Noam Chomsky
La Jornada 
El 23 de diciembre de 2016,  
  el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó por unanimidad la 
resolución 2334, con la abstención de Estados Unidos. La resolución 
reafirmó 
que la política y prácticas de Israel al establecer asentamientos en territorios palestinos y otros territorios árabes ocupados desde 1967 no tiene validez legal y constituye una seria obstrucción para lograr una paz amplia, justa y duradera en Medio Oriente (y) llama una vez más a Israel, como potencia ocupante, a regirse escrupulosamente por la Cuarta Convención de Ginebra de 1949, rescindir sus medidas previas y desistir de llevar a cabo cualquier acción que resulte en un cambio del estatus legal y la naturaleza geográfica y que afecte materialmente la composición demográfica de los territorios árabes ocupados desde 1967, incluida Jerusalén y, en particular, a no transferir partes de su propia población civil a los territorios árabes ocupados.
Reafirmado. Un asunto de cierta importancia.
Es importante reconocer que la 2334 no es nada nuevo. La cita 
anterior es de la resolución 446 del Consejo, del 12 de marzo de 1979, 
reiterada en esencia en la resolución 2334. La 446 fue aprobada 12-0 con
 la abstención de Estados Unidos, al que se unieron Reino Unido y 
Noruega. Las diferencias primordiales son que ahora Estados Unidos está 
solo contra el mundo entero, y que es un mundo diferente. Las 
violaciones israelíes a las órdenes del Consejo de Seguridad, y al 
derecho internacional, son ahora mucho más extremas que en 1979 y 
suscitan mucha mayor condena en gran parte del mundo. Por tanto, hay que
 tomar más en serio los contenidos de las resoluciones 446-2334. De ahí 
la intensa reacción a la 2334, tanto en cobertura como en comentario y, 
en Israel y Estados Unidos, en considerable histeria. Esas son 
impactantes indicaciones del creciente aislamiento de Estados Unidos en 
la escena mundial. Esto es, con Obama. Con Trump, es probable que el 
aislamiento se incremente, y de hecho así ha sido incluso antes de que 
asuma el poder.
El paso más significativo de Trump en promover el aislamiento 
estadunidense se dio el 8 de noviembre, cuando obtuvo dos victorias. La 
menor fue en su país, donde ganó el voto electoral. La mayor fue en 
Marrakech, Marruecos, donde unas 200 naciones se reunían para tratar de 
poner algún contenido real en los acuerdos de París de diciembre de 2015
 con respecto al cambio climático, los cuales quedaron como promesas más
 que como el tratado que se pretendía, porque el Congreso republicano no
 aceptaría compromisos vinculantes.
Al llegar los votos electorales el 8 de noviembre, la conferencia de 
Marrakech se desvió de su programa sustantivo hacia la cuestión de si 
podría haber alguna acción significativa para enfrentar la severa 
amenaza de catástrofe ambiental ahora que el país más poderoso de la 
Tierra está levantándose de la mesa. Esa fue, sin duda, la mayor 
victoria de Trump el 8 de noviembre, de verdadera trascendencia. También
 definió el aislamiento de Estados Unidos respecto de los más severos 
problemas humanos jamás enfrentados en la historia del planeta. El mundo
 puso sus esperanzas de liderazgo en China, ahora que el Líder del Mundo
 Libre ha declarado que no sólo se retirará del esfuerzo sino, con la 
elección de Trump, aplicará medidas de fuerza para acelerar la carrera 
hacia el desastre.
Un asombroso espectáculo, que pasó virtualmente sin comentario.
El hecho de que Estados Unidos esté solo ahora en su rechazo al 
consenso internacional se reafirmó en la declaración 2334, en la que 
perdió incluso a la Gran Bretaña de Theresa May.
La razón por la que Obama optó por la abstención en vez del veto es 
una pregunta abierta: no tenemos evidencia directa. Pero hay algunas 
suposiciones plausibles. Hubo algunas reacciones de sorpresa (y 
escarnio) después del veto de Obama en febrero de 2011 a una resolución 
del Consejo de Seguridad que llamaba a adoptar una política oficial en 
Estados Unidos, y tal vez sintió que sería demasiado repetirlo si quería
 salvar algo de su maltrecho legado entre sectores de la población que 
tienen cierto interés por el derecho internacional y los derechos 
humanos. También vale la pena recordar que entre los demócratas 
liberales, si no en el Congreso, y en particular entre los jóvenes, la 
opinión acerca de Israel-Palestina ha virado hacia la crítica a las 
políticas israelíes en años recientes, tanto que el núcleo del apoyo a 
esas políticas se ha desplazado a la extrema derecha, incluida la base 
evangélica del Partido Republicano. Tal vez esos factores influyeron.
La abstención de 2016 causó furor en Israel y en el Congreso 
estadunidense, tanto entre republicanos como en prominentes demócratas, 
incluso con propuestas de retirar fondos a la ONU en represalia por el 
crimen del mundo. El primer ministro israelí Netanyahu denunció a Obama 
por sus acciones 
deshonestas contra Israel. Su oficina acusó a Obama de
coludirsetras bambalinas con esa
conjuradel Consejo de Seguridad, y presentó partículas de
evidenciaque apenas se elevan al nivel del humor enfermo. Un alto funcionario israelí añadió que la abstención
reveló el verdadero rostro del gobierno de Obamay que
ahora entendemos con qué hemos estado tratando en los ocho años pasados.
La realidad es muy diferente. Obama de hecho ha roto todos los 
récords de apoyo a Israel, tanto diplomático como económico. La realidad
 es descrita con exactitud por el especialista del Financial Times
 en Medio Oriente, David Gardner: “Los tratos personales de Obama con 
Netanyahu tal vez fueron ponzoñosos con frecuencia, pero ha sido el más 
pro israelí de los presidentes: el más pródigo con la ayuda militar y el
 más confiable en el ejercicio del voto estadunidense en el Consejo de 
Seguridad… La elección de Donald Trump hasta ahora ha traído poco más 
que espumarajos de tuits sobre éste y otros embrollos 
geopolíticos. Pero los augurios son ominosos. Un gobierno irredento en 
Israel, inclinado hacia la ultraderecha, se ve unido ahora por un 
gobierno nacional populista en Washington que transpira islamofobia”.
En un comentario interesante y revelador, Netanyahu denunció la conjura del mundo como prueba de 
la parcialidad del viejo mundo contra Israel, frase reminiscente de la distinción que hacía Donald Rumsfeld entre la vieja y la nueva Europa en 2003.
Se recordará que los estados de la vieja Europa eran los 
chicos malos, los principales estados europeos, que se atrevieron a 
respetar la opinión de la abrumadora mayoría de sus pobladores y por 
tanto se negaron a secundar a Estados Unidos en el crimen del siglo, la 
invasión de Irak. Los estados de la nueva Europa eran los chicos buenos,
 que desoyeron a una mayoría aún más grande y obedecieron al amo. El más
 honorable de los chicos buenos fue José María Aznar, de España, quien 
rechazó una oposición virtualmente unánime en su país a la guerra y fue 
recompensado con una invitación a estar al lado de Bush y Blair en el 
anuncio de la invasión.
Este despliegue bastante revelador de desprecio absoluto por la 
democracia, junto con otros al mismo tiempo, pasó virtualmente 
inadvertido. Es comprensible, porque la tarea en ese tiempo era ensalzar
 a Washington por su apasionada dedicación a la democracia, como quedó 
ilustrado por la 
promoción de la democraciaen Irak, que de pronto se volvió la línea del partido después de que la
única pregunta(¿renunciará Saddam Hussein a sus armas de destrucción masiva?) recibió la respuesta incorrecta.
Netanyahu está adoptando la misma postura en gran medida. El viejo 
mundo que se ha alineado contra Israel es todo el Consejo de Seguridad 
de la ONU; más específicamente, cualquiera en el mundo que tenga algún 
compromiso duradero con el derecho internacional y los derechos humanos.
 Por fortuna para la ultraderecha israelí, eso excluye al Congreso 
estadunidense y –de manera muy abierta– al presidente electo y sus 
asociados.
El gobierno israelí está, desde luego, al tanto de estos hechos. Por 
tanto, busca cambiar su base de apoyo a estados autoritarios como 
Singapur, China y la India nacionalista derechista hindú de Modi, que 
ahora se convierte en un aliado muy natural, con su viraje hacia el 
ultranacionalismo, las políticas reaccionarias internas y el odio al 
islam. Las razones de que Israel mire en esa dirección en busca de apoyo
 son esbozadas por Mark Heller, investigador principal asociado en la 
Institución de Estudios de Seguridad Nacional de Israel. 
A largo plazo, explica,
hay problemas para Israel en sus relaciones con Europa occidental y con Estados Unidos, mientras, en contraste, los importantes países asiáticos
no parecen indicar mucho interés por cómo Israel se lleva con los palestinos, los árabes o cualquier otra nación. En síntesis, China, India, Singapur y otros aliados favorecidos se ven menos influidos por las preocupaciones liberales y humanas que representan crecientes amenazas para Israel.
Las tendencias que se desarrollan en el orden mundial merecen alguna 
atención. Como se indicó, Estados Unidos está aún más aislado que en 
años recientes, cuando encuestas dirigidas por este país –que no se 
informan aquí, pero son sin duda conocidas por Washington– revelaron que
 la opinión mundial lo considera la mayor amenaza, con mucho, a la paz 
mundial, con ninguno siguiéndolo siquiera de cerca. Con Obama, el país 
está ahora solo en su abstención sobre los asentamientos ilegales 
israelíes, contra un Consejo de Seguridad unánime. Con Trump y sus 
seguidores de ambos partidos en el Congreso, la nación estará aún más 
aislada en el mundo en apoyo a los crímenes israelíes.
Desde el 8 de noviembre, Estados Unidos está aislado en el aspecto 
mucho más crucial del calentamiento global. Si Trump cumple su promesa 
de salir del acuerdo de Irán, es probable que los otros participantes 
persistan, con lo que Estados Unidos quedará aún más aislado de Europa. 
También está mucho más aislado de su patio trasero 
latinoamericano que en el pasado, y lo estará todavía más si Trump 
retrocede de los vacilantes pasos de Obama hacia la normalización de 
relaciones con Cuba, emprendidos para prevenir la probabilidad de que su
 país quedara excluido de organizaciones hemisféricas a causa de su 
continuo ataque a Cuba, en aislamiento internacional.
En gran medida ocurre lo mismo en Asia, porque incluso aliados 
cercanos estadunidenses (aparte de Japón), como Reino Unido, recurren al
 Banco de Desarrollo de Infraestructura de Asia, con sede en China, y a 
la Sociedad Económica Regional Ampliada, también basada en China, y en 
este caso con Japón incluido. La Organización de Cooperación de Shanghai
 incorpora los estados de Asia central, Siberia con su riqueza de 
recursos, India, Pakistán y pronto probablemente Irán y tal vez Turquía.
 Esta asociación ha rechazado la solicitud de Estados Unidos de sumarse 
como observador y en cambio le exigió que retire todas sus bases 
militares de la región.
Inmediatamente después de la elección de Trump, presenciamos el 
interesante espectáculo de la canciller alemana Angela Merkel asumiendo 
el liderazgo en leer la cartilla a Washington sobre valores liberales y 
derechos humanos. Entre tanto, desde el 8 de noviembre, el mundo mira 
hacia China por liderazgo para salvar al planeta de la catástrofe 
ambiental, en tanto Estados Unidos, una vez más en espléndido 
aislamiento, se dedica a socavar esos esfuerzos.
Por supuesto, el aislamiento estadunidense no es completo. Como quedó
 de manifiesto en la reacción a la victoria electoral de Trump, Estados 
Unidos cuenta con el apoyo entusiasta de la ultraderecha xenofóbica en 
Europa, incluidos sus elementos neofascistas. Y el retorno de la 
ultraderecha en partes de América Latina ofrece a Washington 
oportunidades de alianzas allí también. Y, desde luego, conserva su 
alianza cercana con las dictaduras del Golfo y con Israel, que también 
se separa de sectores más liberales y democráticos de Europa y se 
vincula con regímenes autoritarios a los que no les importan las 
violaciones israelíes del derecho internacional y sus duros ataques a 
los derechos humanos elementales.
El cuadro que se perfila sugiere el surgimiento de un Nuevo Orden 
Mundial, muy diferente de los retratos usuales dentro del sistema 
doctrinal.
Publicado con permiso de Chomsky ZCommunications
Traducción: Jorge Anaya
 
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