Emir Sader
La era de la hegemonía 
estadunidense y del neoliberalismo es, por definición, un tiempo de 
turbulencias e incertidumbres. Nadie ni nada permite prever con un 
mínimo de certeza el futuro inmediato. Menos aún el de mediano y largo 
plazos. Pero el cúmulo de acontecimientos permite proyectar 2017 como un
 año en el que se dibujará, con más claridad, el surgimiento de un mundo
 multipolar.
El final de la guerra fría hizo al mundo retroceder al 
periodo histórico de hegemonía británica, en el que una potencia tenía 
el dominio mundial. La decadencia británica fue antesala de un tiempo de
 disputas hegemónicas: primero entre Estados Unidos y Alemania, con dos 
guerras mundiales de por medio, y después entre Estados Unidos y la 
Unión Soviética, en el escenario llamado guerra fría.
La desaparición de la Unión Soviética hizo que la humanidad volviera a
 un mundo unipolar, esta vez con la hegemonía imperial estadunidense. No
 tardó en anunciarse que la historia terminaría desembocando en que 
dicha hegemonía traería consigo la economía capitalista de mercado y la 
democracia liberal como horizontes insuperables de la historia. Seguiría
 habiendo acontecimientos, pero estarían aprisionados definitivamente en
 dicho marco. En lugar de ir hacia adelante, la historia retrocedería y 
quedaría congelada.
La superioridad militar, económica, política e ideológica de Estados 
Unidos no permitiría alimentar ilusiones en otra dirección. El fin del 
socialismo, que sería el futuro de la humanidad en la concepción 
derrotada, relegaba ese tipo de sociedad al museo de la historia como un
 largo paréntesis finalmente concluido. La economía capitalista pasaba a
 ser 
la economía, la única posible, así como la democracia liberal la única posible.
Sin embargo, la paz americana no trajo el final de los 
conflictos bélicos, sino su multiplicación, al tiempo que el reino del 
mercado no trajo de vuelta el crecimiento económico, sino una recesión 
prolongada. Como resultado de esas contratendencias han surgido 
gobiernos antineoliberales, como en América Latina, y fuerzas que se 
coordinan por la construcción de un mundo multipolar, como las 
congregadas en los Brics.
Un episodio que parecía ser simplemente uno más del ejercicio de la 
superioridad militar de Estados Unidos y sus aliados del bloque 
imperialista occidental –como ya había ocurrido en Afganistán, Irán y 
Libia–, el de la destrucción del gobierno de Siria, como paso previo al 
bombardeo de Irán, terminó promoviendo una gran reviravuelta que, sumado a otros fenómenos, apunta hacia el surgimento de un mundo multipolar.
Estados Unidos no había logrado crear las condiciones para el 
bombardeo contra Irán, ni dentro ni con sus aliados externos. Rusia 
aprovechó para proponer un proceso de negociación entre Estados Unidos e
 Irán, que tuvo éxito desarticulando los planes bélicos de Israel, 
apoyado por Arabia Saudita, y poniendo en práctica el primer proceso de 
resolución pacífica de un conflicto bélico importante en el mundo, en 
mucho tiempo.
Este éxito fue el preámbulo que permitiría también una 
resolución de la aparentemente interminable guerra en Siria. Arabia 
Saudita, contra dichas negociaciones con Irán, intensificó el apoyo al 
llamado Estado Islámico (EI), que se ha vuelto la fuerza fundamentalista
 y terrorista que pasó a amenazar no sólo a gobiernos de Medio Oriente, 
sino a todo el mundo con sus acciones terroristas. Como uno de sus 
efectos, la guerra en Siria quedó polarizada entre el EI y el gobierno 
sirio, sacando definitivamente del escenario a supuestas fuerzas 
moderadas de oposición, usadas como pretexto por Estados Unidos para 
apoyar intentos de derribar al gobierno sirio. El acuerdo entre Rusia, 
Turquía e Irán, apoyado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, 
encaminado hacia la derrota militar del EI, por intervención decisiva de
 las tropas rusas, promovió un nuevo acuerdo de paz, esta vez sin 
Washington.
A este nuevo horizonte se suma la alianza alrededor de los Brics, con
 Rusia y China como protagonistas esenciales, como fuerzas que promueven
 el fortalecimiento de modelos de desarrollo económicos con distribución
 de renta, como contrapartida del agotamiento del neoliberalismo y la 
prolongada recesión en que ha desembocado ese modelo.
El Brexit y la victoria electoral de Trump en las elecciones
 estadunidenses apuntan hacia retrocesos en el proceso de globalización 
con políticas proteccionistas.
La combinación de esos factores tendrá en 2017, con la retirada de 
Gran Bretaña de la Unión Europea y la toma de posesión de Donald Trump, 
haciendo lo que ya se venía dibujando con el agotamiento del modelo 
neoliberal, la incapacidad de Estados Unidos de concluir las guerras de 
Afganistán e Irak y su impotencia frente a la extensión de los 
conflictos bélicos en toda la región, así como el fortalecimiento de 
Rusia como actor político y militar global, un nuevo escenario mundial.
Un nuevo escenario tiene que ser para América Latina un espacio de 
oportunidades para salir definitivamente del modelo neoliberal y de la 
hegemonía estadunidense, buscando profundizar alianzas que promuevan la 
solución pacífica de los conflictos y apoyen políticas de desarrollo con
 distribución de renta. Brasil, Argentina, México y todos los países del
 continente tienen que decidir dónde quieren ubicarse en ese nuevo 
escenario mundial.
 

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