Guillermo Almeyra
Las religiones inventan
 dioses y semidioses infalibles, cuyos designios son interpretados y 
gestionados por una casta sacerdotal que así controla a los creyentes. 
Las religiones laicas estatales se refuerzan proponiendo héroes 
intachables, sin error alguno ni vacilaciones, a los que proponen como 
modelos –aunque, por definición, son irrepetibles–, con el fin de evitar
 que los súbditos se conviertan en ciudadanos, desarrollando su 
pensamiento crítico.
Los grandes hombres, precisamente por serlo, tienen errores e 
insuficiencias mucho más trascendentes que los de los demás mortales, 
pero de eso está prohibido hablar. Simón Bolívar, que fue propietario de
 esclavos hasta que el gobierno de Haití le exigió la libertad de 
aquéllos para darle su apoyo, nos es presentado como libertario desde su
 nacimiento y ajeno a todas las pasiones y dedicado exclusivamente a una
 tarea histórica. A José de San Martín lo convirtieron en 
el santo de la espaday eliminaron sus vacilaciones sobre la conveniencia de darle al país un rey incaico o una reina europea. El Che Guevara cometió muchos errores, como la confianza fatal en el partido comunista boliviano, que le llevó a su muerte en una región de partidarios acérrimos del gobierno local porque para los indígenas éste les había dado la tierra. Ahora las alabanzas interesadas, la inundación de retórica hagiográfica digna de la historia de un santo, el alud de elogios que-preparan-cheques-o-deparan-honores se vuelcan sobre Fidel Castro.
Éste, sin duda alguna, es a escala mundial el estadista más 
importante desde mediados del siglo anterior y un gran revolucionario 
como los anteriores, pero no está exento de graves errores económicos y 
políticos, particularmente en lo que respecta a las medidas e 
instrumentos necesarios para comenzar a construir el socialismo.
En efecto, él, que como estudiante universitario y joven líder 
político combatió contra el Partido Socialista Popular –el órgano 
comunista estalinista que apoyaba a Batista para conseguir el apoyo 
vacilante de la Unión Soviética contra Washington–, transformó el 
Partido Único de la Revolución Socialista (que agrupaba varias 
tendencias) en el Partido Comunista Cubano, único y centralizado según 
el modelo de los partidos comunistas (con los cuales, sin embargo, la 
revolución cubana tenía enormes diferencias). El 16 de abril de 1962 
declaró que Cuba era 
socialistapor radio, sin discusión previa con el pueblo cubano, que habría sido necesaria y como si el socialismo se pudiera decretar. Se acabaron también la pluralidad revolucionaria y las libertades para las tendencias revolucionarias dentro y fuera del partido, y desde 64 hasta 68 se crearon Unidades Militares de Ayuda a la Producción (campos de trabajo militarizados), a las que fueron enviados los homosexuales cubanos, mezclados con delincuentes y contrarrevolucionarios.
En 1968 aprobó la invasión de Checoeslovaquia por las tropas del 
Pacto de Varsovia y la liquidación por Moscú del Partido Comunista de 
ese país. En 1970 convocó a los cubanos a la zafra azucarera esperando 
cosechar 10 millones de toneladas con un resultado desastroso en la 
producción y provocando un desquicio en el sistema productivo de la isla
 (en esa oportunidad se autocriticó). En esa década imperó también en 
Cuba una rígida censura (no se publicaban, por ejemplo, obras de Sartre o
 de Borges además de los que, apoyando a Cuba, pedían mayor democracia).
Durante ese periodo Fidel Castro, que consideraba que la URSS y
 los países de Europa Oriental dirigidos por burocracias estalinistas 
eran socialistas y modelos a seguir, declaró 
gran marxistaa Leonid Brezhnev, secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética en cuyo periodo la burocracia se unió a la mafia y la URSS se estancó, e hizo lo mismo con Siad Barre, dictador de Somalia que poco después se convirtió en agente de Estados Unidos. También asiló a Ramón Mercader del Río, el asesino de Trotsky nombrado en la URSS coronel y héroe de la Unión Soviética en agradecimiento a su crimen y en los 80, cuando la dictadura argentina para salvarse se lanzó a la aventura sangrienta de la guerra de las Malvinas con el Reino Unido, confundió al pueblo argentino con la camarilla de militares fascistas que usurpaban el poder y apoyó a la dictadura. Desgraciadamente, también aplicó la pena de muerte en varias ocasiones, como si Cuba fuese Texas o China.
Ninguno de estos errores es menor; todos tuvieron consecuencias 
nefastas y fueron el resultado de la imposibilidad política de controlar
 y decidir en qué se encontraron los socialistas y los trabajadores 
cubanos, maniatados por el sistema de partido único con su 
verdadoficial y su pobreza teórica y por una burocracia que creció como resultado del bloqueo imperialista.
Por supuesto que todos esos errores son el DEBE de Fidel Castro, que 
tiene en su HABER la defensa intransigente de Cuba frente a Estados 
Unidos, el fin del analfabetismo, los inmensos progresos en el campo de 
la ciencia y de la salud, así como la decisión de enfrentar el 
inglorioso derrumbe de la Unión Soviética y la transformación de Rusia y
 de China en potencias capitalistas secundarias, todo lo cual produjo en
 Cuba enormes dificultades de todo tipo. La figura y la continua 
actividad de Fidel Castro fueron también en cierta medida un freno para 
las tendencias más procapitalistas de la burocracia cubana. Gracias a 
sus esfuerzos, Cuba, aunque no es socialista, sigue siendo independiente
 y baluarte contra el imperialismo.
Fidel Castro, pese a sus errores y a su voluntarismo, es un gran 
estadista cubano, y las generaciones futuras lo recordarán como tal. 
Quienes quieren empezar a convertirlo en una fría estatua de bronce de 
un héroe lo hacen porque no confían en la capacidad de comprensión del 
pueblo cubano y desean esconder detrás del héroe que fabrican las act
uales
 dificultades, al mismo tiempo que impiden una libre participación 
decisiva de los trabajadores en la búsqueda de soluciones.
 

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