El
 país, desde cualquier ángulo que lo consideremos, está contaminado de 
una espantosa falta de ética. El bien solo es bueno cuando es un bien 
para sí y para los otros, no es un valor buscado y vivido, sino que lo 
que predomina es la habilidad, quedar bien, ser listillo, el jeitinho y la ley de Gerson.
Los
 distintos escándalos que se han dado a conocer, revelan una falta de 
conciencia ética alarmante. Diría, sin exagerar, que el cuerpo social 
brasilero está de tal manera putrefacto que dondequiera que se produzca 
un pequeño arañazo ya muestra su purulencia.
La falta de ética se 
revela en las cosas mínimas, desde las mentirijillas que se dicen en 
casa a los padres, la chuleta en la escuela o en los concursos, el 
soborno de agentes de la policía de tráfico cuando alguien es 
sorprendido en una infracción de tránsito, hasta hacer pipi en la calle.
Esta
 falta generalizada de ética hunde sus raíces en nuestra prehistoria. Es
 una consecuencia perversa de la colonización. Esta impuso al colonizado
 la sumisión, una total dependencia a la voluntad del otro y la renuncia
 a tener su propia vida. Quedaba al arbitrio del invasor. Para escapar 
al castigo, se obligaba a mentir, a esconder sus intenciones y a fingir.
 Esto lleva a la corrupción de la mente. La ética de la sumisión y del 
miedo como mostró Jean Delumeau (El miedo en Occidente) lleva 
fatalmente a una ruptura con la ética, es decir, comienza a faltar a la 
verdad, a nunca poder ser transparente y, cuando puede, perjudica a su 
opresor. El colonizado se obligó, como forma de supervivencia, a mentir y
 a encontrar la manera de burlar la voluntad del señor. La Casa Grande y
 la Senzala son un nicho productor de falta de ética por la relación desigual de señor y de esclavo. El ethos
 del señor es profundamente anti-ético: él puede disponer del otro como 
quiera, abusar sexualmente de las esclavas y vender a sus hijos pequeños
 para que no se apeguen a ellos. Nada más cruel y anti-ético que eso.
Este
 tipo de ética deshumana crea hábitos y prácticas que, de una u otra 
forma, continúan presentes en el inconsciente colectivo de nuestra 
sociedad.
La abolición de la esclavitud ocasionó una maldad ética 
inimaginable: se dio libertad a los esclavos, pero sin proporcionarles 
un pedacito de tierra, una casita y un instrumento de trabajo. Fueron 
lanzados directamente a la favela. Y hoy por causa de su color y pobreza
 son discriminados y humillados, y son las primeras víctimas de la 
violencia policial y social.
La situación, en su estructura, no 
cambió con la República. Los antiguos señores coloniales fueron 
sustituidos por los coroneles y señores de grandes haciendas y capitanes
 de la industria. Ahí las personas eran superexplotadas y totalmente 
dependientes. Los comportamientos no eran éticos, faltaba el respeto a 
las personas y la garantía de sus derechos mínimos. Eran carbón para la 
producción.
Las relaciones de producción capitalista que se 
introdujeron en Brasil mediante el proceso de industrialización y 
modernización fueron salvajes. Nuestro capitalismo nunca fue civilizado:
 conservó la voracidad de acumulación de sus orígenes en los siglos 
XVIII y XIX. La explotación inmisericorde de la fuerza de trabajo, los 
bajos salarios son situaciones éticamente condenables. ¿Cómo superar esa
 situación que nos llena de vergüenza?
Antes de hacer la más 
mínima sugerencia, es importante hacer una auto-crítica. ¿Qué educación 
dieron los centenares de escuelas católicas y cristianas y las 16 
universidades católicas (pontificias o no) a sus alumnos? Bastaba haber 
enseñado lo mínimo del mensaje de Jesús de amor a los pobres y contra su
 pobreza para superar los niveles de miseria actual. Ellas se 
transformaron en incubadoras de opresores. Crearon un cristianismo 
cultural, de creencia, pero no de una fe comprometida por la justicia. 
Por eso sus alumnos raramente tienen incidencia social. El mantenimiento
 del statu quo está por encima de los cambios.
Para superar la 
crisis de ética no bastan llamamientos, sino una transformación de la 
sociedad. Antes que ética, la cuestión es política, pues la política 
está estructurada sobre relaciones profundamente anti-éticas.
Siendo
 brevísimo: todo debe comenzar en la familia. Crear carácter (uno de los
 sentidos de ética) en los hijos, formarlos en la búsqueda del bien y de
 la verdad, no dejarse seducir por la ley de Gerson y evitar, 
sistemáticamente, el jeitinho. Principio básico: tratar siempre
 humanamente al otro. Tomar absolutamente en serio la ley áurea: “no 
hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Sigue el 
precepto de Kant: el principio que te lleva a hacer el bien, sea válido 
también para los otros. Oriéntate por los diez mandamientos que son 
universales. Traducidos para hoy, “no matar” significa: venera la vida, 
cultiva una cultura de no violencia. “No robar”: obra con justicia y 
corrección y lucha por un orden económico justo. “No cometer adulterio”:
 ámense y respétense, y oblíguense a cultivar la igualdad y el 
compañerismo entre el hombre y la mujer.
Esto es lo mínimo que 
podemos hacer para airear la atmósfera ética de nuestro país. Repitiendo
 al gran Aristóteles: “no reflexionamos para saber lo que es la ética, 
sino para hacernos personas éticas”.  
2016-07-20
 

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