Está
 claro que las grandes instituciones representativas del Estado federal 
de EEUU y los mayores medios de información de aquel país (lo que se 
llama el establishment político-mediático estadounidense) no entienden 
lo que está pasando en EEUU. La aparición de las candidaturas de Donald 
Trump en el Partido Republicano y de Bernie Sanders en el Partido 
Demócrata ha cogido por sorpresa a tal establishment. El candidato Trump
 ha alcanzado en algunos momentos de la campaña electoral unos niveles 
de popularidad cercanos a los de la candidata demócrata Hillary Clinton,
 y el candidato Sanders casi venció en las primarias del Partido 
Demócrata (ganó en 22 de los 50 Estados), y ello a pesar de la clara y 
documentada hostilidad del aparato del Partido Demócrata, que utilizó 
todas las malas artes en la campaña para derrotarlo.
Y uno de los 
elementos de lo que está ocurriendo que ha sorprendido más al 
establishment político-mediático ha sido el apoyo a tales candidatos, 
Trump y Sanders, por parte de la clase trabajadora (de raza blanca), un 
sector de la población que tales establishments creían que ya no existía
 en aquel país, pues su percepción de la estructura social del país 
había sustituido incluso el término de “clase trabajadora” por el de 
“clase media”, definiendo como tal a toda la población que ni es rica ni
 es pobre. Según la percepción generalizada que tiene el establishment 
político-mediático de la realidad estadounidense, las categorías de 
clase social prácticamente han desaparecido, pues la mayoría de la 
población es y se siente de clase media. En esta visión de Estados 
Unidos, la clase trabajadora o bien ha desaparecido, o se ha convertido 
en clase media (por extraño que parezca, esta percepción de la 
estructura social de los países capitalistas desarrollados también está 
generalizada en el establishment político-mediático español).
Las
 limitaciones de centrarse solo en las medidas antidiscriminatorias a 
favor de las minorías (negros y latinos) y de la mayoría de la población
 (las mujeres)
Dentro de este esquema, se considera 
que la igualdad de oportunidades (que se asume existe en EEUU) ha 
actuado como un ascensor social vertical, permitiendo a los ciudadanos 
alcanzar los niveles que su mérito y esfuerzo permiten. Se reconoce que 
el racismo y el machismo prevalentes en la sociedad (y la consecuente 
discriminación fuerte que determinan) dificulta para tales grupos –los 
afroamericanos, los hispanos (procedentes de Latinoamérica) y las 
mujeres- el ascensor social. De ahí que lo que en EEUU se presenta como 
el partido de centro-izquierda (el Partido Demócrata) acentúe, como 
punto central de su programa, las políticas antidiscriminatorias a favor
 de los afroamericanos, de los latinos y de las mujeres. Su objetivo es 
la integración de estos sectores en el sueño americano que les permita 
ser miembros de la clase media y alcanzar las metas personales que se 
propongan. La victoria electoral de un ciudadano de raza negra en las 
últimas elecciones presidenciales, encarnada en la figura del Presidente
 Obama, era un hito esencial de esta estrategia de integración. Y la 
posible victoria de la Sra. Clinton significaría otra gran victoria de 
esta estrategia de integración de los discriminados (mujeres, en su 
caso) en el sistema político-económico del país.
El Partido Demócrata y la insuficiencia de las políticas identitarias integradoras
El
 Partido Demócrata es el partido postmodernista que ha estado 
enfatizando los temas de identidad como centrales de su estrategia, 
orientada a conseguir el apoyo electoral de las minorías –los negros y 
los latinos- y de las mayorías -las mujeres-. La clase social no juega 
un papel esencial en dicha estrategia, excepto en el énfasis de mantener
 el nivel de vida de las clases medias, que asume constituyen la mayoría
 de la población. Hasta aquí la visión del establishment 
político-mediático del país y sus consecuencias para la estrategia 
electoral del Partido Demócrata. 
El problema con tal visión es que es profundamente limitada e insuficiente. Y lo que está pasando en EEUU es un indicador de ello. Estas estrategias basadas en la identidad han
 tenido escaso efecto en cambiar las condiciones de vida de la mayoría 
de las clases populares, que incluyen la mayoría de minorías negras y 
latinas y la mayoría de mujeres. La clase trabajadora de raza negra ha 
visto su nivel de vida continuar descendiendo durante el mandado del 
Presidente Obama, que es una persona perteneciente a tal raza. En 
realidad, el fenómeno más llamativo que ha ocurrido en EEUU es el 
espectacular deterioro del bienestar y calidad de vida de la clase 
trabajadora y de sus diferentes componentes, incluyendo la clase 
trabajadora de raza negra.
La clase social es una de 
las variables más importantes para explicar la dinámica política y 
electoral de aquel país (y que apenas aparece en el análisis de la 
realidad estadounidense)
En contra de lo que asume 
aquella visión del establishment político-mediático del país, las clases
 sociales continúan existiendo en aquel país (tal como también continúan
 existiendo en los países europeos, incluyendo España). En realidad, las
 cifras del censo estadounidense muestran claramente que la estructura 
social de EEUU es bastante semejante a la existente en la mayoría de 
países de la Unión Europea (UE). Existe, en primer lugar, lo que solía 
llamarse la clase capitalista, y que ahora se llama el 1% (el sector de 
la población que posee o gestiona las grandes empresas del país). En 
EEUU, el término más utilizado para definir esta clase (los super-ricos)
 es el de Corporate Class, la clase corporativa (que la componen los propietarios y gestores de las grandes empresas transnacionales basadas en EEUU).
Le
 sigue la pequeña burguesía, la clase media y la clase trabajadora, la 
cual, en contra de lo que se cree y presenta en los mayores medios de 
información y persuasión, constituye la mayoría de la población 
estadounidense (el 52%). Esta clase trabajadora es muy variada, tanto en
 su composición racial como en su nivel de cualificación. La clase 
trabajadora de raza blanca es la mejor pagada dentro de tal clase, y 
está sobrerepresentada (es decir, ocupa un porcentaje superior al que 
representa en el conjunto de la población) en el sector laboral mejor 
pagado (predominantemente en la manufactura), mientras que los 
trabajadores afroamericanos e hispanos (los que proceden de América 
Latina) están sobrerepresentados en los sectores peor pagados.
Esta
 división por raza dentro de la clase trabajadora juega un papel muy 
importante en la división de tal clase en EEUU. Tradicionalmente, las 
derechas y el mundo empresarial han utilizado el racismo para dividir y 
debilitar a la clase trabajadora. Fue nada menos que Martin Luther King,
 quien subrayó, semanas antes de que fuera asesinado, que el conflicto 
mayor que existía en EEUU era el conflicto de clases, siendo el racismo 
la ideología promovida por la clase dominante para perpetuarse en el 
poder, dividiendo a la clase trabajadora. De ahí que su discípulo, Jesse
 Jackson Senior, estableciera la Rainbow Coalition (la Coalición 
Arcoíris), que intentó establecer una amplia alianza de todas las razas 
existentes dentro de las clases populares, frente al establishment 
político-mediático del país.
El gran descenso del nivel de vida de la clase trabajadora en EEUU
La
 clase trabajadora de raza blanca ha visto su nivel de vida reducido muy
 seriamente como consecuencia de que los sectores donde trabajaba, como 
el metalúrgico (donde los sueldos son más elevados), han sido los más 
afectados negativamente por los Tratados de Libre Comercio. El Tratado 
de Libre Comercio entre EEUU, Canadá y México (NAFTA), por ejemplo, tuvo
 un impacto devastador en los puestos de trabajo de las grandes empresas
 localizadas en EEUU y que se desplazaron a México. Un tanto semejante 
ha ocurrido con los Tratados entre EEUU y China. En consecuencia, en los
 últimos veinte años, EEUU ha perdido seis millones de puestos de 
trabajo en el sector manufacturero. Pero el impacto negativo es incluso 
mayor que el que presentan estos datos, pues la exportación de puestos 
de trabajo debilita a los sindicatos estadounidenses, con lo cual, los 
salarios de los puestos de trabajo de la manufactura que permanecen en 
EEUU han bajado significativamente. En los últimos quince años, tales 
salarios han bajado un 10%. Y ello como resultado del enorme 
debilitamiento de los sindicatos. Tal descenso de los ingresos al mundo 
del trabajo ha creado la ampliamente generalizada percepción que existe 
en EEUU de que “los hijos vivirán peor que sus padres”.
Es lógico y
 previsible que hoy tales sectores de la clase trabajadora, como los que
 pertenecen a la raza blanca, que ha sufrido un enorme bajón en su nivel
 de vida y en su bienestar (es el único grupo poblacional que ha visto 
descender su esperanza de vida), estén enfurecidos con el establisment 
financiero-político estadounidense, y muy en particular con el gobierno 
federal, al cual responsabilizan por haber facilitado, mediante sus 
políticas, tal exportación de puestos de trabajo (lo cual es cierto, 
debido a la gran influencia del 1% de la población, la más pudiente, 
sobre el Estado federal).
Pero parte del enfado de este sector de 
la población blanca hacia el Estado federal se debe también a muchas de 
las políticas antidiscriminatorias del Estado federal, las cuales 
discriminan positivamente a favor de los negros, de los latinos y de las
 mujeres, situación (para corregir la discriminación histórica que tales
 grupos han recibido) que es resentida por los blancos, incrementando 
las tensiones interraciales y entre género. El hecho de que las 
políticas sociales en EEUU no sean universales (es decir, que no 
beneficien a todo ciudadano y/o residente por igual), sino benéficas 
asistenciales (que benefician, por ejemplo, solo a los pobres) hacen que
 los programas antipobreza (financiados con impuestos de toda la clase 
trabajadora) no sean muy populares. Ni que decir tiene que esta 
percepción de que el gobierno federal está transfiriendo fondos públicos
 a través de sus programas antipobreza a los negros, por ejemplo, olvida
 que la mayoría de los pobres en EEUU son blancos, no son negros. Pero 
la percepción que se promueve es que la mayoría de pobres son negros 
(que son los más pobres entre los pobres).
Las políticas identitarias olvidan que hay clases dentro de las minorías y dentro de las mujeres
Los
 programas antidiscriminación (que tienen lugar individualmente, persona
 por persona) han beneficiado primordialmente a sectores minoritarios de
 las minorías negras y latinas, y de las mujeres, sectores 
pertenecientes en su mayoría a la clase de renta media y media-alta 
(dentro de cada grupo discriminado). Ahora bien, la mayoría de los 
negros, latinos y mujeres (que pertenecen a las clases trabajadoras) no 
se han beneficiado, por lo general (tal como indiqué anteriormente) de 
estas medidas antidiscriminatorias, debido a que tales políticas 
antidiscriminatorias no están orientadas hacia la clase trabajadora. De 
ahí que, aun cuando hoy en EEUU haya más miembros de minorías que estén 
en posiciones de mayor nivel social y mayor poder (y lo mismo en cuanto a
 las mujeres), ello no quiere decir que la mayoría de las minorías y 
mujeres se hayan beneficiado de tales políticas antidiscriminatorias. La
 clase trabajadora de raza negra ha visto también como se reducía su 
nivel de vida durante el mandato del gobierno Obama. De ahí que la 
mayoría de jóvenes, incluyendo trabajadores negros y la mayoría de 
mujeres jóvenes por debajo de 40 años, apoyaran en las primarias del 
Partido Demócrata a Bernie Sanders (que enfatizó clase social) y no a 
Hillary Clinton (que enfatizó políticas de integración de las minorías).
 Clinton contó con el apoyo de las asociaciones a favor de las minorías y
 de las mujeres, asociaciones lideradas, en su mayoría, por personas de 
clase media alta, integradas en el aparato del Partido Demócrata. Pero 
la candidatura de Sanders tuvo su mayor apoyo entre la clase trabajadora
 y entre los jóvenes, incluyendo jóvenes negros, jóvenes latinos y 
mujeres jóvenes. Y su fortaleza forzó que el programa electoral del 
Partido Demócrata incorporara elementos importantes claramente 
progresistas que, de implementarse, mejorarían el bienestar de las 
clases populares, que constituyen la mayoría de la población 
estadounidense.
Las dos estrategias electorales que han seguido los candidatos
En
 definitiva, lo que hemos visto en EEUU durante la campaña electoral ha 
sido el conflicto de estrategias electorales que reflejan dos visiones 
distintas de la estructura social de EEUU. La Sra. Clinton (una figura 
que representa claramente el establishment político-mediático del país) 
ha enfatizado las políticas identitarias (de carácter 
anti-discriminatorio, encaminadas a favorecer la integración de las 
minorías y de las mujeres en el “sueño americano”). Y la otra estrategia
 ha sido la de movilizar a las clases populares (centradas en la clase 
trabajadora) frente al establishment político-mediático.
Dentro de
 esta última estrategia, ha habido una gran diferencia entre Bernie 
Sanders y Donald Trump. El primero Bernie Sanders, presentó que la 
movilización popular debía ser contra el 1% que controla los mayores 
centros del poder financiero y económico, así como al Estado y a los 
medios de información y persuasión. Su estrategia (la de Sanders) 
incluía un discurso de clase (las clases populares frente a la Corporate
 Class), presentando a Clinton como agente e instrumento de la clase 
corporativa. Trump, por el contrario, acentuó su animosidad hacia el 
Estado federal, sin nunca citar a la Corporate Class (de la cual es 
miembro prominente). En este aspecto, Trump representaba una 
sensibilidad política semejante a la ultraderecha francesa liderada por 
Le Pen, que tiene puntos en común con el nazismo y el fascismo, que hay 
que recordar, se definieron a sí mismos como nacional-socialismo el 
primero, y nacional-sindicalismo el segundo. En España, el partido 
fascista, la Falange, se definió y continúa definiéndose como un partido
 de izquierdas, y sus colores (rojo y negro) eran y son los colores del 
anarquismo.
La desaparición de Sanders, sin embargo, ha limitado 
el conflicto electoral entre el candidato Trump y la candidata Clinton. 
El descenso en el atractivo electoral de Trump, en parte debido a la 
movilización mediática en contra de sus grandes excesos que le hacen 
sumamente vulnerable, ha dado un alivio al establishment 
político-mediático del país. Ahora bien, la posible derrota de Trump 
dejará intacto el enorme problema que existe hoy en EEUU y del que el establishment político-mediático parece no ser consciente.
 La candidatura Trump representa –como lo fue el nazismo y el fascismo- 
el intento de crear una alianza de sectores oligárquicos del 
establishment financiero y económico (los mayores financiadores de su 
campaña) con sectores de las clases populares, en frente de aquellas 
políticas del Estado federal que favorecen a las minorías y a las 
mujeres, estimulando el racismo y el machismo que dividen a la clase 
trabajadora, y dentro de una cultura jerárquica, autoritaria y 
antidemocrática que, en realidad, dañaría profundamente el bienestar de 
las mismas clases que dicen representar, es decir, las clases 
trabajadoras. De ahí la importancia de que el candidato Trump no consiga
 la presidencia.
Ahora bien, el gran problema que permanecerá 
después de las elecciones es que la victoria de la Sra. Clinton 
(victoria necesaria en este momento) no cambiará el contexto que 
determinó la aparición de Trump. La otra alternativa hubiera sido que el
 rechazo a tal establishment político-mediático pudiera haber sido 
canalizado por una opción política, como hizo el candidato Sanders, que 
cambiara la relación de clases existente en aquel país. Para que ello 
ocurriera, todas las fuerzas progresistas deberían aliarse, dando 
prioridad al mejoramiento del bienestar de todas las clases populares 
siguiendo una estrategia de movilización, respetando a su vez las 
diferentes identidades, subrayando los puntos que las unen (clase 
social) en su estrategia y en la defensa de sus intereses. El futuro de 
EEUU (y el mundo) depende de que ello ocurra.
- Vicenç Navarro es Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
18 de Octubre de 2016
 

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