By IPS
Tharanga Yakupitiyage/Inter Press Service
Nueva
 York, Nueva York, Estados Unidos. La decisión del ejército de Estados 
Unidos de suspender la construcción del oleoducto de Dakota Access, el 4
 de diciembre pasado, no eliminó las dudas sobre el futuro de esa 
polémica obra ni sobre lo que esto representa para otros megaproyectos 
de infraestructura que afectan a las comunidades indígenas de América 
del Norte.
Tras meses de manifestaciones y varias protestas de la 
Tribu Sioux de la reserva de Standing Rock y de sus aliados de distintas
 partes del mundo, el ejército anunció que no iba a permitir que el 
oleoducto de más de 1 mil 886 kilómetros cruzara el lago Oahe, en el 
estado de Dakota del Norte.
El anuncio fue recibido con algarabía y
 lágrimas por quienes acamparon a lo largo de los ríos Cannonball y 
Missouri, en el marco del movimiento “#NoDAPL” (en referencia al Dakota 
Access Pipeline).
 “Todo el mundo estaba muy emocionado y muy 
contento en el campamento”, relata Cannupa Hanska Luger, un artista de 
la reserva muy involucrado en el movimiento, en diálogo con Inter Press 
Service (IPS).
Una de las preocupaciones por el oleoducto es el 
riesgo de que contamine el río Missouri, la principal fuente de agua de 
la Tribu Sioux.
Pero la alegría por la decisión del ejército no duró mucho, apunta Luger.
 “Principalmente,
 esto se trata de que las poblaciones nativas no están muy cómodas ni 
muy seguras con los decretos del gobierno. Todos nuestros tratados se 
han roto; en el momento, nos entusiasmos, pero luego nos aprontamos para
 cualquier futuro resultado o declaración”, explica a IPS.
Uno de 
esos acuerdos es el tratado del fuerte Laramie, de 1851, que definió el 
territorio sioux, donde ahora se construye el oleoducto. Aunque 
posteriormente les fue retirado por el tratado de 1868, el territorio 
sigue en disputa, pues algunos sostienen que nunca lo cedieron.
A 
pesar de las disputas territoriales y de la última decisión de 
suspender, la petrolera Energy Transfer Partners, encargada del proyecto
 de 3 mil 800 millones de dólares y de la que Dakota Access es 
subsidiaria, prometió continuar con el oleoducto.
 “Estamos 
totalmente decididos a asegurarnos de que este proyecto vital se 
complete, y esperamos concluir la construcción del oleoducto sin ningún 
rediseño de ruta en ni alrededor del lago Oahe. Nada de lo que hizo este
 gobierno hoy cambia eso de ninguna manera”, reza la declaración de la 
compañía.
Además, muchas personas temen que el presidente electo, 
Donald Trump, revierta la decisión, pues prometió redirigir los miles de
 millones de dólares vertidos a programas climáticos de la Organización 
de las Naciones Unidas al fortalecimiento de la industria del gas, el 
petróleo y el carbón.
La integración de su gabinete también 
sugiere el fortalecimiento de esas industrias, como la designación del 
director ejecutivo de ExxonMobil, Rex Tillerson, como secretario de 
Estado (canciller), del fiscal general de Oklahoma, Scott Pruitt, quien 
combatió las políticas climáticas del presidente Barack Obama, como 
director de la Agencia de Protección Ambiental y de Rick Perry como 
secretario de Energía, quien siendo gobernador de Texas amplió el 
desarrollo del gas y el petróleo.
 “Esta lucha no se acabó, ni 
cerca. De hecho, está escalando”, coincidieron varias organizaciones, 
como Sacred Stone, que montó uno de los campamentos de resistencia al 
oleoducto de Dakota Access, las que también señalaron la incertidumbre 
que existe en torno al próximo gobierno.
La lucha no se acabó, y 
no solo para ese proyecto, que sólo es uno de los muchos del sector 
extractivo que ponen en riesgo el acceso al agua potable de las 
comunidades indígenas del Continente Americano.
Un ejemplo es la mina de uranio en la nación navajo, en el sudoeste de Estados Unidos.
Durante
 la Guerra Fría, el gobierno estadunidense extrajo uranio de la reserva 
navajo, donde reside la mayor población indígena del país. Según la EPA,
 más de 30 millones de toneladas de mineral de uranio se extrajeron de 
tierras navajas o de sus alrededores.
 “Si no son problemas 
hermanos, son primos”, comenta el director ejecutivo de la organización 
DigDeep, George McGraw, a propósito del caso Dakota Access y la mina de 
uranio.
“Los sioux, al igual que los navajos, han luchado por 
mantener el acceso al agua para la mayoría de su población, en general, y
 llegar y amenazar de esa forma tan significativa sus recursos, como el 
río, es un crimen más que grosero”, opina.
Las décadas de 
extracción de uranio contribuyeron a una crisis hídrica que dejó a 
aproximadamente 40 por ciento de los hogares navajos sin agua corriente.
La
 contaminación del agua se agravó sólo porque no se limpiaron las minas,
 apunta McGraw. Hay más de 500 minas abandonadas con distintos grados de
 radiactividad que llegan a 25 veces el valor considerado seguro.
La
 exposición a esa radiactividad derivó en un alarmante y elevado número 
de casos de cáncer en una población que la comunidad médica había 
considerado que tenía “inmunidad contra el cáncer”.
Por
 tratados y por ley, Estados Unidos es responsable de proteger la salud 
de la nación navajo. Pero McGraw señaló las obligaciones incumplidas en 
ese caso, al igual que con los sioux.
 El último acuerdo entre la 
nación navajo y el gobierno estadunidense para limpiar 16 minas de 
uranio abandonadas, no logró mejorar la disponibilidad hídrica, pues las
 minas de carbón existentes en la reserva también suponen un riesgo para
 las fuentes de agua potable.
El último acuerdo entre la 
nación navajo y el gobierno estadunidense para limpiar 16 minas de 
uranio abandonadas, no logró mejorar la disponibilidad hídrica, pues las
 minas de carbón existentes en la reserva también suponen un riesgo para
 las fuentes de agua potable.
McGraw también señala que los proyectos extractivos a menudo ocurren en tierras indígenas.
“El
 mundo indígena es invisible para el resto del mundo”, coincide Rudolph 
Ryser, del Centro de Estudios Indígenas del Mundo. “Eso facilita que 
desarrolladores, corporaciones y gobiernos presionen para realizar 
proyectos de desarrollo para su beneficio a expensas de las naciones 
indígenas, y pasa desde hace tiempo”, añade.
Ryser menciona la 
expansión del oleoducto Trans Mountain en Canadá, aprobado hace poco por
 el primer ministro Justin Trudeau. La iniciativa creará cañerías 
gemelas que aumentarán la capacidad de transporte de 300 mil a 890 mil 
barriles al día.
Algunas de las primeras naciones se opusieron 
fuertemente al proyecto, esgrimiendo la posibilidad de derrames. La 
petrolera Kinder Morgan sólo consiguió apoyo de una tercera parte de los
 120 pueblos indígenas consultados.
Además, la provincia 
canadiense de Alberta también aprobó otros tres proyectos en las arenas 
bituminosas, entre los que está Saleski, de la empresa Husky Energy, la 
misma responsable del derrame de otro oleoducto en el río Saskatchewan, 
en julio.
Unos 250 mil litros se filtraron e impactaron en 
numerosas ciudades, así como en el territorio de la nación cree James 
Smith. Cinco muestras de agua revelaron concentraciones de toxinas 
perjudiciales para el consumo humano.
El movimiento contra el 
oleoducto de Dakota Access fue importante porque reunió a muchas tribus,
 pero Ryser señala que mientras sigan existiendo proyectos extrativos, 
la “lucha no está terminada”.
“La solidaridad creada entre las 
comunidades indígenas en Standing Rock sienta un precedente de que 
fuimos y decidimos que teníamos que ayudarnos los unos a los otros”, 
coincide Luger.
“Y como la mayor parte de la extracción de 
recursos ocurre en o cerca de la frontera con tierras indígenas, también
 sabemos que nos preparamos para trabajar hacia el futuro y para 
ayudarnos entre nosotros a escala nacional y también internacional”, 
destaca.
Tharanga Yakupitiyage/Inter Press Service
 

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