Las
 imágenes en movimiento vienen acompañando a la lucha social como 
complemento y componente prácticamente desde que aparecieron hace ya más
 de un siglo, pero en el mundo hypermediatizado de hoy se han vuelto 
imprescindibles. En los últimos 10 años, mucho ha cambiado en el 
tránsito del movimiento alter-globalización a las llamadas “twitter-revoluciones”, lo que llama a análisis más profundos y retos hacia adelante.
En
 el inicio fue el documental, desarrollado como mirada sobre el mundo 
pero también como lenguaje de propaganda al servicio de todas las 
ideologías. En la época de las vanguardias y revoluciones 
latinoamericanas se lo asocia con los movimientos de izquierda y su 
búsqueda por mostrar la realidad social. Documentar la lucha social era 
entonces un privilegio reservado a los pocos que tenían acceso a la 
técnica y los equipos para rodar en cine.
Hacia el ocaso 
del milenio, con el fin de la guerra fría y la expansión del libre 
mercado surge un nuevo movimiento global, dinámico y diverso, articulado
 en torno a una alter-globalización, que adopta al audiovisual 
como parte de su práctica. Las tecnologías análogas y digitales abrieron
 el acceso a métodos de producción amigables y a bajo costo. Y las 
dinámicas mismas del activismo son influenciadas por su documentación, 
concebidas cada vez más para la cámara, ganando en performatividad y 
espectacularidad, volviéndose incluso la estrategia central de 
organizaciones especializadas en los stunts (ardides) 
mediáticos. En todos los casos, la protesta se vuelve impensable sin su 
debido registro; es como si no existiera. Podríamos decir que a partir 
de ese momento las imágenes preceden a la acción.
Así,
 mientras el cine de autor seguía dialogando con la lucha social, desde 
su nicho y sus lógicas de financiamiento, el mundo activista 
desarrollaba sus propios lenguajes y estéticas, que a su vez desbordaban
 y se intersectaban con el documental, el reportaje, la animación, el 
video experimental, el videoclip, entre otros. Más que un género, se 
constituye un circuito, una economía alternativa del audiovisual propia,
 con prácticas de auto-financiación, trabajo colaborativo (incluyendo 
distintos grados de auto-explotación laboral), y colectando fondos de la
 cooperación, las ONGs y los mismos movimientos. Conscientes de la 
inutilidad de las imágenes sin espectadores, se generan además circuitos
 de distribución, con redes de circulación e intercambio y la creación 
de canales y plataformas propias, como la red Indymedia. Este circuito 
aprovecha también la llegada de nuevos canales como Al-Jazeera, RT, 
HispanTV y luego Telesur, que responden a la búsqueda de una 
re-configuración multipolar del poder geopolítico mundial, y en ese 
sentido se plantean como una alternativa “contra-hegemónica” a las 
narrativas dominantes, aunque no exclusivamente desde la izquierda o 
desde los pueblos.
Este circuito generó, sin embargo, un 
círculo bastante cerrado y críptico, poco accesible para el ciudadano 
común, desarrollando incluso una suerte de dialecto propio, aquel que se
 oía con frecuencia en el Foro Social Mundial. Por tanto, se planteaba 
constantemente el reto de trabajar con lenguajes y estéticas más 
accesibles, de llegar a públicos más amplios. Con el giro hacia la web 
2.0 –la de las redes sociales–, en parte estos retos se cumplieron, pero
 algo se perdió en el camino.
Tras la crisis financiera de
 2008 todo empieza a cambiar. El movimiento de alter-globalización 
empieza a decaer junto con el Foro Social Mundial y surgen movimientos 
más localizados y centrados en demandas más inmediatas como los Occupy, 
15M y la primavera árabe. Aquí en la región, las complejas relaciones de
 amor/odio con los gobiernos progresistas llevan a los movimientos 
sociales y activistas a una suerte de crisis existencial. Las 
estrategias de las derechas y el poder financiero también mutan, 
volviéndose más sofisticadas. El movimiento de alter-globalización había
 logrado poner un freno a la OMC, derrotar al ALCA y visibilizar los 
abusos de las corporaciones transnacionales. Pero mientras McDonalds, 
Nike, Monsanto o Exxon se volvían malas palabras, con cada click, video 
subido y post compartido seguíamos consolidando a los grandes monopolios
 de hoy, los denominados GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) y demás 
gigantes digitales. Y sí, las redes sociales permitieron llegar a 
públicos mucho más amplios y posicionar un sinnúmero de causas. Las 
estéticas del movimiento “alter” se diversificaron, se volvieron mainstream y hasta fueron mercantilizadas. Mientras tanto la ideología neoliberal, ahora vestida de tecnología y gig-economy,
 sigue avanzando, desarticulando lo comunitario y lo público –que ahora 
incluye las iniciativas colaborativas surgidas en la web–, y promoviendo
 la mercantilización de todo, incluso del compartir, de la solidaridad y
 por supuesto de la insurgencia.
En la era smartphone, la 
ubicuidad de las cámaras digitales y la facilidad para compartir 
imágenes no ha hecho más que profundizar nuestro sometimiento al 
registro. Podemos preguntarnos en qué momento la imagen llegará a 
preceder a la existencia misma. Las plataformas y herramientas propias 
se han ido desvaneciendo, incapaces de competir con las redes sociales, 
pero también –es importante decirlo– por una estrategia de ofensiva 
desde las esferas de poder, como hemos visto con el constante 
hostigamiento y confiscación de servidores contra Indymedia. Esto no 
solo atenta contra nuestra soberanía y capacidad de entender y controlar
 mínimamente las tecnologías que usamos, sino que neutraliza un 
sinnúmero de seguridades y protecciones (Indymedia usa servidores 
propios y protege el anonimato de todos sus usuarios, por ejemplo), 
dejándonos cada vez más vulnerables frente a la vigilancia masiva, que 
ya está superando nuestras ficciones más distópicas.
Y por
 último, vemos un resurgimiento de la ultra-derecha a nivel mundial, que
 ha retomado muchas de las herramientas y estrategias tanto de protesta 
como de comunicación guerrilla del movimiento de 
alter-globalización. Consolidan sus propios circuitos alternativos y de 
producción audiovisual, como la poderosa maquinaria de documental Alt-right1
 en Estados Unidos. Pero además, cuentan con el respaldo financiero de 
sectores del poder, lo que les permite desarrollar herramientas más 
sofisticadas, como el análisis de datos –que jugó un rol decisivo en las
 campañas de Trump y del NO a la paz en Colombia–, convirtiéndose en 
expertos del troleo y la desinformación.
En el 
cambio de un circuito más pequeño y cerrado, pero en cierta medida más 
cualitativo, a la masividad de las redes sociales, se perdió el control 
sobre cómo se consumen y discuten las imágenes (la mayoría de 
espectadores apenas ven unos pocos segundos de los videos en Youtube, 
por ejemplo). Frente a este nuevo panorama surgen grandes preguntas y 
retos: la necesidad de consolidar tejidos sociales y redes de 
intercambio que no dependan solo de Internet, por un lado, fortaleciendo
 los canales públicos y comunitarios, por ejemplo. Recuperar o 
consolidar herramientas y plataformas propias, lo que implica impulsar 
políticas de soberanía tecnológica en nuestros países y la región. 
Apuntar las cámaras hacia las nuevas estrategias y focos de 
concentración del poder, aún poco visibilizados. Y por último, en el 
torrente de imágenes actual, se necesita toda la creatividad para crear 
mensajes que impacten, resuenen y movilicen, sin comprometer los 
contenidos. Una ventaja que el mundo activista siempre ha tenido es su 
inmensa flexibilidad, con pocas restricciones creativas y abierta a todo
 tipo de géneros y formatos.
- Verónica León Burch es videasta, colaboradora incidental de ALAI desde su(s) nacimiento(s). 
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento 525/526: Ante escenarios desafiantes 03/07/2017.
1Con figuras como Steve Bannon, ex jefe de campaña de Trump http://ind.pn/2oRr8Gz
    http://www.alainet.org/es/articulo/187001  
 

No hay comentarios:
Publicar un comentario