A propósito del fallecimiento del general Noriega
 reeditamos estas notas del libro “Diez años de luchas políticas y 
sociales en Panamá (1980-1990)”
El presidente de 
Estados Unidos, George Bush, justificó la invasión a Panamá sobre la 
base de una serie de pretextos cuya lógica es casi innecesario rebatir. 
Según Bush, los objetivos de la invasión del 20 de diciembre fueron: 
proteger la vida de los norteamericanos residentes en Panamá, atacar el 
narcotráfico sometiendo a Noriega a la justicia y "restaurar" el proceso
 democrático panameño.
El régimen militar jamás amenazó la vida y
 las propiedades de los norteamericanos y los grandes capitalistas, por 
el contrario, protegió hasta el final dichos intereses a costa del 
sacrificio de los trabajadores panameños. Hasta en el plano militar la 
política de las FDP fue la de evitar la confrontación, pese a las 
reiteradas provocaciones del ejército norteamericano. Es más, la 
inconsecuencia de la dirección norieguista llegó al extremo de que la 
mayoría absoluta de la alta oficialidad, con un par de honrosas 
excepciones, abandonó los cuarteles y huyó cobardemente apenas supo que 
venía la invasión, dejando a la tropa librada a su suerte.
Si el
 problema era que el general Noriega había convertido a Panamá en el 
paraíso del narcotráfico y el lavado de dinero, pues entonces hay que 
decir que estas actividades han continuado con fuerza después de la 
invasión. Transcurridos casi cuatro años de la invasión, el diario 
norteamericano Washington Post decía: "El Departamento de Estado 
reconoce que, aparte del propio Estados Unidos, la nuevamente 
democrática Panamá es el centro más activo de lavado de dinero cocainero
 del hemisferio" (1).
A nuestro juicio, se pueden resumir en 
tres los objetivos reales de la invasión norteamericana del 20 de 
diciembre de 1989: los relativos a la estabilización de la situación 
política y el tipo de régimen necesario para lograrlo; los económicos, 
que estaban muy relacionados con lo anterior, es decir, la aplicación 
del plan fondomonetarista; y los geopolíticos, el problema de las bases 
militares y su control sobre el Canal de Panamá.
Respecto al 
primero y segundo objetivos, es conveniente recordar lo que ya hemos 
señalado en los capítulos anteriores, el proceso de democratización que 
fuera pactado entre los militares panameños y el imperialismo 
norteamericano fue hecho añicos por las luchas de los trabajadores 
contra los planes de ajuste estructural. Muchas personas, al calor de 
las contradicciones surgidas entre la Casa Blanca y Manuel A. Noriega, a
 partir de 1987, olvidan que el plan de "democratización" fue pactado 
entre ambos, y que las contradicciones entre los militares panameños y 
los estrategas del Departamento de Estado sólo surgieron luego de 1985, 
cuando las luchas populares habían afectado la estabilidad política del 
régimen y a sus "ajustes".
El plan de "reacción democrática" se 
desarrolló de común acuerdo entre los militares panameños y Estados 
Unidos en su primera fase (1978-84), y que en 1984 éste recibió un nuevo
 espaldarazo de ambos con el respaldo que otorgan al presidente Ardito 
Barletta. La conjunción de intereses se manifestó también en el apoyo 
que recibió el proyecto de militarización de la Guardia Nacional (Ley 
20) por parte del Pentágono. En prueba de esto señalamos que la ayuda 
financiera a las fuerzas armadas panameñas por parte de Estados Unidos 
saltó de 0.3 y 0.4 millones de dólares en 1980 y 1981, a 5.4 en 1982, 
5.5 en 1983, 13.5 millones en 1984 (!), 10.6 en 1985, 8.2 en 1986, para 
volver a caer en 1987 a 3.5 millones de dólares (2).
¿Cuándo y 
por qué se inician las contradicciones entre el gobierno norteamericano y
 la cúpula militar panameña? Ya hemos citado a prominentes 
personalidades burguesas, como Aquilino Boyd y Arnulfo Arias, que en 
julio de 1985 exigían (el primero a los militares y el segundo a Estados
 Unidos) cambios políticos para romper la parálisis en que se había 
sumido el gobierno de Barletta producto de las luchas populares contra 
el plan fondomonetarista.
Ese año (1985) para superar la crisis,
 la cadena se rompió por el eslabón más débil: los militares ofrecieron 
la "cabeza" (en el sentido político) de Barletta. Inmediatamente 
importantes sectores de la burguesía y la "oposición" dieron una tregua 
al nuevo gobierno de Eric Delvalle en un intento por mantener a flote el
 proyecto de "reacción democrática".
Pero persistía un problema:
 debido al fraude electoral y a las luchas contra el plan de ajuste el 
pueblo panameño no había mordido el anzuelo, y no se comía el cuento de 
que vivía en un régimen democrático. Se sabía que los militares eran el 
poder real, y que eso no había cambiado. El asesinato de Spadafora había
 colocado dramáticamente este problema en el centro de la escena 
política, aunque no olvidemos que un año antes, en el programa de COCINA
 ya figuraba allí la exigencia de recortar el presupuesto de las FDP. La
 movilización popular amenazaba directamente al centro del poder 
político, las FDP, y colocaba la posibilidad de que una serie de luchas 
llevara a una debacle del régimen sin que existieran mecanismos de 
recambio.
Este es el origen de las contradicciones: un sector de
 la burguesía panameña, y el Departamento de Estado norteamericano, 
empezaron a exigir a los militares panameños (durante 1986) que 
adoptaran medidas concretas que hicieran creíble ante el pueblo que 
ellos se replegaban de la actividad política cediendo el poder a los 
civiles, subordinándose al presidente de la República, etc. Había que 
establecer un calendario de "democratización", en el que la fecha clave 
era el retiro o jubilación del General Manuel A. Noriega, quien a los 
ojos de todo el mundo era el "hombre fuerte" de Panamá. Si esto no se 
hacía, no había manera de darle legitimidad al gobierno y al régimen, 
pues las masas panameñas no se tragarían el cuento de la "democracia".
No
 olvidemos que el objetivo de la reacción democrática es el de crear un 
régimen presidencialista, con un rejuego de partidos políticos en el 
parlamento para que puedan canalizar el descontento popular hacia la vía
 electoral. De esta manera, frente a las luchas obreras y populares se 
crean mecanismos de intermediación y contención que los regímenes 
militares no tienen.
Mientras que para la estrategia 
imperialista y la oposición burguesa se trataba de realizar a cabalidad 
la institucionalización democrática, lo que implicaba no sólo 
elecciones, sino la posibilidad de que la ADOC ganara, y que el mando de
 las FDP fuera impersonal, llevado por funcionarios militares sometidos a
 un acuerdo nacional que limitaba su intervención en aparato estatal, 
etc; para el régimen militar y sus acólitos se trataba de ejecutar una 
"democratización" aparente, pero que jamás cuestionara su papel de 
árbitro supremo, ni su control del aparato estatal.
La 
resolución de la crisis se complicó hasta hacerse imposible un acuerdo 
gracias a las particularidades históricas panameñas, en las que el 
problema nacional y la presencia norteamericana determinan decisivamente
 los acontecimientos políticos. De manera que, una crisis que en otro 
país latinoamericano probablemente se habría resuelto en un tiempo 
menor, con la imposición por parte del imperialismo norteamericano y sus
 aliados internos de sus designios, en Panamá se prolongó por dos años.
Debido
 al arraigado sentimiento antimperialista de importantes sectores del 
pueblo panameño frente a la permanente intromisión norteamericana en 
nuestros asuntos, una parte notable del movimiento obrero cesó sus 
luchas contra el régimen y su plan económico conforme aumentaban las 
presiones norteamericanas. Es más, parte importante de la clase obrera y
 las capas medias de la sociedad, apoyó activamente a Noriega porque lo 
veían como la cabeza de la lucha nacionalista de nuestro pueblo. Por 
supuesto, este hecho no está en contradicción con el apoyo de masas 
recibido por la Cruzada Civilista, especialmente en la clase media. 
Porque, aunque minoritarios con relación a los civilistas, no se puede 
desconocer que también el nacionalismo levantado por el régimen militar 
tuvo apoyo en miles de activistas. 
Esta base social, activa o 
pasiva, fue la que permitió al régimen militar panameño sobrevivir dos 
años de aguda crisis política, sanciones económicas y presiones 
norteamericanas. A la base social interna, hay que sumar el respaldo 
internacional por la causa panameña frente al imperialismo 
norteamericano, la cual impidió siempre a la OEA votar una resolución de
 condena al régimen panameño, sin que, por otro lado, tuviera que 
condenar la intromisión extranjera.
Noriega, sin ser un 
consecuente antimperialista ni nacionalista, se apoyó en estas 
contradicciones reales existentes entre Panamá y Estados Unidos, para 
sobrevivir convirtiéndose en vocero de la causa nacionalista panameña.
El
 choque entre los dos proyectos políticos y el conjunto de la crisis se 
centró durante dos años en un sólo punto: el retiro de Noriega. Conforme
 la crisis política se fue agudizando este punto fue concentrando todos 
los problemas. Agobiado por las presiones, el General Noriega estuvo 
dispuesto a ceder el gobierno civil a Guillermo Endara a principios de 
1989 (por eso las elecciones fueron "las más limpias de la historia", 
hasta el día de la elección), e inclusive después (entre junio y agosto)
 se propuso un "gobierno compartido" encabezado por Endara. Lo único que
 no aceptaba Noriega era que se le obligara a renunciar, menos aún si 
Estados Unidos no retiraba la acusación por narcotráfico, ni que se 
desmantelara la institución.
Pero ni la ADOC ni el Departamento 
de Estado yanqui podían aceptar a Noriega, pues su sola presencia 
indicaba una continuidad del régimen y de la crisis. A la vez que ellos 
necesitaban liquidar la autonomía relativa alcanzada por los militares 
panameños, para reorganizar la institución militar de acuerdo al nuevo 
régimen político presidencialista que se intentaba imponer.
Estas
 diferencias no eran meros matices, sino que tras ellas subyacía el 
problema concreto acerca de qué fracción detentaría el poder y sus 
privilegios. El triunfo de un sector eliminaba al otro. Seguramente esto
 es lo que quería señalar Solís Palma cuando decía que ceder a Noriega 
significaba el "comienzo del fin". Era el final de un régimen político, y
 de los funcionarios civiles y militares que lo encarnaban. Más que eso,
 era el final del régimen político con mayor autonomía (con respecto a 
Estados Unidos) de la historia panameña, el cual logró crear también una
 élite de funcionarios y tecnócratas con relativa independencia de lo 
que se ha dado en llamar la "sociedad civil".
Estas 
contradicciones a lo interno de la clase dominante panameña tenían que 
ser más agudas cuando se estaba a las puertas de la última década del 
siglo, momento en que, de acuerdo a los Tratados del Canal, Torrijos - 
Carter, debían revertir valiosas instalaciones y terrenos, así como el 
canal mismo, a la soberanía y economía panameñas. La fracción de la 
burguesía que maneje los destinos políticos del país será, sin duda, la 
mayor beneficiaria de la privatización de los "bienes revertidos", 
evaluados en unos 30,000 millones de dólares.
¿Quería el 
imperialismo norteamericano la destrucción del aparato de las FDP por 
ser un ente "nacionalista", tal y como lo pintan los defensores del ex 
régimen militar? Definitivamente que no. Al menos durante la mayor parte
 de la crisis ésta no fue la intención del gobierno norteamericano. 
Además de que el comportamiento de las FDP, hasta principios de 1987 (y 
aún después), no representaba una amenaza para los intereses 
norteamericanos, más bien actuaban como aliadas ¿Por qué destruir un 
aparato cuidadosamente construido por el propio Comando Sur? Las 
declaraciones de los voceros de la Casa Blanca y las resoluciones del 
Senado llegan a apelar reiteradamente a favor de que Noriega ponga la 
fecha de su retiro como una medida de salvar a las FDP.
La 
invasión a Panamá y la destrucción de las FDP quedó colocada por la 
realidad recién a mediados de 1989, cuando la crisis panameña llegó a un
 punto sin salida, y cuando ésta se conjugó con un plan del ejército 
norteamericano para recuperar su prestigio e intentar superar el 
"síndrome de Vietnam" realizando acciones militares directas en otros 
países.
Según el periodista norteamericano Bob Woodward (3), la 
administración del presidente George Bush empezó a planear seriamente la
 invasión en mayo de 1989, después de la anulación de las elecciones. 
Pero todavía en el mes de julio de ese año el general Frederick Woerner,
 jefe del Comando Sur, se oponía a la acción armada por lo que fue 
suplantado por el general Maxwell Thurman. Ya en octubre de 1989 la 
decisión de invadir estaba tomada, y simplemente se afinaban los 
detalles. Por eso, Estados Unidos no apoyó al mayor Moisés Giroldi y los
 golpistas del 3 de octubre.
¿Se oponía de tal manera el régimen
 militar panameño a legalizar la permanencia de sus bases militares más 
allá del año 2,000, de tal manera que necesitaba Estados Unidos invadir y
 destruir a las FDP? ¡Definitivamente no! Hasta 1987 la relación entre 
el Pentágono y el régimen militar fue de colaboración, por lo cual, si 
fuera el caso, se habría podido renegociar la permanencia de las bases 
militares sin que eso significara un choque violento.
Todavía 
después, en la fase más aguda de la crisis, en agosto de 1989, el propio
 general Noriega dijo, "si los norteamericanos quieren las bases, que 
vayan y las pidan, pero que no hagan como el hombre que quiere enamorar a
 una mujer y la viola" (4). Esta declaración dice mucho del 
"nacionalismo" de Noriega y su régimen.
¿Necesita Estados Unidos
 renegociar la permanencia de sus bases militares en Panamá más allá del
 año 2,000? Definitivamente sí. Cuando el presidente James Carter firmó 
el Tratado del Canal, Estados Unidos pasaba por un momento altamente 
crítico (Watergate, pérdida de la guerra de Vietnam, etc).
En 
una circunstancia como esa Norteamérica accedió a ponerle una fecha 
final para la presencia militar en Panamá, reservándose el derecho de 
intervención a perpetuidad. Pero a medida que esa potencia se ha 
recuperado del "síndrome de Vietnam", se ha replanteado el problema de 
su control sobre zonas estratégicas del mundo, y Panamá es una de ellas.
 Por eso, el Senado y grupos asesores en política exterior, como el 
llamado Grupo de Santa Fe (que asesoró los gobiernos de Reagan y Bush), 
han planteado con claridad el objetivo de obtener un nuevo acuerdo sobre
 las bases militares en nuestro país.
No se trataba de que las 
FDP tuvieran una postura recalcitrantemente nacionalista, pero si era 
cierto que Estados Unidos necesitaba resolver la crisis política 
panameña también para que un régimen estable, y sumiso, pueda renegociar
 un acuerdo de bases. Esta fue una situación parecida a lo que sucedía a
 fines de los años 60, la crisis política se había convertido en 
obstáculo para la incluso renegociación del tratado sobre el Canal de 
Panamá. Además, el gobierno norteamericano debía promover una 
reorganización de las fuerzas armadas panameñas, tratando de acabar con 
los elementos nacionalistas y torrijistas que habían crecido a lo 
interno y que podrían ser reacios a una relación de sometimiento hacia 
el Comando Sur. Esto se ha venido haciendo desde la invasión.
Lo
 que no es cierto es la versión propagandística lanzada por los acólitos
 del régimen militar, de que era completamente antagónica la existencia 
de las FDP y las tropas norteamericanas. Por el contrario, el Pentágono 
promovió en sus inicios el desarrollo de la Guardia Nacional, pues 
necesitaba de un cuerpo de seguridad panameño que les ayude a mantener 
el control sobre el Canal, sin que sus tropas tengan que intervenir 
constantemente.
(Agregamos ahora, en 2017: ese acuerdo de bases 
fue el proyecto de CMA que intentaron bajo el gobierno del PRD de 
Ernesto Pérez Balladares y que fracasó rechazado por el pueblo panameño.
 Pero bajo el gobierno de Mireya Moscoso en adelante los gobiernos han 
firmado con Estados Unidos acuerdos de seguridad que hacen el papel del 
acuerdo de bases. Como el llamado Acuerdo Salas-Bequer, firmado en 1991,
 que entrega la soberanía sobre el espacio aéreo y el mar territorial a 
estados Unidos con la excusa de combatir el narcotráfico).
Bibliografía
1. La Prensa, 26 de septiembre de 1993.
2. Brannan J., Betty. "Desde Washington". La Prensa, 21 de octubre de 1990.
3. La Prensa, 3 de mayo de 1991.
4. Gaceta Económica, año 2, Nº 10. Septiembre de 1989.
 

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