Intervencionismo galopante
Boaventura de Sousa Santos

Elementos de la Guardia Nacional se enfrentan con opositores al 
gobierno de Nicolás Maduro, durante el paro cívico de 48 horas convocado
 por la Mesa de la Unidad Democrática, en Caracas
Venezuela vive uno 
 de los momentos más críticos de su historia. Acompaño crítica y 
solidariamente la revolución bolivariana desde el inicio. Las conquistas
 sociales de las últimas dos décadas son indiscutibles. Para comprobarlo
 basta consultar el informe de la Organización de las Naciones Unidas 
(ONU) de 2016 sobre la evolución del índice de desarrollo humano (IDH). 
Dice este informe: “El índice de desarrollo humano de Venezuela en 2015 
fue de 0.767 –lo que colocó al país en la categoría de alto desarrollo 
humano–, posicionándolo en el puesto 71 de entre 188 países y 
territorios. Tal clasificación es compartida con Turquía. De 1990 a 
2015, el IDH de Venezuela aumentó de 0.634 a 0.767, un aumento de 20.9 
por ciento. Entre 1990 y 2015, la esperanza de vida al nacer aumentó a 
4.6 años, el periodo medio de escolaridad ascendió a 4.8 años y la 
escolaridad media general aumentó 3.8 años. El rendimiento nacional 
bruto (RNB) per cápita aumentó cerca de 5.4 por ciento entre 
1990 y 2015”. Se hace notar que estos progresos fueron obtenidos en 
democracia, sólo momentáneamente interrumpida por la tentativa de golpe 
de Estado en 2002 protagonizada por la oposición con el apoyo activo de 
Estados Unidos.
La muerte prematura de Hugo Chávez en 2013 y la caída del precio del 
petróleo en 2014 causaron una conmoción profunda en los procesos de 
transformación social entonces en curso. El liderazgo carismático de 
Chávez no tenía sucesor, la victoria de Nicolás Maduro en las elecciones
 siguientes fue por escaso margen, el nuevo presidente no estaba 
preparado para tan complejas tareas de gobierno y la oposición 
(internamente muy dividida) sintió que su momento había llegado, en lo 
que fue, una vez más, apoyada por Estados Unidos, sobre todo cuando en 
2015 y de nuevo en 2017 el presidente Barack Obama consideró a Venezuela
 una 
amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos, declaración que mucha gente consideró exagerada, si no ridícula, pero que, como explico más adelante, tenía toda lógica (desde el punto de vista de Estados Unidos, claro). La situación se fue deteriorando hasta que, en diciembre de 2015, la oposición conquistó la mayoría en la Asamblea Nacional. El Tribunal Supremo de Justicia suspendió a cuatro diputados por alegado fraude electoral, la Asamblea Nacional desobedeció, y a partir de ahí la confrontación institucional se agravó y fue progresivamente propagándose en las calles, alimentada también por la grave crisis económica y de abastecimiento que entre tanto explotó. Más de cien muertos, una situación caótica. Mientras, el presidente Maduro tomó la iniciativa de convocar a una Asamblea Constituyente a ser elegida el 30 de julio y Estados Unidos amenaza con más sanciones si las elecciones se producen. Es sabido que esta iniciativa busca superar la obstrucción de la Asamblea Nacional, dominada por la oposición.
El pasado 26 de mayo suscribí un manifiesto elaborado por 
intelectuales y políticos venezolanos de varias tendencias políticas, 
apelando a los partidos y grupos sociales en conflicto a parar la 
violencia en las calles e iniciar un debate que permitiese una salida no
 violenta, democrática y sin la injerencia de Estados Unidos. Decidí 
entonces no volver a pronunciarme sobre la crisis venezolana. ¿Por qué 
lo hago hoy? Porque estoy alarmado con la parcialidad de la comunicación
 social europea, incluyendo la portuguesa, sobre la crisis de Venezuela,
 una distorsión que recorre todos los medios para demonizar a un 
gobierno legítimamente electo, atizar el incendio social y político, y 
legitimar una intervención extranjera de consecuencias incalculables. La
 prensa española llega al punto de embarcarse en la posverdad, 
difundiendo noticias falsas sobre la posición del gobierno portugués. Me
 pronuncio animado por el buen sentido y equilibrio que el ministro de 
Asuntos Exteriores portugués, Augusto Santos Silva, ha mostrado sobre 
este tema. La historia reciente nos muestra que las sanciones económicas
 afectan más a ciudadanos inocentes que a los gobiernos. Basta recordar 
los más de 500 mil niños que, según el informe de Naciones Unidas de 
1995, murieron en Irak como resultado de las sanciones impuestas después
 de la guerra del Golfo Pérsico. Recordemos también que en Venezuela 
viven medio millón de portugueses o lusodescendientes. La historia 
reciente también nos enseña que ninguna democracia sale fortalecida de 
una intervención extranjera.
Los desaciertos de un gobierno democrático se resuelven por 
vía democrática, la cual será tanto más consistente cuanto menor sea la 
interferencia externa. El gobierno de la revolución bolivariana es 
democráticamente legítimo. A lo largo de muchas elecciones, durante los 
últimos 20 años, nunca ha dado señales de no respetar los resultados. Ha
 perdido algunas elecciones y puede perder la próxima, y sólo sería 
criticable si no respetara los resultados. Pero no se puede negar que el
 presidente Maduro tiene legitimidad constitucional para convocar a la 
Asamblea Constituyente. Por supuesto que los venezolanos (incluyendo 
muchos chavistas críticos) pueden legítimamente cuestionar su 
oportunidad, sobre todo teniendo en cuenta que disponen de la 
Constitución de 1999, promovida por el presidente Chávez, y también de 
medios democráticos para manifestar ese cuestionamiento el próximo 
domingo. Pero nada de eso justifica el clima insurreccional que la 
oposición ha radicalizado en semanas recientes y cuyo objetivo no es 
corregir los errores de la revolución bolivariana, sino ponerle fin, e 
imponer las recetas neoliberales (como está sucediendo en Brasil y 
Argentina), con todo lo que eso significará para las mayorías pobres de 
Venezuela.
Lo que debe preocupar a los demócratas, aunque esto no preocupa a los
 medios globales que ya han tomado partido por la oposición, es la forma
 en que están siendo seleccionados los candidatos. Si, como se sospecha,
 los aparatos burocráticos del partido de gobierno han secuestrado el 
impulso participativo de las clases populares, el objetivo de la 
Asamblea Constituyente de ampliar democráticamente la fuerza política de
 la base social de apoyo a la revolución se habrá frustrado.
Para comprender por qué probablemente no habrá salida no violenta a 
la crisis de Venezuela, conviene saber lo que está en juego en el plano 
geoestratégico global. Lo que está en juego son las mayores reservas de 
petróleo del mundo existentes en Venezuela. Para el dominio global de 
Estados Unidos es crucial mantener el control de las reservas de 
petróleo del mundo. Cualquier país, por democrático que sea, que tenga 
este recurso estratégico y no lo haga accesible a las multinacionales 
petroleras, en su mayoría norteamericanas, se pone en el punto 
de mira de una intervención imperial. La amenaza a la seguridad 
nacional, de la que hablan los presidentes de Estados Unidos, no está 
solamente en el acceso al petróleo, sino sobre todo en el hecho de que 
el comercio mundial del petróleo se denomina en dólares estadunidenses, 
el verdadero núcleo del poder de Estados Unidos, ya que ningún otro país
 tiene el privilegio de imprimir los billetes que considere sin que esto
 afecte significativamente su valor monetario.
Por esta razón Irak fue invadido y Oriente Medio y Libia arrasados 
(en este último caso, con la complicidad activa de la Francia de 
Sarkozy). Por el mismo motivo, hubo injerencia, hoy documentada, en la 
crisis brasileña, pues la explotación de los yacimientos petrolíferos 
presal (que se hallan bajo un campo de sal) estaba en manos de los 
brasileños. Por la misma razón, Irán volvió a estar en peligro. De igual
 modo, la revolución bolivariana tiene que caer sin haber tenido la 
oportunidad de corregir democráticamente los graves errores que sus 
dirigentes cometieron en los últimos años.
Sin injerencia externa, estoy seguro de que Venezuela sabría 
encontrar una solución no violenta y democrática. Desgraciadamente, lo 
que está en curso es usar todos los medios disponibles para poner a los 
pobres en contra del chavismo, la base social de la revolución 
bolivariana y los que más se beneficiaron de ella. Y, en concomitancia, 
provocar una ruptura en las fuerzas armadas y un consecuente golpe 
militar que deponga a Maduro. La política exterior de Europa (si se 
puede hablar de tal) podría constituir una fuerza moderadora si, entre 
tanto, no hubiera perdido el alma.
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.
Foto Afp La Jornada 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario