Estrategias  (antipáticas) para cierta "convivencia" 
Fernando Buen  Abad Domínguez
Rebelión/Instituto  de Cultura y Comunicación 
Pocas  expresiones humanas son más desagradables (dicho con cautela) que las risas  falsas. Y sin embargo abundan. Allá donde uno va encuentra, sin atenuantes,  alguien dispuesto a sonreír, reír o carcajearse de manera falsa y, no pocas  veces, estruendosa. Bajo el supuesto –estereotipado- de que "con una sonrisa se  logra todo" tenemos a granel aventureros de la antipatía  dispuestos a echarnos en cara una risotada sonora y falaz para  auto-complacerse, convencido de que eso es "simpático". Y uno quisiera salir  huyendo.
 Convertidas  en muecas huecas, para una convivencia de fachada, las sonrisas falsas  provienen de fuentes diversas. Unos piensan que es cortés (y de buena  educación) interactuar, con todo mundo, muñido de algún estiramiento de labios  más o menos creíble. Que eso ayuda a vender o a convencer a otros de que se es  persona "segura", "sincera" y "divertida".  En no pocos manuales de  "relaciones públicas" se exige y se entrena a los trabajadores para que logren  "naturalidad" en su sonreír falso y, no pocas veces, buscan y buscan en las  revistas "del corazón" por ejemplo, una sonrisa imitable bien ensayada por  alguna "estrella" del glamour político, empresarial o de la farándula. Formas  de la extorsionar a la simpatía.
Se puede decir que una persona sufre de  risa falsa cuando representa, confiado en nuestra complicidad, una especie de  contracción de los músculos de la cara, parecida a la risa. Es una forma de  aparentar una expresión con la que se finge lo que en el fondo son otros  sentimientos. La risa falsa puede ser una enfermedad que se origina de cierta  urgencia por ser aceptado a toda costa y que perturba el sentido común. El  reidor falso también retuerce los labios, hace como que ríe, parece risa que  busca la solidaridad de otros que no siempre tienen razones para contemporizar  ni ser solidario. Es una falsedad urgida de connivencia  que no es fácil  si no se tiene habilidades pertinentes, ganas o paciencia.  
También los mass media educan al  "público"  para adquirir una risa o sonrisa que opera como defensa  psicológica para conjurar cargas de angustia que, cuando se generalizan las  defensas, pierden estructura y se convierten en gesto neurótico, perverso o  psicópata lleno de culpa, vergüenza o asco. El sonreidor impostado  se construye una fantasía "plena de goce" en donde la sonrisa falsa es, muy a  su pesar, la manifestación de un delirio de simpatía falaz. Se trata de  sonrisas o risotadas producto de montajes mentales delirantes que no ocurrirían  sin una lógica de las apariencias donde sujetos interlocutores también viven y  practican el goce de lo falso, del engaño, de los discursos para quedar bien  con todos. 
Nos dejan ver que en el delirio del que sonríe  falsamente, solo queda reinante él en su escenario mental que con piel de oveja  esconde entre "risas" sus más profundos complejos sublimandos (con risas  falsas) en aparentes luchas contra la indiferencia, la negación o el desprecio  ajeno. Y sin embargo en el fondo, esas risotadas falaces guardan dentro de sí  un profundo miedo e inseguridad en el que tal risotada es su espejo barnizado  con vehemencia protagónica porque sienten no ser aceptados sino a fuerza de  esgrimir muecas sonrientes sacadas de los estándares de sus "alter ego".
Lo que son las sonrisas falsas es un arreglo  pactado tácitamente entre una especie de secta, en donde confluye  la lucha de clases, las aspiraciones políticas, empresariales e incluso  "académicas", entre cientos de sujetos, hombres y mujeres, que desconocen la  crítica y la auto-crítica y deciden armar un montaje de risas para ser  aceptados o queridos por alguno de sus pares y para legitimar el velo sonriente  que cubre sus inseguridades o angustias. Basta de reír agobiado por esconder  limitaciones sociológicas…es, acaso, más divertido reírse, naturalmente, de  ellas.
En University College de Londres, por ejemplo,  realizaron una investigación que ayuda a reflexionar algunas líneas del  problema. Dicen ellos que sólo el 20% de las risas provienen de alguna broma.  Dicen que "la mayoría de las risas humanas son fingidas" y que se nota mucho.  Realizaron un experimento basado en mostrar risas descontroladas y fingidas a  un grupo de personas. Casi todos los participantes fueron capaces de  identificar las risas falsas. El mérito, no muy ingenioso, de la investigación  ayuda a probar que se nota mucho la risa falsa. También encontraron que "a  pesar de saber que era falsa, las personas reaccionaron de forma positiva a la  risa fingida". Y eso es lo verdaderamente terrible. Incapacidad para reconocer  la estupidez propia.
Nos hemos acostumbrado a la falsedad incluso para  reír y ya llegamos al punto en que se ofrecen cursos, de lo más diverso, para  que la risa tenga certificado de buena imitación. Se enseña, incluso, como  especialidad en algunos clubes de "yoga de la risa".  Y ya hay gurúes oferentes  de "coaching" para fingir la risa porque trae "beneficios" contra el estrés.  Por suerte también está vivo el debate y aún hay quienes insisten en que es  mucho más bella la experiencia de la risa auténtica surgida en la dialéctica de  las relaciones sociales fraternas. 
No obstante hay quienes con una capacidad de  comprensión ineluctable (o ignorancia cómplice) se adaptan y hacen creer al  reidor falso que es gracioso, que se lo tolera y que se comprende su grito  desesperado de aceptación. Muchas relaciones sociales depende de con quién se  encuentre uno a la hora de las risas. No importa si se trata de mujeres u  hombres, suele aparecer un payaso armado con risotadas que provienen de hacerse  sentir a sí mismo el alma de la reunión y emprende el desafío de bromear, en el  trabajo, en las casas, en la vía pública… sin importar el grado de fingimiento  y ruido que despliegan. No se lo puede desear a nadie. Inseguridad,  miedo e inferioridad. La risa falsa,  además de cansar, da mucho miedo si se piensa que ella expresa una tensión  interna extrema a la que no se da atención en los servicios de salud pública y  se atiende poco en los códigos de convivencia urbana. La risa natural debería  cultivarse como emancipación social desde la casa y, en público, debería estar prohibida la  risa falsa, y más cuando es escandalosa. 
 


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