Opinión
 
Por
 ahora, la hegemonía política chilena se sigue disputando dentro de la 
arena neoliberal. Sin embargo, el sentido común neoliberal comenzó a 
resquebrajarse producto de las masivas movilizaciones populares de 2001,
 2006 y 2011 por una educación gratuita, reformas laborales y de 
pensiones, así como pujas por la renacionalización del cobre. Pese al 
surgimiento de nuevas alianzas electorales antineoliberales –como el 
Frente Amplio- o nuevos liderazgos populares que ocuparon posiciones de 
poder en el Congreso y en algunas alcaldías a propósito de este sacudón 
sociopolítico y cultural, el clima previo a las citas electorales que 
están por darse parece indicar que, por ahora, la escena la seguirán 
dominando los dos bloques tradicionales de poder político: la izquierda 
del neoliberalismo progre (de la Concertación), representada hoy por la 
Nueva Mayoría, y la nueva derecha del neoliberalismo radical, 
representada por Chile Vamos. Aún así, los nuevos sentidos comunes 
ganados fruto de los conflictos sociales recientes, están generando 
efectos al interior de estos bloques, lo cual no debe pasar 
desapercibido.
Dentro de 
las posibilidades y límites que ofrecen estos dos bloques en disputa y 
ante la puesta en cuestión del neoliberalismo por amplios sectores 
sociales, se tejen desafíos que marcan un nuevo ciclo político. Los 
resultados de la pasada elección presidencial tras la reciente 
instalación del voto voluntario dibujaron sus rasgos. El 60% de 
abstención manifestada en los comicios presidenciales de 2014 y la casi 
total abstención de los jóvenes (90%), señalan el desgaste de las 
opciones políticas existentes (marcadas por la lógica cómplice del 
bipartidismo pactado), así como la aún incipiente maduración de nuevas 
opciones que movilicen a las mayorías.
Para Pedro Santander1 las circunstancias hablan de un nuevo ciclo político cuyos ejes de polarización se desplazan del eje dictadura vs. democracia hacia mercado vs. derechos sociales.
 Deja claro que ante este nuevo antagonismo, el cual abre las compuertas
 para opciones progresistas en el debate político, los viejos liderazgos
 de la transición post-dictadura tienen muy poco que decir. Esto se 
evidenció con la derrota electoral y extravío político de Nueva Mayoría 
en las pasadas elecciones municipales de 2016.
En
 este contexto, resurge la figura de Sebastián Piñera, pujando por el 
fortalecimiento de la lógica de mercado como sistema de organización 
social. El líder del partido Renovación Nacional y figura destacada de 
la coalición de derecha Chile Vamos, aparece como una opción que, sin 
ser nueva (presidente de Chile 2010-2014), reaparece como el exponente 
del “cambio”. Llama la atención que, siendo el candidato que dentro todo
 el espectro político se lleva el porcentaje más alto de aprobación 
(24%)2,
 pase del discurso “centrista” -más técnico y gerencial- del que echó 
mano en su primera campaña presidencial, a una apuesta neoliberal más 
polarizada, “sin la mascarada ideológica propia de la Concertación, que 
disfraza medidas pro mercado tras el discurso socialdemócrata de los 
derechos”3.
En
 una sociedad signada por inéditos ciclos de privatizaciones de bienes 
comunes, el desplazamiento del poder del Estado y sus instituciones 
hacia poderes fácticos (corporaciones) en áreas fundamentales para la 
garantía de derechos (pensiones, salud, educación, gestión monetaria, 
canasta productiva, entre otros), no sólo hablan de sofisticadas 
modalidades estatales de transferencia directa de la riqueza al capital 
privado y la consecuente desposesión de derechos a las mayorías, sino 
también de la posible crisis de un modelo que está condenado a enfrentar
 contradicciones, tensiones y conflictividad social dada la desigualdad 
social y económica que produce.
El neoliberalismo avanzado
 en Chile ha cristalizado un conflicto sociopolítico que, si bien se 
expresó en las calles años atrás, también comienza a expresarse en las 
necesidades de polarización que emplean sus defensores para controlar la
 conducción del Estado y de la sociedad. Para el próximo 2 de julio, a 
Sebastián Piñera le interesa, sobre todo, salir victorioso de la 
contienda al interior de su coalición para liderar políticamente a la 
derecha, y resulta razonable que apueste por un discurso polarizado que 
le asegure los votos de este sector. Sin embargo, pareciera que se 
percibe un nivel de cuestionamiento al neoliberalismo en la sociedad 
chilena que podría conducir a una posible crisis de hegemonía, ante la 
cual una estrategia polarizante resultaría adecuada. Redoblar la apuesta
 neoliberal, polarizando dentro de la derecha, le permitiría a Piñera: 
1) capitalizar el sustrato cultural instalado (meritocracia, inclusión 
vía consumo, eficiencia, competitividad y productividad), 2) consolidar 
alianzas con los poderes fácticos que lo sostienen y 3) pasar a la 
disputa directa del discurso antineoliberal o progresista en ascenso.
El
 conflicto social a propósito de la educación pública y de calidad de 
2011 que Piñera significó como una crisis de expectativas de “las clases
 medias aspiracionales”4,
 marcó el campo estratégico de disputa en las contiendas electorales por
 venir. Esta clase media, de un lado, encarna al sujeto socializado en 
las reglas del mercado, que exige más trabajo para consumir más, mayor 
eficiencia en la gestión pública, con resultados e indicadores, pero del
 otro lado, aloja a un sector juvenil que, problematizándose sobre sus 
“aspiraciones”, se consiguió con un discurso que otorgó sentidos al por 
qué de sus dificultades para acceder a sus derechos y la relación de 
estas dificultades con la distribución de la riqueza chilena. La 
cuestión fundamental es que, si la izquierda anti-neoliberal logra 
movilizar al voto juvenil de esta “clase media aspiracional” afectada 
por deudas y muchas incertidumbres para acceder al trabajo, y en este 
proceso logra terminar de impugnar los referentes de la cultura del 
libre mercado, la derecha estará en graves problemas.
Piñera
 pareciera tener claro el panorama. Comienza a trabajar en un programa 
que no deje lugar a dudas sobre la eficacia del modelo neoliberal y 
responda a los ejes del malestar a efectos de no salir de las 
expectativas mayoritarias de la población. Su principal oferta es el 
empleo por la vía del crecimiento económico, sin debatir mucho sobre el 
cómo y el quiénes se benefician del crecimiento económico y sobre el 
tipo de trabajo que se ofrece a propósito de ese crecimiento, sólo vende
 “más y mejores empleos y modernizar las relaciones laborales”. Por 
supuesto, intenta cubrir el flanco educativo por donde sabe que la 
izquierda tiene más fuerza, apostando por la necesidad de un sistema de 
educación de acceso universal y gratuito para los niveles pre-escolar y 
escolar, pero a su vez propone crear el Ministerio de Educación 
Superior, despachando de antemano las explícitas demandas de gratuidad 
en la educación secundaria y superior.
El
 ex mandatario ubica culpables individuales para exculpar al modelo por 
el que apuesta. Intenta dejar claro que es un asunto de mala aplicación,
 no un problema estructural. Califica al gobierno de Bachelet de mal 
gobierno (gobierno ineficiente) y causa de los retrocesos de Chile, pero
 “no le pasará la retroexcavadora” a lo hecho porque su principal 
conflicto no es con La Concertación con quien comparte simpatía por el 
modelo, motivo por el cual dará continuidad pero con mayor eficiencia. Y
 es que, además de no antagonizarle en cuestiones programáticas, hasta 
ahora Nueva Mayoría es para Chile Vamos garantía del escenario político 
que le conducirá al triunfo: una sociedad desmovilizada y despolitizada,
 descreída de la clase política y sin intención de votar.
Ante
 tales sospechas, habría que decir que en el nuevo ciclo político que 
comienza a vivir Chile, el centrismo ha perdido eficacia y los actores 
políticos comienzan a darse cuenta que deben recomponerse. En este 
sentido, es significativo que Alejandro Guiller de Nueva Mayoría en el 
marco de las alianzas con el Partido Comunista, muy a pesar de las 
posiciones internas de su coalición, ha decidido colocar a la joven 
diputada Karol Cariola de vocera de campaña, no sólo por pertenecer a la
 juventud comunista sino porque fue actor visible de las movilizaciones 
populares que trizaron el sentido común neoliberal. Por su parte, Piñera
 a pesar del bajo porcentaje de intención de voto (10%) del Frente 
Amplio, ha enfilado su artillería para descalificarlos de “extremistas”5
 y con esto darle dinamismo a su estrategia de polarización con sus 
verdaderos adversarios políticos e ideológicos. Destaca que “los 
extremistas” del Frente Amplio, la izquierda no conciliadora 
(anti-neoliberal) que siempre estuvo muy al margen del centro político 
chileno durante estos últimos 40 años, reaparezcan en boca del principal
 candidato (de derecha) a la presidencia chilena como la contraparte en 
disputa por la hegemonía político-cultural del país.
Es muy probable que las elecciones se definan entre los sectores tradicionales de la política chilena post-dictadura. Pero a efectos de la política por venir, que estos bloques hayan recompuesto sus actores y estrategias políticas a propósito de la presión popular anti-neoliberal, siembra la incógnita sobre la solidez de su hegemonía política en el tiempo.
Investigadora CELAG
2http://www.eluniversal.com/noticias/internacional/pinera-solido-frente-las-preferencias-para-elecciones-chile_655469
3http://www.eldesconcierto.cl/2014/04/28/tras-las-riendas-del-neoliberalismo-chileno-balance-economico-del-gobierno-de-pinera/
    http://www.alainet.org/es/articulo/186286  
 
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