La digna voz
Hasta ahora hemos 
tratado –nunca agotado– los efectos de Donald Trump en la arena 
internacional y en la región (Latinoamérica). Interésanos ahora abordar 
los impactos del triunfo electoral del incendiario magnate en el 
perímetro de influencia más inmediato: es decir, México y, naturalmente,
 Estados Unidos. En esta oportunidad tratamos el caso mexicano, y 
dejamos para la última entrega el caso del país cuyo colegio electoral 
lo eligió (no el balotaje popular).
 México: el gran perdedor 
 El ascenso al poder de Donald Trump –coinciden en señalar los 
analistas– representa una catástrofe, una desintegración de la moral 
pública, y una derrota categórica para México, que es el gran perdedor 
de una larga cadena de perdedores que dejó el triunfo del republicano 
“outsider”. 
 En su primer libro “El arte de la negociación”, 
Donald Trump escribe: “si mi adversario es débil lo aplasto y si es 
fuerte, negocio”. La frase condensa esas dos significaciones del ascenso
 de Trump: la de la desintegración de la moral pública (aplastar y no 
socorrer al débil), y la del inminente aplastamiento de su débil (e 
imaginario) adversario –México. 
 Los efectos de Trump en México 
tocan mayormente dos renglones: el económico y el político (y sin duda 
el migratorio, que, por sí sólo, amerita un estudio aparte, pero que 
cruza transversalmente a los dos renglones referidos). 
 Economía  
 En materia económica, las élites en México apostaron por 30 años a un 
enemigo: Estados Unidos, y los intereses oligárquicos reunidos en su 
órbita. En 1994, los gobiernos de México, Canadá y Estados Unidos 
firmaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por 
sus siglas en inglés), y decretaron la bancarrota económica de los 
mexicanos. El tratado significó la desactivación del proceso de 
industrialización en México; destruyeron la planta productiva del campo y
 la ciudad (el país perdió más de 900,000 empleos agrícolas en la 
primera década del TLCAN, según datos del Departamento de Agricultura de
 Estados Unidos); privatizaron puertos, aeropuertos, minerales, 
hidrocarburos, ferrocarriles, carreteras, telecomunicaciones, banca etc.
 El tablero geopolítico en nuestra época se juega con dos fichas: 
finanzas e hidrocarburos. Y México, que potencialmente es una fuerza de 
primer orden en los dos renglones, renunció al control estratégico de 
esos factores geoeconómicos: el 92 por ciento de la banca está 
extranjerizada, y con la reforma energética de 2013, el país entregó 
rastreramente el petróleo a las siete hermanas de la industria 
petrolera. México tenía la economía más fuerte de América Latina. El 
TLCAN nos debilitó. Nos condenó a la humillación. En el presente, de 
acuerdo con analistas en la materia, México tiene el salario más bajo de
 Norte y Centroamérica (y que muchos países de Sudamérica), y los 
derechos laborales están absolutamente liquidados (seguridad social, 
pensión etc.). No es accidental que el narcotráfico es la principal 
fuente de ingresos en el país, que desplazó al petróleo, otrora campeón 
de la economía nacional, y a las remesas, que registraron una 
contracción con la persecución-deportación de inmigrantes mexicanos en 
Estados Unidos, especialmente tras el triunfo de Donald Trump. 
 Al gobierno de México lo único que le preocupa es la renegociación del 
TLCAN. Y es absolutamente omiso con las deportaciones masivas y la 
fractura de familia mexicanas que está teniendo lugar en Estados Unidos.
 La suerte de los migrantes nunca fue de ningún interés para las elites 
gobernantes: el TLCAN que esas propias elites firmaron, expulsó a 
millones de mexicanos a Estados Unidos. Y ahora que están a punto de 
sufrir una segunda expulsión, de Estados Unidos a México, el gobierno 
mexicano está cruzado de brazos, haciendo como que la virgen le habla, y
 renegociando humillantemente un tratado que dejó muerte y destrucción 
en suelo nacional. 
 En materia política, el ascenso de Trump 
dejó huérfanas a las élites gobernantes. No tienen fuerza ni siquiera 
para movilizar populistamente a la población. Por añadidura, México no 
cuenta con el apoyo de los gobiernos latinoamericanos. El TLCAN fue un 
harakiri político: la clase política en México eligió el proyecto con 
base en la geografía y por oposición a su historia y cultura. El Estado 
no tiene brújula, no tiene dirección. La política exterior es de 
persistente deshonra y humillación: el alto funcionariado mexicano lanza
 gestos de amistad a un gobierno – el de Estados Unidos – que responde 
con gestos de enemistad e insulto llano. México es un peón acasillado. 
 En resumen, y en relación con el renglón político-geopolítico, México 
tránsito de un país terciarizado a un país esclavizado, por cortesía de 
gobiernos canallas y apátridas, que ahora, desesperados, no saben cómo 
recuperar autoridad y legitimidad, y acuden al narcotráfico y el 
militarismo para conservar el poder. 
 El principal traidor de los mexicanos es su gobierno. 
 ¡Que muera el mal gobierno! 
 

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