
de Mario Zamora Rivas, Procurador General de Pobres asesinado el 22 de 
febrero. Al día siguiente se encontró tras el púlpito un maletín con una
 bomba, que no estalló. La derecha en todas sus variantes, 
gubernamental, civil y militar, tenía a Óscar Arnulfo Romero en el punto
 de mira. Era un “subversivo”. El informe de la Comisión de la Verdad 
recoge artículos de prensa que se hacen eco de estas acusaciones. Así, 
en un artículo del periódico derechista “El diario de Hoy” de El 
Salvador (febrero de 1980) se le califica como un arzobispo “demagogo y 
violento, que estimuló desde la catedral la adopción del terrorismo”; en
 otro texto del mismo periódico se dice que es conveniente “que la 
Fuerza Armada empiece a aceitar sus fusiles”. 
 Cuando se produjo
 el asesinato de Romero, regía los destinos del país la Segunda Junta de
 Gobierno, con el coronel Arnaldo Majano como presidente; le sucedió en 
la presidencia José Napoleón Duarte, a partir de diciembre de 1980, con 
quien empezó a caminar la Tercera Junta de Gobierno. A finales de 1980 
se formó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). 
 ¿En qué contexto se produjo el asesinato de Romero? La Comisión de la 
Verdad registró más de 22.000 denuncias de violencia “grave” entre enero
 de 1980 y julio de 1991, de las que más de un 60% correspondían a 
ejecuciones extrajudiciales, el 25% a desapariciones forzadas y en el 
20% de los casos se denunciaron también torturas. El 85% de los 
testimonios imputaron las violaciones de derechos humanos a agentes del 
estado, “escuadrones de la muerte” y paramilitares. Socorro Jurídico 
Cristiano “Arzobispo Óscar Romero” contabilizó la muerte de 7.916 
campesinos en 1981. La Comisión No-Gubernamental de Derechos Humanos de 
El Salvador informó en noviembre de 1981 de que en el lugar conocido 
como “El Playón”, podían visibilizarse las masacres, detenciones 
arbitrarias y desapariciones de los últimos meses: allí se habían 
arrojado los cadáveres de más de 400 personas. La Asociación Nacional de
 Educadores Salvadoreños (ANDES) dio cuenta de la ejecución de 136 
maestros en el primer semestre de 1981. 
 Socorro Jurídico 
Cristiano “Arzobispo Óscar Romero” denunció el número de víctimas entre 
la población civil. 11.903, en 1980; otras 16.266 en el año 1981; y 
5.962 víctimas, en 1982. Pero además de los balances estadísticos, es 
posible trazar un memorial de las masacres. En la de El Calabozo (agosto
 1982), en el departamento de San Vicente, el ejército asesinó a más de 
200 personas con el pretexto de “limpiar” la zona de guerrilleros. En el
 caserío El Mozote del departamento de Mozarán (diciembre de 1981) la 
cifra de campesinos asesinados podría alcanzar los 900; y en la masacre 
de Sumpul (Chalatenango), en mayo de 1980, el ejército de El Salvador y 
grupos paramilitares abatieron a no menos de 300 civiles desarmados 
(unos meses después el presidente José Napoleón Duarte afirmó que se 
trataba de “guerrillas comunistas”). Óscar Arnulfo Romero pensaba de 
otro modo: “Éste es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada 
me importa tanto como la vida humana”. 
 La muerte de Romero no 
fue la única sufrida por religiosos. En diciembre de 1980 fueron 
violadas y asesinadas por agentes de la Guardia Nacional de El Salvador 
tres monjas norteamericanas y una misionera laica. En “El miedo a la 
democracia” (Crítica, 1991), el lingüista y politólogo Noam Chomsky 
afirma que los medios de comunicación en intelectuales “ignoraron en 
gran medida el asesinato del arzobispo Romero, que no mereció siquiera 
un editorial en The New York Times”. Chomsky reproduce las informaciones
 del sacerdote católico Daniel Santiago en la revista jesuita América, 
sobre las acciones de la Guardia Nacional salvadoreña y el efecto del 
adiestramiento militar por parte de Estados Unidos; por ejemplo, una 
mujer campesina que encontró, al retornar al hogar, a su madre, hermana y
 tres hijos decapitados. Úteros extirpados con los que se cubrían las 
caras de las víctimas o genitales mutilados e introducidos en la boca, 
se utilizaban como estrategia de intimidación. 
 El intelectual 
estadounidense recuerda el panorama siniestro de la época: fuerzas 
armadas que iniciaban la recluta a partir de los 13 años, y enseñaban 
rituales de las SS, incluidas las violaciones. Además, en ocasiones “el 
partido ARENA en el gobierno denominaba ‘ejército de salvación nacional’
 a los escuadrones de la muerte; los miembros de este partido 
(incluyendo al presidente Cristiani) prestaban juramento de sangre al 
‘líder vitalicio’, Roberto D’Aubuisson”, explica Chomsky. Casi una 
década después de la muerte de Óscar Romero, militares salvadoreños 
asesinaron en la sede de la Universidad Centroamericana en San Salvador a
 Ignacio Ellacuría y otros cinco jesuitas, además de una trabajadora del
 centro y su hija. 
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
 

No hay comentarios:
Publicar un comentario