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Especial para Firmas Selectas de Prensa Latina
Entre
 1979-2017 Ecuador ha vivido la etapa más larga de regímenes 
constitucionales, un proceso que contrasta con el pasado, cuando el país
 tuvo una historia similar al conjunto de América Latina, con oleadas de
 constitucionalismo, dictaduras, caudillos o revoluciones.
La 
Revolución Ciudadana bajo la presidencia de Rafael Correa (2007-2017) no
 sólo forma parte de esta singular etapa, sino que surgió bajo una serie
 de contextos.

Después
 de las décadas “desarrollistas” de 1960 y 1970 y tras las dictaduras 
petroleras de esta última, el retorno a la democracia institucional 
parecía fortalecer una tendencia progresista; pero la crisis de la deuda
 externa desde 1981/82, seguida del progresivo e indetenible avance del 
modelo empresarial/neoliberal de economía, liquidaron el ascenso social.
Además,
 los partidos y la clase política del momento pasaron a controlar las 
funciones del Estado en beneficio propio. Esa combinación entre economía
 y política aceleró la desinstitucionalización del Estado, pero sobre 
todo deterioró sistemáticamente las condiciones de vida y de trabajo de 
la mayoría de la población nacional porque se consolidó un sistema que, 
en plena época de globalización transnacional y derrumbe del socialismo,
 dio el triunfo al capital, beneficiando en Ecuador a una elite que 
concentró la riqueza y el poder como en ninguna otra época.
La 
Revolución Ciudadana inauguró un nuevo ciclo en la historia política 
ecuatoriana, en el contexto de los gobiernos progresistas, democráticos y
 de nueva izquierda de América Latina, con la que el presidente Correa 
mantuvo una permanente identidad.
Finalmente se perdió todo sentido 
de latinoamericanismo, soberanía y hasta decoro y dignidad nacionales, 
por la subordinación al FMI, a los intereses imperialistas y a los 
principios del mercado libre con empresa privada absoluta.
Fue la 
reacción contra esas condiciones la que condujo al cambio: el triunfo 
presidencial de Rafael Correa apoyado por el sector progresista, 
democrático y de toda la izquierda nacional, la Asamblea Constituyente, 
la Constitución de 2008 y el nuevo poder ciudadano en el control del 
Estado, incluso bajo condiciones prometedoras, por los altos precios de 
los bienes de exportación y sobre todo del petróleo, del cual dependía 
la economía del país.
Superar las herencias resultó una obra 
titánica, porque comenzaron a ser afectados, no solo los antiguos 
sectores del poder sino tradicionales grupos políticos y movimientos 
sociales, acostumbrados a sus propias prebendas.
Con el avance de 
la Revolución Ciudadana, el modelo empresarial/neoliberal fue 
rápidamente superado por una economía social CON mercado (término 
operativo para caracterizar un “modelo” que también se diferencia de la 
economía social DE mercado europea), cuyos rasgos han servido para que 
se le bautice erróneamente como neodesarrollismo, neoestructuralismo, 
neokeynesianismo y hasta postcapitalismo.
Ha sido fundamental el 
fortalecimiento de las capacidades estatales, la acción regulatoria del 
Estado, la consolidación del régimen redistributivo de los impuestos y 
las inversiones en obras públicas que durante una década transformaron 
las infraestructuras del país en forma inédita, así como también 
potenciaron, como nunca antes, los servicios públicos en varias áreas: 
educación, salud, atención médica, seguridad social y vivienda.

También fue superado el antiguo Estado-de-partidos,
 con la nueva constitucionalidad basada en el poder ciudadano (otro 
término por el momento operativo), el presidencialismo fortalecido, la 
nueva institucionalidad entre las funciones del Estado, y el apoyo del 
sector progresista y democrático de la sociedad en 14 procesos 
electorales, que refleja una multiplicidad clasista, sobre cuya base se 
recuperaron los principios de soberanía, orgullo y dignidad nacionales.
La
 incomprensión de estos cambios en el régimen político también ha 
conducido a que se revivan viejos conceptos sociológicos para 
caracterizar al gobierno del “correísmo”, desde perspectivas subjetivas y
 meramente conceptuales, como populista, caudillista, paternalista, 
hiperpresidencialista, etc., y hasta autoritario.
Con el gobierno de
 Lenín Moreno comienza una nueva fase, bajo la expectativa regional y 
las esperanzas nacionales que confían en consolidar y profundizar los 
logros de una década ganada para la historia del país.
De todos 
modos, el proceso de la Revolución Ciudadana debe ser observado como una
 sucesión de distintos momentos, porque entre 2007-2008 se ubicó la 
reforma constitucional; entre 2009-2013 la estabilización de los 
objetivos y reformas; entre 2013-2014 la institucionalización hegemónica
 de Alianza País; pero entre 2015-2016 la recesión económica, que solo 
desde 2017 empieza a girar por los índices de recuperación existentes.
Por
 consiguiente, en la perspectiva de amplio plazo la Revolución Ciudadana
 inauguró un nuevo ciclo en la historia política del Ecuador, que se 
inscribió en el marco de los gobiernos progresistas, democráticos y de 
nueva izquierda en América Latina, región con la que el presidente 
Correa mantuvo una identidad permanente.
Las transformaciones 
económicas y sociales han sido resaltadas por informes y estudios de la 
Cepal, el Pnud, el BM y hasta el FMI, que observaron la disminución de 
la pobreza, el progreso en la equidad y redistribución de la riqueza, 
así como la atención en los servicios estatales; la obra de gobierno fue
 reconocida en foros académicos y políticos internacionales; el 
liderazgo de Rafael Correa igualmente exaltado por las universidades que
 le otorgaron 15 doctorados Honoris Causa.
Como ha ocurrido
 con otros gobiernos latinoamericanos guiados por orientaciones de nueva
 izquierda, el gobierno de la Revolución Ciudadana despertó poderosas 
fuerzas de oposición: el imperialismo, las élites 
económico-empresariales, el partidismo y el movimientismo tradicionales,
 los medios de comunicación mercantiles, y hasta un sector de la 
izquierda que en la segunda vuelta electoral de 2017, incluso, llamó a 
votar por un candidato de la banca o creó los conceptos fundamentales 
(allí estuvieron los marxistas pro-bancarios) para combatir al “correísmo”.
Desde
 luego, quedaron una serie de políticas por atender: los triunfos 
electorales no promovieron una democracia más participativa y directa; 
ha sido insuficiente el apoyo al sector de economía social y solidaria; 
no se cumplió con la reforma agraria aspirada por el campesinado; fueron
 conflictivas las relaciones con las dirigencias de los trabajadores, 
indígenas y otros sectores sociales; también quedaron problemas de 
burocratismo y excesiva centralización; en los dos últimos años se 
flexibilizaron ciertos derechos laborales y se giró a decisiones 
demasiado favorables al sector privado; se estabilizó un “capitalismo 
social”.

Por
 sobre los límites, en una década Ecuador se transformó. Y el triunfo 
del presidente Lenín Moreno, con hegemonía política de Alianza País, 
evitó el retorno de los intereses de la ultraderecha económica y 
política.
Con el presidente Moreno, Ecuador ha comenzado una nueva
 fase en el proceso de la Revolución Ciudadana, bajo la expectativa de 
América Latina y las esperanzas nacionales que confían en la continuidad
 a favor de la consolidación y profundización de los logros de una 
década indudablemente ganada para la historia nacional.
 
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