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                Ignacio Ramonet
Ignacio Ramonet compara la vigilancia de hoy en internet con el Gran Hermano de la novela “1984” de George Orwell.
“Hoy todos los estadounidenses están bajo escucha”.
Edward Snowden
A nuestro alrededor merodea permanentemente un Big Brother que quiere
 saberlo todo de cada uno de nosotros, y clasificarnos en función de los
 “riesgos potenciales” que podríamos presentar. Esta vigilancia masiva ha sido siempre la gran tentación de los poderes autoritarios.
 En este sentido, algunos regímenes del pasado permanecen 
definitivamente asociados a prácticas secretas de intromisión en la vida
 de las personas. Pensamos sobre todo en el III Reich hitleriano y en el
 Estado estalinista. En su novela 1984, George Orwell se burló especialmente de este último. Más próxima a nosotros, la película La vida de los otros[1]
 ha estigmatizado el sistema de vigilancia generalizada en la antigua 
República Democrática Alemana (RDA), implantado por el Ministerio para 
la Seguridad del Estado, más conocido como Stasi.
Estos regímenes eran dictaduras. Pero, en nuestros días, son 
democracias las que han levantado sofisticadas redes de vigilancia 
clandestina, a veces en contradicción con sus propias tradiciones. En 
este sentido, hay que recordar que el acto fundador de los 
Estados Unidos fue la revuelta de los colonos norteamericanos contra una
 ley inglesa que autorizaba la violación de la vida privada. La
 explosión de cólera desembocó en la revolución norteamericana de 1776. 
La cuarta enmienda de la Constitución de los Estados Unidos protege 
siempre a los ciudadanos estadounidenses contra cualquier abuso de una 
administración que quisiera someterlos a una violación ilegal de su 
intimidad: “No será violado el derecho de los ciudadanos a la 
seguridad de sus personas, domicilios, documentos y bienes; contra 
cualquier registro o detención arbitrarios …”.
El auge de Internet
 y de las nuevas redes electrónicas ofrece actualmente a los principales
 servicios estatales de escucha de las comunicaciones –la NSA, en los 
Estados Unidos; el GHCQ, en el Reino Unido; la DGSE, en Francia; el CNI 
en España-, una inesperada ocasión para instaurar fácilmente una
 vigilancia sistemática y generalizada de todas las protestas políticas y
 sociales. Precisamente porque Internet ya no es ese espacio de
 libertad descentralizado que permitiría escapar a la dependencia de los
 grandes medios de comunicación dominantes. Sin que la mayoría de los 
internautas se haya dado cuenta, Internet se ha centralizado en torno a algunas empresas gigantes que lo monopolizan y de las que ya casi no se puede prescindir.
No se vio venir la centralización de Internet –confirma Laurent 
Chemla, uno de los pioneros de la Internet militante en Francia. No 
entendimos que el modelo económico de publicidad-contra-gratuidad 
crearía un peligroso fenómeno de centralización, porque los anunciantes 
tienen interés en trabajar con los más grandes, aquellos que tienen más 
audiencia. En la actualidad, hay que conseguir ir en contra de esta 
lógica, para descentralizar de nuevo Internet. La opinión pública debe 
comprender que la gratuidad conlleva una centralización tal de Internet 
que, poco a poco, el control se vuelve más fuerte y la vigilancia se 
generaliza[2].
Otro cambio: hoy la vigilancia se basa esencialmente en la 
información tecnológica, que es automática, más que en la información 
humana. Como en Minority Report, es el “predelito” lo que a 
partir de ahora se persigue. Para “anticiparse a la amenaza”, las 
autoridades tratan de “diagnosticar la peligrosidad” de un individuo a 
partir de elementos de sospecha, más o menos comprobados. Con la paradójica idea de que, para garantizar las libertades, hay que empezar por limitarlas.
Retorno del determinismo genético
En el nuevo Estado de vigilancia,
 toda persona es considerada sospechosa a priori. Sobre todo, si las 
“cajas negras algorítmicas” la clasifican mecánicamente como 
“amenazante” después de analizar sus contactos y sus comunicaciones.
Esta nueva teoría de la seguridad, que es una variante del funesto determinismo genético, considera que el ser humano está desprovisto de verdadero libre arbitrio o de pensamiento autónomo.
 El hombre no sería sino una mera máquina sometida a la influencia de 
pulsiones de nacimiento y a fatalidades biológicas. Es inútil, por lo 
tanto, que, para prevenir eventuales derivas, se busque intervenir 
retroactivamente en el entorno familiar o en las causas sociales. Lo
 único que ahora quiere el Estado, con la fe puesta en los informes de 
vigilancia, es reprimir lo antes posible, antes de que se cometa el delito.
 Esta concepción determinista de la sociedad, imaginada hace más de 
sesenta años por el excelente escritor estadounidense de ciencia ficción
 Philip K. Dick, se impone poco a poco en numerosos países, a medida que
 son golpeados por la tragedia del terrorismo[3].
Metamorfosis de la Justicia
El gran cambio arrancó en los Estados Unidos. Tras los atentados del 
11 de septiembre de 2001, la ley Patriot Act modificó, por primera vez 
en el seno de una democracia, la relación seguridad/vida privada.
Más que un cambio, explica la jurista francesa Mireille Delmas-Marty,
 es una auténtica metamorfosis de la justicia penal, y, por extensión, 
del control social […] La Patriot Act ha hecho posible que, por orden 
del presidente, emerjan una vigilancia masiva y un régimen penal 
derogatorio, y que se llegue a amparar el uso de la tortura e incluso la
 organización de asesinatos selectivos […] Se ha pasado muy rápidamente a
 una “guerra contra el terrorismo” desplegada sobre el conjunto del 
planeta; primero, con la apertura del campo de concentración de Guantánamo
 fuera del territorio de los Estados Unidos; y, más tarde, con la “tela 
de araña” estadounidense, denunciada en 2006 por el Consejo de Europa: 
el mapa de centros secretos de detención en todo el mundo y las 
transferencias ilegales de detenidos[4].
Otras democracias han imitado a los Estados Unidos. 
De la Terrorism Act[5], en el Reino Unido, a la ley Renseignement, en 
Francia, pasando por la Ley de Seguridad Ciudadana[6], en España, se ha 
multiplicado la legalización de la vigilancia clandestina de masas. 
Expresar en Internet una simple intención de cometer un acto “irregular”
 puede llevar hoy, en algunos países democráticos, a la detención del 
internauta[7]. Lo cual es contrario a uno de los principios fundadores 
de la Justicia penal moderna. El jurista Beccaria[8] estableció, en el 
Siglo de las Luces, que para declarar “criminal” a una persona, primero 
tiene que haberse cometido realmente el crimen, o al menos haberse 
iniciado su ejecución.
La cuestión de la libertad

“Internet
 ha sido transformado para convertirse en el más peligroso vehículo del 
totalitarismo que jamás hayamos conocido”, dice Assange.
Nada que hacer: nuestro uso de Internet nos delata. Lo cual ha llevado a Julian Assange a decir: “Internet ha sido transformado para convertirse en el más peligroso vehículo del totalitarismo que jamás hayamos conocido”. La red es “de ahora en adelante una amenaza para la civilización humana[9]”.
Porque, hay que admitir finalmente que, con la centralización de 
Internet, la “democracia digital”, en la que se pudo creer en los 
albores, se ha revelado como una impostura y un engañabobos.
La “República digital” –explica François de Bernard—no es el gobierno
 del interés público por medio de las leyes -lo cual, según Rousseau, 
constituye la condición, si no la esencia, de toda República-, sino 
solamente el gobierno de los números, por los números y para los 
números; el gobierno de las cifras, de lo cifrado y destinado a la 
cifra, con el fin de que, con un simple clic del ratón, la República 
pueda ser gobernada con el menor número de obstáculos que pudieran 
dificultar el despliegue del proyecto de sus dirigentes[10].
Succionados por la dinámica centralizadora, los gobiernos, los 
servicios de seguridad y las empresas gigantes de la Red se fusionan 
ante nuestros ojos en un complejo securitario-digital que tiene un 
objetivo preciso: controlar Internet para controlarnos mejor. En 
Internet, cada internauta está interconectado y proporciona, en tiempo 
real, una cantidad incalculable de informaciones personales que ningún 
Estado ni empresa privada habría soñado nunca en poder recopilar.
Como “un ejército de ocupación” que controla los puntos de paso […], los Estados impiden la independencia de la Red.
 Llevados al extremo, pueden alimentarse, como sanguijuelas, en las 
venas y las arterias de nuestras nuevas sociedades, atiborrándose con 
cada intercambio expresado o comunicado, con cada mensaje enviado y con 
cada pensamiento “googleado”, y almacenar luego todo este saber –miles 
de millones de interceptaciones diarias, un poder inimaginable- en 
centros de procesamiento de datos. Y para siempre.
Frente a este rodillo compresor, muchos ciudadanos tiran la toalla y 
se resignan a ver amenazada su libertad de expresión y violados sus 
derechos fundamentales. Están equivocados. Porque la auténtica cuestión 
no es la vigilancia, sino la libertad, como explica Edward Snowden:
Cuando alguien dice: “No tengo nada que ocultar”, en realidad está diciendo: “Me río de mis derechos”. [..] Si dejáis de defender vuestros derechos pensando: “No necesito mis derechos en este contexto”, ya no se trata de derechos. Los habéis convertido en algo de lo que disfrutáis como de un privilegio revocable por el gobierno […] Y ello reduce el perímetro de la libertad en el seno de una sociedad[11].
Resistir, encriptar

Edward Snowden: “La encriptación es una responsabilidad cívica, un deber cívico”.
¿Cómo defenderse? En primer lugar, informándose y consultando las 
numerosas páginas web especializadas en seguridad informática[12]. 
También uniéndose a las diferentes organizaciones que luchan contra la 
vigilancia masiva, especialmente WikiLeaks[13]
 y, en Francia, La Quadrature du Net[14]. Y sobre todo optando, en 
primer lugar, por la autodefensa mediante la encriptación, o 
codificación, como nos aconseja Edward Snowden: “La encriptación es una responsabilidad cívica, un deber cívico”.
Solamente la encriptación permite enviar y recibir mensajes de correo
 electrónico codificados. Impide que una herramienta automática de 
vigilancia pueda leerlos si los intercepta. Aunque no se tenga nada que 
ocultar, la encriptación nos ayuda a proteger nuestra vida privada y la 
de las personas con quienes nos comunicamos. Lo cual hará más difícil el
 trabajo de los espías del nuevo Complejo securitario-digital.
Aunque muchos gobiernos, sobre todo después de los odiosos atentados del 13 de noviembre en París, están planteándose la prohibición de todo sistema de encriptación de mensajes, las
 revelaciones de Edward Snowden han permitido la emergencia y la 
democratización de varias herramientas de encriptación de mensajes SMS y
 de comunicaciones telefónicas. Por ejemplo: Signal, Telegram, Wickr, TrueCrypt, ProtonMail, Threema, etc.
Oponerse a la vigilancia del Estado, cuando se es inocente, es una 
lucha política. Y aprender a protegerse es la primera etapa de esta 
lucha. Después, hay que pasar a la guerrilla digital: engañar a los 
espías, cegarlos, disimular nuestras conexiones a Internet, cifrar 
nuestros correos electrónicos, proteger nuestros mensajes. El objetivo 
es hacer que los algoritmos enloquezcan, crear zonas de opacidad, y 
escapar a la inspección y al cacheo de los chivatos digitales secretos.
El derecho está de nuestra parte. Una importante 
sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), dictada 
el 6 de octubre de 2015, constituye efectivamente una gran victoria 
jurídica, y alienta la rebelión de los ciudadanos contra la vigilancia 
masiva. En respuesta a la demanda contra Facebook interpuesta por un 
joven austriaco, Maximilian Schrems, que, a raíz de las revelaciones de 
Edward Snowden, acusó a la empresa gigante de haber colaborado con la 
NSA, el TJUE decidió ese día invalidar el acuerdo entre la Unión Europea
 y los Estados Unidos, firmado en el año 2000, llamado comúnmente Safe 
Harbor (“Esfera de Seguridad”), que autorizaba a las empresas 
estadounidenses, y especialmente a las GAFAM (Google, Apple, Facebook, 
Amazon, Microsoft) a exportar a los Estados Unidos los datos personales 
de los europeos, y a almacenarlos allí [15].
La sentencia “Schrems” debería obligar a Facebook a suspender la 
transferencia de datos a los servidores estadounidenses. También debería
 obligar a la Comisión Europea a ser más severa en la renegociación del 
acuerdo con Washington[16]. Y forzar a las GAFAM, que obtienen la mayor 
parte de sus ingresos de la explotación a gran escala de nuestros datos 
personales, a revisar sus prácticas.
Finalmente, el Consejo de Europa[17], ha estimado en un informe reciente que “mientras
 los Estados no acepten fijar límites a los programas de vigilancia 
masiva que llevan a cabo sus agencias de información, la codificación 
generalizada, y orientada a proteger la vida privada, es la solución de 
repliegue más eficaz para permitir a la gente proteger sus datos”[18].
Más aún. Con ánimo de resistencia, algunos sitios web asociativos 
permiten iniciarse fácilmente en el cifrado de las comunicaciones 
digitales[19]. Hay también otras armas: la red de anonimato TOR[20], 
sobre todo; las empresas ProtonMail (Alemania) y Tutanota (Suiza), que 
ofrecen servicios para proteger mejor los correos; el sistema de 
explotación Tails[21]; la solución de ciframiento Trucrypt, que permite 
ante todo cifrar archivos; o proyectos de mensajería como Caliopen, un 
software libre destinado a proteger la confidencialidad de los 
intercambios de sus usuarios, lanzado en septiembre de 2013 por Laurent 
Chemla[22]. Al parecer, las revelaciones de Edward Snowden han generado 
una toma de conciencia de la importancia de la encriptación[23], incluso
 en el seno de algunos organismos más oficiales, como el Internet 
Engineering Task Force (IETF), encargado de la estandarización de los 
protocolos de Internet a escala global.
Los lanzadores de alertas
Desde hace varios años, hackers, militantes contra el 
espionaje y lanzadores de alertas colaboran y se relevan para denunciar 
los abusos. Resisten al Imperio de la vigilancia y son los héroes de la era Internet. Conocemos, desde luego, a los tres más célebres: Julian Assange, Chelsea Manning
 y Edward Snowden, pero recordemos que otros iniciaron la resistencia 
antes que ellos. Por ejemplo, Mark Klein, un exejecutivo de la empresa 
AT&T, y el jurista Thomas Tamm, en los Estados Unidos. También 
algunos exagentes de la NSA, inspirados probablemente en el ejemplo de 
Daniel Ellsberg, un analista de la Rand Corporation que, en 1971, se 
atrevió a publicar los célebres Pentagon Papers[24], que sacaron a la 
luz las razones ocultas de la intervención militar de los Estados Unidos
 en Vietnam (55 mil muertos del lado estadounidense, más de un millón 
del vietnamita), un conflicto que jamás fue autorizado por el Congreso.
Entre los lanzadores de alertas anteriores a Snowden, y exagentes de 
la NSA, se puede citar también a Perry Fellwock, o a Russell D. Tice. Y,
 más recientemente, a William Binney, Thomas Drake, Edward Loomis y J. 
Kirk Wiebe, quienes, junto a Diane Roark, del Comité para la Información
 de la Cámara de Representantes, llegaron a difundir públicamente un 
manifiesto contra la vigilancia masiva, el 17 de enero de 2014[25].
En muchos países se han lanzado campañas para incitar a los agentes 
de información a que dimitan. Por ejemplo, en septiembre de 2015, y a 
iniciativa del colectivo berlinés Peng,
 grupos de artistas y activistas defensores de las libertades públicas 
pegaron, delante de las agencias de información estadounidenses y 
alemanas, banderolas animando a los espías con remordimientos a que 
abandonasen su trabajo. “¿Queríais servir a vuestros conciudadanos? Habéis terminado por espiarlos. ¡Dimitid!“[26].
De igual modo, ante la entrada de la base militar estadounidense de 
Dager, en Alemania, donde hay una importante estación de escucha de la 
NSA, unos activistas instalaron un panel estratégico en el que se podía 
leer: “Escuchad vuestro corazón, no nuestras conversaciones”. Por otra parte, el sitio web IntelExit ofrece
 muchos consejos y argumentos para convencer a los agentes de que dejen 
sus funciones, y les ayuda también a redactar automáticamente una carta 
de dimisión[27].
Por una Carta de Internet

El imperio de la vigilancia se alimenta con cada pensamiento “googleado”.
Pero hay que hacer más, y contraatacar. Muchos militantes 
anti-cibervigilancia proponen el lanzamiento de una Carta de Internet, 
semejante a la Carta de la ONU:
Es necesario –afirma Snowden—que nuestra generación cree lo que Tim 
Berners-Lee, el inventor de la Red, llama la Gran Carta de Internet. 
Queremos definir lo que deben ser los “derechos digitales”. ¿Qué valores
 debemos esforzarnos en proteger? ¿Cómo vamos a garantizarlos[28]?
En una entrevista en The Guardian[29], Tim Berners-Lee deseó, 
efectivamente, que esta Gran Carta[30] mundial que él exige consagre la 
vida privada, la libertad de expresión y el anonimato:
Sin un Internet libre y neutral, sobre el que podamos apoyarnos sin 
tener que preocuparnos por lo que pasa entre bastidores –declaró—, no 
podemos tener un gobierno abierto, ni una buena democracia, ni un buen 
sistema de salud, ni comunidades conectadas entre sí, ni diversidad 
cultural. […] Nuestros derechos son pisoteados cada vez más en todas partes.
 Y el peligro es que nos acostumbremos a ello. Quiero, por tanto, 
aprovechar el 25 aniversario del nacimiento de la Web para invitarnos a 
todos a ponernos manos a la obra con el fin de retomar las riendas y 
definir la Web que queremos para los próximos 25 años[31].
Con la cooperación de ONG internacionales y de juristas de todo el 
mundo, WikiLeaks ha creado también su propia Carta. Consta de trece 
principios[32], denuncia la vigilancia del Estado como “un atentado a 
las leyes internacionales sobre los derechos humanos”, y rechaza que lo 
gobiernos utilicen su poder para controlarnos. Otros pensadores, como el
 filósofo François de Bernard, reclaman el derecho a “una objeción de 
conciencia digital[33]”.
¿Cómo resistir? La solución está en buscar una multitud de 
microrresistencias, que pasan por la educación popular, la formación en 
herramientas informáticas de cifrado, la búsqueda de soluciones 
alternativas para volver caducas las actuales normas dominadas por las 
GAFAM.
La batalla por los nuevos derechos cívicos en la era digital no ha hecho más que comenzar.
 Los Estados de vigilancia se apoyan en su carácter democrático para 
manifestarse especialmente implacables contra los nuevos disidentes. No 
es casualidad que Snowden decidiera difundir sus espectaculares 
revelaciones sobre el programa PRISM justo el día en el que comenzaba en
 los Estados Unidos el proceso contra Chelsea Manning (antes Bradley 
Manning), acusada de transmitir archivos secretos a WikiLeaks; la misma 
fecha en la que se cumplía también el primer aniversario de la reclusión
 de Julian Assange en los locales de la embajada de Ecuador en Londres, 
donde hubo de encontrar refugio para evitar ser extraditado a los 
Estados Unidos vía Suecia…
Snowden, Manning, Assange, tres héroes de nuestro tiempo, acosados y 
perseguidos por el Imperio de la vigilancia. Edward Snowden se arriesga a
 una pena de treinta años de prisión[34], tras haber sido acusado por 
los Estados Unidos de “espionaje”, “robo” y “utilización ilegal de 
bienes gubernamentales”. El 21 de agosto de 2013, Chelsea Manning fue ya
 condenada a treinta cinco años de prisión. Y Julian Assange está 
amenazado con la pena de muerte[35].
A aquellos que se preguntan por qué estos tres paladines de la libertad asumen tantos riesgos, Snowden les responde:
Cuando te das cuenta de que el mundo que has ayudado a crear será 
peor para la nueva generación y para las siguientes, y de que no deja de
 reforzarse la capacidad de esta arquitectura de la opresión, comprendes
 que hay que denunciarla y que, por eso, debes aceptar todos los 
riesgos. Cualesquiera que sean las consecuencias.
A todos los ciudadanos libres de actuar de la misma forma, una sola consigna: “¡Contra la vigilancia masiva, resistencia masiva!”.
(Conclusiones del libro El imperio de la vigilancia/ Cuba Periodistas)
 
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