David Brooks
La presidencia de 
Barack Obama está en sus últimas horas antes de ser sometida a la 
historia. Su discurso de adiós, la semana pasada, una vez más resaltó su
 talento retórico y la elegancia de sus mensajes –conmovió a muchos 
hasta las lágrimas–, pero demostró que también es útil para disfrazar 
ciertas realidades. Asumió crédito por todo, y responsabilidad por casi 
nada.
Obama no sólo marcó historia por ser el primer presidente 
afroestadunidense; su triunfo detonó júbilo alrededor del país y del 
mundo con su mensaje de 
esperanza y cambiodespués de la pesadilla del gobierno de George W. Bush. Vale recordar que fue tan grande el suspiro colectivo mundial, que fue condecorado con el Premio Nobel de la Paz antes de cumplir un año en la Casa Blanca.
Como él mismo recordó en su discurso y en una carta al pueblo,
 sus logros incluyen rescatar la economía del abismo de una gran 
depresión y generar empleo, otorgar seguro de salud a decenas de 
millones que no contaban con esa protección básica, reducir la presencia
 militar (y anunciar, aunque engañosamente) que las guerras en Irak y 
Afganistán habían concluido, eliminar a Osama Bin Laden, obtener un 
acuerdo nuclear con Irán 
sin un solo disparo, restablecer la relación diplomática con Cuba después de medio siglo, otorgar protección contra la deportación a más de 700 mil jóvenes indocumentados e impulsar (junto con China, pero eso no lo dijo) el
acuerdo de Paríssobre el cambio climático, entre muchas otras cosas.
El cambio cultural fue notable también. Vale recordar algunas de las 
voces y artistas que participaron y festejaron su llegada a la Casa 
Blanca o que participaron en foros oficiales y conciertos en la 
residencia oficial (Aretha Franklin, Bruce Springsteen, Pete Seeger, 
Beyonce, entre otros). No cabe duda de que esta Casa Blanca tuvo la 
mejor música de tiempos recientes.
Aunque en su adiós al pueblo estadunidense –ante unos 20 mil 
simpatizantes en Chicago y millones por televisión en vivo– afirmó que 
lo mejor aún está por veniry concluyó triunfante con su lema inicial de
sí se puede(tomado prestado de César Chávez), al cual le agregó:
sí pudimos, todos estos logros ahora están amenazados y muchos serán anulados.
Mientras el legado de Obama ahora estará a juicio de los 
historiadores, algunas cosas se quedaron fuera de su gran discurso de 
despedida y de los mensaje oficiales al concluir sus dos mandatos. Si 
bien enfatizó los desafíos de esta democracia (desigualdad económica, 
racismo, participación cívica, entre otros), decidió no asumir 
responsabilidad personal por la persistencia –y hasta el empeoramiento– 
de ellos. Menos aceptó que sus políticas de alguna manera contribuyeron a
 que triunfara el bufón neofascista con la promesa de anular o revertir 
el legado de Obama.
Una lista parcial de las cosas que Obama prefirió no mencionar en su 
adiós, y que pueden en parte ofrecer algunas explicaciones de lo que 
está sucediendo en este país casi post Obama, tendría que incluir:
Obama presidió sobre un periodo con una concentración de la riqueza 
sin precedente en décadas, que llegó a un nivel de desigualdad económica
 no vista desde 1928. Millones de los que perdieron el empleo, ahorros y
 sus viviendas en la gran recesión jamás han recuperado su nivel de vida
 y buena parte se sintió abandonada por el gobierno, mientras los 
responsables de su desastre en Wall Street –y el fraude financiero más 
grande de la historia– gozaron de absoluta impunidad y hoy día están 
mejor que nunca. Obama no encarceló a un solo alto ejecutivo financiero.
 El 1 por ciento más rico nunca ha estado mejor.
Es un presidente que estuvo en guerra durante sus ocho años. 
De hecho, logró establecer el récord de prolongar las guerras que 
prometió acabar, y ahora son las más largas en la historia del país. 
Sólo en 2016, bajo las órdenes del comandante en jefe, Estados Unidos ha arrojado 26 mil bombas (equivalentes a casi tres bombas cada hora), y sus fuerzas de operaciones especiales han sido desplegadas a unas 138 naciones. Nadie ha desplegado tantos ataques con dron,
 y nunca se había bombardeo a tantos países. Y también en su gobierno 
Estados Unidos marco récord en venta de armas a otros países.
Obama se ganó el titulo de 
deportador en jefeal convertirse en el presidente que más inmigrantes ha expulsado de este país en la historia: de 2 y medio a 3 millones, más que el total de todos los presidentes en el siglo XX.
Destruyendo ilusiones románticas de un país post-racial, estalló un 
nuevo movimiento de derechos civiles que nació de la furia contra el 
abuso de poder y la violencia letal policiaca, y su impunidad, contra 
afroestadunidenses. Después de ocho años de esta presidencia, el sistema
 de justicia, desde la policía en las calles hasta los tribunales y las 
prisiones, están repletos de pruebas de un profundo y escalofriante 
racismo institucional. Hoy día hay más hombres afroestadunidenses en la 
cárcel que esclavos antes de la Guerra Civil.
En relación con la transparencia y el respeto a la libertad de 
expresión, este gobierno ha perseguido penalmente, según la antigua Ley 
de Espionaje, a dos veces más personas –sobre todo las que se atrevieron
 a filtrar y revelar al público abusos y violaciones de las autoridades,
 como Snowden– en los últimos ocho años que el total de todos los 
gobiernos anteriores desde 1917, año en que se promulgó esa ley. Más 
aún, el Comité de Protección de Periodistas concluyó hace un par de años
 que las medidas de control de información por este gobierno son las más
 agresivas desde los tiempos de Nixon.
La lista es mucho más larga y compleja, pero, coinciden diversos 
críticos de la talla de Noam Chomsky y Cornel West, una de las razones 
claves del giro político en Estados Unidos fue en parte el desencanto y 
la desilusión con Obama, por 
la desaparición de la esperanza y la falta de cambio. O sea, lo que prefirió no decir en su adiós.
La pregunta urgente no es cuál será el legado de Obama después de su 
adiós, sino cómo rescatar la esperanza en este país hoy mismo. ¿Cual 
será el legado de este pueblo?
 

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