Basta!
| Traducido del francés por Beatriz Morales Bastos | 
Algunos querrían 
mantenernos en el siglo XIX y no solo en el ámbito del derecho laboral: 
la propuesta de abrir nuevas minas o de autorizar la fractura hidráulica
 en Francia es producto de la misma lógica de regresión social y 
medioambiental en nombre del beneficio de algunos. Un nuevo informe 
publicado hoy [30 de mayo de 2016] por nuestro Observatoire des 
multinationales [Observatorio de las Multinacionales] con el apoyo de 
France Libertés saca a la luz el peligro que representan para este bien 
vital que es el agua las minas y los sondeos petroleros o de gas, a los 
que ya se había acusado de contribuir al desajuste climático.
En
 los países andinos los campesinos y los indígenas luchas contra los 
megaproyectos mineros en la cima de sus montañas. En Australia se 
establece una alianza muy poco habitual entre agricultores y ecologistas
 contra la explotación del «gas de esquisto» que necesita recurrir a la 
fractura hidráulica. En Brasil y Canadá los residentes locales y las 
autoridades acusan de incuria a las empresas mineras tras la ruptura de 
embalses mineros que contenían aguas residuales tóxicas. En Argelia la 
población del sur del Sáhara se rebela contra la llegada del gas de 
esquisto. También en Francia varios colectivos ciudadanos denuncian unos
 proyectos de nuevas minas, aunque a día de hoy las antiguas minas 
abandonadas siguen contaminando su entorno. Todas estas luchas tienen un
 punto en común: el agua.
Algunos querrían mantenernos en el 
siglo XIX o hacernos volver a él y no solo en el ámbito del derecho 
laboral, también en el dominio de las «industrias extractivas». Desde la
 década de 2000 el planeta ha conocido una verdadera explosión de nuevas
 minas y nuevos sondeos petroleros y de gas bajo el efecto del 
crecimiento de China y de los países emergentes, pero también de la 
demanda de economías supuestamente «inmateriales» (basadas en las 
tecnologías de la comunicación y de la información) que son, sobre todo,
 cada vez más consumistas y no igualitarias. Basta con pensar en los 
minerales y la energía necesarios para producir y utilizar los smartphones
 y las redes sociales. Y en la propia Francia muchos industriales y 
políticos defienden en nombre del crecimiento la apertura de nuevas 
minas o el desarrollo del gas de esquisto.
Sin embargo, tras los 
complacientes discursos «responsables» de las empresas, la realidad de 
las minas y del petróleo a menudo sigue presentando la misma cara que en
 una época que nos gustaría creer superada: una realidad de inseguridad y
 de contaminación que afecta tanto a los trabajadores como a las 
personas que viven en el lugar, una realidad de violencia y de 
conflictos sociales, de connivencia política y de millones de dólares o 
de euros que se acumulan en las sedes sociales de las multinacionales en
 París, Londres, Nueva York o Toronto.
Amenazas a un bien vital
El informe Eau et industries extractives : la responsabilité des multinationales
 [Agua e industrias extractivas: la responsabilidad de las 
multinacionales] publicado por el Observatoire des multinationales con 
el apoyo de France Libertés estudia uno de los impactos de las 
industrias extractivas: su impacto sobre el agua. Las no siempre bien 
conocidas consecuencias directas e indirectas de las minas y de los 
sondeos sobre los recursos en agua no dejan de revestir una importancia 
capital puesto que el agua es esencial para la vida y la salud de las 
poblaciones, al igual que para la integridad de los ecosistemas, y 
puesto que las repercusiones de las explotaciones extractivas se pueden 
sentir durante mucho tiempo. Por esa razón, desde el Sáhara argelino a 
las montañas andinas la cuestión del agua suele ser el centro de las 
protestas contra los proyectos mineros o de sondeos de hidrocarburos.
Este
 informe es producto de un trabajo de investigación de varios meses, 
basado sobre todo en informes sobre el terreno concernientes a proyectos
 extractivos, realizados sobre todo por multinacionales francesas, y los
 conflictos que suscita desde Australia a Colombia, pasando por Túnez, 
México, Estados Unidos, Canadá e incluso Francia. Saca a la luz las 
múltiples maneras en las que el sector extractivo (minas, petróleo y 
gas) afecta a los recursos de agua, así como la falta de adecuación de 
las reglamentaciones vigentes, la falta de conocimientos científicos y 
la inconsistencia de las respuestas aportadas por las empresas 
concernidas.
El
 impacto que las industrias extractivas tiene sobre el agua no tiende a 
atenuarse gracias a una «modernización» de las técnicas, todo lo 
contrario. Los recientes avances en el sector extractivo, como los 
hidrocarburos no convencionales (gas de esquisto, arenas bituminosas…), 
presentan unos riesgos significativamente mayores para los recursos de 
agua. Lo mismo ocurre con los proyectos mineros en zonas cada vez más 
recónditas, como las cumbres de las montañas andinas, o que implican 
triturar y tratar cada vez más cantidad de roca para explotar unos 
filones cada vez más modestos. Existe el riesgo de que la crisis por la 
que atraviesa actualmente todo el sector extractivo sirva de pretexto 
para recortar aún más en muchos países las regulaciones sociales y 
medioambientales, que ya está muy debilitadas.
En un momento en 
que el gobierno francés y los industriales planean abrir nuevas minas en
 la Francia metropolitana y en que algunas personas defienden el 
desarrollo del gas de esquisto en Europa, esta constatación debería 
servirnos de advertencia, tanto más cuanto que parece que no se han 
aprendido bien las lecciones del pasado. Entre otros muchos, el ejemplo 
de Salsigne* en la región francesa de Aude demuestra que los antiguos 
emplazamientos mineros franceses siguen contaminando todavía hoy el agua
 y el medioambiente. Sin embargo, la reforma en curso del Código Minero,
 de la que es responsable el ministerio de Economía y Finanzas de 
Emmanuel Macron, ignora olímpicamente estos retos. A pesar de ello, es 
imperativo abrir el debate.
* Salsigne fue la principal mina de 
oro de Francia, cerrada en 2004 tras un siglo de explotación, y la 
primera mina de arsénico del mundo. La contaminación del agua debido al 
arsénico es altísima en toda la región. Véase “A Salsigne, un siècle d’extraction d’or, dix millénaires de pollution ?” (N. de la t.)
 
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